iba a terminar antes de haber empezado-. Yo tambien me voy a lavar las jodidas manos.

Emily me miro y puso los ojos en blanco, como queriendo decir que su hermana solo estaba montando uno de sus numeritos habituales. Asenti, y ese instante de intimidad, de callada risa complice, me sobrecogio. Cuando los entusiastas de la higiene regresaron tras sus abluciones, procedimos a mojar el perejil en el agua salada mientras leiamos por turnos las paginas de los libritos que relataban las esperanzas de los judios, sus pesares y las antiguas costumbres del Oriente Proximo en materia de entrantes. Despues Irv tomo el pedazo de matzoh de en medio, de los tres que habia en el plato de plata, lo partio en dos y lo envolvio en una servilleta.

– ?Ahora! -exclamo Irv volviendose bruscamente hacia James, que seguia la operacion embobado y pego un bote del susto.

– ?Ahora que? -pregunto.

– Esto recibe el nombre de afikomen -le explico Irv dandole un golpecito al pequeno bulto-. No se te ocurra robarlo ahora.

– No, por supuesto que no -dijo James con unos ojos como platos.

– Colega -le dije-, eso es precisamente lo que se supone que debes hacer. Tomatelo con calma. Lo escondes y entonces Irv tiene que rescatarlo.

– Y, por si te interesa, puede haber un poco de dinero para ti ahi dentro. -Irv coloco el pequeno bulto junto a su plato, lo desplazo unos centimetros hacia James y, con ironia, se aclaro la garganta-. ?Ahora! -volvio a exclamar. Tomo de nuevo su Haggadah y todos pasamos la pagina. Entonces vi que en los ojos de James asomaba una mirada de panico irracional. Habia estado senalando aquellas lineas con un tembloroso pulgar todo el rato, y ahora habia llegado el momento. Palidecio y me miro en busca de ayuda. Le di una palmadita en la espalda y le dije:

– Adelante.

– No puedo leer esta parte porque esta en hebreo.

– No pasa nada, ya lo sabemos.

– Tomate tu tiempo -dijo Irene-. Respira hondo.

Aspiro y espiro, y empezo a leer las lineas del extravagante interrogatorio compuesto de cuatro preguntas que en ocasiones anteriores se encargaba de recitar Philly de una tirada y en un hebreo cansino. Le pregunto a Irv por que, aquella noche en que se conmemoraba una extrana variedad de peligros y milagros, se dedicaba a comer galletas, rabanos picantes y perejil, apoyado en un cojin de ganchillo naranja. Y los Warshaw, aparcadas sus trifulcas, sus ironias y sus constantes movimientos en las sillas, escucharon, inmoviles, como James abordaba cuidadosamente el pasaje, con su clara pero ya estropeada voz de nino de coro, como si su Haggadah fuese un manual de instrucciones y en aquella sala hubiese una complicada maquina que trataramos de montar entre todos.

– Ha estado muy bien, James -le dijo Irene cuando termino.

A James se le subieron los colores y le sonrio como un enamorado.

– ?Senor Warshaw? -dijo con voz entrecortada por la emocion.

– No me llames senor, tratame de tu.

– Irv, ?puedo…? No…

– ?Que, James? ?Que quieres?

– ?Puedo coger un cojin para…, uh, para reclinarme?

– Dadle un cojin -dijo Irv.

Deborah se levanto y fue hasta uno de los dos sofas arrinconados, que estaban casi enterrados en cojines. En los almohadones y cojines esparcidos por toda la casa se podian descifrar, como en los estratos de una roca metamorfica, las sucesivas fases de la dedicacion a los trabajos manuales de las hijas de los Warshaw: la era del punto de cruz, la del bordado, la del estampado manual, la del ganchillo. Trajo un cojin con la efigie de un Peter Frampton [29] de piel verde y rizos amarillo taxi, y se lo puso a James detras de la espalda.

– Aqui tienes, guapo -le dijo al tiempo que le daba una palmadita en la mejilla, lo que provoco un nuevo acceso de rubor en el aludido.

Disciplinadamente, Irv se preparo para responder a las cuatro preguntas. Paseo la mirada por la mesa, a la que estaban sentados tres coreanos de nacimiento, un baptista renegado, un metodista descarriado y un catolico de personalidad dudosa pero atormentada, levanto su Haggadah y, sin el menor asomo de ironia, empezo:

– En la epoca en que eramos esclavos en Egipto…

James, sentado muy tieso con la mirada fija en la gesticulante mano derecha de Irv, meneaba ligeramente la cabeza y escuchaba sus respuestas con esa fingida solemnidad con que los jovenes borrachos intentan prestar atencion a algo que no les interesa lo mas minimo. Finalizada esta parte, leimos por turnos los textos referidos a los cuatro hijos, los mal avenidos hermanos, uno de los cuales era farisaico, otro retrasado mental, otro gilipollas y el ultimo infantil -intenten adivinar cual me toco-, que ano tras ano eran criticados y comparados unos con otros de un modo que suponia que habia servido de util ejemplo a los padres judios durante siglos. Despues llego el turno del largo relato de la triste, operistica y, en mi opinion, algo topica historia del pueblo judio en Egipto, desde las milagrosas proezas de Jose hasta la matanza de los ninos hebreos. Generalmente, era durante la narracion de esta historia cuando me sumergia en cierta intima celebracion pascual. Me reclinaba en la silla, cerraba los ojos y me imaginaba a mi mismo solo y abandonado, a la deriva en una pequena cesta de mimbre a merced de la corriente de un inmenso rio de aguas turbias y bajo la sombra de susurrantes juncos. Egipto era la extension de un cielo color lapislazuli que pasaba sobre mi cabeza, el grunido de un cocodrilo, la risa de una princesa transportada por el viento mientras sus criadas jugueteaban en la orilla… Senti una punzada en el costado izquierdo y abri los ojos de golpe. Era James, que me habia dado un codazo en las costillas.

– ?Me toca leer? -pregunte.

– Si no te importa… -dijo Irv secamente. Parecia molesto. Pasee la mirada por la mesa y contemple a mi mujer y a su familia. «Ya vuelve a ir colocado», pensaban todos, segun se deducia de la expresion de sus rostros. Entonces del estomago de Irv surgio un largo e indignado grunido de cocodrilo y todo el mundo se rio-. Sera mejor que nos demos prisa.

Asi que Irv nos guio rapidamente a traves de las diez plagas de Egipto y la ingestion de diversos bocadillos de matzoh. Se sirvio y bendijo una segunda copa de vino y de nuevo James se bebio el contenido integro -a excepcion de las diez gotas que vertio a la salud de los desgraciados egipcios- de un trago y solto un grito sofocado, como un marinero feliz.

– ?Tomad un huevo! -dijo Irving-. ?Tomad un huevo!

Por fin habia llegado la hora de comer. Mientras los demas nos pusimos a cascar los huevos duros, Irene, Marie y Emily empezaron a servir el primer plato. Era gefilte, una especie de albondiguillas de pescado hervido, pan rallado y huevo cocidas en caldo de pescado. Estaban amazacotadas, viscosas y frias. Desde luego, no era mi comida favorita. James realizo cautelosos experimentos con el tenedor y la punta de un dedo sobre la informe masa grisacea de su plato, sin hacer caso de las exhortaciones a hincarle el diente de Irv.

– Es lucio -le explico Irv, como si fuese una informacion infalible para abrirle el apetito.

– ?Lucio?

– Son peces que viven en el fondo de rios y lagos -le explico Philly-. Dios sabe lo que comen.

Disimuladamente, James camuflo el gefilte que le quedaba bajo unos rabanos y aparto el plato. Vio llegar con sumo agrado el oloroso cuenco amarillo con la sopa de bolas de matzoh.

– ?Que simboliza todo esto? -pregunto James mientras hundia la cuchara en la sopa.

– ?Que? -dijo Irv.

– Esta sopa. El pescado -aclaro James-. Los huevos. ?Por que se supone que debemos comer tal cantidad de pequenas bolas blancas?

– Es lo que comia Moises -le explico Philly.

– Es posible que se trate de algun simbolo relacionado con la fertilidad -matizo Irv.

– Que, en el caso de esta familia, es obvio que no funciona -dijo Deborah. Me miro y volvio la cabeza-. Al menos para algunos.

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