El medico sin dejar la cartera, el veterinario sentado en el borde de la silla como siempre y Plinio sin atreverse a desabrocharse el cuello de la guerrera por aquello del respeto, aguardaban el importante y a buen seguro revelador discurso de la senora.
Maria Teresa, la gordita, siempre parecia sonreir y una leve gota de sudor alumbraba sobre el lobanillo de la mejilla. Paloma, como un boceto sin nervio de su hermana Angela, miraba inexpresiva.
Acudio un camarero. Ellas pidieron cubalibres y ellos masagranes. Nombre este que les hizo mirarse entre ellas como gente superdesarrollada ante congolenos.
Se hablo levemente del pueblo en que estaban y de su posible linaje quijotil y, por fin, dona Angela, despues de mirar con mucha curiosidad los masagranes, de encender un cigarrillo rubio con gran resolucion, darle una chupada y expeler el humo por ambas narices con absoluta simetria, comenzo de esta manera:
– Senores, van ustedes a escuchar una historia de familia, que me importaria mucho no trascendiera mas alla de los puntos que resulten esenciales para la aclaracion de este hecho tan insolito… Este favor espero de la cortesia y caballerosidad de todos ustedes.
Acabado este solemne introito, miro a los ojos de todos y cada uno de sus oyentes masculinos buscando la aceptacion de su ruego, y empezo su historia con este enfasis galdosiano:
– El doctor Carlos Espinosa, aunque nacio en Madrid, pertenecia a una ilustre familia valenciana. Le conoci hace… mucho tiempo en casa de unos amigos comunes. Ya en Madrid descollaba en su especialidad de enfermedades mentales. Habia estado varios anos por el extranjero y fue uno de los primeros medicos espanoles que empezo a ocuparse seriamente del psicoanalismo. No duro un ano nuestro noviazgo. El era hijo unico, tan apuesto, inteligente y educado, que a pesar de no pertenecer a nuestra clase me enamore de el. Papa fue senador vitalicio, academico de la Real de Ciencias Morales y Politicas y baron consorte. Mama fue la cuarta baronesa del Egido, titulo que hoy ostenta nuestro hermano. Durante unos anos nuestro matrimonio fue una verdadera maravilla. El trabajaba mucho, pero nos quedaba tiempo para viajar, asistir a fiestas, reuniones y espectaculos. Nuestra situacion economica era mas que holgada gracias a su capital, ganancias profesionales y las muchas atenciones que mis padres tenian con nosotros…
A Plinio, aquella historia contada con tanto reposo le fatigaba bastante. Mejor dicho, le parecia impropia para ser escuchada por un policia en plena actividad. Ganas le daban de interrumpir a la antiquisima senora, acosarla con las preguntas escuetas que el creia eficaces, y a otra cosa mariposa. Sin embargo, la verdad sea dicha, no se atrevio.
– Pero pronto empezaron las cosas a torcerse – continuo la casi baronesa -. El doctor, que me parecio siempre hombre muy indiferente para la politica, al final de la Dictadura del general Primo de Rivera, de feliz memoria, comenzo a mostrarse peligrosamente inquieto. Devoraba los periodicos, cambio de amigos y tertulias, y surgieron las primeras divergencias conmigo y con los mios, que, como es natural, eramos… somos y seremos borbonicos, catolicos, apostolicos y romanos hasta la hora de la muerte… Llegaba a casa a las tantas de la madrugada, recibia visitas de gente nada importante y viajaba con frecuencia. ?A que seguir? Culmino el proceso con una verdadera verguenza para nuestra familia. Fue detenido y luego internado en la carcel Modelo con otros personajillos que mejor es no recordar.
Maria Teresa, la gorda, de cuando en cuando, bebia un traguito de cubalibre, se pasaba la lengua por los labios y quedaba apoyada en la silla con una placida sonrisa.
– Pocos dias antes de la malhadada Republica- seguia imperterrita la dama – salio de la carcel. Y a partir de aquel momento comenzo nuestra guerra a muerte. Dejamos de hablarnos. Conviviamos por guardar las apariencias, pero un muro nos separaba para siempre… Tal vez si hubieramos tenido hijos se podria haber salvado algo. Pero Dios no lo quiso. Y, claro, inmediatamente de proclamarse la Republica comenzo su carrera… bueno, su carrerita politica. Lo hicieron gobernador civil. ?Fijense ustedes! El, un doctor famoso, de gobernador en no quiero recordar que provincia subdesarrollada, como ahora se dice. Papa y yo le dimos el ultimatum. Si llegaba a tomar posesion del cargo, habia terminado para nosotros. No hubo solucion. Me senalo una renta mas que decorosa – siempre fue hombre desprendido, eso si-y marcho a su provincia a servir a la causa de la canalla… Despues fue diputado socialista, ?fijense ustedes, socialista!, director general de no se que, subsecretario de no se cuantos y luego de las elecciones de febrero del treinta y seis, lo se de buena tinta, estuvo a punto de ser ministro… Antes de esto, en 1935, me ofrecio el divorcio. Aunque me repugnaba, lo acepte. ?Que iba a hacer? Me dijo que no pensaba volver a casarse, que lo hacia por mi… Siempre un caballero, eso si, para evitarme la humillacion de recibir una renta mensual, me cedio una parte de su fortuna, que me ha permitido siempre vivir con gran holgura… Y llego julio de 1936. Nosotros veraneabamos en San Sebastian y el, naturalmente, quedo en Madrid, con los suyos. Durante toda la guerra ocupo cargos de gran responsabilidad politica en el Gobierno. Ni fue militar ni se mancho las manos de sangre, de eso estoy bien segura, pero se mantuvo en su puesto hasta ultima hora.
'En abril de 1939 embarco para Mejico. Cuando regresamos a Madrid, el notario me entrego un poder suyo por el que me nombraba administradora de todos sus bienes. Y una carta de despedida en la que me rogaba que aceptase esta administracion hasta su 'pronta vuelta'. ?Pobre iluso! y le remitiera los fondos que necesitase a la direccion que en el momento oportuno me mandaria.
'Y para resumir: en Mejico permanecio hasta hace un par de anos. Yo, ni que decir tiene que le enviaba puntualmente las liquidaciones y estado de sus negocios. El me asesoraba lo que convenia hacer y todo marcho perfectamente… Por cierto, que en Mejico en seguida se abrio camino como medico. Explicaba en la Universidad y publico varios libros importantes… Como les decia, regreso hacer un par de anos y se quedo a vivir en Valencia, la tierra de sus padres. No nos hemos visto. Ni el me lo pidio, ni yo lo considere nesario. En este tiempo pase por Valencia un par de veces, pero no lo busque. Nuestra relacion administrativa sobre sus bienes de Madrid (que la mayor parte los tiene en Valencia) continuaba… Pero desde hace algo mas de un mes deje de tener noticias suyas. Un amigo nuestro, valenciano, hizo indagaciones en su casa y no le supieron decir donde estaba. El portero ignoraba si habia salido de viaje. Una buena noche no fue a dormir, y se acabaron las noticias…
– ?Que cree usted que puede haberle pasado? – preguntoPlinio.
– No tengo la menor idea – dijo la dama con aire meditativo.
– ?De modo que lleva treinta anos sin verle?
– Treinta y uno, va a hacer.
– ?Y como puede usted reconocer, senora, en un cadaver amojamado, al que no ve hace tanto tiempo?
Dona Angela no reacciono. Sorprendida por la pregunta inesperada, se limito a mirar al guardia con una fijeza zoologica, al tiempo que hinchaba las narices.
– Desde luego ese cadaver no es de Carlos – dijo de pronto Maria Teresa, la gordita vellosa, con voz lejana, que parecia salirle del subconsciente.
Al oir esto, si que reacciono dona Angela sacudiendo dos bofetadas sonorisimas a la pobre gordita, que empezo a llorar como un nino.
Todos quedaron confusos. La misma dona Angela parecia arrepentida de su arrebato.
– Si yo no queria decir eso…, si yo no queria…, si yo lo que queria decir era – balbuceaba la Mariatereseta gordeta y peludilla.
– ?Tu te callas…! ?Pobre retrasada!
A la otra hermana, boceto de la mayor, empezo a temblequearle el labio superior con tanto vaiven que parecia iba a caersele.
– Si yo no queria decir eso… – repetia la llorona.
– ?Calla, aparvada…! Tu no puedes acordarte de como era mi marido.
Volvio el silencio, aunque una hermana seguia con el labio vibrante y la otra con el sonlloro. Dona Angela encendio otro cigarrillo y durante unos segundos, mirando al suelo, se dedico a chupar y a largar humo con una energia desesperada. Por fin volvio a la carga con estas razones:
– Senor Jefe de la Guardia Municipal de Tomelloso, yo, como catolica, apostolica y romana, he sido mujer de un solo hombre en mi vida. ?Esta claro? Esto quiere decir, senor mio, que conservo en mi memoria… y en el fondo de mi alma, con tal fuerza la imagen de mi marido, que a pesar de los anos, de la muerte, y de los mismos tizones del infierno que lo esperan, no puedo equivocarme. No lo dude ni un segundo, senor Jefe de la Guardia Municipal del Toboso.
– De Tomelloso, senora- corrigio Plinio.
– Es igual… El cadaver que hay en el Deposito Judicial de… Tomelloso, es el suyo. Y estoy dispuesta a recurrir a todas mis influencias, que son muchisimas y muy altas, para que se me haga justicia… Ya que no le basta mi