– Es una senora que inventa historias para hacer felices a las ninas como tu -le dijo-. La conozco de arreglarle joyas. Algun dia, tambien la conoceras.
En otra ocasion:
– La senora Teresa a veces me pregunta cosas de ti, para ponerlas en sus libros.
Recordaba otra dedicatoria: «Para que seas tan valiente como Marta, con un abrazo de Teresa.» El libro se llamaba Marta y el monstruo. En ese cuento, la protagonista conseguia escapar de un monstruo que habitaba en el armario de su dormitorio. Su madre habia sido util para algo, despues de todo.
Maria. La recordaba comiendo en la cama un gran plato de alcachofas fritas banadas en aceite. La grasa le resbalaba por la comisura de los labios, mientras la chica de turno le sostenia el plato bajo la barbilla. En realidad, no estaba impedida: habia decidido impedirse, cercenar sus movimientos, y encontraba placer en ello. La atareada Santeta no habia sido una buena madre suplente. Hacia por Regina cuanto podia: banarla, vestirla, acompanarla al colegio -mientras no tuvo edad de ir por si misma-, responder como podia a sus preguntas. Pero Santeta tenia su vida, sus amigas de jueves y domingo por la tarde, y Regina percibia que su carino no pasaba del que podia haberle profesado a cualquier otra hija de patrono, a cambio del jornal, la comida y la cama; un plus de su trabajo.
Ni Maria, ni Santeta, ni las monjas llenaron su ansia de madre. Solo Teresa.
Nunca supo si su padre era o no un buen joyero, aunque Regina, que acostumbraba a medir la calidad por el exito, tenia que haber respondido con un no rotundo a esa pregunta que tampoco quiso hacerse. Si podia decir, contemplando algunas de sus fotografias, que era un retratista sensible. Una imagen la impresionaba mas que ninguna otra.
Era un plano corto de si misma de espaldas, adolescente, estival, el cabello oscuro recogido en lo alto de la cabeza con una coleta sujeta por una goma adornada con florecillas de tela. Su esbelta nuca morena surgia del inocente escote posterior del vestido. En segundo termino, desenfocado, se veia el carro de la Underwood y, al fondo, muy desdibujada, se adivinaba la fuente con su amorcillo. La mano derecha de la chica, alzada, parecia disponerse a teclear. Entre Regina y el objetivo, como un fragmento de nube, se interponia el contorno superior de un brazo de mujer, apoyado con gesto protector sobre su hombro.
Aquella imagen era mas elocuente que todas las novelas de Regina que hablaban de como se ayudan las mujeres, cuando se ayudan. Y lo que mas valor le daba era que habia sido tomada, segun constaba al dorso, a principios de septiembre de 1965. Pocos dias antes de que Albert Daminau dejara de frecuentar a Teresa en su casa.
Tenia que haber una carta que explicara por que Regina era la tapadera, y por logica, debia de ser la ultima. Saltandose el resto del monton que le quedaba por leer (aburridas desde el punto de vista literario: repetitivas y cada vez mas empapadas de blandengueria catolica), cogio la misiva que yacia debajo del monton. Antes de abrirla, vertio mas whisky en el vaso. Estoy borracha, penso. Mejor.
No encontro el menor rastro de Teresa. Entraba en el caracter de su padre que se hubiera deshecho de cartas y pruebas, para borrar las huellas de su adulterio.
Cuanto quedaba de Teresa estaba en ese cuarto y en la carta que la mujer le habia escrito mientras aguardaba la muerte.
Habia llegado el momento.
16 de junio de 1976
Nunca quise a tu padre como te quiero a ti. Te lo dice una mujer que tiene cancer y que va a morir, una mujer que no se miente.
Regina cerro los ojos, como para calibrar la gravedad de la herida. Sentia el roce de las paginas bajo las manos, el conocido y aspero contacto de los folios que Teresa usaba para escribir a mano.
Nunca quise a tu padre como te quiero a ti -volvio a leer-.
Te lo dice una mujer que tiene cancer y que va a morir, una mujer que no se miente.
Perdoname este brusco comienzo, Pero te conozco y se lo dificil que te resulta perseverar en la lectura de algo que te aburre. Yo misma te ensene la importancia de un buen arranque. Debo lograr que te quedes conmigo hasta la ultima linea. Eres la unica lectora que me importa. No quiero que te deshagas de estas paginas. Todavia ignoro si entraras por esa puerta en cualquier momento, en el caso de que conserves la llave que un dia te di. En tal caso, estas lineas no tendran razon de ser, porque te diria de viva voz, de agonizante voz, todo cuanto me propongo explicarte.
Muchas veces he querido llamarte, pero la unica vez que he estado a punto de hacerlo ha sido en noviembre, cuando Franco murio. Por entonces aun no estaba enferma. Aun no sabia que estaba enferma, rectifico. Telefonee a tu padre, despues de tanto tiempo. Me parecia imposible que algo tan importante como la muerte del dictador ocurriera sin que lo pudieramos compartir Cuando los aliados liberaron Paris tampoco tuve a mi mando para festejarlo por las calles, pero eso no importaba mucho porque la multitud te zarandeaba y abundaban los besos.
No llame a tu padre solo para celebrarlo con el. Lo hice, sobre todo, para averiguar donde podia localizarte. Pense que, al fin y al cabo, tenia una buena excusa para acercarme a ti, una excusa historica. Albert solo sabia que estabas… en Paris. Cuan notables, las burlas del destino. Como me habria gustado ensenarte el Paris que conoci.
Le dolia la espalda y tenia el cuello anquilosado, el esofago le ardia por efecto del whisky y sentia la lengua aspera. Quiza deberia irse a la cama y dejar el resto de la lectura para manana. No seas absurda, penso Regina. Sabia que no podria dormir, pese a lo borracha que estaba, porque Teresa habia logrado su proposito de engancharla con la primera frase. Recordo que en cierta ocasion le dijo que un escritor se mide durante todo un libro con el desafio que se ha senalado al elegir las palabras con que empieza, y el ejemplo que la mujer le habia puesto, sentada frente a ella en el patio y leyendole, traduciendo del ingles y con las gafas caladas, lo que Teresa consideraba el mejor arranque posible de una de sus obras preferidas: «Era el mejor de los tiempos, era el peor de los tiempos, era la edad del deseo, era la edad de la locura…» ?Como seguia? Hacia tantos anos que Regina no habia vuelto a leer Historia de dos ciudades.
«Era la primavera de la esperanza, era el invierno de la desesperacion», murmuro. Teresa no merecia que siguiera leyendola en aquel cuarto, bajo la fria luz del flexo. Tenia que sacarla de alli, se dijo, en la incoherencia de su melopea, llevarla a su dormitorio, abrazarla, mecerla. Un nudo de lagrimas le trababa la garganta.
Se levanto, apartandose de la mesa con brusquedad y casi tiro la silla. Solo faltaria que despertara a estos, se dijo, pensando en Alex y Judit durmiendo en sus respectivas habitaciones, en sus irrepetibles primaveras. Cogio las paginas, se puso bajo un brazo la botella, para entonces terciada, y se metio el vaso en uno de los bolsillos de la bata. Cerro la puerta como pudo, de golpe. Ni siquiera sabia donde habia dejado la llave.
25 de junio
Seis sesiones de quimioterapia. No sirven para nada y me dejan hundida. Tu padre acaba de irse. Viene a verme todos los dias, y no se marcha hasta que lo convenzo de que podre valerme por mi misma. Ha vuelto. ?No te parece tipico de el? Atender a los enfermos y presos, dar posada al peregrino… El adulterio no formaba parte de su codigo, pobre hombre.
He de darme prisa, porque no se cuanto tiempo me queda. Mi medico, el buen doctor Pons, dice que unos meses, Pero no me asegura en que condiciones. Dijo lo peor. El cancer esta extendido y me tritura los huesos. Ha prometido darme morfina, asi que no puedo entretenerme. La morfina embota el cerebro y no estoy segura de que alivie el dolor salvo que te den una dosis mortal.
Lo mas dificil es despedirse de lo que se ama. Ame a tu padre, pero ni siquiera en los mejores momentos, al principio, cuando aun no te conocia, alimente demasiadas esperanzas respecto a nuestro futuro. Albert siempre fue sincero conmigo y, aunque no lo hubiera sido, es tan diafano. Yo tenia experiencia; el, no. Me refiero a la experiencia que surge de la reflexion sobre lo que se ha vivido y que induce a actuar Cuanto le ha ocurrido a tu padre, su tragedia, es una pieza inane, un drama tan de museo como esas Joyas suyas que abrillanta y pule, y vuelve a pulir y a abrillantar, y que no hay forma de conseguir que mejoren. Tu padre nunca ha sabido convertir la experiencia en accion, del mismo modo que un rubi no se transforma en esmeralda por mucho que lo froten.
Por el contrario, cuando lo conoci, yo estaba sedienta de felicidad. Diria derecho. Diria la edad de amar, de dar y recibir No te cuento esto para que me disculpes. Se que no eres timorata y que, cualesquiera que sean los reproches que puedas hacerme, no guardan relacion con las buenas costumbres. Ese es, Regina, el regalo que te