James me resultaba insoportable. Tuve la sensacion de que si no me levantaba inmediatamente y empezaba a moverme, me desmayaria, o vomitaria, o haria ambas cosas a la vez. Sentia una tremenda debilidad en brazos y piernas, y trate de recordar cuanto tiempo llevaba sin comer nada. Ultimamente me saltaba muchas comidas, lo cual es una mala senal en una persona de mi corpulencia-. Sera mejor que nos las piremos, James -propuse, pues sentia un moderado panico, y agarre su delgado brazo de espantapajaros-. ?Larguemonos de aqui!

Sin reparar en que habia dejado la puerta del armario abierta de par en par, me puse en pie y abandone precipitadamente el dormitorio. Apague la luz y deje a James Leer solo y a oscuras por segunda vez aquel dia. Al salir al pasillo, oi un ruido sordo que me erizo los pelos del cogote. Era Doctor Dee. Sara habia abierto la puerta del lavadero, donde lo tenia encerrado, y ahora el animal estaba alli plantado, tendido en el suelo, con las patas estiradas y mostrando la amarillenta dentadura entre sus oscuras fauces. Sus escalofriantes ojos miraban fijamente el espacio vacio que me rodeaba, hacia alguna lejana montana artica.

– ?Adivinas a quien acabo de encontrarme, James? -dije-. ?Hola, Doctor Dee! ?Hola, viejo cabron!

Me aplaste contra la pared que tenia a mi derecha e intente dejarlo atras, pero se me acerco. Presa del panico, perdi el equilibrio, tropece con el y, sin querer, le propine una contundente patada en las costillas. Al instante, senti una punzada de dolor en un pie, en alguna parte cerca del tobillo, y cai de bruces al suelo. Doctor Dee se levanto de un salto y se me acerco con un amenazador grunido.

– ?Apartate! -le ordene.

Estaba asustado, pero no tanto como para no pensar que morir despedazado por un perro ciego y loco tenia algo de mistico, que podia funcionar muy bien en el capitulo de Chicos prodigiosos en el que tenia pensado que Curtis Wonder, [10] el mayor de los tres hermanos que protagonizaban la novela, encontrase el destino que merecia por su desmesurado orgullo y sus espeluznantes fechorias. Alce el puno, tal como habria hecho Curtis, y trate de arrearle un punetazo a Doctor Dee, igual que si se tratara de una persona, pero atrapo mi puno entre sus fauces y lo aprisiono.

De pronto, se oyo un fuerte estrepito, como el de una piedra al chocar contra el parabrisas de un coche. Doctor Dee lanzo un grunido, puso la cola tiesa, como si fuera un signo de admiracion, y la meneo varias veces, y se desplomo sobre mis piernas. Levante la vista, con los oidos todavia zumbandome, y vi a James Leer junto a la puerta, semioculto en la sombra, con la pequena pistola de empunadura nacarada en la mano. Con un gesto brusco, saque las piernas de debajo de Doctor Dee y este cayo al suelo con un ruido sordo. Me baje el calcetin. Tenia cuatro pequenas heridas de un rojo intenso, dos a cada lado del tendon de Aquiles.

– ?No me dijiste que era de juguete?

– ?Esta muerto? -respondio James-. ?Te ha hecho dano?

– No, no mucho. -Me subi el calcetin y me puse de rodillas.

Con precaucion, pase la mano por la cabeza de Doctor Dee y coloque la palma delante de su humedo hocico. No respiraba-. Esta muerto -dije, y me reincorpore lentamente. Senti las primeras punzadas de dolor en el tobillo-. Joder, James, te has cargado al perro de la rectora!

– No tenia alternativa, ?no crees? -dijo, apesadumbrado.

– ?No podias haberte limitado a quitarmelo de encima?

– ?No! ?Te estaba mordiendo! Yo no… Me ha parecido que…

– Vale, tranquilo -dije, y le di una palmada en el hombro-. No es el momento de tener una crisis nerviosa.

– ?Que vamos a hacer?

– Pues supongo que buscar a Sara y explicarle lo sucedido -propuse. Ardia en deseos de beberme un buen vaso de bourbon que me nublase un poco el juicio-. Pero primero voy a limpiar todo esto. No, primero me vas a dar tu pistola de juguete.

Le tendi la mano con la palma hacia arriba y, obedientemente, me entrego el arma. Estaba caliente y era mas pesada de lo que aparentaba.

– Gracias -dije.

La guarde en el bolsillo de mi chaqueta y James me acompano hasta el cuarto de bano. Me desinfecte la herida con agua oxigenada y me puse un par de tiritas. Me subi el calcetin, me baje la pernera del pantalon y volvimos al pasillo, donde el viejo chucho yacia muerto.

– Creo que no deberiamos dejarlo aqui.

James no respondio. Estaba tan ensimismado meditando las consecuencias de lo que acababa de hacer, que supongo que era incapaz de decir ni pio en aquel momento.

– No te preocupes -dije-. Le dire que dispare yo. Que fue en defensa propia. Tranquilo.

Me arrodille junto a Doctor Dee y sostuve su pesada cabeza entre mis brazos. La mancha de sangre junto a la oreja derecha estaba pasando del rojo oscuro al purpura, y alli el pelo olia a chamuscado. James tambien se arrodillo y agarro al perro por las patas traseras, con una expresion aturdida, casi dulce, en su terso rostro.

– Al recibir el impacto, salio un poco de humo del orificio de la herida -comento.

– ?Diantre! -exclame-. ?Ojala lo hubiese visto!

Cargamos a Doctor Dee escaleras abajo y despues por el interminable camino de acceso a la casa hasta la calle, donde estaba aparcado mi coche. Lo metimos en el asiento trasero, junto a la tuba.

Cuando llegamos al auditorio donde se daba la conferencia, los dos aparcamientos principales estaban llenos, asi que tuvimos que aparcar en una de las tranquilas calles residenciales de la otra punta del campus, bajo una hilera de hayas, junto al camino de acceso a la casa de algun feliz profesor. Apague el motor y permanecimos unos instantes sentados, escuchando el repiqueteo de las gotas de lluvia que, como si fuesen hayucos desprendidos de los arboles que teniamos encima, caian sobre la capota de lona del Galaxie.

– Es un sonido agradable -comento James Leer-. Parece que estemos en una tienda de campana.

– ?Que cuesta arriba se me hace tenerselo que decir! -exclame, al tiempo que sentia un subito anhelo de estar echado boca arriba en una pequena tienda de campana, tratando de distinguir Orion a traves de la mosquitera.

– No tienes por que. Es una estupidez decirle que fuiste tu. A fin de cuentas, es mentira. -Tiraba de las hebras que pendian del deshilachado dobladillo de su largo abrigo negro-. Si quieres que te sea sincero, no me importa lo que esa mujer me haga. Probablemente, deberia echarme a patadas.

– James -dije, meneando la cabeza-. La culpa ha sido mia. En primer lugar, no deberia haberte hecho subir al dormitorio a hurtadillas.

– Pero -me interrumpio, con aire confundido- sabias la combinacion.

– Es cierto -respondi-. Reflexiona sobre eso un par de minutos. -Consulte mi reloj-. Bueno, no puede ser, porque se nos hace tarde. -Asi la manilla y me apoye contra la portezuela-. Venga, ayudame a meterlo en el maletero.

– ?En el maletero?

– Si, claro, colega. Seguramente tendre que llevar en el coche a varias personas a la fiesta en el Hi-Hat despues de la conferencia. Y con el asiento trasero ocupado por una tuba y un perro muerto no creo que hubiese mucho sitio para los pasajeros.

Baje del coche e incline mi asiento hacia adelante. Tenia los dedos frios, y al pasar los brazos por debajo del cadaver de Doctor Dee para sacarlo note que todavia estaba tibio. Lo levante sin acuclillarme, para poder hacer mas fuerza, y senti una punzada en el nacimiento de la espalda. Me llego un avinagrado olor a sangre. Entretanto, James salio del coche y vino a ayudarme a meter en el maletero, junto al equipaje de la senorita Sloviak, al viejo chucho, que ya empezaba a estar rigido. Empujamos el cadaver lo mas al fondo posible, bajo el respaldo del asiento trasero, hasta que se oyo un ruido como el de un lapiz al partirse en dos, y retiramos las manos bruscamente.

– ?Puaj! -exclamo James mientras se restregaba las manos contra los faldones del abrigo. La prenda lucia todo tipo de manchas que documentaban su relacion con la miseria, el mal tiempo y el infortunio, pero me pregunte si hasta entonces habria sido utilizada en alguna ocasion para quitarse de las manos el tufo a perro muerto. Supuse que no era del todo imposible.

– Y ahora la tuba -dije.

– Es un maletero enorme -comento James mientras metiamos el viejo estuche de cuero, que parecia el oscuro corazon de algun leviatan-. Caben sin demasiados problemas una tuba, tres maletas, un perro muerto y

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