gimnastico que el difunto.
Se abanico Celedonio, bebio y se limpio el sudor con la toalla que Tadeo habia usado para secarle el pie de la una enconada.
– El rey Egisto se sobresalto y prohibio el nombre de Orestes, mando poner registro de forasteros, envio agentes a averiguar que era de Orestes por esos mundos, algunos de ellos venecianos y otros britones, contratados a peso de oro, y nos tuvo a los augures todo un ano trabajando en averiguar como vendria el vengador secreto, por cual puerta, cuyo el largo de sus pasos y cuyo el golpe de su espada contra el escudo real, que hubo que reforzarlo, que se quebro en los entrenamientos. No se vivia en la ciudad. con el miedo, y para distraer a las gentes, y para que el miedo no se hiciese politica, siguiendo en esto el talento del secretario florentino, se corrio la voz de que lo que se esperaba no era a Orestes, que andaba perdido por Oriente, sino un leon rabioso. De ahi el juego que te conto Tadeo. Un leon terrible que le habia dado por devorar a la familia real, lo que explico, ademas, el encierro de la nina a los populares.
– ?Y vendra Orestes?
– No se sabe cuando. Los anos han ido reduciendo el miedo a fabula, como la esopica del zagal y el lobo, y ya solamente los ancianos, sentados a la sombra de los platanos en las tertulias de verano, recuerdan el asunto y discuten el final de la tragedia, que sin la venida de Orestes esta en el aire. La policia sigue investigando, aunque con menos diligencia y gastos. Los reyes van viejos, y no salen al publico ni se dejan retratar. Y a nosotros, los augures, nos mantiene en honra, y hay en el cuerpo la interior satisfaccion, el hecho de que Ifigenia no envejezca, y se conserve en la hermosura de los dieciocho anos, y la piel tersa.
– ?No se casa? ?No tiene pretendientes?
Al forastero parecia habersele avivado la curiosidad, y levantaba la mano al interrogar a Celedonio.
– Tuvo buenos partidos, pero los rechazo todos con pretextos variados, o haciendoles viajar para que le trajesen musicas y recetas de postres de almendra, y los rondadores se cansaron, se fueron y no volvieron. Uno se volvio loco, y porque lo echaban de la ciudad que decia que queria raptar a Ifigenia, pugnaba por desasirse de los guardias y quitarse los ojos, dejandolos en el jardin, colgados en un rosal, para que, aunque el ausente, siguiesen ellos claros admirando a Ifigenia. Ademas, segun me conto su nodriza, la moza no se dejaba apretar en el agarrado, en los bailes de palacio.
– Me gustaria ver la muchacha -dijo don Leon.
– No podras -afirmo Tadeo-, que no sale de su torre. ?No consegui verla yo en veinte anos, yendo todos los dias a comer la sopa boba a la puerta excusada de palacio!
– Podriamos -sugirio don Leon como ensonando- hacerle llegar la noticia de que uno que a Orestes se parece se acerca escondiendose entre los abedules al palomar real cuando ya va a amanecer, escucha el rumoroso despertar de las palomas y, viendo la primera salir a volar, el desconocido regresa a su refugio secreto, en las ruinas hedrosas de la ciudad primera, donde precisamente, el que hace llegar a Ifigenia la noticia, lo escucho conversar con sombras antiguas en octavas reales.
– No, no puede salir de la torre -aseguro Celedonio-, porque, ?quien la bajaria sin que chirriase la roldana y no la viesen los centinelas? ?La roldana no la aceitan adrede!
– Podria bajar por sabanas atadas y faldas viejas cortadas -apunto Tadeo.
– Si, atando sabanas -acepto don Leon-, cinturones, panuelos, cordones de corse, cortadas en tiras las grandes cortinas forradas de la antecamara. Ella se acercaria al palomar y estudiaria mi figura a la indecisa luz de los albores. Cantaria un gallo, y ella saldria de la duda diciendo: ? No, no, todavia no eres Orestes! Quiza, para cerciorarse, tocase con una de sus manos mi frente, mis labios, mi cuello, o escuchase con la palma abierta los latidos de mi corazon. Y, desconsolada, regresaria descalza como habia venido a mi, y semidesnuda, rodeada de todas las palomas, a que la izasen su nodriza y sus doncellas hasta la unica ventana de la alta torre.
– ? Seria bonito paso! -comento Tadeo-. ?Y aun podria enamorarse de ti!
– Y tu, ?como la esperarias? -pregunto Celedonio, levantandose, retrocediendo hasta situarse detras de la mesa del oficio, cruzando los brazos sobre el pecho, pero sin dejar el vaso lleno de vino que sostenia con la mano derecha.
El forastero se levanto a su vez y se acerco a la puerta, que abrio de par en par. Envolvio la esclavina roja en el brazo izquierdo, y lentamente avanzo hacia la ventana. Levanto el baston de cana con puno de plata como heroe que levanta una espada que quiere herir. Se detuvo, la cabeza erguida, mismamente donde el ultimo rayo de sol de la tarde le besaba los pies. Y era verdaderamente, en la mirada asombrada de Tadeo y Celedonio, una larga espada la que sostenia su diestra.
– ?Orestes! -grito el augur, sin darse cuenta de lo que decia.
En el desvan gritaron a la vez, horribles y desafinadas voces, el mismo nombre los cuatro cuervos, y Tadeo se arrodillo. Pero ya, habiendose hecho el silencio e ido el rayo de sol, el forastero aparecia de nuevo sentado en su silla, sonriente, indiferente, como si todo hubiese sido un espejismo, o un sueno que hubiese durado lo que un parpadeo. Don Leon se golpeaba la barba con el puno del baston. Celedonio abrio la puerta y derramo en la losa del umbral el vaso de vino.
– ?Estas en tu casa, principe! -dijo solemne, abriendo los brazos.
El mirlo, dandole entrada Tadeo, silbo una marcha.
Cuando el forastero y Tadeo abandonaron la casa del augur, Celedonio se dirigio al desvan a ver que habia sido de los cuervos. Los cuatro estaban muertos, degollados. Celedonio comprobo que el corte iba de derecha a izquierda y de abajo arriba, como estaba anunciado para Egisto. La sangre de los cuervos goteaba en el platillo del gato negro, que lamia gustoso y tranquilo.
V
Teodora, en los cuarenta cumplidos, con su fruteria en la rua de los Alcaldes, viuda del sacristan mayor de carros de autos sacramentales, habia tomado la costumbre de acudir los martes a la tarde, que era dia de lavado y planchado, a la casa de la Malena, donde viviera sus floridos anos de pupila de merito, especialmente solicitada por viudos y militares retirados. Fuera uno de estos, un estratega mitilenico emigrado, el que la sacara sostenida, y cuando el general se quedo sin dineros, paso ella a la Casa de Arrepentidas, donde conocio al sacristan con el que habia de casar, que iba a elegir voces para un paso de mucho arte, en el que salia Dama Voluptuosidad seduciendo a un mozalbete, que por ella abandonaba diligente a dona Gramatica. La Malena habia muerto, pero habia dejado su nombre al burdel, que ahora lo regia un tiple vaticano, muy bien castrado, que yendo por mar a recoger una herencia en Levante naufrago, y por la voz, los pescadores que lo salvaron de las aguas lo tomaron por doncella, y se lo vendieron barato a la Malena una vez descubierta la verdad del caso. La Malena le tomo aficion al latino, quien dormia con la cabeza apoyada en sus nalgas, sabia de cuentas y cantaba con mucho sentimiento los cuples de moda. El tiple se llamaba Lino, y era capuchino por parte de padre. Teodora se llevaba con Lino, que le compraba la fruta para el personal y la convidaba con refresco de malva. Las pupilas, mientras almidonaban las almohadas -que era uno de los meritos de la casa-, escuchaban las historias que corrian por la ciudad, y con especial apetito aquellas en las que salian altezas y todo el senorio. Y fue el propio Lino, que era algo novelero, quien le pregunto a Teodora si sabia de un forastero que andaba de ocultis por la ciudad, mostraba una pieza de oro y tomara por criado a Tadeo, el mendigo del mirlo, al que habia comprado ropa nueva. Tambien se decia que Celedonio andaba espantado con los augurios que le saco.
– Algo escuche -dijo la Teodora-, y vi a ese desconocido que dices, que lo llevo Tadeo a mi tienda a comprar higos y limones.
– ?Es elegante? -pregunto Florinda lusitana, que era la romantica de la compania, vestida de celeste, ufana de sus largas pestanas, que parecia que mariposas de luto volaban en sus ojos.
– Es un hombre alto y moreno, el pelo rizo, la cintura estrecha y las