Deposito que daba al patio del cementerio, dos pajaros se arrullaban con tierna alegria.

Las tres senoras, despues de largos minutos, concluyeron el Rosario con no se cuantos postres y recomendaciones; se persignaron de manera enfatica, y apoyandose un poco bastante la del centro, que era la mayor, en las que le hacian escolta, todas tres se pusieron en pie, con chusca unanimidad. Todavia, antes de dignarse mirar a los que esperaban, se sacudieron cumplidamente con la palma de la mano el polvo del suelo que quedo en sus negrisimos vestidos. La del centro guardo el Rosario en una bolsita pequena que saco de un bolso grande. La torno a meter y a cerrar el bolso con seco chasquido metalico.

En el momento que ya parecio que no les quedaba nada por hacer, la del centro, siempre la del centro, mujer de unos sesenta y cinco anos, pelo gris, traje hechura sastre, ojos negros, nariz recta, boca fresca todavia y gesto mandon, pregunto con voz energica y sin mas preambulo:

– ?Es usted el Jefe Manuel Gonzalez?

– Para servirla.

– Yo soy Angela Martinez Montorio y Rivas del Cid.

– Mucho gusto. Aqui don Lotario Navarro, mi amigo y colaborador.

Dona Angela respondio a esta presentacion con un leve movimiento de cabeza y anadio:

– Mi hermana Paloma.

La aludida, que tenia los mismos rasgos que la presentadora, pero como abocetados, sin fibra, tambien cabeceo.

– Y mi hermana Maria Teresa.

Era gordita, muy peluda, mas que cuarentona. Y sonrio, alzando una gruesa berruga que le manchaba la mejilla.

– Este cuerpo – continuo dona Angela cuando concluyo las presentaciones, con voz solemne y grave como si estuviera haciendo la ofrenda a Santiago Apostol – es del que fue mi esposo, el doctor Carlos Espinosa.

Y quedo mirando fijamente al guardia para ver el efecto de su decreto.

– Ya me ha dicho algo el senor alcalde…

– Bien. Entonces sobran palabras. Deseo que me autoricen legalmente el traslado del cadaver. Pedire a Madrid un coche celular y lo enterraremos definitivamente en nuestro panteon familiar.

Plinio compuso el gesto como para responderle con mucho comedimiento, pero no le fue posible, porque antes que despegara los labios, dona Angela Martinez, sacando de su gran bolso de mano varias fotografias, se las ofrecio al Jefe estirando mucho el brazo donante.

– Aqui tiene usted las pruebas irrecusables.

Plinio, ya en el juego, la dejo asi, con la mano extendida, mientras, con gran parsimonia, saco las gafas de su estuche, reembolso este, destumbo las patillas y se las colgo en la nariz. Solo entonces tomo las cartulinas. Y poniendoselas de modo que pudiera verlas don Lotario, empezo a mirarlas y pasarlas con gran cuidado.

En ellas aparecia, con distintas edades, pero no mas de cincuenta anos, un caballero alto, bien formado, de nariz algo aguilandera y boca grande. En la ultima de las fotos, sacada de una revista, el doctor Carlos Espinosa, como de unos sesenta anos, tenia el pelo blanco.

– Creo que no hay ninguna duda – dijo dona Angela expeditiva.

Iba Plinio a replicar cuando se abrio la puerta del Deposito y aparecio don Saturnino con la cartera bajo el brazo, la frente perlada de sudor y el gesto desmayado.

– Ya me ha explicado el alcalde en el casino y luego me llamo el Juez… Esta tarde que me pensaba ir al monte – dijo a manera de saludo.

Plinio, sin mas ceremonias, le largo las fotografias de dona Angela.

– ?Se puede saber quien es este senor? – pregunto la viuda a Plinio con aire de reproche.

El medico levanto los ojos de las cartulinas con poca simpatia.

– Don Saturnino Oropesa, el medico forense.

– Ya.

El aludido continuo su cotejo sin decir palabra y mal sosteniendo la carterilla bajo el brazo.

– Algo se parece – musito el forense.

– ?Es!

– Mire, senora – dijo el medico devolviendole las fotografias y con muy mal cafe -; el identificar el cadaver de un senor que pudo haber muerto hace quince dias, sin mas testimonio que esas fotografias es muy dificil.

– Entonces, digame usted un medio mas eficaz de identificacion.

– Que usted me mostrase fotografias de este senor a la edad que ha muerto. Su marido, segun estas fotos que acabo de ver, representa muchisima menos edad que ese cuerpo. Yo no le niego que sea, pero no tengo base suficiente para certificar la verdad.

– No lo comprendo.

– Es muy facil. Como su esposo que era, ?puede usted indicarme alguna senal, cicatriz o deformacion de su cuerpo que podamos verificar ahora mismo? Digame.

Dona Angela quedo pensativa, mirando al suelo.

– Otra manera, la verdaderamente legal de comprobar las cosas, es que usted nos demuestre con pruebas irrefutables que ese cuerpo es del doctor Carlos Espinosa – dijoPlinio.

– ?Le parece prueba mas irrefutable que lo diga yo, su esposa, y estas senoritas, sus cunadas?

– No basta… Vamos a ver. Admitamos que es su marido sin mayor examen. Primer punto a aclarar: ?Como llego aqui su cuerpo? – siguio Plinio.

– No tengo la menor idea.

– Pero… ?Si sabra cuando y donde murio?

– No.

– ?No vivia con usted?

– no.

– ?Donde vivia?

– Es una historia muy larga.

– Pero habra que saberla.

La senora respiro con profundidad y, como tomando una grave decision, dijo:

– Si no hay mas remedio se la contare a ustedes… Pero en otro lugar un poco mas confortable. ?No les parece?

– Muy bien – dijo Plinio, animado al ver que dona Angela se humanizaba-. ?Donde?

– Supongo que habra por aqui cerca algun sitio donde podamos estar tranquilos y libres de curiosos.

Maria Teresa, la gordita, dijo algo casi al oido de su hermana.

– Maria Teresa lleva razon. Podemos ir al Parador de Don Quijote, donde nos hemos hospedado, ahi en Argamasilla, si a ustedes no les importa salir de su pueblo.

– De acuerdo. Pues vamos. Alli nos encontraremos – animo Plinio.

Y sin mas dilacion salieron del Deposito. Ya habia bastante gente aguardando para la visita. Los periodistas se acercaron al Jefe.

– Ya pueden ustedes entrar – les dijo sin mas explicaciones.

Maleza y el Faraon estaban a la espera. Hicieron ademan de acercarse a Plinio, pero este les contuvo.

– Estamos en el Hostal de Argamasilla. Volveremos pronto.

– Esta buena la gordeta – dijo Anacleto al Faraon al ver salir a las tres senoras.

– Hombre, ?tanto como buena!, no se que te diga.

Arranco el 'Seiscientos' del veterinario con Plinio y el medico, que no queria perderse la historia. El 'Jaguar', conducido por el chofer de uniforme, salio inmediatamente.

– Si, senor, esta buena, y ademas se tima la jodia – insistio Maleza.

– Tu suenas, muchacho.

Llegaron en cinco minutos a Argamasilla de Alba. Aparcaron los coches frente al Hostal. Y ocuparon sillas metalicas junto a una amplia mesa que habia en la fresquisima glorieta publica que servia de terraza. Apenas habia gente y la proximidad del Guadiana que cruza el pueblo, aunque con poquisimos animos, oreaba el ambiente.

Las tres hermanas Martinez Montorio y Rivas del Cid se sentaron juntas, como en tribunal, presidido, naturalmente, por dona Angela.

Вы читаете El reinado de witiza
Добавить отзыв
ВСЕ ОТЗЫВЫ О КНИГЕ В ИЗБРАННОЕ

0

Вы можете отметить интересные вам фрагменты текста, которые будут доступны по уникальной ссылке в адресной строке браузера.

Отметить Добавить цитату