todavia que es por esos planos que se puede quebrar el cristal, solo permitiendo ahora que se deslice alguna ligera trabazon, cierta risita entre lineas, delicados indicios de que la inocente no era tan inocente, de que la nina sabia solo se esta haciendo la distraida, cosa de que el hombre que sin apuro desabrocha los botones de la blusa tenga prueba fehaciente -o suficiente a su agudo entendimiento- de que no se divierte solo, de que le ha tocado en suerte una digna companera de juegos, y quizas hasta tenga la fortuna de sospechar estos rios lentos que se han desatado en el cuerpo de ella, esta promesa de ebriedad que le sube desde las piernas y en cualquier momento estallara como un cantaro. Y sin embargo… El hombre que acaba de desvestirla (poniendo fin a la incontaminada etapa del puro futuro, del dejar hacer, a la familiar ceremonia de la virgen sorprendida), ese hombre que ya le hablo de Kropotkine y de Weininger y le enseno lo que significa la mala fe con tanta ferocidad que ahora Irene no puede pensar ni en la de flequillo sin sentir el tabano de su conciencia puerca, el que la hizo responsable de cada uno de sus suenos de grandeza y le devasto su pequeno y confortable pedestal de superdotada y la instalo sin piedad en el mundo, en la cama parece bastante desprolijo. Y nada clasico. Ha guiado firmemente la mano de ella hacia un sitio que Irene todavia considera violentamente despojado de el mismo y de su labia, pero no aclara nada. Irene se queda sola y desconcertada con su cuerpo, todavia sonando con una Pequena Fuga del amor, con un crescendo armonico y sagrado que se expandira con lujuria hacia el Paraiso. Sin embargo es una alumna aplicada. Apenas la mano mayor -como la de la maestra primera: eme-a, ma; eme-a, ma- indica el movimiento correcto, la mano pequena, espartana y docil, se aviene a repetirlo hasta el cansancio mientras su cabeza, ya distante y observando con espiritu critico, trata de discernir si todo esto que ocurre es lo que deberia ocurrir o si algun pase ignorado -que el, egoista o distraido, ha omitido ensenarle- podria tornar estos contactos en algo sublime. Esta tan alerta, tan preocupada por predecir el gesto que haria falta para configurar la obra perfecta, que su vida, el acto de vivir se suspende momentaneamente en ella, y cada instante queda colgado de si mismo sin permitirle mas que esto: placeres efimeros, lujuritas disonantes que no dejan huella. Su cuerpo ya no existe, no hay mas que partes inconexas y altamente imperfectas que se piensan, se erizan, pretenden moldearse y embellecerse con cada contacto. No debe descuidarse, tiene que ejercer un control permanente sobre cada particula. Si se deja llevar va a perder el hilo y otra vez se le esfumara la posibilidad de la gran fuga. Entretanto actua con correccion. Estoica blande, lame, succiona. Tiene la impresion de que el alla arriba, sobre la almohada, debe estar sumido en algo que no la incluye. Pero, ?que significa esto de “el sobre la almohada”? ?No es una especie de sinecdoque? ?La vela por el barco? ?El ala por el ave? ?La espada por? ?No sera poco licito considerar que este hombre es solo su cabeza y no, verbigratia, la porcion que ella metodicamente succiona? Sin embargo esa es la sensacion real. Que el la ha dejado sola, lejos de su proteccion, librada a su propia inexperiencia y luchando por no pensar en lo unico que teme, navegando en la incertidumbre hasta que unas manos todavia casi abstractas la elevan con suavidad y ella y el -?o sea las cabezas de ella y el?-, o sea las cabezas de ella y el asi como otras partes afines de los cuerpos estan de nuevo a la par, y tal vez ahora sea demasiado tarde para la ebriedad y la fuga, pero al menos esto empieza a parecerse a lo que ha leido en los libros y -pobremente- a lo que aun imagina en la autonomia de su cama, cuando una voracidad sin fondo la hace apretar una pierna contra la otra hasta sentirse morir. Entonces otra vez, como unas horas antes en el 26, ella puede hacerse trampa y, pecaminosa y corrupta, pensar: aca estoy con mi amante, fifando como loca. Aunque lo que en realidad esta esperando es esto que viene ahora, esta parte final en la que otra vez conoce su papel, este particular momento de aflojamiento y de paz cuando el la acaricia casi con ternura y ella se permite acurrucarse y reposar la cabeza contra su pecho. Y hablar. De su infancia y de sus trampas y de su hosquedad de bicho raro y de como la alegria en ella es una fuerza arrolladora que de pronto la embebe y la obliga a correr bajo los arboles. De todo, menos de esto que otra vez, malignamente -como si la paz le estuviera vedada-, vuelve a cruzar por su cabeza. Las otras. Las otras son esbeltas y tetonas, saben hacer el amor como angelicas yeguas y no tienen cara redonda ni una madre que les prohiba pasar la noche fuera de su casa ni este miedo feroz a que el -que ya le ha hablado de una carta en el hueco de una pared, y de Besos brujos, y de novias que siempre se cuentan en pasado- este omitiendo premeditadamente un tema. ?Que hace cuando no esta con ella? ?Y esas noches en que ebria o desolada lo llama a su casa y el no contesta? Estas maquinaciones la enloquecen de odio y de celos pero no lo confiesa. Ni se rinde. Ambiguamente, con su metro cincuenta y siete y su cara de luna, tiene la secreta determinacion de ser la unica. Aun no conoce el camino pero ya conoce los alcances de su voluntad. Una voluntad subterranea que la lleva a descartar lo superfluo y a elegir solo aquello que la conducira a su objetivo. Aunque en el trayecto se haga pedazos.
Mano de bronce, mayolicas, crochet. La entrada a la casa de Celia Arguello le resulta decepcionante. Alfredo le ha dicho que los cuadros de la Arguello parecen desprendimientos del infierno pero todas estas cortinitas, en fin, ya le preguntara cuando se vayan; ahora estan entrando en una sala llena de gente. Algunos invitados que Irene no conoce parecen mirarlos, ?quien sera esta jovencita que acompana a Etchart?, ?no se los ha visto juntos con demasiada frecuencia en el ultimo ano? ?No la trata el con desusado afecto? ?No le estara haciendo pisar el palito? Vapores de oro y de luz entran con ella.
Una sonrisa de dientes blanquisimos la enfoca con burlona cortesia. Enrique Ram, a ese si que lo conoce. Un cinico insoportable que fue el maestro de Alfredo, o el hombre a quien mas admira, o algo por el estilo. Ahora cada vez mas reaccionario (le ha explicado Alfredo) pero sabe un vagon de literatura, ya en el cuarenta y ocho daba catedra sobre Finnegan’s Wake, imaginate. Irene se ha imaginado, algo espantosamente dificil, inconcebible saberlo en el cuarenta y ocho, con el tiempo averiguara que es. ?Acaso no es ese su modo de aprendizaje? Datos como piezas de un inacabable rompecabezas. Aprender es saber llenar huecos, no cualquiera. Un mes atras, apenas Irene lo descubrio en el bar del Claridge, los dientes blanquisimos tambien le habian sonreido, el lobo con ganas de comerse a Caperucita se le cruzo a Irene, ?quien era ella? Ella venia de parte de Alfredo Etchart que no habia podido. La mirada de Ram la recorrio de arriba abajo, cara de nena, mas carne de lo que parece con ese pullovercito, penso Irene que el degenerado pensaba, seguro que ese hijo de puta de Etchart se la coje. Ella enloquecio de placer. El hurgaba el libro que Irene llevaba bajo el brazo. Con tanto impudor como si me tocara una teta, le explico mas tarde a Alfredo. Pero, ?que encontro? El Doktor Faustus, ah, te sorprendiste, viejito, ella lo miraba muerta de risa y se sintio tan comestible que, sentada ante un pomelo con vodka, hablo a sus anchas de Thomas Mann, de las zonas de clivaje, del fantasma que recorre Europa, de la voluntad ibseniana, y de otros topicos interesantes del mundo contemporaneo (le dijo, divertidisima, a Alfredo), mientras verificaba gozosa que el lobo la seguia mirando con hambre.
Ahora tambien la mira; ya esta junto a ellos, estrecha la mano de Alfredo. Irene, sonriente y mundana, inicia el gesto de extender su mano. Pero Ram hace algo inesperado. Toma esa mano y, con ademan lento y gentil, la lleva a los labios y la besa. Despues, sin soltarla ni atenuar la sonrisa, dice:
– Digame, Irene, usted que estudia fisica y parece tan marxista, ?como concilia la dialectica de la naturaleza con el Principio de Incertidumbre de Heisemberg?
La inteligencia trabaja con residuos y opera simultaneamente con varios sistemas de datos, escribiria despues Irene. Pura sonrisa ante Ram, ella va rastreando con rapidez en su memoria informaciones apenas entrevistas mientras socarrona calcula que un literato como Ram debe haberse quedado entrampado en la palabra “incertidumbre” pero es fija que tiene un concepto vago y ligeramente erroneo de lo que es el Principio de Heisemberg -?papita pa’ el loro!- y al mismo tiempo detecta la mala fe que hay en esa pregunta y en el tono. Con cierta insidia dice que si el electron es un movil, ?no sera justamente poco dialectico fijarlo en un punto y en un instante dados? Con mas insidia agrega que, de cualquier manera, no hay que preocuparse: la imposibilidad de determinar a la vez la velocidad y la posicion de una particula ?niega acaso la lucha de clases? Y ahora una flor para el hombre que seguramente la admira a su costado.
– Y, por favor, suelteme la mano. Para hablar conmigo sobre estas cosas no hace falta que me toque.
Ahi esta ella de cuerpo entero. Leal hasta los huesos al hombre que ahora rie en silencio. Irene no necesita girar la cabeza para saberlo. El poder de divertirse en yunta, pero sobre todo cierta hermandad, o cierta implacable solidaridad, ya los une. Ram sin duda lo ha percibido porque su mirada carece ahora de toda condescendencia con Irene, la hace crecer de golpe hasta la edad y la experiencia de Alfredo. Ceremonioso, se da vuelta.
– ?Vio, mi elefantito negro? -dice-. ?Vio las cosas que saben las mujercitas de Etchart?
Irene apenas tiene tiempo de reparar en una mujer esplendida cuando la voz baja y amenazante de Alfredo la pone alerta.
– Yo no tengo mujercitas, Ram. Y habra notado que Irene Lauson se tiene muy bien a si misma.
Oir su nombre completo la sobresalta. Pero la mujer de ese nombre se yergue por encima de su altura real y