piensa con soberbia: Nadie me tiene, yo me tengo a mi misma. Trata de que el pensamiento le guste. Desde la pared, la esta mirando un hombre con la expresion de saber algo que le ha quitado para siempre la posibilidad de vivir, de realizar eso que las buenas gentes llaman vida.

– Usted me gusta, Etchart -dice Ram- Tan gallito, y en el fondo tan inocente. Que fea impresion, esta nina que lo acompana me quiere asesinar con los ojos. Chica fiel como ya no quedan, se ve. Pero cuidado, si algun dia se le encocora le va a dar trabajo, querido.

– Mejor no se preocupe por mi, Ram.

– Por supuesto, muchacho, si ya se que a usted le gusta tomarse ciertos trabajos. A mi no, que quiere que le diga. A esta altura, prefiero que los placeres vengan a mi -ha tomado a la mujer del brazo y la exhibe como se exhibe a un animal de raza-. Mire que hembra, Etchart ?Le parece que necesita pensar?

Algo parece a punto de crujir.

– Alfredito -oye Irene-, que suerte que viniste.

La mujer que ha ahuyentado las sombras y que ahora besa con efusion a Alfredo no pega en esta reunion. Petisita y gorda, desalinada. Uno se la puede imaginar volviendo del mercado con una bolsa rebosante de achicoria. Irene quiere escabullirse pero la de la verduleria ya la esta saludando con una sonrisa cargada de afecto. Aunque los ojos no tienen mucho que ver con esa sonrisa, piensa Irene y tiene dos revelaciones: esa es Celia Arguello, la autora del regresado del infierno que la miro desde la pared. Y lo que hay en su sonrisa le esta personalmente dedicado. Piedad. En la sonrisa de esa mujer hay piedad. Descubrirlo es como una bofetada: en esa piedad Irene puede ver, como en un espejo, algo que esta en su propia cara y que la instala brutalmente en la cofradia de esa mujer: el desasosiego de quien tampoco va a encontrar su lugar en el mundo. Pero yo no quiero ser ella, piensa como si clamara. ?O es que una mujer tiene que perder su cuerpo para ganar su alma?

Despiadada, retira toda desolacion de sus ojos. Que Celia Arguello se quede sola con su desamparo. Busca a Alfredo con la mirada pero el no la ve: esta diciendole algo a Ram ahora. No me necesita, se le cruza a Irene, pero no se deja atrapar por el pensamiento. Saluda con mundanidad a un muchacho desgarbado que se le ha acercado con gran entusiasmo y a quien no recuerda en absoluto. El desgarbado, al parecer, esta encantadisimo de volver a verla: ella le ha causado una gran impresion la primera vez. Le ofrece un vaso de vino que Irene acepta. Ella se bebe la mitad de un trago. No, no soy la mujer de Etchart, explica, y dice algo muy gracioso sobre el matrimonio que el desgarbado festeja moviendo la quijada. El le vuelve a llenar el vaso y ella bebe. Fisica, si, estudia fisica. Pero tambien escribo, inesperadamente dice y tiene la borrosa conciencia de que esta bebiendo demasiado. En realidad odio la fisica, lo unico que me importa es escribir. ?Lo dijo realmente o lo penso? Un disparate pero ya no puede volver atras: lo dijo. Si no, ?a que vendrian las sandeces que esta diciendo el desgarbado acerca de la conveniencia de escribir descalzo? Preferentemente en piso de tierra, si, si, claro, Irene mira a su alrededor como un naufrago. Ahi esta Alfredo, hablando con Ram; no parece acordarse de ella. Las plantas de los pies se nutren de alguna cosa que actua sobre el centro del lenguaje, dejar fluir la corriente y escribir sin pensar. Muy apropiado, si, si. Se lo ve un muchacho frutal, piensa, y la risa que eso le da la hace sentirse mas sola. Si, si, le contesta distraida al desgarbado que acaba de revelarle algo sobre la marca de Cain que, al parecer, ella tiene en su frente. Si, si. Siente una rafaga de miedo. Ni esposa, ni novia, ni amante oficial. Nada que le permita estar a los pies de Alfredo como la estatua esta a los pies de Ram, el cuerpo formando una figura perfecta, ni una sombra en su cara que haga sospechar el fuego cruzado que esta pasando sobre su cabeza, las pasiones en juego que Irene alcanza a entrever y que inesperadamente la hacen desviar la vista, como si se hallara ante una ceremonia vedada, o como si de pronto sintiera ?celos?, esa agitacion desusada en Alfredo, ese interes que ella nunca le noto ante otros interlocutores, ?la hacian sentir celos? Pero, ?que quiere ella al fin y al cabo? Todo. Alala. La estatua parece haber lanzado sobre Alfredo un relampago de ?odio? Fuera de eso, ninguna otra perturbacion. Ni siquiera parece advertir la mano untuosa que le acaricia distraidamente una pierna. Irene desea ser esa cosa, ahi sentada. Poder quedarse junto a Alfredo, inmovil de cuerpo y alma, ocupando un lugar en el mundo. Dejar de ser esto a la deriva que bebe vino y apenas escucha al desgarbado, quien en este momento senala su propia frente y le informa que el tambien tiene la marca. Veo, veo, dice Irene mirandole con cortesia la frente, para lo cual tiene que hacer un considerable esfuerzo por la miopia y porque el desgarbado le lleva como cuarenta centimetros. De reojo busca a Alfredo con la secreta esperanza de que el haya advertido esta situacion absurda y comparta su diversion. No. El observa inquisitivamente -como si corroborara o controlara algo que pende de una baba de arana- a la mujer de Ram que habla casi sin mover los labios, sin que se conmueva una linea de su nitida cara de madona renacentista. ?Y Ram? Ram no esta pero ahora regresa. Dice algo que provoca la risa de Alfredo y la tranquila mirada de la mujer. Alfredo bebe: esta locuaz y parece divertirse. ?El no necesita testigos? No me necesita a mi, piensa Irene, como quien se flagela. Desvia la vista para que no se le llenen los ojos de lagrimas y se encuentra con Alicia en el Pais de las Maravillas. Incontaminada y radiante, en la florida fronda, vean las cosas que venia a pintar la Arguello. No me estas escuchando, dice el desgarbado. Es ese cuadro, perdoname, me tiene fascinada, dice Irene, contenta de haber encontrado un pretexto para alejarse. Se acerca con envidia desganada a la de las maravillas. Cabecitas de rata emergen voraces entre las flores. ?Serpientes como ramas? Curioso. Alicia sonrie en el mejor de los mundos, parece venir de tardes apacibles bajo las glicinas y de labores de aguja junto a la ventana. Las ratas le acarician los zapatitos. Irene presiente un iman o un pozo. Un lugar hacia donde caer. Va a la mesa a servirse mas vino. Hay que hacer algo con la propia locura, se le cruza fugazmente. Llena su vaso. Vuelve a mirar a Alicia: ve una marca en su frente.

– Estas tomando demasiado.

Una burbuja familiar la rodea, la protege de las inclemencias del mundo. Asi que Alfredo la ha estado mirando al fin de cuentas, asi que todo este tiempo estuvo preocupado por ella. Irene se da vuelta en el momento en que el, con naturalidad, levanta el vaso que ella acaba de llenar. Ella no se rebela; observa sin inquietud como el se bebe el vino de un trago. Aparta de mi este caliz. El. El aparta de mi este y todos los calices.

– Es que estaba medio perdida -dice-. Como va eso.

– Viento en popa.

– ?Lo estas matando?

El parece sorprendido.

– ?A Ram? -dice-. Si es el hombre mas fascinante que conoci en mi vida. Una especie de humanista al reves. O un depredador genial. De esos tipos que uno a veces necesita para saber donde esta parado -seguramente advierte la cara de decepcion de Irene. La mira serio-. Irene -dice-, hice algo imperdonable. Si no venia a contartelo enseguida, me volvia loco.

Irene se ilumina. Un sentimiento calido la desborda. Asi que son dos entonces, asi que el tampoco existe sin ella. Esa pasion, esa infrecuente vitalidad que destella en los ojos punteados se habria derramado sin remedio si ella, la pequena amiga y amante, no hubiera estado alli para escuchar lo que el tenia que decirle.

– Contame -dice la hambrienta.

– Esta noche voy a acostarme con la mujer de Ram. En una hora lo deja a el en Retiro, rumbo a Cordoba, y viene para mi casa.

?Que hacen las otras? ?Gritan, aranan, arrancan cabelleras? ?Dicen hacerme esto a mi que soy tu esposa, tu novia, tu amante? ?Dicen te voy a matar, antes tendras que pasar sobre mi cadaver, todo ha terminado entre nosotros? ?Que aceitado y ancestral mecanismo se echa a andar dentro de ellas? Porque tambien en Irene algo quiere soltarse, largar a batir el tam-tam de su alma, desatar redobles y bramidos. Pero una cosa mas fuerte que su instinto -?una curiosidad malsana e impiadosa?- contiene todo clamor. O tal vez, por un error de la naturaleza, su instinto consiste exactamente en esto: en saber que ahora hay que abrir grandes los ojos, con una expresion no exenta de admiracion no exenta de terror no exento de alegria, y cientificamente preguntar:

– ?Como hiciste?

Para que el la mire deslumbrado y diga lo que ahora dice:

– Pero vos no te escandalizas nunca.

– Nunca -dice ella con altanera felicidad.

Ahora, mientras caminan abrazados bajo las frias estrellas y el le cuenta sus manejos de equilibrista que ella festeja, y momentaneamente cada uno amaina la soledad del otro, Irene descubre que ya no tiene miedo. La mirada de el esta tan cargada de entendimiento como cuando hablaba con Ram. Y su alma de andariego puede descansar en Irene como no va a descansar en la que hoy comparta su cama. Por eso no le va a importar esta

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