– Vamonos de aqui -pidio James.
– ?Que has hecho, James? -Amanda lo repaso de arriba abajo, horrorizada-. Este abrigo lo habia tirado a la basura.
– Lo recupere -dijo, y se encogio de hombros.
Amanda se volvio hacia mi y, realmente preocupada por primera vez, pregunto:
– Supongo que no se presenta asi en clase, ?verdad, profesor Tripp?
– No, jamas -respondi-. Es la primera vez que lo veo con este abrigo.
– Vamos, Jimmy -intervino Fred, que agarro a James por el delgado brazo-. No molestemos mas a esta buena gente. Buenas noches, senor Grady.
– Buenas noches. Encantado de haberlos conocido -dije-. Cuiden de el -anadi, e inmediatamente me arrepenti de haberlo dicho.
– No se preocupe por eso -dijo Amanda Leer-. Cuidaremos de el, se lo aseguro.
– ?Sueltame! -protesto James, e intento librarse de la mano del anciano, pero este lo agarraba con humillante firmeza. Mientras lo arrastraban afuera, James se volvio y me miro, con la boca torcida en una mueca sarcastica y la mirada llena de reproches.
– Los hermanos Wonder -dijo.
Sus padres lo empujaron por el jardin y, como un par de secuestradores de una pelicula policiaca de tres al cuarto, lo metieron sin contemplaciones en el asiento trasero de su precioso coche.
Despues que James se marcho subi a la antigua habitacion de Sam y me quede un rato en la puerta. Por la ventana se filtraba la luz de la luna, que iluminaba la cama sin hacer, vacia, deslumbrantemente desnuda y fria. Me senti como imantado por ella. Entre en el cuarto y encendi la luz. Varios anos despues del fallecimiento de Sam, su dormitorio de la casa de la avenida Inverness fue reconvertido en una especie de cuarto de costura y estudio para Irene, pero su habitacion de la casa de campo no fue tocada, y tanto la decoracion como el mobiliario eran los de un dormitorio juvenil pasado de moda. La colcha estaba adornada con el semiborrado dibujo de unos vaqueros a caballo tirando el lazo. Los libros colocados en el estante sobre el pequeno escritorio tenian titulos como
Me sente en la pequena cama y me deje caer hacia atras. Mientras intentaba levantar las piernas para estirarlas sobre el colchon, el tobillo sano se me enredo con algo semejante a una cuerda. Me reincorpore y vi que eran las correas de la mochila de James. Cuando descubri que se la habia dejado senti una aguda punzada de culpabilidad. Pense que no debiera haber permitido que aquel par de fantasmas lo secuestrasen y se lo llevasen en su fantasmagorico coche gris.
– Lo siento, James -dije.
Meti la mano en la mochila y saque el manuscrito de
Comprobe que era una novela de epoca, ambientada a mediados de los anos cuarenta. Comenzaba en una triste y sucia poblacion industrial del arido interior de Pensilvania, surgida de lo mas profundo de la imaginacion de James. El protagonista, un chico de dieciocho anos llamado John Eager, [36] vivia en una destartalada casa a orillas de un rio apestoso con su padre, conductor de carretilla elevadora en la fabrica de maniquies Seitz, y su abuelo paterno, un viejo cabron llamado Hamilton Eager que aparecia por primera vez en la pagina 3 envenenando al perrito del chico. La madre de John Eager, una mujer enfermiza que era cocinera en la cantina de la fabrica de maniquies, habia fallecido la primavera anterior de neumonia; sus ultimas palabras dirigidas a su hijo fueron: «Eres un chico apuesto.»
Tan apuesto era, que resultaba invisible, segun se desprendia del parrafo siguiente:
Su rostro era como el de uno de los maniquies para sombreros de la fabrica Seitz. La nariz, semejante a una aleta de tiburon. Los labios, rojos como una senal de stop. Los ojos, negros, con largas pestanas, y vidriosos como los de una cabeza de ciervo colgada en una pared. No habia nada en su rostro que quedase grabado en la memoria de la gente que lo veia. Solo la vaga impresion de que era apuesto. En las fotografias siempre aparecia como si hubiese movido la cabeza en el momento de tomarlas.
Las primeras ciento cincuenta paginas del libro consistian en la ensonacion autobiografica de John Eager mientras viajaba en autobus a Wilkes-Barre para comprar la pistola con la que en la pagina 163 le dispararia un tiro entre ceja y ceja a Hamilton Eager como venganza por el envenenamiento de su querido perro Warner Oland. Era una ensonacion perturbadora y poetica, demasiado larga, pero con momentos muy convincentes relacionados con episodios de abusos sexuales, violacion, incesto, caceria de ciervos, instintos piromanos, la habitual marca de fabrica de James a base de torturado catolicismo en clave bufa, tentativas de suicidio y los momentos de extasis del joven protagonista en la primera fila del cine del pueblo, el Marquis. Al lector no podia sorprenderle que John Eager acabara convirtiendose en un chico solitario que padecia una profunda falta de autoestima y contaba descomunales mentiras al primero que se le ponia a tiro.
Despues de asesinar a su abuelo, John Eager hacia una aparicion sorpresa en el baile de homenaje a los ex alumnos del instituto y le pegaba un tiro a un companero de clase, un maton llamado Nelson McCool que se habia pasado la vida aterrorizandolo de maneras tan diversas y crueles que el lector agradecia que finalmente recibiese su merecido. Tras cometer estos crimenes, con los dobladillos de los pantalones empapados de sangre, John Eager se arrodillaba para confesar sus pecados en la iglesia de San Juan Nepomuceno. Despues se largaba en otro autobus que lo conducia, en bastantes menos paginas que en el trayecto anterior, a Los Angeles, donde trataba infructuosamente de entrar en el recinto de la Fox, recibia una paliza en el portico de la iglesia de Nuestra Senora de Los Angeles y, en una escena a un tiempo tierna y siniestra, estaba a punto de ligar con un olvidado actor del cine mudo antes de decidir entregar su infeliz alma al oceano Pacifico en la playa de Venice. En la penultima escena, de camino a Venice en un autobus, se topaba con una chica rubia mas bien patetica llamada Norma Jean Mortensen, en quien reconocia a un alma gemela -una informe suma de anhelos, mentiras, falta de autoestima y sensacion de vacuidad-, y su ajustado sueter barato, sus medias con carreras y su transparente ambicion de convertirse en la mayor estrella del mundo ayudaban a John, por algun motivo que no acabe de entender, a reafirmarse en su decision definitiva de tirarse al mar.
Lei todo el manuscrito -doscientas cincuenta paginas justas- de un tiron en algo menos de un par de horas. Al acabarlo no sabia muy bien que pensar. La narracion era dinamica y solida, y, como la mayoria de buenas primeras novelas, mostraba esa conviccion imperturbable, aunque erronea, de que todos los episodios chocantes y los comportamientos humanos extremos que aparecian en sus paginas provocarian en el lector sensaciones de asombro y horror totalmente nuevas. Se trataba de un ejercicio insolente, ridiculo y apasionante a un tiempo, con un poso de genuina tristeza que impedia que la obra naufragase en las aguas revueltas del melodrama. Lo cierto es que James, por evolucion personal, por simple aburrimiento o por haberse hartado de escuchar mis continuas criticas y las de sus condiscipulos, habia dejado de lado sus estupidos experimentos de sintaxis y puntuacion, y la prosa resultante, aunque caprichosa y cuajada de similes, resultaba convincente y uno tenia la sensacion, al menos mientras duraba la frase o el parrafo que leia, de que los acontecimientos descritos habian sucedido de verdad.
Y, sin embargo, cuando acabe el manuscrito no pude evitar pensar que la mayor parte de lo