CAPITAN. – ?Y que tiene de malo por el libro? ?Se para donde uno quiere!

Telon

Este rey Segismundo fue uno de los reyes antiguos de los Ducados, y se daba de primo con Egisto, segun anotaciones de Filon. Segismundo se perdio en la tempestad que sorprendio a un grupo de fugitivos bajando hacia el mar, por la sierra, y eso que lo llevaban en el medio, porque decia que estando ungido preservaba del rayo. Pasados anos aparecio un ciego en Micenas, tocando un triangulo de plata, que tenia tres voces, segun grosor de lado, y cantaba acompanandose con el canciones picaras. Pasaba hambre, y a todos preguntaba de que lado caia su pais, pero no se acordaba del nombre de este. Y Filon, por hacerle honor al muerto misero en exilio, no lo quiso poner en sus apuntes, y hace que los dos soldados que anuncian que llega a la torre no sepan decir si es su rey o no. Escrupulos morales que no son frecuentes en autores de comedias.

III

En la misma Venta del Mantineo estaba de moza de tabla y aguamaniles una llamada Liria, y sabiendo el huesped que Eumon curioseaba en las historias de dona Ines, se la llevo al tracio, ofreciendole que por el regalo de una falda bajera, la muchacha le contaria lo que paso yendo ella acompanando el cadaver de un sastre dicho Rodolfito, que lo llevaban a enterrar a la aldea de su viuda, que tenia un nicho al lado de una ermita en la que se veneraba a san Procopio, patron de los gallos tartamudos, y en el camino pidieron permiso a dona Ines para posar el ataud en el jardin de la torre, mientras los llevadores almorzaban en una taberna. Eumon acepto la propuesta del Mantineo, y la moza, que era bonita y aparentaba muy limpia, el pelo recogido y las orejas pequenas, y ladeaba un poco los ojos, lo que le hacia mucha gracia, conto que salio dona Ines a la puerta, y al pedido de la viuda contesto que podian posar, y lo hicieron en un banco de piedra. La viuda, como las buenas formas lo piden, comenzo a hacer el llanto del difunto. Era una mujer pequena y delgada, pero con un hermoso pelo, que lo derramaba por la espalda, por debajo del panuelo de seda negro.

– ?Ay, mi Rodolfito! ?Ay, gentileza! ?Ay, que no tuviste tiempo de gastar el sombrero que llevaste a la boda! ?Ay, que no lo cansaban las manos en el azadon! ?Ay, que lo sembrado por ti daba mil por uno, plantas lozanas!

Cuando ceso de llorar, explico la viuda que su marido era sastre, pero que ella solo sabia el planto que ha de hacerse a un marido labrador, y que lo importante, a lo que asintio dona Ines, era decirlo sentido. Acompanaban al sastre Rodolfito, ademas de su viuda, que era la legal, dos mozas, Alcantara y Liria, esta ultima la misma que contaba el suceso. Liria confeso que a ella le repugnaba el dolor de la viuda, porque sabia de buena fuente que hacia mas de cinco anos que el difunto no dormia con ella.

– Yo no me llevaba tampoco con Alcantara, que era otro de los amores del sastre, y discutiendo ambas con la viuda venimos a descubrir muchas cosas de nuestro Rodolfito, que yo se las tengo perdonado, y me pasmo de no haber sentido celos. Resulto que el sastre se ponia en la puerta de la tienda cuando Alcantara pasaba, y si tenia prendida en la solapa una aguja con hilo verde, era que queria tener un parrafeo en la alameda. Yo era la del hilo colorado, y cuando lo tenia en la aguja, yo tenia que salirle por detras del palacio real. Para Alcantara se perfumaba con lima y para mi con oregano macho, en lo cual descubria cierta decencia y gentileza, pudiendo decir cada una que teniamos amores diferentes. En esto concordo dona Ines, que estaba muy atenta a nuestra conversacion. Confeso la viuda que de novios, en las citas, Rodolfito la llamaba Endrina, Sevilla o Arabia, pero yo no le permiti que me llamase de otra manera, como a el le gustaba, que podia existir la nombrada. A Alcantara, en cambio, le placia que le cambiase de nombre, y siempre llegaba a ella con una copla, poniendo en verso el nombre de una enamorada famosa. Alcantara decia que parecia como si lo trajese en el bigote, semejante a gotas de fresco rocio. «?Te traigo -le decia- dona Galiana de Francia! ?Pon la oreja en mi boca!» Y le cantaba aquello de «Galiana, donde va la manzana, tan temprana». Y Alcantara conto como le hacia cosquillas con el bigote rizado, y otras caricias, escandalizandose la viuda, que se santiguo de la rija del marido y de la liviandad de la moza.

– ?Era un perrito, fuera el alma! -decia la viuda.

– Pero Alcantara retrucaba que ese era el merito que tenia, y fue llegando a este punto cuando entro en el asunto dona Ines, que vimos que era un alma loca. Contaba Alcantara, y puedo repetir sin error sus palabras, porque eran las mismas que a mi me decia, salvo mudarme el nombre, que sentados ambos en la hierba, en el Campo de Armas, el sastre la abrazaba diciendole:

«-Quisiera correr como agua por encima de ti, tomar tu forma, envolverte, mojarte, hervir en ti como en una caldera de hierro esmaltado. ?Quisiera que no hubiese mas noches en el mundo que esta, mas mujer en el mundo que esta, mas calentura que esta, dona Ines del alma mia!»

Y fue en diciendo eso de dona Ines del alma mia cuando se sobresalto la dona Ines condesa. Fuese hacia Alcantara y se interpuso entre ella y la caja del muerto. Me parece que la estoy viendo, desgarrandose el corpino.

– ?Dona Ines? -le preguntaba a Alcantara.

– Si -respondio esta-. ?Cuando mas me gozaba, mas me llamaba dona Ines!

– Y entonces la senora, despeinandose, descalzandose, comenzo a gritar, a llorar y a suspirar, diciendo que aquello de dona Ines por ella era, que gastaba el nombre en otra no habiendo podido conseguirla. «?Era por mi! ?Este muerto es mio! ?Este era el que me amaba y me mandaba canciones por jilgueros!» Yo callaba, que conmigo Rodolfito estaba en paz, y ademas ya estaba apalabrada con un ganadero. Y dona Ines venga a arremeter contra Alcantara, y a decir que si ella le pedia a Rodolfito un ruisenor que supiese llorar, Rodolfito se lo mandaba, y que ella, si queria, seria la duena de las aves cantoras de toda la soledad del mundo. Y la viuda aprovechaba para decirle a la senora que si tan enamorada estaba de su marido, que bien podia poner los siete escudos que hacian falta para el entierro de primera, y aqui fue Troya, que dona Ines dijo que tenia que hablar a solas con el muerto, y que iba a hacerle un llanto cortes. Acariciando la caja, le hablaba a Rodolfito:

«-?Recibi el ruisenor que sabia llorar! ?Ay, mi marquesito de amor, espuela reluciente, frasco de aroma, jinete del sol, viento del alba, libro de cien hojas! ?Ay, palabritas de cera que yo ponia de molde con mi corazon en sus oidos! ?Ay, manos tan besadas, cuando llegaba a caballo en la noche! ?Ay, mariscal! ?Ay, alfarero de mis suenos! ?Ay, copas que se quebraron todas para siempre! ?Ay, galan, galan, galan!»

– Todas nos echamos a llorar, que nunca oimos un llanto tan poetico, y ella con las rubias trenzas deshechas poniendo besos en el ataud. Yo pienso -termino diciendo Liria- que algo tuvo que haber entre Rodolfito y la senora, y que todo aquello no podia ser solamente musica de loca.

– ?Y enterraron al sastre? -pregunto Eumon.

– Yo me quede con mi ganadero, y al alba, cuando la senora princesa se quedo dormida, la viuda y Alcantara sacaron calladamente la caja, y el ama de llaves les dio para el entierro de primera.

– Por si resulta -les dijo- que era un senor conde disfrazado.

IV

El ultimo acto de la pieza de Filon el Mozo trataba de los ultimos dias de soledad y desespero de dona Ines, y se titulaba

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