Alexander? ?Clara Blandick? ?Maggie McNamara? ?Gia Scala?
– Yo no he oido hablar de la mitad de ellos -reconocio Hannah.
– Los has citado alfabeticamente -observo Crabtree.
James se encogio de hombros y dijo:
– Bueno, asi es como funciona mi cerebro.
– No te creo -tercio Hannah-. Diria que tu cerebro funciona de una manera mucho mas caprichosa. Venga, tenemos que irnos.
Al dirigirse hacia la puerta, Crabtree volvio a estrecharle la mano a James. Y no era dificil percatarse de que la senorita Sloviak se sentia ofendida. Era evidente que no estaba tan borracha como para haber olvidado lo que fuese que ella y Crabtree habian hecho en la habitacion de arriba o para no considerar que eso le daba derecho a disfrutar de su atencion al menos durante el resto de la velada. Rechazo que Crabtree la tomara del brazo y prefirio la compania de Hannah Green, que le pregunto:
– ?Que perfume usas? Me resulta familiar.
– ?Por que no te vienes con nosotros despues de la conferencia? -le propuso Crabtree a James Leer-. Podemos ir a ese sitio en Hill al que siempre logro que Tripp me lleve.
A James se le enrojecieron las orejas.
– Oh, yo no…, no…
Crabtree me dirigio una mirada suplicante y dijo:
– Quiza tu profesor pueda convencerte.
Me encogi de hombros y Terry Crabtree se marcho. Al cabo de unos instantes, la senorita Sloviak reaparecio en el quicio de la puerta, con sus labios perfectamente pintados de color cereza y su larga cabellera negra, que lanzaba brillantes destellos azulados como si fuera el canon de un revolver. Miro a James Leer con aire de reproche y dijo:
– ?No te olvidaste de nadie, tio listo?
El dia que se caso con Joe DiMaggio, el 14 de enero de 1954 -una semana despues de que yo cumpliese tres anos-, Marilyn llevaba, encima de un sencillo traje marron, una chaqueta corta de saten negro con cuello de armino. Despues de su muerte, la chaqueta se convirtio en un articulo mas del desordenado inventario de vestidos de coctel, estolas de piel de zorro y medias negras con incrustaciones de perlas que dejo tras de si. Los albaceas testamentarios le asignaron la chaqueta a una amiga de Marilyn. Esta, que no reparo en que era la que la estrella habia lucido aquella feliz tarde en San Francisco anos atras, se la solia poner para sus maratonianos y etilicos almuerzos de cada miercoles en Musso & Frank. A principios de los setenta, cuando la vieja amiga -una actriz de peliculas de serie B cuyo nombre ya nadie, excepto James Leer y los de su especie, recordaba- fallecio, la chaqueta de cuello de armino, a la que para entonces ya le faltaba uno de los botones de cristal y tenia los codos gastados, fue vendida, junto con el resto de las escasas posesiones de la difunta, en una subasta publica en Hollywood Este. Un perspicaz fan de Marilyn Monroe la reconocio y la adquirio. De este modo, la prenda entro en el reino de los objetos fetiche y empezo una tortuosa peregrinacion por los relicarios de diversos adoradores de Marilyn hasta que escapo de las manos de sus sectarios y aterrizo en las de un tipo de Riverside, Nueva York, que poseia -entre otras cosas- diecinueve bates de Joe DiMaggio y siete de sus pasadores de corbata de diamantes, el cual, a su vez, despues de ciertos reveses financieros, le vendio la errante chaqueta a Walter Gaskell, que la guardo, colgada de una percha de acero inoxidable, en un compartimiento especial, a prueba de humedad, del armario de su dormitorio, con un prudencial medio metro de separacion de cualquier otro objeto que pudiese rozarla.
– ?De veras lo es? -pregunto James Leer, con el tono de timida admiracion que habia supuesto que mostraria cuando le dije que iba a ensenarle aquel ridiculo tesoro.
James estaba de pie a mi lado, en el silencioso dormitorio de los Gaskell, sobre una alfombra con una marca en forma de abanico producida por el continuo abrir y cerrar de la pesada puerta ignifuga del armario durante las periodicas visitas de Walter para contemplar sus tesoros; visitas que realizaba vestido con la camiseta a rayas de los Yankees mientras las lagrimas se deslizaban por sus enjutas y cinceladas mejillas al recordar con nostalgia su infancia en Sutton Place. En cinco anos de relaciones adulteras no habia llegado a descubrir los motivos del rencor que Sara Gaskell sentia hacia su marido, pero, sin duda, este era vasto y profundo, asi que me contaba hasta el ultimo secreto de su media naranja. Walter tenia el armario siempre cerrado, pero yo conocia la combinacion.
– Por supuesto que si -le asegure a James-. Vamos, tocala si quieres.
Me miro, dubitativo, y se volvio hacia el armario, cuyo interior estaba revestido de corcho. A cada lado de la chaqueta de raso, colgados de perchas especiales, habia cinco ajados jerseis a rayas, todos con el numero 3 en la espalda y manchas de sudor en la zona de las axilas.
– ?Seguro que puedo hacerlo? ?Seguro que no nos diran nada por subir aqui?
– ?Claro que no! -respondi, aunque mire hacia la puerta por encima del hombro por quinta vez desde que entramos en la habitacion. Habia encendido la lampara del techo y dejado la puerta abierta de par en par, a fin de que quedase claro que no estaba haciendo nada a escondidas y que tenia pleno derecho a estar alli con el. Con todo, el mas minimo ruido o rumor procedente del piso de abajo me ponia al borde de la taquicardia-. Pero habla en voz baja, ?de acuerdo?
James acerco dos indecisos dedos y toco el amarilleado cuello con suma delicadeza, como si temiese que al hacerlo pudiera convertirse en polvo.
– ?Que suave es! -exclamo. Tenia una expresion arrobada en los ojos y la boca entreabierta. Estabamos tan cerca el uno del otro, que me llegaba el olor de la brillantina pasada de moda con la que mantenia su cabello repeinado hacia atras. Despedia un fuerte aroma a lilas que, combinado con el olor a estacion de autobuses de su abrigo y las vaharadas de naftalina procedentes del armario, me llevo a preguntarme si no me sentiria mejor despues de una buena vomitona-. ?Cuanto pago por ella?
– No lo se -respondi, aunque habia oido hablar de una cifra astronomica. La relacion DiMaggio-Monroe era una de las grandes obsesiones de Walter y el tema de su obra magna, su
Esto parecio interesarle mucho a James. Inmediatamente, lamente haberlo dicho.
– Usted y la rectora son muy buenos amigos, ?verdad?
– Si, bastante buenos -respondi-. Tambien soy amigo del doctor Gaskell.
– Ya lo supongo. Si conoce la combinacion de la cerradura de su armario y a el no le importa que…, bueno, que suba a su dormitorio…
– Exacto -dije, y le mire de hito en hito para descubrir si se cachondeaba. De pronto, en el piso de abajo se cerro de golpe una puerta; ambos nos sobresaltamos, nos miramos y sonreimos. Me pregunte si mi sonrisa parecia tan falsa e intranquila como la suya.
– Es muy ligera -comento, y se volvio hacia el armario, levanto con tres dedos la manga izquierda de la chaqueta de saten y la dejo caer-. No parece real. Es como un disfraz.
– Quiza todo lo que se pone una estrella de cine parece un disfraz.
– ?Oh, eso es realmente profundo! -dijo James, tomandome el pelo por primera vez desde que nos conociamos. O, al menos, eso crei-. Deberia ir colocado mas a menudo, profesor Tripp.
– Si pretende usted cachondearse de mi, senor Leer, creo que deberia tutearme -dije solemnemente.
Solo trataba de seguirle la broma, pero se lo tomo completamente en serio. Se ruborizo y clavo los ojos en el fantasmal abanico de la alfombra.
– Gracias -dijo. Parecio sentir la necesidad de alejarse de mi y del armario, y dio un paso atras. Por suerte, estaba a cierta distancia, y eso me libro de que su cabello se me metiera en la boca. Paseo la mirada por el dormitorio; contemplo el techo, alto y con molduras, la vieja comoda de estilo Biedermeier, el alto armario de