seguro, aunque los exitos conseguidos fueran modestos. Asi que Sara dejo a un lado su temprano amor por la literatura, se puso a estudiar contabilidad y se diplomo en administracion de empresas. Rechazo las propuestas matrimoniales de los dos primeros grandes amores de su vida para no comprometer su carrera, pero una vez convertida en rectora de nuestra universidad, a los treinta y cinco anos, decidio que ya podia pensar en casarse.
Para tal fin eligio al jefe del Departamento de Ingles, que tenia todos sus asuntos en orden, una carrera solida, habitos hogarenos y una coleccion de siete mil libros no simplemente colocados por orden alfabetico, sino agrupados por epocas y paises. En su condicion de octava hija de una familia pobre de Greenfield, se sentia atraida por las refinadas maneras de Walter, su educacion en Dartmouth, sus conocimientos acerca de la navegacion a vela y el atico de sus padres en uno de los barrios mas elegantes de Nueva York. A su madre le parecia un chico estupendo. Sara se dijo que era, literalmente, el mejor hombre con el que podia sonar. Sin embargo, a pesar de los esfuerzos de su madre, Sara seguia poseyendo una vena napolitana arrebatada y sentimental, lo cual, unido a cierto magnetismo que por lo visto descubrio que emanaba de mi persona, podria ayudar a comprender la buena gana con que ponia en peligro su estable existencia a cambio del dudoso placer de mi compania.
La otra explicacion factible era que mi amante era una adicta y yo producia su droga favorita. Sara leia cualquier libro que pusieses en sus manos -Jean Rhys, Jean Shepherd, Jean Genet- a un ritmo uniforme de sesenta y cinco paginas por hora, disciplinada e incansablemente, sin aparente placer. Leia antes de levantarse de la cama, sentada en el retrete o estirada en el asiento trasero del coche. Cuando iba al cine, llevaba un libro para leer antes de que empezase la pelicula, y no era raro encontrarsela de pie ante el microondas, con un tenedor en una mano y un libro en la otra, por ejemplo, releyendo
– Dejalos ahi -me dijo, con una entonacion teatral al tiempo que senalaba con un gesto de guia turistico una pequena habitacion de paredes azul claro, suelo de parque, un mirador y techo alto como el resto de las habitaciones de la casa. Entre con los abrigos; Sara me siguio y cerro la puerta. En la pared de la izquierda, al lado de un armario Imperio, colgaban un par de marcos oblongos que contenian programas de partidos de beisbol. Les habia echado un vistazo en otra ocasion, y sabia que correspondian a los encuentros disputados por los Yankees de Nueva York durante la temporada 1949-50. La pared de enfrente estaba cubierta de fotografias del estadio de los Yankees, tomadas en diferentes epocas de su historia. Contra esa pared se apoyaba la cabecera con columnitas de una cama de la que pendian faldas de tela blanca con volantes. La cama estaba cubierta por una sabana blanca y lisa, sin mantas ni colcha. Hice que Sara se tumbase en ella, y los abrigos de Crabtree y la senorita Sloviak resbalaron y cayeron al suelo. Subi a la cama, me coloque junto a Sara y contemple la expresion inquieta de su rostro.
– ?Hola! -dije.
– ?Hola, muchachote!
Le levante la falda y puse la palma de la mano sobre el nacimiento de su cadera izquierda, donde el elastico de los pantis se cenia sobre su piel. Deslice la mano bajo el elastico hasta acariciar por enesima vez el vello de su pubis; era un gesto automatico, como el del tipo sin suerte que hunde la mano en el bolsillo buscando su patita de conejo. Sara poso sus labios en mi cuello, por debajo del lobulo de la oreja. Senti como trataba de relajar los musculos de su cuerpo apoyandose contra mi. Me desabrocho el boton superior de la camisa, deslizo la mano por mi pecho y me acaricio el pezon izquierdo.
– Me pertenece -dijo.
– Por supuesto -admiti-. Es todo tuyo.
Despues guardamos silencio durante un minuto. La habitacion de invitados estaba justo encima de la sala y se oian las fiorituras pianisticas de Oscar Peterson revoloteando a nuestros pies.
– ?Y bien? -dije finalmente.
– Primero tu -respondio.
– De acuerdo. -Me quite las gafas, contemple las motas de polvo en los cristales y me las volvi a poner-. Esta manana…
– Estoy embarazada.
– ?Que? ?Estas segura?
– Hace nueve dias que deberia haber tenido la regla.
– Bueno, nueve dias, eso no significa…
– Estoy segura -dijo-. Se que estoy embarazada, Grady, porque a pesar de que el ano pasado, al cumplir los cuarenta y cinco, abandone toda esperanza de tener hijos, hace un par de semanas volvi a acariciar esa idea. Quiero decir que me di cuenta de que la acariciaba. Supongo que recuerdas que incluso hablamos de ello.
– Lo recuerdo.
– Por lo tanto, esta claro.
– ?Y como te sientes?
– ?Como te sientes tu?
Reflexione unos instantes.
– Bueno, yo diria que es un complemento interesante a las noticias que tengo que darte -dije-. Emily me ha abandonado esta manana. -Note que se quedaba muy quieta, como tratando de oir pasos en el pasillo. Me calle y escuche un momento, hasta que me percate de que, simplemente, estaba esperando a que continuase-. Creo que va en serio. Se ha ido a pasar el fin de semana a Kinship, pero me parece que no piensa volver a casa.
– ?Oh! -dijo con flema, como si yo acabase de comentar un hecho moderadamente interesante sobre la fabricacion del yeso-. En ese caso, supongo que lo que deberiamos hacer es divorciarnos de nuestros respectivos conyuges, casarnos y tener el nino, ?no?
– Muy sencillo -respondi.
Segui tendido en la cama, con la cabeza echada hacia atras, contemplando los rostros melancolicos e iluminados por el sol de los jugadores de beisbol en las fotos que colgaban de la pared que teniamos detras. Estaba tan pendiente de la respiracion fatigada y desacompasada de Sara, que me resultaba imposible respirar con normalidad. Tenia el brazo izquierdo aprisionado bajo su cuerpo y empezaba a sentir el hormigueo de la falta de circulacion sanguinea en las yemas de los dedos. Me fije en la mirada triste y competente de Johnny Mize. Me parecio la clase de hombre que no dudaria en aconsejar a su amante que abortase, aun tratandose de su primer hijo y posiblemente del unico que podria concebir.
– ?La amiga de tu amigo Terry es realmente un tio? -pregunto Sara.
– Creo que si -respondi-. Sobre todo conociendo a Crabtree.
– ?Y el que te ha comentado?
– Que quiere echarle un vistazo a mi libro.
– ?Se lo vas a ensenar?
– No lo se -dije. La mano ya se me habia dormido por completo, y empezaba a sentir un hormigueo en el hombro izquierdo-. No se lo que voy a hacer.
– Yo tampoco -aseguro Sara. De uno de sus ojos broto una lagrima, que se deslizo por el caballete de su nariz. Se mordisqueo el labio y cerro los ojos. Estaba tan cerca de ella, que podia examinar el trazado de las venas de sus parpados.
– Sara, carino -dije-, me estas aplastando. -Sacudi suavemente el brazo, tratando de liberarlo-. Estas echada encima de mi brazo.
No se movio; se limito a abrir los ojos, ya secos, y me miro con severidad.
– Pues me parece que vas a tener que aguantarte -dijo.