pleito por el solar de la Elia, que se marcharon a las Americas cuando ganaron los Nacionales.
– Este tiene un aire mas senor que aquellos Rodrigones, que todos fueron carne de cepa… Uno de ellos andaba desnivelado de hombro, como si fuera a caerse. ?No te acuerdas?
– Anda, anda, lo cierto y fijo es que no lo conocemos, porque el hablar de aires es hablar de la mar. Y el senor Plinio, ?a que si? – dijo mirando al guardia-, lo que desea es certificacion cierta del endividuo.
Plinio sonrio como asintiendo y las dos mujeres salieron en el tren de la cola con su parla entreverada de Rodrigones y Migas esfumados, segun decian.
Al cabo de un buen rato de desfile sin relieve, un guarda jurado llamado Anastasio, famoso por sus bravatas, con el sombrero hasta los ojos y la boca de raja de melon, vestido de uniforme de pana con vivos rojos, destacando su autoridad, se salio de la cola al pasar ante Plinio y le dijo en tono confidente:
– Yo se quien es el finado.
– ?Seguro?
– Seguro como que estamos aqui ahora mismo.
– ?Quien es?
– Un forastero que estuvo en el pueblo la ultima feria. Lo vi muchas veces pasear solo, mirando a todos lados con curiosidad, chateando a menudo; no hablaba con nadie. Era alto, con el aparejo de este. Mu serio y bien trajeao.
– ?Donde vivia?
– No se que decirle. Siempre me lo encontraba por la calle, sin prisa y sin compania.
– ?Y no lo habias visto antes?
– No, pero como la feria pasada holguee toda la semana, lo vi con mucha repeticion, y como mi vista es buena se me quedo bien grabado. Ahora nada mas entrar y ver el muerto, se me revino a los ojos la imagen de aquel.
Plinio le dio una palmada en la espalda en senal de despedida y Anastasio marcho repleto de orgullo.
– Yo lo apunto todo, Manuel – dijo don Lotario guinandole el
– Hace usted bien.
Seguia la cola por la amplia sala, y Plinio de vez en cuando se salia a respirar un poco.
Por los paseos del Cementerio arriba seguia subiendo gente engalgada por la bacineria.
Una de las veces que
– ?Ay, padre mio! ?Ay, padre de mi vida! ?Tanto tiempo esperandote y luego, mira! ?Ay!
Dos hombres forcejeaban para levantarlo:
– Pero, venga, muchacho, que retahila es esa. Si tu padre no es este ni por sueno.
– ?Que si es, que si es! – gritaba el mozo sin dejarse arrastrar.
Por fin, casi a empujones, lo sacaron del Deposito y lo sentaron en una silla rasa que por alli habia.
El mozo, despechugado por las ansias, lloraba con ambos punos en los ojos y ensenando sus dentones amarillos.
– No le
Uno de los que asistian al lloron le puso un cigarro en la boca, se lo encendio con su chisquero y casi por ensalmo el
Alguien volvio a repetir que tenia aire de
Hacia mediodia, de todas las declaraciones espontaneas, la unica que parecia haber escamado a
Luego llego el escultor Calixto en bicicleta, con los apanos para hacer la mascarilla en una caja de carton que traia amarrada al
– Ya estoy aqui, Jefe.
– Tendra usted que esperar un poco a ver si se aclara esto… Supongo yo que a la hora de comer remitira la parroquia. Y podra usted trabajar a gusto.
– No faltaba mas. – Y apoyando la bicicleta en la pared se puso a contemplar el paisaje dando paseillos cortos.
Luego sacaron a una moza mareada. La sentaron en la silla y le humedecieron la frente con un panuelo. Estaba completamente palida y con un cierto sudor.
Cuando al fin abrio los ojos pregunto que le habia pasado. Se reanimo, y del brazo de otras dos marcho caminando despacio.
… Hacia la una del dia empezaron a clarear las visitas.
– ?Cono, que incertidumbre!
– ?Que te pasa, Antonio?
– Que no se si quedarme ahi dentro viendo al Calixto hacer la mascara o que nos fueramos a tomar unas cervezas fresquitas.
– Tu veras. Don Lotario y yo nos apuntamos a las cervezas.
– Pues eso.
Tomaron el 'seiscientos' y tiraron hacia el pueblo.
– Vamos al otro casino, al de Tomelloso, que no habra gente a estas horas y podamos estar tranquilos, digo yo – sugirio Antonio.
– Si. Mejor sera.
– Tengo metido en el colodrillo la cara del muerto de la puneta. Como que desde ayer tarde no he mirado otra cosa…
El salon del Casino de Tomelloso estaba vacio, como esperaban. Pascual, el camarero, unico viviente, dormitaba en un sillon. La luz refina que se filtraba por los cristales esmerilados de la montera, obra maestra de Luis el del 'Infierno' en sus anos de plenitud, cuajaba un ambiente suave, de sol invernizo, delicado.
Se sentaron los tres hombres bajo el espejo de la izquierda, y como Pascual no despertase con el ruido que hicieron al entrar, se pusieron de acuerdo para dar palmas a la vez a ver si conseguian aventar el modorro que tenia tan derrotado al camarero.
Este, al oir los multiples y esforzados aplausos, dio un respingo cachorril, se restrego ambos ojos con iguales manos, y luego de orientarse de que parte del gran salon le venia el manoteo y la guasa, se puso el pano al hombro, tomo la bandeja bajo el brazo como un broquel y fue hacia ellos.
– ?Venga, chico! – le dijo
– ?Que va!, estuve de vela por el punetero del muchacho que lloro hasta el amanecer. Ha llegado tardio, pero con unas ganas de pasacalle que
Luego que trajo Pascual las jarras de cerveza y unas gambas a la plancha, los tres hombres se aplicaron a ellas con gran gusto. Saco luego
Al verlos sentados bajo el espejo, puso cara de gusto:
– Menos mal que les encuentro – dijo a manera de saludo.
– ?Pues que pasa? – le pregunto
– Nada, hombre, un negociejo que se me ha ocurrido.
– Sientate, negociante – le dijo