la historia de la ciudad, en doce piezas, saltandose, eso si, al rey Agamenon, y pasando desde la prenez de su madre a Egisto, que aparecia ya casado, tomando unas copas con los repatriados de Troya. Pero Filon el Mozo, pese a las prohibiciones del senador de comedias, que le registraba la casa de cuando, en cuando, escribia en secreto la tragedia sabida, y tenia suspendida la labor en la escena tercera del acto segundo, que era alli donde tenia pensado dar la llegada de Orestes. Todo el acto primero pasaba con la arrogancia de Egisto, la reina solo pensando en su hermosura, e Ifigenia deseando quedarse sola para abrir ventanas y mirar hacia los caminos. El texto estaba asi, en borrador:

Acto II. Escena I EGISTO, CLITEMNESTRA E IFIGENIA

EGISTO. – ?Me voy a jugar a barra! La lectura de la «Gaceta» me fatiga. ?Hay exceso de burocracia! Un rey debia ser un padre solemne y amistoso, descabalgando junto a un olivo para juzgar a sus subditos. ?Los reyes no debiamos saber leer ni escribir!

CLITEMNESTRA. – Yo tambien estoy fatigada. ?No notais que envejeci de ayer a hoy?

EGISTO (acariciandola). – ?Es la luna que esta menguante, y quiere que todo mengue con ella! Pero ya vendra la luna nueva, amada mia. ?Adios! ?Adios, Ifigenia! ?Mudales el agua a los peces de colores que re regale!

Ifigenia (levantandose). – ?Adios, senor!

EGISTO. – ?Pensar que todo un reino depende de mi maduro pensamiento! ?Pensar que si yo enfermo se pierden las cosechas! (Sale.)

Escena II CLITEMNESTRA e IFIGENIA

CLITEMNESTRA (levantandose). – ?Voy a lavarme el rostro con leche de burra! ?No quiero envejecer, Ifigenia! (Se mira en el espejo.) Tendra razon Egisto, sera la luna menguante. ?No, no son arrugas, sino sombras! ?Esperaremos la luna nueva, que es tan cosmetica! ?Adios, hija! Por la tarde haremos musica. (Sale.)

Y quedaba sola Ifigenia, asomada a la ventana. Era el momento en que Filon tenia que hacer que la infanta viese a alguien cabalgando par el camino real, y ese alguien se parecia a Orestes. Debia aparecer por la derecha, para que la gente no lo confundiese con el caballero de Olmedo, que entraba por la izquierda, y los criticos de la ciudad siempre estaban aireando plagios. O seria mejor ponerlo de a pie, disfrazado de peregrino, e Ifigenia comenzaria a sacar el parecido por como se apoyaba en el bordon para contemplar, desde la legua de San Jorge, las torres de la ciudad. ?Cuales serian las primeras palabras de Ifigenia? ?Los amigos de Orestes le mandarian una voz secreta a la princesa, al tiempo que esta iniciaba el reconocimiento? Aristotelicamente hablando, el reconocimiento se hace desde dentro, y es una memoria que toma cuerpo esencial. Filon pondria senas que hiciesen aumentar la expectacion. Por ejemplo, los perros del camino se apartaban, sin dar un ladrido, cuando el viajero llegaba a su altura, y corrian a esconderse entre las vinas, salvo un perdiguero burgales del rey, que andaba suelto y corria a lamerle las manos. Filon queria que el publico se diese cuenta de que se habia hecho en el campo y en la ciudad un silencio como nunca habia habido, y para ello podia sugerir en el acto primero que en aquella parte del palacio habia un eco muy sensible, que respondia en las noches de verano al ruisenor del bosque, tal que parecia que el pajaro cantaba en el patio, y ahora seria, pues, verosimil que el eco diese, cuando el viajero llegaba al puentecillo sobre el foso, los pasos suyos en los tablones, si iba a pie, o el del trote de su caballo, si iba montado. Vueltas y vueltas le daba Filon a la escena, y no le salia como la queria, de sobresalto y apasionante, y buscaba objetos que en las tablas diesen el vivo retrato del horror que entraba: una lampara que se apagaba subitamente, un espejo que se quebraba porque Ifigenia movia

los labios ante el como si dijese el terrible nombre, o la corona de Egisto que estaba sobre una comoda y el gato, al pasar, la tiraba al suelo. E Ifigenia se estremecia con los presagios. Habia recogido la corona caida en el suelo, y la sostenia contra su pecho, que al fin era la corona real. Ifigenia avanzaba hacia la ventana con la corona apoyada en su pecho.

En la ocasion, a la actriz que hiciese el papel habria que ponerle un sosten Directorio, para que se viesen bien los lozanos senos, y la corona fuese como en repisa de nieve. En un aparte el Coro diria esta imagen poetica. Ifigenia temia acercarse a la ventana, retrocedia, se arrodillaba, se sentaba en el borde de una silla, hasta que al fin se decidia. Levantaba la cabeza y se decidia. Ya estaba en la ventana. Ya tenia ante ella las amarillentas colinas fronterizas, los oscuros bosques, la amplia vega regadia, los vinedos y las tierras de pan. Ya podia, con la mirada de sus ojos verdes, recorrer paso a paso el camino real, desde que aparecia en la curva del mojon de la legua del lobo, hasta que bifurcaba junto al palomar de bravas del rey. Filon, para poder ensenar en su dia en el teatro a la primera actriz la marcha vacilante de Ifigenia, la quiso mimar el mismo. Tomo en sus manos y la apoyo contra su pecho la corona de laton dorado que se usaba en el «Edipo», y que habia traido del teatro a casa para restaurarla, que le habia caido precisamente el cristal de fondo de vaso que figuraba el gran rubi tebano, y que en el momento de quedarse Edipo sin ojos, figuraba uno en la frente, encendido, como si el santo rey fuese terrible ciclope, raro monoculo. Y camino Filon haciendo lo que imaginaba para la escena tercera con Ifigenia sola y dudando, y recitando el texto:

Ifigenia (deteniendose). – ?Quien me llama? ?Que voz viaja hacia mi, cuyas aladas palabras pasan rozando mis orejas sin que pueda entender el mensaje? (Avanza dos pasos y se arrodilla.) ? Soy una nina delicada, y pesara demasiado el cantaro cuando me lo llenen de sangre y vaya a derramarlo a la tumba de mi padre! (Se levanta, avanza otros dos pasos y se sienta en el borde de la silla.) ? Se apago la lampara porque llega otra luz mas brillante? ?He de ser yo quien de la bienvenida a la nueva luz y la introduzca en mi alcoba? ?Y si no fuese mi hermano? ?Que esas equivocaciones se dan en las grandes tragedias! ?Bien mejor seria que anduviese en amores, tortolilla que se esconde en el surco, a la sombra de las amapolas! ?Ay, quien se llevara mi virgo! ? Ay, si pudiera huir a donde no hayan oido nunca el ruido que hace una espada al chocar contra un escudo! (Se levanta, duda un momento, pero al fin se decide: la cabeza levantada, la corona apretada contra el pecho, se acerca a la ventana.)

Filon se habia acercado a la ventana, con la corona de Edipo apretada contra el pecho. Y miraba como miraria Ifigenia, hacia el camino real. La ventana de Filon no da al campo, y no puede verse desde ella el camino. La ventana de Filon da a una calle que, por los obradores y tiendas que alli existen, llaman de los Bordados. La calle es estrecha, calzada de una de perro. Junto a la puerta de uno de los obradores esta un hombre alto, que ata al cuello y echa hacia la espalda una esclavina roja con vueltas negras. Esta eligiendo un pano bordado con punto de brisa. Lo mira al trasluz, para averiguar las figuras del dibujo. Filon no lo reconoce. No, no es de esta polis. A Filon le sorprende la gracia sosegada de los movimientos del desconocido. Ahora le ve el noble perfil, la puntiaguda barba. El forastero se vuelve para darle el pano, que lo ha comprado, a un criado que lo sigue, y en un dedo de sus manos brilla una piedra preciosa acariciada por el sol. Y Filon, que tiene el sentido repentino de las casualidades que son necesarias para componer el argumento del drama, reclama, en su imaginacion, aquella piedra para la corona real, para sustituir el perdido rubi tebano, y le da a Ifigenia el primer tema de la gran escena del reconocimiento: a la corona real de Egisto, que fue de Agamenon, le falta una piedra, que el hermano vengador, el principe que llega oculto y cubierto de polvo, sediento y dejando mas alla de las colinas un juego de cegadores relampagos, trae en una sortija. Filon se inclina, siempre con la corona de Edipo en las manos, para mejor ver como el forastero, seguido de su criado, camina por la empinada calle hacia la plaza.

«Por mucho que tarde en escribir el segundo acto -se dice a si mismo Filon-, no se me olvidara el grave andar de Orestes…»

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