burda pared del granero, yo firme con mi nombre una vez, dos veces. Mathilde-Marie Kschessinska. Recuerdo que pense lo extrano que era que unas marcas de tinta en un papel propusieran la disolucion de un vinculo humano. Cien mil rublos y la casa de la Perspectiva Inglesa eran mios, y Niki se volvio cabalgando hacia Peterhof.

Pensaran que yo tuve el buen sentido de ceder al fin. Pero no fue asi. Perdi todos los sentidos. El dolor me los arrebato.

Debo decirles que yo no habia sido la primera de las amantes del zarevich procedente del Ballet Imperial. Hubo otra antes que yo: Maria Labunskaya, con el pelo largo y rubio, a determinada luz demasiado palido incluso para ser llamado rubio, largas piernas, el rostro de una aristocrata rusa, no de una campesina. Aquellos amplios rostros orientales de fuertes huesos, gruesos labios y ojos almendrados no eran tan apreciados en la corte; se preferian los rasgos noreuropeos, mucho mas delicados. Los primeros eslavos, no se si lo saben, se mezclaron con los normandos cuando bajaron de Escandinavia a Rusia, y asi Ingwarr al final se convirtio en Igor, y Waldemar se convirtio en Vladimir, y el legendario principe escandinavo Hroerekr se convirtio en el primer gobernante ruso, Riurik, en las cronicas historicas del siglo IX. Todavia aparecen rastros de esa herencia del norte en nuestros rostros, como en Maria Labunskaya. Cuando el consejero del zar, Konstantin Pobondonostov, sugirio al soberano que debian buscarle a Nicolas alguien adecuado para que disfrutase antes de los rigores del matrimonio, el jefe de policia, buen amigo del zar, senalo con su grueso dedo a Maria en el corps de ballet, y le dijo al zar que ella seria perfecta. Ya les he contado que los hombres venian al ballet a buscar amantes. Traian sus carruajes justo hasta la entrada privada del teatro Mariinski, reservada para la familia imperial, ante las ventanas bajas de nuestros camerinos, para que pudieramos asomarnos y charlar con ellos antes de las representaciones. Eramos su haren. Maria Labunskaya iba unos pocos anos por delante de mi en la escuela, y estaba comprometida con un oficial de la guardia, pero sus nuevos deberes horrorizaron tanto a su futura suegra que los planes de matrimonio se fueron por la borda. ?En que posicion se hallaba Maria para decir que no al soberano? Se le pagaron dieciocho mil rublos al ano del bolsillo del zar para que estuviera siempre disponible cuando la llamaran a palacio. Pero Nicolas, con su carita de nino y su principio de bigote, preferia dibujar escenas campestres a aquella violenta asignacion de un par de piernas pagadas por su padre. Dos anos mas tarde ella seguia todavia en la nomina real, y Nicolas todavia no la habia llamado… porque, en efecto, habia empezado a flirtear conmigo.

Pero ?por que me llamaba el zarevich a mi, cuando la hermosa Maria Labunskaya levantaba sus blancos brazos en el escenario del Mariinski?

?Ya les he dicho que yo no era hermosa?

En el teatro empece a propalar rumores sobre ella. Que la Labunskaya habia dicho que el zarevich era sifilitico, el emperador un fraude, la emperatriz una puta por haberse comprometido primero con el hermano del emperador… Al cabo de unos meses, la Labunskaya fue exiliada de Rusia y despedida del Ballet Imperial.

Y por eso pense que quiza los mismos conjuros que use para apartar a Maria del zarevich en 1892 repelerian ahora a Alix de su lado. ?Que se puede hacer en una competicion de belleza en la cual la belleza propia es menor, sino disminuir la belleza de la rival?

Yo no estaba lo suficientemente cerca de Alix para susurrar mis difamaciones acerca de Niki y dejar que fueran zumbando y aleteando por el aire con sus alas negras hasta su oido, de modo que escribi los hechizos con mi propia y diminuta mano (si, ya se que tenia ya veintiun anos), selle los documentos con lacre y se los envie a ella a Coburgo. ?Niki no era el unico que tenia documentos! Dije cosas tan terribles que Alix seguramente ya no le amaria mas, y cuando ella abriese mi carta, las paginas escupirian sus calumnias y ella se apartaria de Nicolas igual que los petersburgueses se habian apartado en tiempos de las deformidades del museo cientifico de Pedro el Grande: un hombre con dos dedos, un hermafrodita, un feto con dos cabezas. Yo le escribi que su prometido habia arrebatado la virginidad a una jovencita y luego la habia despreciado, que no se podia confiar en el, que toda la capital decia que el zarevich era un vividor, un libertino, un fornicador, que tendria una suerte terrible si se casaba con un hombre con un alma tan negra, y que su matrimonio estaria maldito de principio a fin. «Apartate - acababa yo-. ?Apartate de Rusia!» Pero Alix entonces todavia era una persona muy practica, no se habia vuelto aun una rusa supersticiosa, no era todavia de los nuestros, con nuestros iconos, velas y acrosticos con los que formamos nuestros nombres, buscando presagios, aunque luego recuperaria el tiempo perdido y nos sobrepasaria. No hubo emperatriz mas medieval que ella, al final. Pero por entonces, cuando vio mi letra infantil en aquel papel, le enseno mi carta a Nicolas, que habia vuelto a visitarla, y el inmediatamente reconocio aquella letra como mia. ?No le habia escrito yo bastantes cartas quejosas en aquel mismo papel, con aquella misma letra? «Me aburro terriblemente si no te veo. El tiempo se arrastra interminablemente. ?A quien mirabas tanto tiempo en el patio de butacas?»

Fue Sergio quien me dijo lo furioso que se habia puesto Niki con mi carta, y yo me encogi al imaginarle leyendola. En mi imaginacion (en una escena no demasiado bien pensada) seria Alix sola quien leeria mi carta, que se desmayaria llena de despecho y luego, al recobrar el sentido, empezaria a redactar una carta a Niki a su vez, expresandole su disgusto. «Tu vida -escribiria ella- es lamentablemente viciosa. Aqui te envio los diamantes, esmeraldas y perlas para que se las entregues a otra chica que las merezca mas. Seguramente debes de conocer alguna.» Algo por el estilo. Pero no fue eso lo que ocurrio. Por el contrario, ella le enseno la carta, otra posible situacion, por supuesto, y Niki, que no tenia en su alma lugar para la mentira, se vio obligado a contarle a Alix lo de su amante bailarina del demi-monde, abrirle las paginas de su diario un poco antes de su noche de bodas para mostrarle todas las anotaciones sobre la Pequena K igual que me habia ensenado a mi una vez todas las anotaciones sobre Alix. Y a todo esto, ella escribio en el margen de sus anotaciones: «Te amo mucho mas desde que me has contado esta pequena historia».

A eso quedaba reducida yo. A una pequena historia.

Pero yo no habia experimentado aun todo mi cupo de humillacion. Tan segura estaba de que aquel truco funcionaria que estupidamente, ridiculamente, la «pequena historia» empezo a pavonearse por el teatro y a fanfarronear: «Veremos quien gana, si Alix o yo», y las demas bailarinas se reian de ella y al mismo tiempo se escabullian para no oir aquellos comentarios sediciosos. Si, hice comentarios indiscretos. «Ya veremos quien gana», gritaba yo, y los bailarines apartaban la vista, avergonzados. Mi padre al final envio a mi hermano a la Perspectiva Inglesa a renirme, a recordarme que era una Kschessinski, y no la hija de una lavandera ni una fregona. ?Donde estaba mi dignidad? Pero yo no tenia dignidad. Si no sabia comportarme, le dijo a mi hermano, se me llevarian a casa a la fuerza. Pero ellos eran gente del teatro, bailarines, no se habian movido en los mismos circulos que yo, de modo que, ?como podian entender lo que habia perdido? Si, yo me habia convertido en la chica pobre de todos los ballets, la histerica campesina derrotada por una princesa, la histerica bayadere del templo pisoteada por una princesa, la histerica chica gitana desbancada por una princesa. Y peor aun, me habia convertido en asunto de Estado. Finalmente Polvstov, miembro del Consejo de Estado, recibio ordenes de parte del director de los Teatros Imperiales, Vzcevolozhsky, de abandonar sus exquisitos modales dieciochescos y hacer un informe sobre mi, sobre mis molestos exabruptos en los ensayos y en los salones, y Polvstov fue a ver a su vez al gran duque Vladimir, ministro de los Teatros Imperiales y por tanto ministro mio, que me ordeno acudir al muelle de Dvortsovaya, a su meticulosa imitacion de un palazzo florentino con trescientas sesenta y cinco habitaciones, una para cada dia del ano. Su larga fachada daba al Neva y el agua iluminada por la luz del sol hacia que los ladrillos dorados brillasen como si fuesen el rostro de Dios. Una gondola flotaba en el embarcadero. Un carruaje dorado esperaba en la calle. Nadie vivia mas cerca del Palacio de Invierno que el gran duque. Yo me quede en la entrada con portico durante unos momentos, disfrutando de su pequena proteccion, e hice bien, porque la sobria fachada no me preparo para la conmocion del interior. El vestibulo de entrada se alzaba a varios pisos de altura a mi alrededor, con unas paredes color escarlata y oro, y cada arco, cornisa y hornacina estaba tan pesadamente dorado y ornamentado que yo pense que habia entrado en una iglesia. Me quede con la boca abierta. Dos osos gigantes, disecados y erguidos, flanqueaban la gran escalera curva, empequeneciendome aun mas, un oso ofreciendo una bandeja con sal, y el otro una bandeja con pan, una antigua costumbre rusa de bienvenida. Sin embargo, yo no me senti bienvenida. Tenia problemas. Los sirvientes del gran duque vestian libreas escarlatas y los gorros cuadrados de las cortes renacentistas, y llevaban espadas y mazas, cosa que me hizo pensar que me entregaba a Vladimir una guardia armada. Estaba en un palacio que evocaba tanto Oriente como Occidente, pero hablaba con la unica voz del poder y la ambicion de los Vladimirovich. Yo tenia

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