– Avisame cuando ese termine su trabajo para darle un abrazo.

– Hay varios sospechosos y tu puedes ser uno de ellos. -Por segunda vez ahoga su cabreo y queda con sus poderosos brazos remangados colgantes-. Un investigador privado, de nombre Samuel Esparta, acaba de hacerse cargo del caso. Soy yo, es mi nuevo nombre. El pueblo no puede seguir ignorando quien lo hizo.

El hijo, Jacinto, se junta al padre y ambos miran al falangista que esta en la otra acera de la calle como un poste de la luz.

– Sancho, Samuel o demonios, te has pasado a Franco -grune Tomason Zalla, y Jacinto Zalla asiente con vigor.

– Mirad mi cara: es un patatal. Ese hombre y otros dos me zurraron ayer.

Sobre el desconcierto de ambos, Tomason Zalla compone una frase dolorosa:

– ?Quieres un asesino? No des mas vueltas, ahi enfrente lo tienes. Se ha hinchado de hacer viudas.

– Entonces, nosotros ensenaremos a esos barbaros lo mucho que nos importa una sola vida humana, la de Leonardo Altube. Devolvamos a Getxo la justicia. -Mi pequeno ardor hace mella en los rostros sin afeitar-. Quiero saber lo que recordais de aquella noche. -Y clavo mis ojos en Tomason Zalla-. Lucio Etxe os saco de la cama y tu padre Antimo y tu bajasteis a la playa a salvar a los gemelos Altube. Me interesa lo que visteis y oisteis.

Los pulmones de Tomason Zalla lanzan al exterior tanto viento como fuelle de fragua.

– Con las prisas y el apuro que nos metio Lucio Etxe, mi padre y los dos ni sabiamos a quien ibamos a sacar… ?Crees que si hubieramos sabido que eran esos gemelos habriamos bajado? ?No por cierto! En el patio de atras aun tenemos el tractor que nos vendieron. Alli esta, mas muerto que mi abuela.

– Creo que los gemelos metieron mucho ruido con aquellos tractores. Ellos trajeron el primero que se vio en Getxo.

– ?El primero y despues tambien el ultimo! -exclama Tomason Zalla-. Y, entre uno y otro, el nuestro. ?Que sinverguenzas! Un par de docenas ya venderian, si, en toda Vizcaya. Eran de un modelo pequeno… ?y todos con defecto de fabrica! No se como se enteraron los jodidos de que en Francia una fabrica apartaba para desguace los que salian estropeados y que un encargado cabron los vendia bajo cuerda a mitad de precio o menos. Los jodidos se los compraban y los traian y los vendian al precio de los buenos. Funcionaban un mes y luego ?crack!, quietos para siempre. Los gemelos nos decian que habiamos tenido mala suerte. ?Con que higados ibamos mi padre y los dos a cortar aquellas cadenas cuando nos subimos a la pena de Felix?

Extraigo de mi bolsillo los dos medios eslabones.

– ?Eran de esta medida?

Tomason Zalla coge las dos piezas en sus manazas y responde rapidamente:

– Si. -Levanta el rostro-. ?De donde has sacado esto?

– De la ferreteria de Joseba Ermo.

– De ese Ermo y de Eladio Altube…

?Me quiere decir algo con sus ojos clavados en los mios?

– Lucio Etxe me conto vuestro meritorio esfuerzo con la sierra en medio del oleaje…

– Primero el padre quiso empezar aserrando la cadena de Leonardo Altube, pero yo le pare el brazo con una mano y puse la otra en la cabeza del jodido que el agua al retirarse ya no dejaba ver, como a la otra. El padre me miro y yo movi la cabeza diciendole: «Este ya esta». Al padre le costo no hacer nada por Leonardo Altube…, ?el mismo jodido que un par de anos atras le habia enganado con aquellos trastos! Y olas cada vez mas grandes reventando contra la pena y cubriendonos.

– Pero luego se retiraban…

– ?Claro! Si no, no habriamos podido trabajar, no eramos buzos… ?Fue la hostia! Y gracias a que el agua bajaba, el podia respirar un rato, pues la mayor parte del tiempo no veiamos su cabeza…, ?pero su hermano estaba peor! No, no fue facil aserrar la cadena de su cuello. El padre y los dos nos turnabamos. La mitad del tiempo estabamos bajo la mar. Rompiamos una hoja tras de otra. ?No las ibamos a romper con los nervios que teniamos viendo bajo nuestras narices aquella cara mas de ahogado que de vivo! El padre y los dos aserrabamos con agua o sin agua, pero las narices de Eladio Altube solo podian respirar en seco.

– Os honra vuestra determinacion.

– ?Quien puso sus vidas en nuestras manos, la Virgen, San Pedro, San Jose o la madre que los pario a todos? Pero ni el padre ni yo nos acordabamos de los tractores.

Por unos momentos queda abatido, como si acabara de revivir aquella prueba. Aunque, si fuera el asesino, no se me mostraria de otro modo; en tal caso, habria sido un colaborador de su padre. ?Tuvieron que vencer la tentacion de simular que se afanaban por salvarlo?

– Retrocedamos… ?Era ya de noche cuando llegasteis con Lucio Etxe?

– ?De noche? Tenia que ser. Pero de noche o no, habia niebla muy cerrada.

– Tu padre, tu y el Etxe… ?visteis a alguien mas?

– No.

– ?Y oisteis?

– ?Oir? La niebla es un colchon para los ruidos.

– ?Ningun paso en la arena mojada?

– ?Pasos? Los unicos locos eramos los tres.

– A Eladio le llevariais el primero a la arena…

– Si, al vivo -responde Tomason Zalla con viveza.

– Alli esperaba Lucio Etxe…

– Lloriqueando.

– Y vuelta a la pena.

– Habia que ir.

– Si, claro, habia que ir. Y no os habiais equivocado con Leonardo…

– Estaba mas ahogado que una alpargata.

– ?Por donde le cortasteis a uno y a otro la cadena?

– Por el cuello. Los collarines.

– De modo que alli quedaron las cadenas sujetas a la argolla de la pena por el candado grande.

– Si, alli quedaron hechas un gran nudo.

– Pero luego, al dia siguiente o cuando fuera, el juez ordenaria desprenderlas de la argolla y de nuevo entrariais vosotros.

– Nadie nos llamo para las malditas cadenas. Algun dia despues supimos que habian desaparecido.

– ?No me jodas! -exclamo. Esas cadenas no fueron muy recordadas en los anos siguientes, aunque siempre se penso que descansaban en algun almacen judicial-. ?Que mas paso aquella noche?

– Yo subi al pueblo en busca del medico -dice Tomason Zalla-. No se para que: tumbados en la arena teniamos a dos, uno bien muerto y el otro aun vivo. Pero es que Lucio Etxe se habia empenado: «Nosotros no debemos tocarlos», decia.

– ?Que medico?

– Don Julio Inchauspe.

Pienso que ya me ha dicho todo lo que sabe… o lo que me quiere decir. Estorbo, he interrumpido su trabajo.

– Gracias, me habeis ayudado mucho.

– Ayudado… ?en que? -pregunta Jacinto Zalla secamente.

Carraspeo y mi mirada salta de uno a otro.

– Investigo el crimen de Leonardo Altube, ya os lo dije.

– Tambien nos dijiste que no eras policia -grune Tomason Zalla-. ?Eres de alguna compania de seguros? A lo mejor, Eladio Altube quiere cobrar a alguien por su hermano muerto.

– Quiero hacer lo que la policia no hizo hace diez anos.

– Con corbata y sombrero -dice el hijo, y sus labios mas bien dibujan una sonrisa ironica que otra cosa.

– Gracias otra vez.

Luciano me corta el paso en la calle. Su macabro bigotito corona una sonrisa confidencial.

– Lo he visto todo, no he oido nada, el misterio es de lo mas prometedor.

– El misterio siempre es lo principal.

– Hare lo mismo que tu: entrar e interrogarles.

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