En mi regreso rebaso al tipo sentado y con la pluma quieta, y, al alcanzar el madero con la piedra encima, descubro a alguien a lo lejos, que se acerca. Es uno de los esmirriados Etxe, Lucio, que vendra en busca de su segundo tesoro de hoy. Se cubre con un viejo gaban que la mojadura ha convertido en casi negro… Hola, hola, y las insoslayables opiniones sobre el tiempo.
– ?Eh! -oigo. Es Luciano. ?Que hago con el? Corre hacia nosotros agitando al aire su cuaderno. Segundos despues tengo en mi mano su esfuerzo-. Leelo. Ahora.
Lucio Etxe nos mira estupefacto. Me retiro unos pasos y abro el cuaderno. Advierto que Etxe no nos mira a los dos sino solo al tipo.
Leo. Con curiosidad, ?por que negarlo?:
Esto es lo que consigo extraer de un texto emborronado de tachaduras.
– ?Que tal? -Su expresion es lastimera.
Me invade la piedad que ha de existir entre escritores cuando se trata de emitir un veredicto a un colega. Pero mi atencion se desvia hacia los ojos muy abiertos de Lucio Etxe clavados sin pestanear en el tipo…, como si tambien hubiera leido el cuaderno. De pronto, siento su mano tirando de la manga de mi gabardina. Me arrastra unos metros y me mete en el oido:
– Es la cara que vi en la oscuridad aquella noche.
11
El primero en abandonar la playa ha sido Lucio Etxe con su tablon a cuestas: mas de dos metros de largo y no menos de cincuenta kilos hendiendo su hombro izquierdo. Marcha sin aparente esfuerzo, sus pisadas son firmes e identicas contra la arena. ?Como lo consigue un escuchimizado como el?, ?como lo consiguen muchos que levantan de la playa joyas semejantes? Es la simple necesidad, acuciada en esta posguerra.
Me dijo: «Es un mal hombre, nos lo ha demostrado en los ultimos tiempos. No aguanto tenerlo cerca. Agur. Y tu marchate tambien». Le pregunte si estaba seguro de que la cara del tipo era la que vio la noche del crimen, y me contesto con una seguridad escalofriante que si. «?Y hasta hoy no la has reconocido, no has vuelto a toparte con ella? ?Han transcurrido diez anos!» Tuvo un sorprendente ramalazo de colera: «?Se marcho de aqui para preparar la guerra, y cuando regreso nunca lo he tenido tan cerca como hoy!». Quedo agotado y desisti de mas preguntas.
Este intercambio de frases tuvo lugar a pocos metros de la playa, junto a las ruinas del viejo castillo, con Lucio Etxe a punto de emprender la subida del monte hacia la Galea. Yo tome la carretera que me llevaria al alto de Cuatro Caminos y a la vieja herreria del difunto Antimo Zalla, que ahora regenta su hijo Tomason.
El de la camisa azul me sigue a cincuenta metros, como acabamos de pactar. Pretendio pegarse a mi, vivir conmigo las proximas investigaciones y someter a mi juicio las hojas del cuaderno que redacte al termino de cada jornada. No le desanimo mi primer veredicto: «Quiza sea bueno como poesia. Yo escribia asi antes». Fue lo menos ofensivo que se me ocurrio. El tipo puso mala cara: «Solo he tocado la piel de la realidad, pero me metere hasta sus cojones…, gracias a ti. Me refiero a que sere tu sombra».
– Alla tu -me encogi de hombros.
– ?Que te crees? ?Yo tambien quiero novelar para llegar a las masas!
– ?Pues buscate un tema! -Aunque era imposible olvidar que poseia el privilegio de la fuerza, se replego sobre si mismo. Me puse en su lugar, recordando mi reciente pasado, y de nuevo le compadeci-. Al menos, trabaja por tu cuenta en este crimen. Escribe lo que ocurra delante de tus narices. La creacion es un acto solitario.
– ?Me hablas de escribir y aun no he visto una sola pagina de tu novela? ?En que momento del dia escribes?, ?o de la noche, y por eso no lo veo? Ni siquiera llevas un cuaderno para anotar cada jodido momento en el mismo momento. ?Como lo haces, cono, como lo haces?
Lo tuve desmembrado a mis pies.
Ahora vamos los dos carretera arriba -el, a cincuenta metros por detras- hacia mi proximo destino: la herreria de Tomason Zalla. La visita es obligada: Tomason ayudo a su padre Antimo en el aserramiento de las cadenas que fijaban a los gemelos a la pena de Felix Apraiz. Lucio Etxe y el fueron los grandes protagonistas aun vivos de aquella noche, de los que mas revelaciones puedo esperar.
La pequena herreria se encuentra en Cuatro Caminos. Me la anuncia una pareja de percherones atados a su entrada; el ruido de martillazos sobre hierro completan el cuadro. Es una lonja oscura y profunda, en cuyo fondo relampaguea un fuego sobre una cama de brasas. El hombron que machaca una herradura al rojo es Tomason.
– Espera un poco -oigo a mi espalda.
Es Jacinto, su hijo, de menos de veinte anos, transportando una pieza larga, que no es hierro sino madera.
– Si -digo, y me detengo.
– ?Te sigue ese de ahi afuera? Creo que le conozco. Puedo meterle aqui y darle un susto.
– No, no… -me apresuro a pedirle.
– Quieto, quieto -viene una espesa orden del fondo-. Estiba esos troncos.
El hijo, que es tambien un Zalla grande, se pone a la tarea sin chistar. Cesan los martillazos y se me acerca Tomason. Sus manazas me mueven hasta que mi rostro recibe la luz de la calle.
– Eres el hijo de Vicente Bordaberri. Luche con tu padre en los Intxorta. Mi hijo no sabe lo que fue aquello ni lo que pasa hoy. Es joven. ?Que te duele? A lo mejor has venido a secar el paraguas…
– No. Se trata de los gemelos Altube. ?Recuerdas?
– ?Recordar? ?Recordar? ?Como no voy a recordar? ?Vaya pajaros de la hostia! ?Que le pregunten a mi padre si los recordaba, con la averia que le hicieron! -Pero la curiosidad se sobrepone al negro recuerdo-: ?Que pasa ahora con esos dos bichos de los cojones?
– Mataron a uno…
– Si… ?Lastima que no a los dos!
– Lo intentaron y aun no sabemos quien.