recubiertas de una mohosa capa de mugre. Un par de veranos atras, Irv y yo cavamos con ellas un agujero en el jardin delantero para colocar un largo poste de abedul que sostenia un refugio para pajaros. Era una magnifica pieza de artesania, en forma de palacio ruso, con cupulas bulbosas de diferentes colores, pero, por desgracia, la cola, basada en esmalte para unas resistente a las inclemencias meteorologicas que Irv habia inventado para pegar las piezas, se disolvio al llegar el invierno y la nieve quedo sembrada de multicolores pedazos de madera. Mire las lapidas desperdigadas entre la hierba bajo el castano de Indias. Despues volvi a echarle un vistazo al cadaver de Doctor Dee. Sus dementes ojos sin vida parecian mirarme fijamente de nuevo. Me encogi de hombros.

– Enseguida te saco de ahi -dije, y cerre el maletero.

Di la vuelta a la casa hasta la parte trasera, encontre las palas justo donde recordaba que estaban y lleve una hasta el jardin delantero, arrastrandola por la hierba anegada. Las lapidas, iluminadas por la luna, proyectaban en el suelo sombras de contornos irregulares. Hundi la pala en la tierra y empece a cavar en un espacio libre entre las tumbas de Earmuffs y Whiskers, un conejillo de Indias de larga pelambrera, si no recordaba mal. Mientras cavaba, debido al colocon y al miedo, me parecio oir voces indignadas procedentes del interior de mi cabeza o de algun rincon de la granja. Cada vez que sacaba una palada de tierra hacia ruido, y estaba convencido de que en cualquier momento saldria alguien de la casa y me preguntaria que demonios estaba haciendo, y tendria que explicarle que me disponia a enterrar a otro perro en el jardin.

Al cabo de diez minutos mi carrera como personaje de uno de mis libros estaba acabada. No tenia fuerzas para seguir cavando. Me apoye contra el castano de Indias y trate de recuperar el aliento mientras contemplaba un hoyo que, segun mis calculos, era suficientemente profundo, todo lo mas, para meter en el a un chihuahua grande. Mi jodido Doppelganger no estaba para aquellos trotes, pense. Suspire, y mi suspiro tuvo su eco en la carretera comarcal. Me volvi a tiempo de ver una larga y palida estela de luz que topaba con la hilera de olmos. Un coche se acercaba a considerable velocidad a la casa, golpeando las ramas y traqueteando ruidosamente cada vez que encontraba un bache. Mire hacia la casa. En el antiguo dormitorio de Sam Warshaw se habia encendido una luz y se veia una silueta en la ventana. James Leer contemplaba como se acercaba por el camino el coche de sus padres.

Era un modelo reciente de Mercedes. El motor hacia un ruido peculiar; se diria que utilizaba soda como carburante. A la luz de la luna parecia delicado, grisaceo y majestuoso como un sombrero de fieltro. Se detuvo detras de mi coche y permanecio un minuto con el motor en marcha y los faros encendidos, como si sus ocupantes estuviesen pasando por unos momentos de duda, fuese esta de orden geografico o moral. Despues el conductor hizo marcha atras, giro bruscamente hacia la izquierda, dio media vuelta y dejo el coche orientado hacia la carretera antes de apagar el motor; supuse que era por si tenian que huir precipitadamente. Del lado del conductor emergio un largo zapato negro y puntiagudo, que emitia destellos a la luz de la luna de pascua. Estaba unido mediante un calcetin oscuro y varios centimetros de blancuzca pantorrilla a un hombre vestido con un traje de etiqueta y un fular blanco de esmoquin que en un primer momento tome por un chal para las plegarias. No era tan alto como James, pero era de porte desgarbado y sus hombros parecian anudados el uno contra el otro por lo encorvado que iba. Me saludo alzando la palida y sombria palma de la mano y despues ayudo a salir a la mujer que lo acompanaba. Tambien era alta y, ademas, gruesa, una mujerona envuelta en el blanco luminoso de la piel de algun animal muerto, que se tambaleaba por el camino de acceso a la casa sobre unos altisimos tacones. Se acercaron hacia mi, sonriendo como si hubiesen pasado a visitar a unos viejos amigos. Una de las manos del hombre reposaba sobre la cintura de la mujer en un gesto de bailarin de cha-cha-cha. Con sus trajes oscuros y sus estolas de un blanco radiante, parecian figurantes de un anuncio de una marca francesa de mostaza, o la pareja que se coloca encima de una tarta de bodas, o un par de elegantes fantasmas que murieron en el choque de dos limusinas mientras se dirigian a un baile de etiqueta.

– ?Hola! Soy Fred Leer -me saludo el hombre cuando llego a los escalones en los que yo los esperaba. Habia dejado la pala clavada en la hierba del cementerio de mascotas, junto a la tumba inacabada, y me habia dirigido a la escalera del porche como si fuese el lugar donde siempre se recibia a los visitantes. Asi que alli estaba yo, Grady, el jovial posadero, sonriendo, con las manos detras de la espalda-. Ella es mi mujer, Amanda.

– Grady Tripp. -Le tendi la mano y el me dio un largo y fuerte apreton. Era un apreton de vendedor, automatizado por la practica-. El profesor de James. ?Como estan ustedes?

– Muy desconcertados -respondio la senora Leer. Me siguieron por el porche hasta la puerta principal, y esperaron con paciencia mientras manoseaba torpemente las llaves. Hacia anos que no habia tenido que vermelas con una cerradura en aquella casa-. Les pedimos disculpas por el comportamiento de James.

– No es necesario -dije-. No ha hecho nada malo.

Entre en la sala, encendi la luz y descubri que ambos tenian al menos quince anos mas que el magnate de cabellos plateados y la canosa ex animadora que habia visto venir hacia mi a ritmo de foxtrot por el prado iluminado por la luna de mi imaginacion. De acuerdo, iban vestidos como para el baile de gala de un crucero, pero sus mejillas estaban hechas un desastre, el blanco de sus ojos era de un tono mas bien amarillento y ambos tenian la cabellera de un gris metalico, aunque el lucia un pelo crespo muy corto, al estilo marinero, y ella un peinado a lo garcon. Calcule que Fred andaria por los sesenta y cinco y Amanda tal vez fuera un par de anos mas joven. James debia de ser, por tanto, una incorporacion de ultima hora al nucleo familiar.

– ?Vaya! Es una casa encantadora -dijo Amanda Leer. Entro en la sala caminando con precaucion. Sus tacones eran excesivamente altos para ella, teniendo en cuenta su talla y su edad. Los zapatos eran negros, de piel de becerro, con un lazo negro de cuero en la punta y aspecto de caros. El vestido, tambien negro, era de manga larga, con tres volantes, discreto, pero no exactamente de senora mayor. Se habia hecho la manicura, llevaba los labios pintados y olia a Chanel Numero 5-. ?Oh, es una casa adorable!

– Si, senor Grady, su hogar es una preciosidad -anadio su marido.

Eche un vistazo a la sala. Todo el mobiliario habia vuelto al desorden habitual. No habia ni una sola silla que guardase cierta simetria con otra, y apenas quedaba espacio para que una persona de mi corpulencia pudiera desplazarse desde las escaleras hasta la chimenea. De las paredes de nudosa madera de pino, en lugar de los grabados de cacerias de patos, paisajes idilicos o laminas amarillentas de catalogos antiguos de material agricola que uno habria esperado encontrar, colgaba un revoltijo de reproducciones de Helen Frankenthaler [33] y Marc Chagall, vistas aereas de Pittsburgh y Jerusalen, retratos de ceremonias de bar mitzvah y de graduacion de las chicas Warshaw, un poster de Diane Arbus, [34] una fotografia enmarcada de Irv con varios fornidos y sonrientes miembros de la familia Mellon [35] en lo alto del campanil, y un par de lamentables imitaciones de Miro que Deborah habia pintado en la escuela. Habia tambien una escultura israeli, consistente en una marana de alambre de espino, que ocupaba buena parte de una mesita baja. El tablero del scrabble seguia sobre la mesa de centro, abandonado a mitad de partida, y ofrecia, como si de la mesa de un espiritista se tratase, un enigmatico mensaje formado por las palabras UVULA y JERINGA. En un par de vasos que alguien habia dejado junto al televisor seguian derritiendose varios cubitos de hielo.

– Es de mis suegros -les explique-. Solo estoy de visita.

– Su suegra parecia tan amable y preocupada cuando he hablado con ella… -dijo Amanda Leer.

– Bueno, querian conocerles -les asegure-. Pero estaban muy cansados. Hoy ha sido un dia muy especial.

– Bueno, vera… -dijo Fred Leer-. La verdad es que nos hemos retrasado. -Se levanto la manga del elegante traje de etiqueta para consultar su reloj, que reconoci al instante. Era el Hamilton de oro, con una cara alargada de estilo modernista dibujada en la esfera, que James llevaba en ocasiones en clase y al que se ponia a dar cuerda ruidosamente cuando los demas alumnos criticaban sus escritos-. ?Oh, Dios mio, nos hemos retrasado dos horas!

– No podiamos marcharnos precipitadamente -explico Amanda-. Hoy es el cumpleanos de Fred y dabamos una fiesta en el club de golf. Llevabamos un ano preparandola. Ha sido una fiesta encantadora.

– ?Y que club de golf es ese? ?Donde viven ustedes?

Pero ya me imaginaba donde vivian. Eran una pareja de ricos cabrones.

– El Saint Andrew's -respondio Fred-. Vivimos en Sewickley Heights.

Asi que aquellos misticos relampagos que iluminaban los amenazadores cielos de los relatos de James Leer, aquel catolicismo eslavo basado en la culpa y el infierno, eran tambien puro camelo.

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