figuras vestidas, como en el teatro. ?Me sigues? Que notaras que abrevio esta metafisica para que mejor penetres mi argumento. Entonces, me digo yo, sin estar en ninguna Florida, pero si en su patria, libre de toda preocupacion mundanal, nuestra dona Ifigenia, no teniendo mas que un solo sueno, y viviendo y durmiendo con el, viendolo en los espejos y reconociendo senales suyas en todas las cosas que pasan, desde la lluvia hasta la risa de un nino, o la carrera de un gato por un pasillo, se conservara en su sueno como una muchacha, porque ella sabe que esta su condicion juvenil es necesaria para el cumplimiento de su sueno. Ifigenia moza es necesaria para la venganza. Tanto como la espada del infante vengador.
– Segun tu, senor Eusebio, Ifigenia suena con la venganza…
– En caso contrario, ? como se conservaria moza? La hermana joven, yendo por los soportales en la noche oscura a buscar el hermano y decirle la entrada secreta o la centinela comprada, es conditio sine quae non. Todo esta estudiado, Filipo amigo. Los augurios no pueden ser puestos en duda: la hermana, en dulce juventud, bella si una hubo, ira a reconocer al vengador que llega en las tinieblas. Y el que no envejezca Ifigenia es una probabilidad mayor de que la venganza pueda llegar repentina, el dia menos pensado. Probablemente, aunque Ifigenia quisiese no podria envejecer. El orden universal descansa sobre las adivinanzas.
– ?Se lleva con sus padres? -pregunto Filipo, curioso de nuevas de las estancias reales.
– Ama a su madre. Eso si, antes de sentarse a desayunar con ella, la reina Clitemnestra tiene que banarse, que el aroma del sudor de Egisto que trae de la cama matrimonial corta la leche que bebe Ifigenia. ?Fisicos anduvieron en consulta!
Filipo estaba asombrado de tanta novedad y agradecido a la confianza de Eusebio, el cual habia viajado hasta la barca solamente por saber si habia pasado por alli uno de jubon azul, y si se sospechaba de donde procedia. Los que habian pasado con esa ropa de moda eran conocidos, Filipo
los habia saludado, y uno de ellos le habia dejado de regalo, precisamente, aquellas tagarninas de Macedonia que estaba fumando.
IV
Tadeo se arrodillo en una arpillera, ante el augur Celedonio, como solia cuando le cortaba a este una una muy enconada en el pulgar derecho, y el corte se lo hacia cada tres sabados, y aseguraba Celedonio que habiendo tantos y excelentes podologos en la ciudad, ninguno llegaba al arte por libre de Tadeo, el cual levantaba la una lentamente, la cortaba en redondo y la limaba por el borde interior, que era donde le apetecia clavar, sin que Celedonio tuviese que dejar de leer varia de aruspices para dar un ?ay! Tadeo le habia pedido permiso a micer Celedonio para que lo acompanase un forastero que habia conocido en la plaza, y cuyo nombre y nacion no habia osado preguntar, pero que era un caballero cortes y muy convidador, entendido en hipica y en piedras preciosas, y dado a grandes taciturnias mirando arder el fuego o correr el agua.
– ?Esos son silencios aristocraticos! -dijo Celedonio.
– Es un hombre -habia anadido Tadeo- que sabe escuchar. No te interrumpe, y llega un momento en que la historia que le cuentas la sigue a un tiempo con los oidos y con la vista, que de su magin saca estampas para ella, y entonces vas tu y te animas y floreas la historia con adjetivos de sorpresa. Y cuando yo le dije que eras augur titulado y hombre de la corte, me aseguro que te saludaria con mucho gusto, y que si no tenias inconveniente, para amenizar la tertulia, mandaria traer pan, cecina y almendrado, y media cantara de vino.
– Que sea tinto! -pidio Celedonio.
Y alli estaban los tres en la sala de consultas, el forastero sentado en un sillon de cuero, Celedonio en una banqueta poniendo la una a remojar en agua de citron, y Tadeo arrodillado a sus pies, amolando la navaja en la piedra. La jaula con el mirlo colgaba en la ventana, a la caricia del sol poniente. Cada vez que Tadeo iba a casa de Celedonio, el augur se veia obligado a encerrar sus cuervos en las jaulas del desvan, que desde el primer momento los auxiliares de negra pluma se habian mostrado celosos del ave cantora, y como andaban sueltos por la casa, asaltaban la jaula, por si entre mimbre y mimbre podian darle un picotazo al mirlo. Uno de los cuervos, sobre todo, lo tomo tan a pecho, que paso una semana larga sin querer adivinar por alfitomancia preneces o si se encontraria dinero perdido, y Celedonio tuvo que suplirlo por arte magna etrusca degollando pichones, lo que no le dejaba ganancia, cuanto mas que Celedonio, por respetos sacralis, no se atrevia a comer las avecillas, regalandoselas a su asistenta., que se las llevaba, decia, para un arroz.
– En este pais -explico Celedonio al forastero-, los augures estamos en las leyes como parte del gobierno, pero hace anos que el rey no nos convoca, debido a la penuria del tesoro en lo que toca a la consulta aulica, y en lo que se refiere al demos por temor a que los augurios dados en forma, coincidiendo tripas y estrellas en la misma opinion, se cumplan, tratese de sequia, batalla imperial, paso de cometa, naufragio, peste bubonica o terremoto. Pero hubo tiempos en que se nos escuchaba, y no se movia una paja sin pedirnos consulta.
Celedonio era pequeno y rechoncho, calvo, la nariz gruesa y abombillada en la punta, y la boca grande, el labio inferior caido. Unos brazos pequenos, como de oficial de juzgado municipal, terminaban en unas manos grandes, gruesas y velludas, debido esta gran pilosidad, segun explicaba Celedonio cuando alguien aludia al caso, a la sangre de los patos tadorna tadorna, en cuyas entranas inquiria si era consultado sobre navios en la mar. Al augur le afectaban mucho las calores, y aun en invierno solia tener sudorosas la frente y la doble papada. Vestia casulla amarilla, y siempre al alcance de la mano tenia un abanico verones.
Terminada la obra de Tadeo comenzo la merienda, y a preguntas de Celedonio respondio el forastero, entre vaso y vaso, con aquel hablar sosegado que tenia, que venia de muy lejos y que al caballo en que viajaba le habian asaltado unas fiebres, y que a unas cinco leguas de la ciudad lo habia dejado en un meson, y con el caballo y el equipaje quedaba un criado suyo de confianza.
– El objeto de mi viaje es ver paises, tratar gentes, escuchar historias, admirar prodigios variados, ver teatro y conocer caballos padres. En estas dos ultimas cuestiones puedo opinar algo -anadio el forastero modestamente-. Y porque de alguna manera habeis de llamarme, don Leon es facil, si no teneis inconveniente.
– No lo hay -dijo Celedonio, tras hacer buches con el tinto y trabajar con el mondadientes, que se le habia metido una hebra de cecina entre dos muelas-. En verdad que no lo hay. Yo tambien soy muy amigo del teatro, don Leon, pero a los augures nos esta prohibido en esta ciudad, ya que el pueblo respetuoso teme que estando nosotros en los tendidos viendo la pieza, apasionados por el protagonista, o de una mujer hermosa que salga, hagamos suertes a escondidas dentro de una bolsa con habas blancas y dientes de liebre, y modifiquemos el curso de la tragedia, y llegue a anciano respetable un incestuoso, o Medea reconquiste a Jason, y todo quede en besos a los ninos.
– Por la amistad de Tadeo, ilustre augur senatorial, supe de un miedo que hubo en la casta real de tu ciudad. ?No te obliguen las leyes de la hospitalidad a responderme, amigo Celedonio! ?Cual fue el miedo? ?Lo hay todavia?
– Pues me llamas amigo y esta delante Tadeo, que aunque mendigo es hombre libre, o acaso por eso mismo, y me ha servido mas de una vez de agente secreto en dificiles asuntos, nada se opone a que te cuente que el tal miedo lo provoca la certeza de que un dia Orestes, hijo de Agamenon, va a aparecer en la ciudad nocturno, armado de larga espada. Siete veces nos fueron pedidos augurios, y las siete veces dieron que Orestes llegaba armado, dispuesto a dar muerte al rey Egisto, lo que al fin era cosa natural, siendo como es Egisto el matador de su padre, y tambien a su madre, la reina Clitemnestra. Los augurios salieron, y yo tome parte en toda la opera, que Orestes vendria, y que su hermana Ifigenia, moza y muy hermosa, avisada cuando iba para el lecho virginal, acudia en camisa corta a reconocerle y a mostrarle los pasadizos secretos que llevan a donde Egisto vive descuidado, y Clitemnestra pasa el tiempo depilandose, mientras considera que este segundo marido es mas viril que Agamenon, lo que no tiene nada de particular, ya que es de menor talla y menos