roble con un gran espejo en la puerta, el cual habia perdido una parte considerable de su azogue, las gruesas almohadas y el edredon de lino sobre la cama, todo blanco, suave y frio como si estuviese cubierto de nieve-. Una bonita casa. Deben de estar forrados para tener todo esto.

En otra epoca, el abuelo de Walter Gaskell habia sido dueno de la practica totalidad del condado de Manatee, en Florida, ademas de diez periodicos y de un caballo de carreras campeon en Preakness, [9] pero me abstuve de contarselo a James.

– En efecto, tienen un patrimonio considerable -le aclare-. Y tu familia, ?es acomodada?

– ?La mia? -dijo-. ?Que va! Mi padre trabajaba en una fabrica de maniquies. En serio. Seitz Plastics. Hacian maniquies para grandes almacenes, bustos para exhibir sombreros y esas piernas tan sensuales para exponer medias. Ahora ya esta jubilado. Se dedica a criar truchas en el jardin de casa. No, la verdad es que somos realmente pobres. Mi madre era cocinera antes de morir. Tambien trabajaba a veces en una tienda de regalos.

– ?Donde viviais? -pregunte, sorprendido, porque, a pesar de aquel abrigo que olia a fracaso y de sus trajes de saldo, su rostro y sus maneras eran de chico rico, y en ocasiones aparecia en clase con un reloj Hamilton de oro con correa de piel de cocodrilo-. Creo que no has mencionado nunca de donde eres.

Nego con la cabeza y dijo:

– De un pueblo de mala muerte, cerca de Scranton. Seguro que no has oido hablar de el. Se llama Carvel.

– No, no he oido hablar de el -admiti, aunque me resultaba vagamente familiar.

– Es un agujero infecto -se lamento-, un sitio asqueroso. Alli todo el mundo me odia.

– ?Pero eso es estupendo! -exclame, maravillado por la ingenuidad de sus palabras y anorando aquella epoca ya lejana en la que tambien yo estaba convencido de que mi alma fugitiva habia atraido sobre mi todos los grandes temores y mezquinos odios de mis vecinos de la pequena ciudad junto al rio. ?Que encantador habia resultado, por aquel entonces, ser la bete noire de otros, y no solo de mi!-. Es una excusa magnifica para escribir sobre ellos.

– La verdad -dijo-, es que ya lo he hecho. -Se recoloco la sucia mochila de lona que colgaba de su hombro e inclino la cabeza hacia ese lado. Era una de esas mochilas excedentes de la brigada paracaidista israeli, con la insignia alada de color rojo en la solapa, que se habian puesto de moda entre mis alumnos hacia unos cinco anos-. Acabo de terminar una novela que mas o menos trata de eso.

– ?Una novela! -exclame-. ?Maldita sea, James, eres increible! ?liste trimestre ya has escrito cinco relatos! ?Cuanto tiempo te llevo escribirla, una semana?

– Cuatro meses -respondio-. La empece en casa, en las vacaciones de Navidad. Se titula El desfile del amor. En el libro la ciudad se llama Sylvania, como en la pelicula.

– ?Que pelicula?

– El desfile del amor.

– Claro, era de suponer. Deberias dejarmela leer.

Nego con la cabeza.

– No, te parecera horrible. No es buena. Apesta, profe… Tripp. Me moriria de verguenza.

– De acuerdo -acepte. De hecho, la perspectiva de avanzar arrastrandome a traves de cientos de paginas de la prosa semejante a un lecho de cristales rotos caracteristica de James no me entusiasmaba precisamente, asi que me alegre de que me permitiera incumplir de modo airoso mi inconsciente ofrecimiento de leer su libro-. Te creo, apesta -dije la mar de sonriente, pero al instante observe que su mirada se alteraba, por lo que deje de sonreir-. ?Eh, James, eh, no lo he dicho en serio, colega! ?Era una broma!

Pero James Leer rompio a llorar. Se sento en la cama de los Gaskell y dejo que la mochila se deslizase hasta el suelo. Lloraba en silencio, tapandose la cara. Una lagrima cayo sobre su vieja corbata de rayon y dejo una marca circular irregular. Me acerque a el. Segun el reloj de la mesilla de noche, eran las siete cincuenta y tres. De abajo llegaba el repiqueteo de los tacones de Sara mientras iba de un lado para otro apagando las luces, recogia su bolso y se daba los ultimos retoques ante el espejo del recibidor. Despues se oyo el chirrido de los goznes de la puerta, un portazo y el ruido del cerrojo. James y yo nos quedamos solos en casa de los Gaskell. Me sente junto a el.

– Me gustaria echarle un vistazo a tu novela -dije-. En serio, James.

– No se trata de eso, profesor Tripp -respondio con un hilo de voz. Se restrego los ojos con el dorso de la mano y se sorbio un moco que le asomaba por la nariz-. Lo siento.

– ?Que te pasa, colega? Eh, ya se que hoy la clase ha sido tremendamente dura contigo; la culpa es mia, yo…

– No -me interrumpio-. No se trata de eso.

– Bueno, entonces ?de que se trata?

– No lo se -respondio con un suspiro-. Quiza es solo que estoy deprimido. -Levanto la cara y miro con sus enrojecidos ojos el armario-. Quiza ha sido al ver esa chaqueta que fue de Marilyn. Supongo que resulta…, no se, muy triste, verla ahi, colgada.

– Si que resulta triste -admiti.

Desde la calle llego el borboteo del motor del coche de Sara al encenderse. La compra de ese coche era una de las escasas demostraciones de tener verdadera clase que habia realizado: era un Citroen DS23 descapotable de color rojo, con el que le gustaba pasearse por el campus llevando en la cabeza un panuelo con un estampado de lunares rojo y blanco.

– Esas cosas me hacen sufrir -me confeso-. Ver cosas que pertenecieron a una persona y ahora cuelgan de una percha, guardadas en un armario.

– Se a que te refieres.

Me imagine una hilera de vestidos en un armario del piso superior de una casa de ladrillo rojo manchada de hollin en Carvel, Pensilvania.

Seguimos sentados durante un rato, el uno junto al otro, en aquella cama que parecia cubierta de blanca y gelida nieve, contemplando el pedazo de saten negro que colgaba del armario de Walter Gaskell y escuchando el susurro de los neumaticos del coche de Sara mientras avanzaba por el camino de grava alejandose de la casa. En un instante llegaria a la calle, giraria y se preguntaria por que el Galaxy de Happy Balckmore seguia aparcado oscuro y vacio junto al bordillo.

– Mi esposa me ha abandonado esta manana -comente, tanto para mi mismo como para James Leer.

– Lo se -respondio este-. Me lo ha contado Hannah.

– ?Hannah lo sabia? -Ahora fui yo quien se cubrio el rostro con las manos-. Supongo que vio la nota.

– Seguramente si -dijo James-. Me parecio que eso la alegraba, si quieres que te sea sincero.

– ?Que?

– No…, me refiero a que Hannah hizo un par de comentarios que, bueno… Siempre he tenido la impresion de… bueno, no se como decirlo… de que ella y tu mujer no congeniaban. Es mas, diria que tu mujer detestaba a Hannah.

– Creo que tienes razon -admiti, y recorde el rechinante silencio que, como un glaciar, se habia cernido sobre mi matrimonio despues de que le propuse a Hannah alquilar nuestro sotano-. Me temo que no me he enterado ni de la mitad de lo que sucedia en mi propia casa.

– Es probable -intervino James, y anadio, con cierto retintin-: ?Sabias que Hannah Green esta loca por ti?

– No, no lo sabia -respondi, y me deje caer de espaldas sobre la cama. Resultaba tan reconfortante permanecer echado, con los ojos cerrados, que temi adormecerme. Me reincorpore con demasiada brusquedad y tuve la sensacion de ver estrellitas centelleantes ante mis ojos. No sabia que decir: «?Me alegra oirlo?» «?Peor para ella?» -Al menos, eso es lo que creo -matizo James-. Eh, ?sabes de quien mas me he olvidado? De Peg Entwistle. Aunque la verdad es que nunca fue una gran estrella. Solo actuo en una pelicula, Trece mujeres, de 1932, y ademas en un papel secundario. Fue el unico que interpreto en toda su vida.

– ?Y?

– Y se lanzo al vacio desde lo alto del famoso cartel de «Hollywoodland». Eso es lo que se decia entonces, no se si lo recuerdas. Creo que salto desde la segunda «d».

– Es una buena anecdota. -La nube de estrellitas se habia disipado, pero no conseguia librarme de una espesa neblina azulada que habia empezado a formarse dentro de mi cabeza, y el olor a lilas de la brillantina de

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