una funda para trajes.

– Eso es lo que decia la publicidad -dije, y cogi la funda para trajes de Crabtree. Palpe los bolsillos de la funda y abri la cremallera del mas grande. Para mi sorpresa, resulto estar vacio. Revise los otros, y tambien estaban vacios. Desplegue la funda encima de las maletas y abri la cremallera. Habia un par de camisas blancas, un par de corbatas de cachemir y dos trajes, que emitian ligeros destellos a la luz de las farolas.

– Son identicos -dijo James tras levantar el traje de encima y echar un vistazo al otro.

– ?El que?

– Los trajes. Son iguales que el que lleva puesto.

Tenia razon: ambos trajes eran cruzados, con solapas en punta y de la misma seda de tono metalico. Aunque era dificil discernir su color exacto, parecia evidente que era identico al del que llevaba puesto. Me vino a la mente el armario de Superman en el Polo Norte, con su hilera de brillantes trajes colgando de perchas de vibranio.

– Resulta extrano -dije, y pense que, hasta cierto punto, era patetico. Tambien Superman me habia parecido siempre patetico alla arriba, en su solitaria fortaleza.

– Supongo que no le gusta tener que preocuparse por lo que va a ponerse -comento James.

– Supongo que no le gusta tener que recordar que hay que preocuparse. -Cerre la cremallera y volvi a meter la funda en el maletero-. Vamos, Crabtree, estoy seguro de que llevas alguna rosilla para colocarte.

Saque el maletin de lona; pesaba tan poco que al levantarlo casi se me cae.

– ?Y de quien es la tuba? -pregunto James.

– De la senorita Sloviak -respondi mientras hundia la mano en el maletin, temiendo que estuviese completamente vacio. Para mi alivio, encontre tres calzoncillos enrollados formando pequenas bolas que rodaban de un lado a otro como canicas. Al palpar una de las bolas de ropa, me tope con algo duro en su interior-. Bueno, de hecho, no. No se de quien es.

– ?Puedo preguntarte una cosa sobre ella? -dijo James.

– Es un travesti -le aclare mientras desenvolvia lo que resulto ser un botellin de Jack Daniel's de esos que dan en los aviones-. Eh, ?que te parece esto?

– No me gusta el whisky -dijo James-. Oh, vaya, entonces…, tu amigo Crabtree… ?es… gay?

– A mi tampoco me gusta el whisky -dije, y le tendi el botellin-. Abrelo. La mayor parte del tiempo, si. Un poco de paciencia, James; voy a hacer otra inmersion en busca de restos del naufragio. -Volvi a hundir la mano en el maletin y pesque otro calzoncillo enrollado-. Pero hay momentos en que no. ?Oh, Dios mio! ?Que tenemos aqui?

Dentro de la segunda bola de ropa interior habia un frasquito de pastillas.

– Sin etiqueta -dije mientras lo examinaba.

– ?Que crees que son?

– Parece mi vieja amiga la senora Codeina. Ideal para mi tobillo -comente, y agite el frasco hasta que cayeron sobre la palma de mi mano un par de gruesas pastillas blancas, marcadas con un minusculo numero 3-. Tomate una.

– No, gracias -respondio James-. No la necesito.

– Oh, muy bien -dije-. Por eso estabas en el jardin de los Gaskell tratando de decidir si suicidarte o no, ?verdad, colega?

No respondio. Una rafaga de viento agito las ramas de los arboles y nos cayo en la cara el agua de la lluvia acumulada en ellas. La campana del campanil Mellon toco el cuarto de hora y me trajo a la memoria a Emily, cuyo padre, Irving Warshaw, en su juventud, a finales de los anos cuarenta, participo como obrero metalurgico en la fundicion del acero de la campana. Para ello se empleo un metodo experimental, posteriormente abandonado a la vista de los resultados, y, como consecuencia, su tanido resultaba desafinado y algo lugubre; oirlo siempre me hacia pensar en el viejo Irv, para quien yo habia sido una inagotable fuente de desenganos.

– Siento haber dicho eso, James. -Tome el botellin de sus manos y desenrosque el tapon. Me puse una de las pastillas de codeina en la boca, como si de una chocolatina M & M se tratase, y la hice bajar con un trago de Jack Daniel's. El bourbon sabia a filete de oso, a barro y a madera de roble. Era un sabor tan delicioso, que bebi otro trago-. Hacia cuatro anos que no lo probaba.

– Dame una -pidio James, que se mordisqueaba el labio con furia y turbacion, movido por el infantil deseo de conseguir comportarse como un hombre. Le ofreci una pastilla y el oscuro botellin. Sabia que era una irresponsabilidad, pero no me lo pense dos veces. Me dije que dificilmente le haria sentirse peor de lo que se sentia, y supongo que tambien me dije que, en realidad, me traia sin cuidado. Se metio la pastilla en la boca y, sin la menor precaucion, bebio un generoso trago de bourbon y al medio segundo lo escupio todo.

– Tomatelo con calma -le dije. Despegue la empapada pastilla de la solapa de mi chaqueta y se la devolvi-. Toma. Intentalo otra vez.

En esta ocasion logro tragarsela y fruncio el ceno.

– Sabe a betun -se quejo, y alargo el brazo para coger de nuevo el botellin-. Un traguito mas.

– Ya no queda -le dije, y agite el botellin para que lo viese con sus propios ojos-. Aqui no cabe casi nada.

– ?Por que no echas un vistazo al otro calzoncillo enrollado?

– Buena idea. -En efecto, en el ultimo calzoncillo habia otro botellin de bourbon-. ?Vaya! Me temo que vamos a tener que confiscarlo.

– Me temo que si -dijo James, sonriente.

Corrimos hacia el auditorio, chapoteando en los charcos y pasandonos el botellin. Esquivamos a un grupo de chicas, que nos lanzaron una mirada asesina, y cuando entramos en el vestibulo, dorado y de paredes altas, James Leer parecia muy excitado. Tenia las mejillas enrojecidas y los ojos humedecidos por el viento que le habia dado en la cara. Mientras yo, doblado en dos ante las puertas cerradas de la sala de conferencias, intentaba recuperar el aliento, senti su firme mano sobre mi espalda.

– ?Corria de una manera comica? -le pregunte.

– Un poco. ?Te duele el tobillo?

– Si -admiti al tiempo que asentia con la cabeza-, pero se me pasara enseguida. Y tu, ?como te sientes?

– Muy bien -dijo. Se seco la nariz con el dorso de la mano y vi que trataba de no sonreir-. Creo que me alegro de no haberme suicidado esta noche.

Me reincorpore, le di una palmada en el hombro y con la otra mano abri la puerta.

– Bueno, ?que mas puedes pedir? -le dije.

El Thaw Hall, el auditorio de la universidad, habia servido de ensayo preliminar a los arquitectos que posteriormente construyeron la sala de conciertos llamada Mezquita de Siria. El exterior estaba adornado con esfinges, escarabajos y otros motivos egipcios, y tanto el vestibulo como el auditorio propiamente dicho eran un amasijo de arcos apuntados, delgadas columnas y arabescos. Las butacas y los palcos rodeaban el escenario formando una especie de ovalo, al igual que en la desaparecida y anorada sala de conciertos, solo que aqui habia menos asientos y el escenario era mas pequeno que en la Mezquita. En total habria unos quinientos en el patio de butacas y otros cincuenta en los palcos. Eran de terciopelo rojo sangre y estaban todos ocupados. Cuando entramos en la sala, el chirrido de los goznes de la puerta provoco que las quinientas cabezas se volviesen al unisono hacia nosotros. En la parte posterior del auditorio habian colocado varias sillas plegables; James y yo tomamos una cada uno y nos sentamos.

No nos habiamos perdido gran cosa. Segun me explicaron despues, nuestro viejo novelista con pinta de elfo habia empezado su conferencia leyendo un largo pasaje de El confidente secreto, y no tarde en coger el hilo de su argumentacion: a lo largo de su trayectoria como escritor, el -ya saben a quien me refiero, asi que lo llamaremos simplemente Q.- se habia convertido en su propio Doppelganger, una sombra maligna que moraba en los espejos, bajo los listones de madera del parque y tras las cortinas de su propia existencia, rondaba a todas las amistades de Q. y se hacia presente en cualquier contacto de este con el mundo que lo rodeaba. Un ser insensible a la tragedia, indiferente a los sentimientos de los demas y alejado de cualquier empresa humana, a excepcion de la vigilancia y la recopilacion de informacion. Su confidente secreto, explico Q., solo actuaba muy de tarde en tarde, y subyugaba a su poco dispuesto amo, por llamarlo de alguna manera, ocupando el lugar de su doble el tiempo suficiente para decir algo imprudente o reprensible y asegurarse de este modo de que la desgracia humana, objeto de constante vigilancia por parte del otro Q. y tema de sus relatos,

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