Koldobike llega ante mi y examina mi rostro.

– Elise ha hecho un buen trabajo… ?Sabes lo que te digo? Que si ahora te pregunto que tal estas me juraras que estas muy bien, pero yo no quiero responsabilidades y te mando a casa, que aqui no haces falta… ?Adonde vas?

– A retomar el hilo.

– Estaba segura.

Es un sinsentido que llueva sobre la playa. Es distinto en un monte, donde hay vegetacion que regar. La arena de Arrigunaga es menos blanca que la de Ereaga, y encima las gotas de lluvia la oscurecen mas. Cuando uno recorre la playa bajo la lluvia es que no la esperaba; y lo mas inverosimil es ver a este uno protegiendose con paraguas y gabardina. No hay un alma: los veraneantes se retiraron a sus cuarteles de invierno, y hay que ser un nativo muy loco para bajar a pescar lloviendo, por no hablar de darse un bano. Mi presencia adquiere una relevancia insospechada, hasta el punto de oirme decir: si, hay alguien en la playa: yo. Porque aqui empezo todo.

Hay varios accesos a la playa. A mi espalda, en la otra punta, las penas que arrancan del Puerto Viejo y discurren bajo el acantilado; hacia el centro de la playa, la bajada del monte, junto al chiringuito de Maruri a cobijo de las ruinas del castillo, una prolongacion de la carretera. Unos pasos mas adelante, la otra prolongacion, que tambien muere en la arena, aunque apuntando a la pena de Felix Apraiz. Es la que yo he elegido: es la ruta que hubo de tomar Lucio Etxe para correr a la herreria del difunto Antimo Zalla al descubrir a los gemelos encadenados. Cuando alcanzo el veintiseis advierto que estoy contando mis propios pasos, y al punto lo dejo. Que tonteria: es lo que haciamos de chavales, por ejemplo, para marcar los limites de un campo de futbol en la arena… ?Por que ahora? No es nostalgia; se trata de ese tonto de…, ?como se llama?…, que no tiene otra cosa que hacer que medir todo Getxo a pasos. ?A pasos! Solo a un ocioso de Neguri se le ocurre perder el tiempo con semejante excentricidad. Sin embargo, con menos pasos a dar, Antimo Zalla quizas habria llegado a tiempo de salvar a Leonardo Altube. ?Por que hablo de pasos y no de metros? Quizas en breve, Getxo disponga de un plano de distancias y tiempos medidos en pasos. Y yo, ahora, he reanudado la cuenta de los mios camino de la pena de Felix Apraiz.

?De quien sera ese tablon con una piedra encima marcando posesion? Lo ha escupido la mar esta noche y alguien lo ha hecho suyo. ?Donde esta ese alguien? Seguro que esta viajando a su casa con otra carga y regresara.

– ?Hola, librero!

Me vuelvo: es Luciano, el falangista, que se me acerca a un trote silencioso por la arena, envuelto en una gabardina y bajo otro paraguas. Si me costaba hilvanar dos pensamientos sobre el caso…

– ?Que quieres ahora? -me encaro con el.

– Me alegra verte de pie. ?Fuiste al medico?

Le doy la espalda para seguir adelante. Me sigue.

– Escucha: nuestras palizas son unicamente aparatosas. Cuando queremos acabar con un ciudadano no andamos con medias tintas… Tambien me alegra verte aqui, porque necesito aprender pronto. No he pegado ojo en toda la noche.

– ?Aprender?

– Quiero ver como lo haces, como y cuando lo escribes. Sobre todo, como.

– Lo estoy escribiendo ahora mismo. -Me vuelvo-. Tu y yo, aqui, en la playa… Aunque esta escena es un pegote.

– Pero tambien ira en la novela.

– ?Y la de ayer en la libreria, los tres valientes de la nueva Espana!

– ?Magnifico, es lo que sospechaba! ?Todo vale, todo lo que ocurre ante tus narices! Pero no es facil de digerir para un poeta como yo.

– ?Y a mi que cojones me importa tu problema? -estallo.

– Eh, eh, que no es un lenguaje propio de un librero…, aunque me gusta tu genio, que no seas un marica vencido sino un tio con sangre, como nosotros. Nos entenderemos.

De nuevo, tomo la direccion de la pena y el detras… Si, alli empezo todo…, pero ?como concentrarme con el moscardon que llevo a la espalda?

– Es posible que me necesites, como yo a ti -le oigo-. Te convencere con tu propia formula: estoy aqui, luego tienes que incluirme en tu historia. ?Por que? Porque soy una realidad que se mueve ante tus narices. No contabas conmigo, pero surjo. Son los imperativos de la maldita realidad. ?Bendita sea la libertad de la poesia!

– Regresa a tu imperio hacia Dios y dejame en paz. -Me vuelvo a mirarle-. ?Donde estabas la noche de junio de 1935 en que mataron a Leonardo Altube?

Observo cuidadosamente su reaccion. No esperaba la pregunta. Su sonrisa es mas una mueca forzada.

– No en Getxo. A finales de junio de ese ano estaba en Valladolid falsificando las papeletas de los examenes de fin de curso. Tres cursos de abogado sin pisar un aula. Las papeletas me salian cada vez mejor. Luego, gracias a la guerra, no tuve que falsificar ningun diploma. Mis pobres padres siguen creyendo que, como a tantos, la guerra trunco mi carrera. Pero regrese de Valladolid con algo mejor: la doctrina de Jose Antonio, la ideolog…

– O sea, que no estabas en Getxo -le corto. -No.

– Quiza viniste para matar y regresaste a Valladolid a rematar la chapuza de las papeletas. Los meses son largos, el crimen se cometio el dia siete.

– No me investigues, librero. Pierdes el tiempo. Aunque fuera el asesino…, a ver si me entiendes…, todo quedaria en agua de borrajas. Me gusta tu interrogatorio porque hace que me sienta dentro de la novela, asi que pronto estaria en disposicion de escribirla… Solo que no se como empezar.

Nos hemos detenido, estamos frente a frente. Aunque ha dejado de llover, nuestros paraguas siguen abiertos.

– Tienes negocios con el gemelo vivo, y seguramente ya los tenias con los dos antes de junio de 1935… - digo.

?Por que tarda tanto en responder? Grune una sola palabra:

– Algas.

Cierra su paraguas con brusquedad y lanza un largo resoplido.

– Oi, no hace mucho, algo sobre algas -digo, recordando a Eladio Altube.

Luciano se ha recompuesto y empieza por atacarme levantando la punta de su paraguas para senalar el mio.

– Cierralo, ya no llueve. Y basta de interrogatorio…, aunque no me molesta, tu deber es sospechar de todos. Tanto tu como yo estamos en situacion parecida: los dos ignoramos si el otro es el asesino (te tengo en la lista negra, que te crees), en cambio, cada uno sabe lo que es el… La playa, y en ella dos hombres muy especiales estan viviendo una escena teniendo enfrente la pena en la que, hace diez anos, un par de gemelos lucharon por su vida…

– La pena -digo-. ?La puedes senalar?

Lo hace, empleando de nuevo la punta de su paraguas y diciendo:

– Soy de Getxo… Aunque muchos me habeis desterrado. No me quita el sueno… ?O es un honor?… Asi que dos hombres en una playa… Escribire esta escena como primer ejercicio. Escribire. Aun no he visto lo que tu llevas escrito de nuestra novela. No te apartes mucho de mi.

Mientras se aleja, le veo sacar un cuaderno de un bolsillo de su chaqueta y una estilografica del bolsillo alto. Se sienta en una piedra solitaria, coloca el cuaderno sobre sus rodillas, levanta la cabeza y me mira, perdido. Lo abandono a su suerte y camino hacia la pena.

No se a que he bajado a la playa. Bueno, a recoger el hilo. ?Y si este tipo es el hilo? Lo tengo a mi espalda, bastante lejos, y escribe.

?Que edad alcanzan las gaviotas? Las que planean sobre mi cabeza quiza podrian contarme lo que vieron aquella noche. Pero ?como ver de noche? O lo que oyeron. En las novelas de crimenes, la misma revelacion se, desea de perros y gatos testigos, y, sobre todo, de loros. Y nunca se puede contar con ellos. Mis gaviotas sobrevuelan ahora la pena de modo persistente; no vuelan en largos recorridos, segun acostumbran; es como si quisieran fijar mi atencion en un punto, ese, enviandome que en la pena esta la clave. O es que, simplemente, el mal tiempo las empuja a tierra.

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