palabra de senora.
Plinio se paso la mano por la boca, se rasco luego la cabeza con la misma mano que se alzaba un poco la gorra y dijo con palabras muy lentas y entonadas:
– Comprendera usted, senora, que los tomelloseros no tenemos el menor interes en quedarnos con ese cadaver. Muertos no nos faltan. Ahora bien, mientras yo corra con la responsabilidad de este caso, y segun le dije antes en el Cementerio, hasta que no tenga pruebas definitivas de quien es ese caballero, no se lo entrego a nadie.
Dona Angela, sin contestar palabra, dio unas palmadas energicas.
El camarero, que estaba sentado como un cliente mas junto a una mesa no muy alejada y que habia seguido con la mayor atencion el episodio de las bofetadas a la gordeta, se acerco con mucha diligencia.
– ?Llamaba, senora?
– Si. ?Pueden pedirse desde aqui conferencias a Madrid?
– Claro.
– Pues haga el favor de pedirme este numero. – Y sacando un carnet de direcciones busco un numero que apunto en una servilleta de papel-. Tome, por favor. Pidala en seguida.
– Esta bien, senora – dijo el camarero mientras leia el numero.
– Vera usted como asi todo lo arreglamos – remacho dona Angela a Plinio con tono aparentemente amable.
Plinio se puso en pie. Inmediatamente lo imitaron el medico y don Lotario. Y mientras se encajaba la gorra, dijo:
– Si no tiene usted otra cosa que anadir nos marchamos, que tenemos quehacer.
– ?Supongo – fue su respuesta – que no habra inconveniente en que esta noche nos quedemos mis hermanas y yo velando el cadaver de mi esposo?
– Lo consultare con el senor Juez.
– No creo que pueda negarse.
– El manda. Llameme. Buenas tardes, senoras.
– Hasta ahora – respondio seca.
Sentados en el porche del Cementerio Catolico aguardaban los dos periodistas, el Faraon, Matias, Maleza y Anacleto.
– ?Trajo Albaladejo la ampliacion de las manos? – dijo Plinio a manera de saludo.
– Dijo que las llevaria al Ayuntamiento a ultima hora – le contesto el cabo.
– ?Y a que llama el ultima hora?
– Supongo que a la de cenar.
– Jefe, ?alguna novedad? – pregunto el de 'El Caso'.
– Ninguna hasta ahora.
– ?Y esas senoras?
– Una de ellas dice que el muerto es su marido.
– ?Y usted que piensa?
– Hacen falta pruebas… No digo ni que si ni que no.
– Vaya kermes que hemos armado, maestro-comento el Faraon.
– Ya lo creo. ?Hubo algo de particular? – pregunto Plinio a Maleza.
– No. Jefe. Curiosones y bacines.
– ?Queda alguien dentro?
– Tres o cuatro… ya salen.
En efecto, poniendose las boinas salian tres hombres hablando entre si. Plinio les echo un vistazo. Ellos saludaron con timidez.
Manuel, al fijarse mejor, conocio que uno de ellos era Juaneque, el albanil diurno y acomodador del cine por la noche. Avanzo hacia ellos.
– ?Que hay, muchachos?
Y luego de cambiar unas palabras de circunstancias, uno de ellos, el mas joven y avispado, dijo:
– Jefe, Juaneque creo que quiere decirle algo, pero esta remiso.
El aludido miraba al suelo un poco azorado.
Plinio saco el paquete de 'Celtas' y ofrecio a todos. Repartio lumbre y pregunto:
– ?Que quieres decirme, Juaneque?
– Pues queria decirle, que estoy casi seguro que ese cajon donde venia embalao el muerto lo he visto yo antes.
– ?Donde?
– En la puerta de una casa lo descargaba un camion.
– ?Que camion?
– No se. No me fije.
– ?En que casa?
– Pues eso les decia a estos. Que no me acuerdo. La verdad es que no repare mucho hasta despues de los despueses.
– ?Pero, tendras una idea, pizca mas o menos?
– Hombre, si. En mi calle no fue… Como tenemos obra en varios sitios. Fue, desde luego en una calle que yo no frecuento mucho. En la calle de Socuellamos, tampoco, aunque fue por ahi. De eso estoy cierto. Por la de Oriente, San Luis o una de esas, que ultimamente siempre andamos por ese rodal.
– ?Tu viste que lo entraban en una casa?
– Yo vi que lo bajaban de un camion parado en la puerta de una casa… Y lo vi al paso, porque yo iba en la camioneta del maestro Asensio.
– ?Adonde?
– No se cierto, porque aquellos dias echamos muchos viajes repartiendo material.
– ?Y cuando fue, aproximadamente?
– Pues la semana pasada, cuando volvi a trabajar, dos dias antes de ir a cerrar la cerca estuve en eso.
– ?Y estas seguro que era el mismo cajon?
– Hombre, seguro, seguro nunca se puede estar. Ya le digo a usted que ibamos de paso. Pero que los dos eran muy iguales de medidas, desde luego… Cajones asi no son corrientes.
Cuando llego a este punto quedo callado. Juaneque y sus amigos miraban a
– Mira, Juaneque, es muy importante lo que acabas de decirme. Ahora bien, conviene que tu… y vosotros que lo habeis oido, os deis un punto en la boca.
– Por nosotros puede usted estar tranquilo – dijo el jovencillo avispado.
– Y tu, Juaneque, no tienes mas remedio que hacer memoria. Recorre todas esas calles por donde anduvisteis aquellos dias con la camioneta. Que te ayude el que la guiaba, a ver si me localizais la casa donde descargaban el cajon, que no sabes cuanto te lo voy a agradecer.
– Muy bien. Yo lo que quiero es ayudarle.
– De acuerdo, pues manos a la obra.
– Esta noche tengo cine y no puedo, pero manana que es domingo me pongo a la faena.
– Y vosotros, chiton.
– No, si vamos a ir con el – dijo el mocete.
– Como querais, pero no vayais entre todos a armaros un taco… Ni a llamar la atencion.
– ?Que va! Ahora aviso a Julian, el que hacia de chofer, y manana al avio. Con lo que saque le aviso.
– De acuerdo.
Plinio, despues de despedir a Juaneque y a los suyos, pidio por telefono autorizacion al Juez para que velaran el cadaver 'esas senoras'. Al regresar del telefono dio instrucciones a Maleza para que se lo comunicase a ellas y dejase un guardia de servicio toda la noche en el Deposito.
Hechas estas diligencias, el medico se fue por su lado, los periodistas en busca del hotel y