espada de don Leon, y quiso tomar el arma, por ver si eran faciles aquellos tajos, y pese a haber sido el mendigo lenador en su mocedad, no la pudo levantar de donde la habia posado aquel a quien ya tenia por senor. Quirino, a su lado, se rascaba la cabeza.

– No te esfuerces -le dijo a Tadeo- y dejala donde esta. Mientras al acero lo habite el pensamiento airado del que lo uso para la venganza, no habra quien lo mueva, salvo el heroe. Dentro de pocas horas ya habra enfriado y entonces podra levantar la espada cualquier mozalbete.

Escupio Quirino en la hoja, e hirvio el salivazo y humeo, como si hubiesen caido unas gotas de agua en un hierro al rojo vivo.

VIII

El herrador, sudoroso, tiro martillo y clavos en el cajon, y metio la cabeza bajo el chorro del pilon, y se dejo estar por unos instantes a su caricia. Se mal seco con un delantal viejo, que le quedaron goteando barba y pelo, y de este venian los hilillos de agua que le caian por la frente.

– Ya se ve -le dijo a don Leon- que entiendes mucho de caballos, y me gusta mucho el tuyo, cuya raza no conozco ni creo haber visto nunca otro semejante, que lleve el lucero dorado, y la cola negra azulada, que es lo mas insolito que presenta. Mis abuelos estuvieron en Troya herrando los caballos de los aqueos, y mi padre viajo hacia Poniente, ensenando a aquellos barbaros atlanticos el arte de la herradura, que ignoraban, y yo herre, de mozo, para el Cesar de Roma, y nunca, hasta que me trajiste tu caballo, supe que se ayudaba a un feliz viaje clavando una herradura de plata en la mano de cabalgar del corcel. ?Todos los dias se aprende algo! Y te felicito porque puedes permitirte este gasto, que una herradura de plata se va en pocas leguas.

– Mi caballo -explico don Leon- es, si puede decirse esto de caballos, de raza divina. Sabras que en cierta isla de Levante aparecio un dia en la playa, como resto de un naufragio, un caballo labrado en madera, policromado, que seguramente ejerciera de mascaron de proa en una nave. Y el tal caballo era de cuerpo entero y debia encajar en la proa por los cascos traseros, levantandose sobre las olas encabritado. Era de una talla perfecta y lo mas al natural que puedas imaginarte. Lo recogieron los islenos, y a hombros, y relevandose, lo llevaron al atrio del alcalde, quien salio con su mujer de la mano a admirarlo, y quedo con los ancianos en decidir que se haria con aquel presente de las olas.

– ?Estara vivo? -preguntaba la alcaldesa, que era casi una nina, muy ensortijada y con un ramo de flores en la cintura.

– Hubo que convencerla de que no -prosiguio don Leon- acercando el torrero del faro una mecha encendida a las bragas del caballo, que no se movio. Quedo en el atrio el caballo en espera de una decision, sin guarda de vista, que aquella es una isla pacifica en un mar solitario. Y no se sabe como a las yeguas de aquellas gentes les llego la noticia del bayo y su hermosura, y como las dejaban sueltas al aire libre en las eras, porque era tiempo de verano, sin ponerse de acuerdo, que se sepa, llegaron todas a un tiempo al atrio a admirar el noble bruto, yeguas viejas y yeguas mozas. Lo que paso cuando las yeguas comenzaron a rozarse con el caballo y a lamerlo no se sabe bien, que el alcalde desperto cuando su atrio era una feria de relinchos, y ya el caballo de madera, se ignora de cual espiritu vivificado, cubria la yegua del abad mitrado de Santa Catalina, que la habian mandado del monasterio a la granja del monte a reponerse de un catarro, y las otras yeguas, decepcionadas, mordian y coceaban a la elegida. Grito el alcalde, salio a la ventana en camison la alcaldesa, y corrio el alguacil a encender un farol, y cuando lo hubo encendido se vio el cuadro que dije. El caballo, al darse por descubierto, como ya habia terminado la cobertura, salio galopando hacia el mar. La yegua del abad quedo prenada; y de la cria que hubo desciende mi caballo, que saca en su capa los colores del decorado de su abuelo. El abad, que aunque gordo era letrado, explicaba la eleccion de su yegua por el aroma de incienso que despedia, que le quedaba a la montura suya de llevarla en las procesiones, y anadio en una homilia que algunas reglas asceticas tenian prohibido el incienso por afrodisiaco, argumentando que si Salomon violento a la reina de Saba fue porque esta le presento una caja de plata llena de incienso en cuadradillos.

– ?Y que fue del caballo? -pregunto el herrador.

– Se discutio mucho el caso, y aunque hay conformidad en que volvio al mar, que andaba tempestuoso en aquellos dias equinocciales, los mas piensan que pudo, dentro del caballo de madera, haberse escondido uno del mar, de las cuadras siempre vagantes y espumosas de Poseidon, que fue dios con las gentes antiguas idolatricas. Y de ser asi, el que se escondio lo haria por influencia acaso de la historia del caballo de Troya, escuchada la noticia por el caballo marino a algun remero en cualquiera de los puertos helenos, donde las tabernas estan en la playa, bajo grandes parras, como sabes.

– ?Notable asunto! -exclamo Tadeo, cada vez mas sorprendido de las novedades que aportaba su amo, y convencido de que estaba sirviendo a un propietario de grandes secretos.

– Y este caballo -prosiguio don Leon- tiene ademas la novedad de que yo me embarco en Malaga para Atenas, por ejemplo, en una nave pisana, y yo voy durmiendo en mi camarote y mi caballo va por su cuenta a nado, y llega puntual para que yo lo cabalgue, salvo que pase cerca de una tierra donde haya una yegua en celo, que entonces se da unas vacaciones, y yo tengo que esperarlo paseando por los muelles. ?Sale a su abuelo!

Dijo esto, y puso su mirada en la de Tadeo, el cual hallo el relato de don Leon, que nunca habia hablado tanto, como una respuesta a lo que el mendigo le habia contado del encuentro de Orestes con la jorobadita en un puerto del pais vecino.

El herrador no sabia si tomar por verdadera aquella historia del caballo, pero al fin este estaba alli, con su lucero de oro y su cola azul, herrada la mano de cabalgar en plata. Y viendo don Leon que el herrador quedaba confuso e incluso inquieto, le dijo:

– ?No me burlo, herrador! Y como el caballo llego hace poco de una natacion, y yo no he tenido tiempo de limpiarlo ni de mandarlo limpiar, y hace un mes que no conoce el cepillo ni su cola el peine, mira en esta las huellas del Oceano.

Y don Leon, seguido del herrador y de Tadeo, se acerco al trasero del caballo, rebusco en la larga cola, saco unas algas y tres cangrejillos que mostro a los dos atonitos en la palma de su mano.

IX

El oficial de forasteros tenia sobre su mesa todos los informes acerca del caballero del jubon azul que se hacia llamar don Leon. No habia dado un paso ni dicho una palabra, que no estuviesen alli, en letra de Iturzaeta -que era la reglamentaria en la policia politica-, en aquellos grandes folios sellados. El senor Eusebio esperaba la visita de don Leon, que, segun habia avisado Tadeo, iria aquella misma manana a registrarse. El senor Eusebio tomaba notas, se golpeaba la nariz con el manguillo de la pluma, cerraba los ojos para mejor seguir el hilo de su pensamiento. ?Era o no era Orestes? Ateniendose a los augurios antiguos, no lo era. Ademas, habia desaparecido la expectacion temerosa, apetitosa del derramamiento de sangre como de una liberacion. Orestes entraba nocturno en la ciudad, y no bien llegaba ya hacia que Ifigenia tuviese conocimiento de vagos rumores y sospechas acerca de su venida. Segundo, entraba armado. Tercero, se escondia en el foso. Cuando los falsos Orestes, para Eusebio no hubo nunca dudas acerca de su inocencia, pero la razon de Estado llega a ser maquinal, y obra como un fin, creando una realidad propia ante la cual los humanos somos como siervos fantasmas de la gran idea. Se cortan cabezas no potque sean cabezas, es decir, pensamientos capaces de armar un brazo terrible, sino porque las excepciones prueban el argumento soberano. Ahora bien, se estaba despertando en la ciudad una extrana curiosidad ante las idas y venidas de aquel forastero, y algunos sacaban a relucir la historia de Orestes. ?Viviria Orestes? Eusebio tenia archivadas noticias y noticias acerca del infante. Su hermana aseguraba que habia sido un nino timido y callado, que hacia castillos con tacos de colores, y pasaba las horas absorto, con las manos a la espalda, ante la corona paterna. Su madre lo tenia por travieso incorregible, inquieto desobediente, siempre sonando aventuras lejanas y pintando barcos en las paredes. Constantemente los

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