camisa y camiseta para sacarlas de la cintura del pantalon y ofrezco a esta mujer mi torso desnudo, del que nunca, la verdad, me he sentido muy orgulloso. La mano derecha de Koldobike friega mis centimetros cuadrados con una energia tan suave como una caricia.

Le entrego mi espalda y Koldobike aprovecha a conciencia la ocasion. Me habia desentendido de una carne golpeada que las fricciones rescatan de una irrealidad sin dolor. Ahora es cuando maldigo al falangista y, conseguido el equilibrio espiritual, me abandono al cansancio de mis ojos.

Me incorporo abruptamente, como en pecado. Esta oscuro, pero a mi derecha, en el suelo, hay una barrita de luz.

– ?Koldobike -grito-, tengo que hablar con el medico, con don Julio Inchauspe!

La barrita de luz crece hacia arriba hasta convertirse en una plancha cegadora.

– Has dormido tres horas, las que te hacian falta. -Koldobike esta recortada en el umbral-. Sal y te cuento.

Se retira. Me habia echado encima mi propia chaqueta. Al salir del sofa y ponerme en pie quedo fuera del trastero. En el bano me remojo la cara.

– Estuvo otra vez el tipo que patea Getxo. Buscaba algun libro en el que, por casualidad, aparezcan distancias medidas en pasos. Se llevaria un disgusto si aparecieran. Quiere ser el primero. Me trajo una lista. «Quedatela», me dijo, «yo tengo otra. Busca, investiga, portate como una librera de verdad.» ?No tengo otra cosa que hacer! Escucha: «Blason de la anteiglesia de Getxo», del marques de Ciadoncha, articulo de una revista. Un paseo por Las Arenas y Algorta y El alcalde de Tangora, los dos de Rochelt. Ademas, se ha enterado de que un trinitario llamado Gorostiaga esta escribiendo una historia de Getxo y nos encarga que le preguntemos si mide las distancias en pasos… ?Que te parece?

– Tengo prisa.

– ?Para que quieres ver a don Julio? Mejor si vas derecho a casa y enciendes las velas.

– Estuvo alli aquella noche. Mis ojos no estuvieron y si los suyos. Quiza vio mas de lo que vieron Lucio Etxe y los herreros.

– Y el bicho, el falangista.

– La verdad es que estoy hecho un lio y necesito un soplo de aire.

Don Julio Inchauspe vive hacia la mitad de la Avenida de Larragoiti, la larga via que atraviesa Algorta. Espero que los enfermos no le hayan obligado a salir. ?Quien del municipio de Getxo no ha sido tratado, diagnosticado, medicado o, al menos, recibido o por recibir su certificado de defuncion? Por el callejon entre una casa y la vecina penetra el olor a marisco que desprenden las bajamares de Ereaga. Acaban de encenderse las luces en las calles.

Primer piso. Levanto la pequena aldaba. Esta. En la salita de espera me anteceden tres personas. Don Julio tendra unos cincuenta y cinco anos, es de una cordialidad silenciosa y los farmaceuticos entienden a la primera la letra de sus recetas. Me estrecha la mano antes de sentarse tras la mesa.

– Hola, Sancho. Te recuerdo mas por librero que por enfermo.

?Por que razon no va a resbalar su mirada por mi traje, la corbata y el sombrero ya en mi mano?

– Usted ni se imagina por que estoy aqui -empiezo, sin sentarme aun-. En Getxo se cometio un crimen hace diez anos y aun sigue impune.

– Si, lo recuerdo, en la playa -dice, parpadeando. Creo que advierto en el cierta alarma-. Si, unos gemelos, uno de ellos… Pero, sientate.

Le obedezco.

– Usted nos compra novelas…

– Solo de tarde en tarde.

– Recuerdo que una vez se llevo El halcon maltes.

– Ah, si… Me atrae mucho la ficcion fuerte.

– Pues lo que yo quiero hacer aqui no es ficcion sino realidad. -Simplemente, no me comprende-. Me he convertido en investigador privado.

– Muy interesante…

Piensa que estoy loco y estara pulsando un timbre de alarma bajo la mesa.

– A usted le avisaron aquella noche y bajo a la playa y tuvo que ver muchas cosas.

– Mas bien, madrugada.

Se acuerda.

– ?Le importaria reproducirme aquella escena? En estas novelas alguien tiene que molestar con preguntas.

– ?Novela?… No, no me molestan tus preguntas. Es muy de agradecer tu vocacion de justiciero. Es simpatica.

– No me mueve la justicia sino la literatura.

Sospecho que su dedo aun sigue en el boton de alarma. Pero se levanta y en tres pasos se detiene frente a los cristales de un balcon cerrado para rascarse la frente mientras contempla la incipiente oscuridad.

– Si, claro que me acuerdo, y te doy las gracias por hablarme de ello, porque estallo la guerra y el episodio quedo enterrado. Y no es justo que quien intento matar a dos muchachos, y tan cruelmente, aun siga libre. Suponiendo, claro, que haya sobrevivido a la guerra. Los medicos somos testigos de muchas miserias, pero aquello era distinto, no fue un accidente. -Se vuelve, su rostro severo se ha afilado aun mas-. Habian tendido a los dos en la primera arena seca, uno al lado del otro, como si los dos fueran cadaveres. Pero el de la derecha gemia, barbotaba y los ojos se le salian de las orbitas de puro terror. «Es Leonardo Altube», me dijo el difunto herrero Antimo Zalla, que aun sostenia la sierra en una mano. Y anadio: «Se lo he preguntado».

– Le diria que es Eladio Altube -apunto.

– No, Leonardo, no me equivoco: Leonardo… Yo mismo se lo preguntaria mas tarde… Empece a trabajar sobre el otro, practicandole la respiracion artificial, el boca a boca, las presiones… No lo recupere. Me di por vencido. Fue muy duro. En casos asi, el medico se siente responsable del fracaso. Me conmovio su rostro de nino abandonado. Aunque no me podia oir, tuve que enviarle un «lo siento mucho, Eladio».

– Era Leonardo.

– Espera, espera… Al arrodillarme ante el otro, agitado por escalofrios de terror y con las facciones desencajadas, le abri la empapada ropa del pecho y me incline sobre sus labios, de los que salia un gorgoteo ininteligible, por saber si ventilaba, le tome el pulso en el cuello, le pregunte mecanicamente como se llamaba, por calibrar su estado neurologico, y en el fluir del gorgoteo crei escuchar el nombre de Leonardo saliendo de aquella caverna exhausta. -No me atrevo a llevarle por tercera vez la contraria-. Antimo, Etxe y yo permanecimos largo rato junto a ellos…, el joven Tomason aporreo mi puerta a las tantas y llegue a la playa no menos de dos horas antes que el juez y la policia. Mas tarde subimos a Eladio a su casa en una acemila que trajo alguien…

– ?Bueno, al fin, Eladio!

– Ah, si… Resulta que cambio cuando entre Antimo y yo lo cargabamos sobre el animal. Le dije: «?Arriba, Leonardo!». La noche habia sido terrible, pero de ella lo que no olvidare mientras viva fue la mirada que me dirigio y sus palabras: «No se burle de nosotros, senor medico. ?Le hace tanta gracia ver a mi pobre hermano ahi tirado como un madero? ?Con que trajes de hierro les visten a ustedes?», me echo a la cara. Me quede de piedra. Antimo acudio en mi ayuda y pregunto a…, a quien todavia no sabiamos quien era: «?Quien cono eres?». Nos contesto lloriqueando: «?No me teneis delante?, ?no veis que soy Eladio?». Antimo le fue a replicar, pero callo a una senal mia. Ignoro la explicacion que se daria a si mismo el herrero de aquel cambio; la mia fue muy sencilla: habiamos entendido que la repeticion de su nombre, Eladio, a nuestro requerimiento para que se identificara, en realidad no fue mas que un lamento por su hermano muerto tras una horrible agonia de la que habia sido testigo demasiado proximo y forzado: «Eladio, Eladio, Eladio…», una oracion musitada ausente del entorno. ?Que dolor se le podia comparar?

– Y aun mas terrible si se tratara del resultado de un plan concebido por los propios gemelos para conmover los corazones de Getxo. Pues alguien sospecha que pudo ser un atentado de pega.

Don Julio viaja del balcon a su asiento con la incredulidad colgada de su expresion.

– ?Que disparate! -exclama-. Solo a un demente se le puede ocurrir algo asi.

– Pero no contaron con las veleidades de la Naturaleza.

– Parece que no rechazas esa broma…

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