Mi vida, a los veintiun anos, ha terminado
Aquel invierno de 1894 Niki vino a verme cada vez menos, a medida que la enfermedad rebelde de su padre le acercaba mas y mas a su madre y su padre, sus hermanos y hermanas. Una tos que los medicos no podian curar, debilidad y dolor en los rinones, que hacian que el zar no pudiese permanecer de pie, trajeron consigo una preocupacion por la sucesion, e hicieron urgente algo que hasta entonces se habia dejado a un lado: el tema de una boda adecuada para Niki. Cuantas veces no habre pensado (como todos los rusos) que si el zar no se hubiese puesto enfermo y hubiese muerto a la edad de cuarenta y nueve anos, el futuro habria sido muy distinto. Si hubieramos estado un ano mas juntos, pensaba entonces, como una verdadera idiota, quiza Niki habria dado mi nombre al zar, en lugar del de Alix. Los medicos habian diagnosticado a Alejandro III una nefritis, provocada por las heridas sufridas en aquel accidente de tren seis anos antes, aquel que casi hizo acceder al trono a su hermano Vladimir y que puso a la vieja esposa de Vladimir «tan cerca, tan cerca». Alejandro III, como Atlas, habia sujetado el mundo, o en ese caso el pesado techo del vagon restaurante, para evitar que aplastara a sus hijos, y ahora pagaba el precio de su mortal intento de hacer la tarea de un titan.
Parecia que incluso los dias se acortaban debido al duelo. Recuerdo que, a una hora determinada, las sombras parecian correr por las calles y los canales hacia mi casa y devorarla. Todos los suaves pedunculos blancos de las flores y las hojas verdes habian caido ya de las hayas hacia mucho tiempo, y yacian pisoteados y podridos bajo la nieve. Las pesadas ramas blancas de los arboles se acercaban tanto a la ventana de mi dormitorio que sus puntas rascaban el cristal, como si una mujer estuviera asomada alli, aranandolos para intentar entrar. Una noche que esperaba al zarevich yo estaba sentada a la mesa, en el largo y estrecho comedor, y miraba los paneles de roble que iban desde el suelo hasta el techo. Las muescas y vetas de la madera parecian unirse y formar los rasgos del rostro de mi padre, y en cuanto hube visto aquello ya no pude dejar de verlo, no podia deshacer aquel parecido de las estrias de la madera. Me puse de pie, pero aun seguia viendolo. Me movi a derecha e izquierda y sus ojos me seguian, y entonces, alli de pie en la puerta del comedor, me parecio que la figura entera de mi padre emergia del muro forrado de madera, y veteado igual que la madera, pero transparente, estaba alli de pie, mirandome con tristeza. Pero cuando me acerque de un salto a tocarle, pasando las manos por la superficie, no pude encontrar su silueta… todo era liso.
Aquello fue la noche que Niki me dijo que se iba a Coburgo en lugar de su padre para la boda del hermano de Alix, Ernesto, el gran duque de Hesse-Darmstadt, y que alli le iba a proponer matrimonio de nuevo a Alix. Su posicion le obligaba a tomar una consorte de una casa real, y los Romanov llevaban un siglo buscando novia entre los principados germanos: Leuchtenberg, Wurtemburg, Saxe-Attenberg, Oldenburg, Mecklenburg, Hesse- Darmstadt… Dijo que se ocuparia de mi, pero que debia comprender que nosotros nunca podriamos casarnos. Alix era una princesa, era la hermana de la mujer de su tio, conocia un poco Rusia a traves de su hermana, y ahi fue donde yo exclame:
– ?Ni siquiera sabe decir «si» en ruso!
Sus padres habian accedido al enlace. Asi que el padre de Niki se habia ablandado por el sufrimiento tanto como para consentir en el deseo de Niki de casarse con aquella princesa alemana de segunda fila, obstinada, que se aferraba a su religion protestante como si fuera un amante. Yo habia perdido a mi aliado, y me dio la sensacion de que podia perder a Niki, que aquella vez parecia decidido a que Alix aceptase su propuesta.
– Te rechazara -le dije, y el nego con la cabeza y sonrio. Yo me puse las manos en las caderas, pero no pude reunir la energia suficiente para un ataque de «Indignacion Imperial».
Veia muy claro que lo que Niki deseaba a los dieciseis, a los veintiuno y a los veintiseis, seguia deseandolo aun, y que ese algo no era yo. Yo no era solemne y reservada, yo no era educada, yo hablaba solo ruso, una version infantil del polaco y unas nociones rudimentarias de terminos franceses de ballet, y ninguna de esas lenguas era la de la corte. Yo habia leido muy pocos libros, mi religion me importaba bien poco, era trivial, adoraba los juegos de cartas y las fiestas, y lo peor de todo, aparecia medio desnuda en escena. Todo lo mio era erroneo, todo aquello de lo que carecia, el lo deseaba. Lo que para mi fue una pasion para el habia sido una diversion, o peor aun, un ensayo general. Mi cuerpo no habia hecho mas que fortalecer aun mas su deseo por Alix, la del pelo dorado, la de la piel palida y los dedos largos y bien arreglados; el cuerpo de Alix, con su aroma propio y especial que esperaba ser descubierto, con su llanto propio y especial esperando a ser provocado. Yo no queria ser razonable, no queria que nos comportasemos, como decia el, «como dos adultos».
– Ella no le gusta a nadie aqui -le dije a Niki. Y tambien-: Tu seras su unico amigo.
Y como esas advertencias no parecieron conmoverle, empece a buscar el anillo del conde Krassinski que le habia pedido a mi padre y habia guardado luego como una tonta. Quiza no fuese demasiado tarde para contarle a Niki la historia que habia tras el. Niki me miro un rato, perplejo y preocupado, mientras yo hurgaba cajon tras cajon y metia las manos en ellos rogandole: «Espera, espera». Y el espero hasta que yo deje de buscar y me quede un poco perdida, como una muneca arrojada a mitad del juego por su propietaria enajenada. Luego, finalmente, bajo su omnipresente cigarrillo y me dijo:
– Siempre estaras entre los recuerdos mas felices de mi juventud.
Y yo le dije:
– Vete, entonces, vete con tu despreciable Alix.
Y esas fueron las ultimas palabras que le dije antes de su compromiso.
Era marzo y nevaba en Rusia cuando Niki se fue a Coburgo. Mi vida, a los veintiun anos, habia acabado. Yacia como un cadaver helado en mi cama aquella semana, viendo el borron blanco que formaba el viento junto a la ventana de mi oscura habitacion, con el anillo del conde Krassinski, que habia encontrado demasiado tarde, como un diminuto fragmento de hielo en mi mano. En Alemania, aquel ano, sin embargo, marzo trajo consigo una primavera precoz, llena de lilas colgantes y pesadas, formando suaves arcos morados, mientras Niki paseaba a traves del parque de palacio con su consorte Alix del brazo.
Aquel mismo mes de marzo Niki despacho a su primo Sergio, uno de los primos Mijailovich, a mi casa para decirme que Alix al fin habia aceptado su propuesta. Niki habia escrito a toda la familia desde Alemania lleno de jubilo al ver que sus plegarias habian sido escuchadas, y contaba que Alix lloro durante tres dias, diciendo: «No puedo, no puedo», hasta que al final accedio y dijo: «Si, me casare contigo». Si hubiera estado alli la habria abofeteado. ?A que venian tantas dudas? No es que yo lamentara que hubiese dudado. Pero, al parecer, segun Sergio, solo cuando Alix comprendio que la reciente esposa de su hermano la reemplazaria como primera dama de Hesse-Darmstadt y que ella se convertiria en la cunada solterona cambio de opinion. ?Que mejor forma de eclipsar a la novia, Victoria Melita…? Pero, ah, esto tengo que contarselo, esta no fue la novia durante mucho tiempo, porque mas tarde se divorcio del hermano de Alix y se caso con uno de los hijos de Vladimir y Miechen (increible, ?verdad?). ?Que mejor forma de eclipsar a la novia que convertirse en futura emperatriz de todas las Rusias? El compromiso de Niki y Alix, me dijo Sergio, inmediatamente se convirtio en la comidilla de todo Coburgo. Hasta la madre de Niki escribio a la «querida Alix» para preguntarle si preferia diamantes, zafiros o esmeraldas. A Alix le gustaban los diamantes, los zafiros, las esmeraldas y tambien las perlas, al parecer. Para hacer honor a su compromiso, Nicolas le regalo un anillo y collar a juego con perlas rosas, una esmeralda del tamano de un huevo que colgaba de una pulsera, un broche de zafiros y diamantes y un
Yo recorria las habitaciones de mi casa de Petersburgo, la casa que ahora odiaba, y mientras andaba oia los sonidos como disparos de pistola del hielo del Neva que crujia y se rompia. Pronto el agua fria volveria a moverse de nuevo, bloques de hielo irian flotando por la corriente y traerian con ellos a Alix de Hesse-Darmstadt. Sergio me seguia algo violento con sus botas muy brillantes, con su voz que se iba dispersando como una estela, las silabas separandose en cuanto pronunciaba una palabra. Puf. Pobre Sergio, siguiendo a una loca a traves de su casa de alquiler, intentando razonar con ella. Yo no queria que razonaran conmigo. Creo que hasta me tiraba de los pelos de verdad. Recorri las severas salas de recepcion, con sus mesas octogonales bordeadas de oro, sus