Alcanices era un menestral muy emprendedor.
– ?Y vienes a pedirnos financiacion? – le pregunto
– Nada de financiacion. Vengo a pedirle permiso a usted, Jefe.
– ?De que se trata?
– Poca cosa, pero que puede dar hilo… Vera usted: he visto al artista Calixto haciendo la mascarilla del difunto anonimo y me ha dicho que usted le autorizo.
Entonces yo he pensado que me hiciera a mi una copia. Y ha dicho que si. ?Sabe usted para que?
– No. ?Para que?
– Para fabricar caretas, hombre de Dios. Si esta claro.
– ?Caretas de mascara?
– Quiquilicuatre.
– Pero, oye,
– No importa.
– Si importa, porque en carnaval ya se habra olvidado todo el mundo del cadaver anonimo, como tu dices.
– ?Que tendra que ver una cosa con otra? A la gente, ?comprende usted?, le esta haciendo mucha impresion este muerto… Maxime que lo va a visitar medio pueblo… Y un recuerdo de estas cosas siempre gusta. Y, claro, como las mascarillas son muy caras, pues la gente comprara caretas…, que el ponerselas o no ya es otro cantar.
– ?Entonces, tu crees que pones en el mercado un puesto de caretas en pleno junio y te las quitan de las manos? – dijo
– Como rosquillas, si senor. Yo conozco la fantasia funebre de la gente.
– Alla tu. Pero yo no lo veo claro.
– Usted, Jefe, ?me autoriza o no me autoriza?
– Yo si; no faltaba mas. Pero piensalo.
– Esta
– Pero, hombre, mascarero, tomate una cana.
– Se agradece. ?Abur!
Y salio de pira.
– ?Anda con Dios! Va como si ya las tuviera en el horno.
– ?En el horno? – pregunto
– Es un decir.
– Esta el pobre como una turbina. Las muertes misteriosas sacan a la gente de quicio.
Consumidas las cervezas y las divagaciones sobre el negocio de las caretas que se prometia el industrial Alcanices, decidieron irse a comer.
– Manuel, te encuentro muy raro en este caso.
– ?Raro?
– Si. Lo estas tomando como a chacota. No entras en el seriamente, salvo que me estes enganando.
– ?Que le voy a enganar! Y de chacota, nada. Sencillamente es que no se por donde meterle mano. No hay carne que sajar. Estoy con las narices abiertas esperando que me llegue algun viento aprovechable… Creo que estamos operando como requiere el caso, pero hasta ahora no pinta el juego… Este negocio no ha dado la cara todavia, sin duda porque en el hay algo raro, algo fuera de logica.
– En fin, como tu quieras.
– De verdad, don Lotario, que estoy
– De verdad, Manuel, que tampoco te interesa mucho el muerto.
– Ni me interesa ni me deja de interesar. Que no lo entiendo, eso es todo.
El veterinario hizo un gesto ambiguo. El Jefe, sonriendo con aire comprensivo, entreabrio la puerta del coche y dijo a manera de saludo:
– Bueno, en comiendo nos vemos en el San Fernando a tomar cafe.
En el Casino de San Fernando, a la hora del cafe,
Antonio, a su vez, con mucha calma y entre sorbo y sorbo de cafe, contaba los accidentes de la jornada. Lo del mozo que decia que el muerto era su padre. Lo de Alcanices, el de las caretas… El hombre estaba euforico y se las prometia felices en los dias que podian faltar hasta dar a su muerto el destino final.
– De verdad que no va a haber otra feria como esta en mucho tiempo. ?Que tiberio!
En estas estaba cuando llego Albaladejo con copias de las fotografias que habian enviado a 'Lanza', el diario de la provincia. Primero se las mostro al
Albaladejo, al observar el rumbo tan torcido que podia tomar su pensado negocio, dijo con alarma:
– Paso a paso, senores. De escaparate solo esta. Las demas, a tres duros la que tiene el muerto de frente y a dos duros la que lo tiene de perfil.
AI oir lo de los duros, se retrajeron las peticiones y surgieron algunos comentarios defensivos: 'Quiere comerciar con el fiambre, el punetero retratista'.
– Cada cual a lo suyo, mangas verdes – dijo al comentarista.
y lejos de amilanarse, se crecio. Y subiendose a una silla empezo a vocear con energia inesperada:
– ?Fotografias del muerto! ?Quien quiere? A tres duros las de frente, a dos las de
– Venga, dame a mi una de cada postura – dijo
– Dos para don Antonio. ?Quien quiere mas?
Y poco a poco, aunque con bastante reuma, comenzaron a menudear los compradores. Algunos se quedaban indecisos, asomandoles el canto de la moneda entre los dedos y el bolsillo, con el entrecejo calculador. Otros parecian decididamente remisos y bajaban los ojos desentendiendose de la oferta. Los mas pillos procuraban verlas gratis sobre el hombro del comprador que tenian mas a mano.
Llegaron
– Las efigies… Aqui estan las efigies.
– ?A que ha salido muy propio?
– Desde luego no ha salido movido – dijo un chusco.
Con la llegada del Jefe y de don Lotario se animo el corro de la bolsa fotografica y habia demanda por todos los flancos.
Albaladejo parecia que venia forrado de retratos, porque se los sacaba de todos los bolsillos y pliegues de su cuerpo.
– ?A diez y a quince!
– ?Se acabo lo que se daba! – dijo Albaladejo tambien pimpante-. Me voy al