– Debe ser asi, si, pero es imposible. No puedo evitarlo, ?entendes? Como no puedo evitar el desorden. Es decir, no es que el desorden aparezca y este un momento inmovil y entonces yo decida moverlo. No. Se da todo al mismo tiempo, como si fueran una sola cosa. Pero son dos cosas distintas. El desorden y el esfuerzo de mi cabeza por desenredarlo.

– ? Y nunca lo pudiste arreglar?

– No. A veces aparecen como vias ferreas, es decir, una especie de canos de metal plateado, casi blanco, que corren muy rectos y paralelos a traves del desorden. Pero no arreglan nada. Corren y se esfuerzan mucho -se encoge de hombros; rie-. Igual que yo. Pero no hay caso. En fin -ha dado un suspiro; acaba de descubrir que se siente maravillosamente bien-, yo tengo mi mundito tambien. Pero a la manana se me pasa, no pongas esa cara.)

– Me esta clavando la cartera.

– Que.

– Que me esta clavando la cartera -repitio, monotono, el hombre de la oreja.

Irene la retiro con urbanidad.

– Disculpe -dijo, y le dedico al hombre una sonrisa desamparada que aun conseguia conmover a mas de un senor maduro. Inutil con el hombre de la oreja. Cejijunto, impermeable, incapaz de una pincelada de ternura. Razon por la cual Irene volvio a mirarle la oreja pero esta vez con premeditacion y alevosia. Un gesto lucido y esplendido, pleno de ferocidad. La mirada de Dios clavandose en la oreja del imbecil: un acto de justicia. ?No te da verguenza, tan grande y con una oreja tan fea? Zas, la pura locura habia traspasado como a un queso la pura lucidez de Dios. Esa era siempre la sensacion: un rayo desbaratando una organizacion perfecta de pensamientos, ?o de pensamientos perfectos?, ?o perfectamente pensada? Mi genio es demasiado breve, se dijo, y algo estaba a punto de inquietarla, algo que (presintio) iba a dar insidiosamente en el clavo, cuando por la ventanilla de la izquierda vio -o creyo ver-una escena que debio haber estado vedada a sus ojos. Fue apenas un segundo, una rafaga, al punto que no habria podido jurar que alli, detras de esa ventana, estaba ocurriendo algo que, de todas maneras, ella ya sabia que estaria ocurriendo y hasta habia imaginado asi, junto a esa ventana, en ese barcito de la calle Charcas. Solo que imaginarlo era otra cosa. Podia eludir la cara de la chica -?pero era realmente la chica?, al fin y al cabo la habia visto solo un momento, en un choque al que no habia prestado atencion- mirando a un interlocutor a quien Irene no podia ver pero cuyo poder adivinaba justamente por la expresion de quien lo miraba, una mezcla de admiracion y suficiencia, ya que el tenia esa virtud -?o era una mera proyeccion de Irene?-, la de crear en su interlocutora la ilusion de que nunca antes habia sido escuchado como en este momento, asi que Irene ahora podia jurar que era ella: ninguna otra podia haber tenido esa cara privilegiada de estar sabiendo que el ha encontrado por fin a la muchacha a quien ha esperado durante toda su vida.

(-Y eso es lo que me desespera -le ha dicho.

Estan en el Saint-James a pedido de Irene que hoy cumple veinte anos y quiere evocar una tarde en la que vino con Guirnalda a tomar te con masas, poco te y mucha leche en la taza de la nina que observa con asco a las senoras cargadas de paquetes y de hijos y con avidez a una pareja clandestina y corrupta que bebe cocktails y se mira con pasion. Algun dia volvera. Con su amaaante. La segunda “a” se le alarga deleitosa en el pensamiento. Guirnalda le advierte algo y la nina educada cierra la boca. Toma un sorbito de leche y mira con envidia. ?A quien? A mi. Yo ahora soy la otra, esta mujer alta y esplendida, tengo un amante a quien miro con pasion, y una chica estupida a quien su mama le ha hecho cerrar la boca me mira con envidia. Guirnalda se ha borrado. Soy feliz.

?Es feliz? Tiene veinte anos, no es esplendida ni alta y esta desesperada. No, no, el no tiene que entenderla mal, no se trata de lo que el pueda sentir por las otras, se trata de lo que las otras mujeres creen, porque ellas se sienten el unico, el verdadero amor, ?se da cuenta el?, aunque sea durante unos meses, aunque sea durante unos dias cada una se siente la unica, y es eso, esa sensacion de absoluto lo que ella anora, lo que la lleva a odiarlas. Si, si, ya sabe que eso del absoluto es una mentira. Pero como descansara (piensa aunque no se atreve a decirlo por temor a ser trivial), que maravilla ha de ser esto de sentirse aunque sea durante un minuto la mujer unica, que remanso sera eso de no vivir siempre en zona sismica. Tiene lagrimas en los ojos y, para colmo, ni siquiera se animo a pedir un cocktail porque se ha dado cuenta de que no conoce el nombre de ninguno. Esta tomando un bruto y amarguisimo cafe doble -ya que el azucar le parece una debilidad, o una desvirtuacion. En fin, en esa mesa no ocurre nada que una ninita con flequillo pueda envidiar.

– Me enferma este lugar -dice.

– ?Y para que quisiste entrar? -dice Alfredo.

– Porque una vez, cuando era chica, estuve aca con mama y me propuse volver y verlos de afuera. Pero es insoportable. Toda esta gente es insoportable. Parecen tan seguros, tan satisfechos de si mismos tomando su te con masas, que dan ganas, no se, de hacer un escandalo o algo que por lo menos les mueva el piso -se detiene, alarmada: ?esto es espiritu revolucionario o resentimiento?-. ?A vos nunca te dan ganas de hacer estas cosas? -pregunta con cierta cautela.

– No exactamente de ese modo -dice Alfredo.

Irene experimenta un discreto alivio. ?Justificado? Le da lo mismo.

– Bueno, a mi me encanta inventar situaciones asi. ?Te imaginas por ejemplo el despelote que se arma si vos de pronto me calzas de una bofetada? Pero de esas bien brutas, de arrabal -se entusiasma: imagina la sorpresa y el terror de la de flequillo, ?como registraria este hecho su cabecita registradora?-. Me enloquece. Me enloquece imaginarme estas cosas -rie con excitacion.

El esta demasiado calmo.

– Lo que me estaba preguntando -dice- es hasta cuando sos capaz de reirte. Hasta que limite.

– Hasta la muerte. ?Sabes lo que creo? -y esta tan orgulloso de lo que va a decir que apenas detecta algo que el ha pronunciado en voz muy baja-. Que la risa es una prueba concluyente de inteligencia y superio… -se ha sobresaltado-. ?Que?

– Decia que no se si sos capaz de reirte despues que te dan una buena bofetada.

– ? Y quien puede ser capaz?

– Vos. Vos tendrias que ser capaz.

– ?Por que yo! -dice como una explosion. Pero aun en medio de la furia sabe por que. ?O no le ha dicho un dia, jactanciosa, que no era para ella el lema: “Si otros pueden, ?por que no usted?”; que su verdadero lema era: “Aunque los otros no puedan, usted debe hacerlo”?-. Callate -dice-, ya se. Pero no es el dolor fisico, entendes, no es el hecho de que me pegues. Lo que no puedo soportar es la humillacion. ?Entendes lo que te digo? Una puede aislarse de su cuerpo, es decir, la cabeza puede. Digamos que te agarran un dedo de modo que no lo podes soltar, y lo meten en el fuego. Vos podes aislarte del dedo, porque igual no tenes posibilidad de hacer nada. Sos irresponsable, entonces te aislas. Es decir, el dedo podra estar todo chamuscado y dolorido pero vos no sufris.

– Vos nunca sufriste por nada, Irene -su tono es inamistoso; la ha dejado sola- Te gusta especular con eso que, tan segura de vos misma, llamas el “dolor fisico”. Como con todo lo demas. ?Pero pensaste realmente, hasta el fondo de las tripas, lo que es el dolor fisico, lo que es un hombre al que le arrancan la lengua o le cortan los testiculos?

Y no me digas que si porque es mentira. Ni vos ni yo ni nadie sabe cual es su limite para el dolor. Uno puede tener una especie de presupuesto etico, en el mejor de los casos. Pero especular como especulas vos, tan suelta de cuerpo, es una infamia.

– ?Callate! ?No me vuelvas loca! Te das cuenta que no tengo derecho ni a poner un ejemplo traido de los pelos, que en seguida me tiras con toda la etica y que se yo cuanto. Yo no estaba hablando de la tortura, yo simplemente estaba hablando

– De la humillacion -dice el.

– De una bofetada -dice ella con rabia-. De una simple y llana bofetada. Y si estamos representando a solas, da lo mismo que uno ponga la mano y el otro la cara, eso quiero decir. Ahi somos los dos iguales. Pero para los otros no. Para los otros, que alguien reciba una bofetada es algo humillante. Ellos sienten que yo debo sentirme humillada. Y yo no soporto eso. No soporto que me humillen.

– Que me humilles, debiste haber dicho. Porque no se si recordaras que empezamos hablando de

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