ordenar las roscas sobre el marmol del mostrador.

– Venga,Manue de mi arma y desayune presto, que voy a serra en seguidita, porque tengo que ir corriendo a ver ese muerto tan precioso que teneis ustedes en el escaparate… ?vamo!, digo. Ya lo puede mandar el seno Jue o el sursum que mi menda no ve mas muertos que los de la familia… mu cercanita… Esto e Manue, se lo dice la Rocio, lo nunca visto. ?Desde cuando se llama a un pueblo entero a ve un fiambre? Estais ustedes majaretas perdios.

– Venga, venga, ponme el cafe y calla. Tu que sabes.

– Claro que se. Y esoe una demasia… Amas que me tie uste mu desilusiona. ?De cuando aca ha necesitao uste que le digan quien es el muerto? ?Es que no tiene mas talento que Cardona pa adivinarlo toito sin necesidad de poner bando? Asi da gusto. Que le digan a uste quien es el muerto, quien lo mato, quien lo trajo y donde estan los asesinos… y a cobra que son dos dias.

Entraron dos mujerucas hablando tambien del muerto, y la Rocio hizo punto quedandole cara de rafita.

La verdad es quePlinio, a pesar de estar tan acostumbrado a las bromas de la Rocio que tanto le queria, esta vez quedo un poco mosqueado.

La bunoleria se llenaba de gente y don Lotario no venia. Quien si llego y con los ojos sonolientos, fue Calixto el escultor – que ya estaba en el pueblo de vacaciones – con Albaladejo el fotografo. El hombre entro con su sonrisa angelica, gorda la cabeza, largo el pelo y la corbata de lazo hecha con una cinta negra muy estrecha.

– Me ha dicho Albaladejo – espeto el escultor antes de salular – que va a hacer unas fotografias al difunto y he pensado que yo podria sacarle una mascarilla. ?Que le parece, Manuel?

– Por mi no hay inconveniente. Supongo que el medico no pondra reparo.

– No, ya hable con el.

– Pues bueno. Haz la mascarilla.

– Entonces voy ahora mismo a por los preparativos.

– Muy bien.

Y salio sin mirar a nadie, obsesionado.

Albaladejo, con las camaras colgadas del hombro, pidio un cafe con churros. Y apenas comenzo su parla con el Jefe, el coche de don Lotario paro en la puerta. El hombre venia radiante.

– A los buenos dias. ?Sabes lo que he echado en el coche, Manuel? Un bloc.

– ?Para que?

– Para tomar nota de los comentarios interesantes que hagan los visitantes del muerto – y miro a Plinio con aire de cuervo dotado del don de la risa.

– Me parece muy bien.

A la Rocio se le notaba gana de meter baza, pero era tanta la demanda de churros y bunuelos, que en otros sitios llaman porras, cohombros y tejeringos, que no se daba abasto.

Cuando el fotografo acabo su colacion y dejaron los dineros sobre el marmol grasiento, tomaron soleta.

– ?Adios, linces…! Lo mejo sera que resusiteis ustedes al muerto para que les diga quien es – les grito la Rocio.

Plinio, desde la puerta, se volvio y le hizo con cierto disimulo un corte de mangas. Ella quedo riendo tanto que le saltaban las lagrimas.

Camino del Cementerio vieron a numerosos madrugadores que ya acudian al reclamo del pregon.

– Yo no se, Manuel, si saldra algo de este concurso publico, pero va a ser mas divertido que una boda.

En el zaguan del Cementerio esperaban algunos curiosos. Matias no habia querido abrir la 'Sala Deposito' hasta que llegaran las autoridades. Los que alli estaban se volvieron al ver al Jefe.

– Abre, Matias, y que no entre nadie hasta que hagamos las fotos.

Maleza y dos guardias llegaban aspeando campo traviesa.

Plinio espero a que estuvieran a voz.

– Conforme vayan llegando que formen cola para entrar en el Deposito.

– Si, Jefe.

– 'Este no marra una…' 'Este lo saca todo…' 'Sabe mas que Lepe…' 'Si hubiera tenido cuartos, otro gallo le cantara…' – comentaban los curiosos al oir las ordenes dePlinio.

Manuel y don Lotario entraron con Albaladejo. El camposantero abrio bien las contraventanas del Deposito y el gran cuarto se anego de luz.

El fotografo quedo mirando muy astuto el cuerpo que yacia sobre la piedra. Hubo un momento que parecio que Albaladejo iba a decir algo, pero debio pensarlo mejor, y sin mas dilacion, preparo los trebejos.

– Hazle varias de frente y perfil a distintas distancias… Y esmerate, que tu obra va a salir en todos los periodicos de Espana.

– Si, Jefe.

Y el punetero del fotografo empezo a 'flashear' por uno y otro lado con mucha dinamica y flexiones de piernas.

En un rincon estaban todas las maderas del embalaje, quePlinio se entretuvo en mirar y remirar.

Llamaron en la puerta con los nudillos y abrio don Lotario. Erael Faraon con su mujer y una hija, que entraron con gran respeto.

– A los buenos dias… que traigo a las mujeres por si ellas, que son mas fisgonas, pudieran dar senal.

Las dos miraron al muerto, entornando los ojos la madre y abriendolos mucho la moza, durante un buen espacio.

– ?Que? – les preguntoel Faraon.

– No loconozgo – dijo la mujer.

– ?Y tu, Fuensanta?

La moza meneo la cabeza sin decir palabra.

– Pues viaje perdido.

– Daremos, si no, un paseo por el cementerio ya que hace buenoraje.

– Hala, como querais.Veis con Dios.

salieron las dos sin apenas saludar.

– Yo creo que ya tengo fotos para una exposicion.

– Pues anda, correy revelalas al contao. Y en cuanto esten, las llevas al Juzgado.

– Vale. Hasta luego.

y salio el hombre, sujetandose las camaras al costado para que no le haldearan.

A la luz del sol aPlinio el muerto le parecia mas distante que con las sombras de la noche anterior. Le daba la impresion de algo inasible y hermetico. Nunca habia sentido con tanta intensidad la indiferencia y cosificacion que sugiere un cadaver.

– Venga, Matias, abre. Que entre el personal.

Y en una fila muy bien formada empezaron a entrar gentes, que muy despacio iban dando la vuelta a la mesa de autopsias hasta salir de nuevo por la misma puerta.

Don Lotario, bloc en mano, esperaba las declaraciones.

Plinio tambien se quedo junto a las tablas observando a los que llegaban, que por cierto todos arrastraban los pies. La mayor parte eran mujeres que solian persignarse al pasar ante el cuerpo. Tambien habia mozuelos y algunos viejos.

– Tiene el aire de los Migas-dijo una mujeruca de panuelo negro a la cabeza, luego de acercarse mucho a la cara del cadaver.

– ?Que Migas quedan vivos de esta edad? – pregunto la que iba tras ella, una gorda desenvuelta.

– Hija mia, yo no se si quedan Migas vivos o no, pero bien que los recuerdo. Y tenian todos esta cama de nariz y un solar de cara tan alongado como el de este cristiano que Dios haya.

– Antes que a los Migas, me recuerda a mi a los 'Rodrigones', aquellos de la quijada tan caidona, los del

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