avergonzado-. En el piso de arriba hay algo que creo que deberias ver.
Cuando volvimos a la cocina, la fiesta estaba tocando a su fin. Walter Gaskell ya habia conducido al auditorio a un amplio grupo de invitados, entre ellos al pequeno elfo con jersey de cuello de cisne que esa noche iba a darnos una conferencia titulada «El escritor como
– Grady -dijo al verme una de las estudiantes, llamada Carrie McWhirty. Habia sido una de las detractoras mas crueles de James Leer aquella tarde, y eso que como escritora era pesima. Sin embargo, despertaba en mi cierta ternura y lastima, porque estaba trabajando en una novela titulada
– ?Hola! -saludo James, sin demasiado entusiasmo.
– ?Hannah? -pregunte. La sola idea de que me hubiese estado buscando provoco que me invadiera una confusa sensacion de panico o placer-. ?Adonde ha ido?
– Estoy aqui, Grady -dijo Hannah desde el recibidor, asomando la cabeza en la sala-. Me preguntaba donde os habiais metido.
– Uh, estabamos en el jardin -aclare-. Teniamos que hablar de algunas cosas.
– No lo pongo en duda -dijo Hannah, que estaba leyendo la caligrafia rosacea escrita en el blanco de mis ojos por la marihuana.
Llevaba una camisa de franela a cuadros, de hombre, embutida con descuido en unos Levi's muy holgados, y las ajadas botas de vaquero rojas sin las que no la habia visto nunca, ni siquiera cuando deambulaba por casa en albornoz, pantalones de chandal o pantaloncitos deportivos. En los momentos ociosos me gustaba evocar la imagen de sus pies desnudos, largos e inteligentes, relucientes, con un poco de vello finisimo y las unas pintadas del mismo rojo que el del cuero de las botas. Mas alla de la despeinada melena pajiza y cierta rotundidad de la mandibula -Hannah era oriunda de Provo, Utah, y tenia el rostro amplio y testarudo de las chicas del Oeste-, resultaba dificil encontrarle algun parecido con Frances Farmer; pero Hannah Green tambien era muy guapa, y ademas lo sabia, asi que diria que ponia todo su empeno en no permitir que eso la jodiese. Tal vez fuese esa lucha contra el destino lo que hacia pensar a James Leer que habria cierta semejanza entre ellas.
– No, en serio -anadio Hannah-. James, ?quieres que te acompane a casa? Ya me marcho. Pensaba acompanar tambien a tus amigos, Grady. A Terry y su amiga. Por cierto, ?quien es…? Eh, Grady, ?que te pasa? Pareces hecho polvo.
Me cogio del brazo -era de esas personas a las que les encanta tocar a la gente- y di un paso atras. Siempre me escabullia de Hannah Green -aplastandome contra la pared cuando nos cruzabamos por un pasillo vacio, o escondiendome detras de un periodico cuando nos encontrabamos a solas en la cocina-, con una sorprendente e incomprensible tenacidad que me resultaba dificil explicarme. Supongo que sentia cierto alivio por el hecho de que mi relacion con la joven Hannah Green siguiese siendo un desastre en perspectiva y no, como seria lo normal a aquellas alturas, un desastre consumado.
– Estoy bien -dije-. Creo que estoy incubando una gripe o algo por el estilo. ?Donde se han metido esos dos?
– Estan arriba. Han ido a buscar los abrigos.
– Estupendo. -Los llame, pero entonces recorde que le habia prometido a James Leer ensenarle una pieza de la coleccion de Walter. James estaba apoyado contra el quicio de la puerta de la calle, con la mirada perdida en la neblina iluminada por las luces de los automoviles, y su mano derecha jugueteaba dentro del bolsillo del abrigo-. Eh…, Hannah, ?puedes llevarlos tu? Yo acompanare a James; todavia tenemos que… uh, hacer una cosa.
– Desde luego -acepto Hannah-. Lo que pasa es que tus amigos han subido a buscar los abrigos hace ya como diez minutos.
– Aqui estamos -anuncio Crabtree, que bajaba por las escaleras detras de la senorita Sloviak, a la que llevaba cogida de la mano. Descendia tanteando los escalones, y la ayuda de Crabtree no parecia ser una mera galanteria. Los tobillos le temblaban sobre los zapatos negros de tacon alto, y pense que no debia de resultar nada facil ser un travesti borracho. En el traje verde metalico de Crabtree no se vislumbraba ni una sola arruga, y su rostro mostraba el rictus inexpresivo y autosuficiente habitual en el cuando suponia que estaba provocando un escandalo. Pero, en cuanto vio a James Leer, puso los ojos en blanco y solto la mano de la senorita Sloviak. Esta bajo, sin pretenderlo, los ultimos tres peldanos de un golpe, se abalanzo sobre mi y me rodeo con sus largos y suaves brazos al tiempo que me envolvia el perturbador aroma de Cristalle, ahora mezclado con un olor rancio y picante.
– Lo siento -se disculpo con una sonrisa tragica.
– ?Hola! -saludo Crabtree, y le tendio la mano a James Leer.
– James -intervine yo-, este es mi mejor y mas viejo amigo, Terry Crabtree, y esta su amiga, la senorita Sloviak. Tambien es mi editor. Seguro que te he hablado de James, ?verdad, Terry?
– ?Tu crees? -dijo Crabtree, sin soltar la mano de James-. Estoy convencido de que, de ser asi, lo recordaria.
– ?Oh, vamos, Terry! -intervino Hannah Green, que cogio a Crabtree del codo como si lo conociese de toda la vida-. Es James Leer, el chico del que te he hablado. Preguntale algo sobre George Sanders, lo sabe todo de el.
– ?Que me pregunte sobre que? -dijo James, que consiguio por fin liberar su palida mano de la de Crabtree. Le temblaba un poco la voz, y me pregunte si tambien habia visto los destellos de conquistador enloquecido que vislumbraba yo en los ojos de Crabtree, quien lo contemplaba con una mirada salvajemente atormentada por la duda-. Salia en
– Terry me ha explicado que George Sanders se suicido, James, pero no recordaba como. Le he dicho que tu lo sabrias.
– Con pastillas -aclaro James Leer-. En 1972.
– ?Magnifico! ?Sabe hasta la fecha! -Crabtree le alcanzo a la senorita Sloviak su abrigo-. Toma -le dijo.
– ?Oh, James es asombroso! -aseguro Hannah-. ?Verdad que si, James? No, en serio, prestad atencion. -Se volvio hacia James Leer y lo contemplo con la admiracion de una hermana pequena que lo creyese capaz de realizar ilimitadas y sorprendentes hazanas. El deseo de complacerla del aludido se evidenciaba en la tension de todos los musculos de su rostro-. James, ?quien mas se suicido? Que otras estrellas de cine, quiero decir.
– ?Quieres que te las cite todas? Son demasiadas.
– Bueno, pues solo algunas de las mas importantes.
No se mostro agobiado, ni levanto los ojos al cielo, ni se rasco pensativo la barbilla. Simplemente, abrio la boca y empezo a enumerarlas contando con los dedos.
– Pier Angeli, en 1971 o 1972, tambien con pastillas. Charles Boyer, en 1978, otra vez pastillas. Charles Butterworth, en 1946, creo. Con un coche. Supuestamente fue un accidente, pero bueno… -Ladeo la cabeza con pesar-. Estaba perturbado. -Habia un rastro de ironia en su tono, pero tuve la sensacion de que iba dirigido a nosotros. Era evidente que se tomaba sus suicidios hollywoodienses y la peticion de Hannah absolutamente en serio-. Dorothy Dandridge, se trago un frasco de pastillas en…, creo que en 1965. Albert Dekker, en 1968; se ahorco. Dejo una nota postuma escrita con lapiz de labios sobre su vientre. Ya se que resulta extrano. Alan Ladd, en 1964, pastillas de nuevo. Carole Landis, mas pastillas; no recuerdo la fecha. George Reeves, que interpreto a Superman en television, se pego un tiro. Jean Seberg, pastillas, por supuesto, en 1979. Everett Sloane, que por cierto, era extraordinario, pastillas. Margaret Sullavan, pastillas. Lupe Velez, un monton de pastillas. Gig Young, le pego un tiro a su esposa y despues se volo los sesos en 1978. Quedan mas, pero no se si los conocereis. ?Ross