noche aullar de celos y de furia en la soledad de su pieza.

Segunda parte

Pensaba y sufria mucho, pero le faltaba la fuerza necesaria para atreverse, primer requisito del que hace algo.

LAWRENCE DURRELL

Miro la oreja que tenia a su derecha. Era colorada y tirando a desprolija. ?Y si la muerdo? Subitamente rapida dentellada, gran tumulto en el colectivo, imposible volver atras. Solia pasarle, sobre todo en los colectivos y sobre todo con las orejas, pero tambien con las cabezas calvas, solo que en esos casos Irene tenia que estar de pie y la cabeza sentada. Mirarla desde arriba era como un vertigo. ?Y las braguetas? Braguetas en su linea de vision (en estos casos Irene sentada, claro) colgando flojas de senores, como desprovistas de sustancia. Extender la mano y sopesarlas tiernamente, cucu. ?Y entonces? Ah, m’ hijita, al freir sera el reir. No. No era estar al borde de un limite lo que la inquietaba, era la posibilidad de que franquearlo fuera un acto demasiado involuntario. ?No se consideraba a si misma un producto de su voluntad? TENAZMENTEELLASEMODELABA, si. ?Pero que iba a pasar si un dia, involuntariamente, cometia un acto irreversible? Suponiendo, querida farsante, que existan actos no irreversibles, algun no-acto o solapado pasito tuyo que no permanezca intacto en su jugo, exhibiendose obsceno mientras a-fa-no-sa-men-te-vas-mo-de-lan- do-te, cucu. Puaj. Diminutas Irenes defectuosas flotando inutilmente en la memoria de los otros, ?que hazana habra que realizar para borrarlas de un saque? Cuidado, ahora que analizaba friamente la oreja estaba segura de que habria podido morderla sin que interviniera en absoluto su voluntad. Un problema era: ?intervenia su voluntad en impedirlo?

– ?Como dijo?

La oreja intempestivamente habia dado un giro. ?Hablando sola, companera? (voz en off). No se inmuto, pequeno triunfo.

– La hora. Si me podia decir la hora.

El hombre estudio su reloj con expresion grave: sin duda sabia ponerse a la altura de sus responsabilidades.

– Las diecisiete y veintiuna -dijo.

Ya esta con ella. El pensamiento la atraveso como un cuchillo, pero no: nada mas innoble que estas intromisiones en lo ajeno. ?Lo ajeno? No desbarrancarse tampoco por este tipo de reflexiones, peligroso cuando la herida… ?Shhh! Nada de heridas abiertas ni corazones sangrantes, ?o ella no se divertia tambien? Con la ventaja de que solia emerger bastante mas ilesa que el de tanto love labour’s lost. Lo que a Alfredo lo perdia era ese sentido estetico de la vida. Bastaba el movimiento entre torpe e infantil de una desconocida al ponerse el saco en una confiteria, o un curioso efecto de interrogacion en la orden “comprame un chocolate”, o una cabeza girando enfurrunada en una clase de literatura para que cayera en un estado poetico que solia durarle menos -el tardiamente lo reconocia- que las complicaciones del romance. Aunque no se trataba solo de “sentido estetico”. Era como si por la laberintica via de su pito -de asombrosa normalidad- el pretendiera que en ciertas mujeres emergiese el genio, que brotasen indomables chorros de luz en razon de esas pequenas maravillas prematuramente percibidas. Solo que las mujeres no pueden con su genio, con peligro se le cruzo y otra vez estuvo a punto de desbarrancarse pero por otra riscosa pendiente. Siempre acaban echando agua para su molino -astuta habia vuelto a la huella-, descubriendo que Alfredo es el solitario que pide a gritos la esposa ideal, el huerfano que necesita una madre, el monstruo de vanidad a quien le vendria muy bien una soberana patada en los huevos, ven para aca pilluelo, que con un par de besos en la frente disipare las nubes de tu cielo, y te preparare comiditas, y te tejere bufandas, y te curare para siempre de la desesperacion y de la soledad, nunca antes supiste lo que era la verdadera dicha porque no habias tenido la suerte de encontrar a esta servidora.

Cuanta objetividad, Irene, cuanta sabiduria. ?Pero podrias realmente jurar que tan medulosa meditacion, aca sentada en el ultimo asiento del 111, no esta destinada a ahuyentar de tu cabeza cierto ignoto barcito cercano a la facultad que igual se cuela, se cuela sin remedio? Shh, habiamos quedado en no pensar en eso, no hay nada mejor que una colita a la cacerola. ?Que? Lo habia oido, lo habia oido perfectamente. No hay nada mejor que una colita a la cacerola. Una voz de mujer que habia venido desde la izquierda, un poco hacia adelante. Ahi estaba: todavia con rastros de plenitud en la cara, inconfundibles vestigios de quien acaba de expresar su verdad. Mejor una tapita de nalga. No; la mujer primera niega con firmeza. No queda en ese cuerpo lugar para una sola duda: es maciza, llena de si misma de la cabeza a los pies. Nada que ver con este vacio, con esta conciencia de la inutilidad de su viaje en el 111. ?O acaso Irene se ha olvidado de que regresa de la Caja dos horas antes para nada? Hay algo abyecto en todo esto. ?En volver antes de hora o en haber ido?

Porque, hermanita de los Inmortales, tampoco es del todo edificante eso de gastar ocho horas diarias -sin contar preparativos y entremeses- de tu ?ah formidable! cerebro en organizar programas de computadora que corrijan errores de los errores de los errores de. ?Basta! Un pasito a la vez, dijo el ciempies. Estabamos en este regreso inutil, en esta pequena avaricia de empleada publica, en esta sagacidad para robarle dos horas al Estado. Si tal vez lo mas conmovedor en ella era que nada, pero realmente nada de lo humano le era ajeno. ?O no habia saltado hoy mismo en la Caja cada vez que oia el telefono? Cuantos anos saltando cada vez que oia el telefono, el timbre, la trompeta o el flautin, la presunta y magica llamada salvadora que vendria de afuera para llenar de sentido la inquieta maquina de pensamientos inutiles. Pero Alfredo no habia llamado; senal de que ni siquiera se acordaba de la Remington, y senal de que ahora estaba en un barcito hablandole a una muchacha que lo miraria con cierto miedo y tambien con cierta esperanza, sin saber todavia que este era un instante integro, sin fisuras, para ser anorado dentro de muchos anos, tal vez durante un viaje en colectivo, simbolo absurdo del vacio de dos horas robadas para nada, de un hueco que se abre ante ella para nada. Catedrales. En todo hueco pueden emerger catedrales, o taperitas, o esto, estas difusas contemplaciones colectivescas, emergencias al azar, pequenos brotes que no tienen fuerza para crecer, y malezas, ah, sobre todo maranas de malezas invadiendola sin que ella encuentre espacio para una flor, para una sola flor.

(-Veo el desorden -ha dicho.

– ?Como, lo ves? -el ha achicado los ojos; parece estar haciendo un esfuerzo real por entenderla.

– No se -dice ella-. Esta ahi y yo lo veo.

– Lo sonas -dice el.

– No, no lo sueno, estoy bien despierta. Pero no lo puedo dominar, no lo puedo hacer desaparecer, no puedo hacer nada.

– ? Y cuando lo ves?

– De noche, no se, en la cama, me tienen que pasar cosas. Muchas cosas al mismo tiempo, quiero decir. Y yo trato de entenderlas, bah, de entenderme a mi. Pero no es exactamente eso. Es como si la cabeza me fuera a estallar; entonces aparece. No en mi cabeza, te das cuenta, no adentro de mi cabeza. Se instala ahi, delante mio, a pesar de mi voluntad.

– ?Como es?

– Como ramas. Muchisimas ramas nudosas que se envuelven unas a las otras y no empiezan ni terminan en ninguna parte. Hay alguna cosa como fango tambien. Y mucha oscuridad. Un pedazo de selva horizontal e intrincadisima adonde la luz no puede llegar. Pero se mueve. Igual que una gran masa de serpientes desplazandose en silencio. Es decir, no: yo lo muevo.

– ?Como sabes que lo moves vos?

– Por el esfuerzo. Siento en la cabeza el esfuerzo que estay haciendo para desenredarlo. Pero no puedo. Las ramas se desplazan unas sobre las otras pero no se desenredan.

– Quiere decir que si vos no te esforzaras eso se quedaria quieto.

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