Volkonski, en 1938, en la iglesia ortodoxa de la calle Francois Gerard, de pie a un lado. No hablo con nadie, nadie hablo con ella. Se habia unido al gobierno provisional que depuso al zar y ningun monarquico de Paris lo olvidaria jamas. Despues, ella acabaria por volver con su familia a Moscu. Algunos de los nuestros hicieron lo mismo, aquellos a los que parecian tan grandes nuestra perdida de objetivos y de lugar aqui que superaron el miedo y desconfianza hacia una Rusia con Lenin o Stalin. Si, ella volvio, como otros (el compositor Prokofiev, el escritor Gorki). Stalin adoraba a esos artistas, les dio apartamentos, dachas, premios: el premio Stalin… Pero Tsvetaeva alli era como una paria, su poesia simpatizaba demasiado con el antiguo regimen y con el gobierno provisional que lo habia reemplazado brevemente. Era como si se hubiese visto mancillada tambien por el tiempo que paso en Occidente. Sin el abrazo protector de Stalin, la gente tenia miedo de ser vista con ella, de hablar con ella incluso. Su marido, que habia luchado con los blancos, fue arrestado y fusilado poco despues de su regreso, bajo sospecha de ser espia de Occidente. Su hija, Alya, fue enviada a servir siete anos en un campo de trabajo por el mismo motivo. Al final Tsvetaeva se ahorco. Habia encontrado la respuesta a su unica pregunta, la que hacia en «Poemas a un hijo»: ?Se puede volver a una casa que ha sido arrasada?

No, no se puede volver, excepto en los suenos o en los recuerdos.

Asi que volvamos mediante los recuerdos.

El cetro y el orbe

En 1897, Niki y Alix tenian ya dos hijas, Olga y Tatiana. Pensaran ustedes que despues de presenciar tal espectaculo de consumacion yo habria dejado de amar a Niki, pero aunque se habia celebrado dos veces el nacimiento de aquellas hijas con ciento una salvas, el pais solo estaba tan feliz como podia estarlo por el nacimiento de una hija, y ahi se encontraba mi esperanza. ?Y si Alix solo podia darle hijas a Niki? El pais habia reaccionado con decepcion, igual que debia de haberlo hecho Niki, sobre todo la segunda vez, cuando los canones se detuvieron despues de la salva numero cien en lugar de seguir con las trescientas gloriosas que anunciaban que habia nacido un varon y heredero. Niki necesitaba un heredero, pero en lugar de eso la familia usaba la belleza de sus hijas como cebo para asegurarse el amor del pueblo, distribuyendo fotos, postales y calendarios con imagenes de las hijas de Niki vestidas con sus enaguas, gorritos ribeteados de piel y chaquetitas abrochadas hasta el cuello de piel, y a medida que se iban haciendo mayores, fotografias de ellas vestidas con perlas y encajes, con el largo cabello atado con cintas y en parte cayendo por la espalda y los hombros. Los bellos rostros de esas ninas que habian nacido entre purpuras inspiraban adoracion: los cosacos que las custodiaban guardaban como iconos sagrados cada florecilla o piedra que las ninas les entregaban como regalitos. Pero por muy lindas que fueran las ninas, no eran ninos. Y aunque Elizabeth Petrovna habia sido emperatriz, igual que dos Catalinas, y aunque Victoria reinaba en el trono de Inglaterra, ninguna de las hijas de Niki podia ser heredera. Durante los ultimos cien anos en Rusia solo los hombres habian heredado el cetro y el orbe. Pablo I habia decretado aquello, y sus leyes provenian del odio que sentia por su madre, Catalina la Grande, la princesa alemana que se caso con el zar Pedro III y luego hizo que lo asesinaran, se apropio del trono y mantuvo al margen a su hijo enviandolo a un palacio de provincias del cual no fue liberado hasta la muerte de ella en 1796, de camino hacia el retrete. Entonces ella le dejo una carta en la cual le decia que el zar ni siquiera habia sido su padre, y que era hijo de un amante suyo, un oficial. Una carta de dudosa veracidad, porque Catalina si que habia compartido el lecho de su esposo durante un tiempo, antes de negarselo, y esa carta estaba destinada a ser una ultima estratagema para que su hijo perdiera confianza incluso despues de muerta. Si que se puso nervioso: ?y si el no era siquiera un Romanov? Para un pais con rey, el nacimiento lo es todo. Pablo volvio a sellar la carta de su madre y la guardo con instrucciones de que solo debia leerla cada nuevo emperador que hubiese, a lo largo de los cien anos siguientes. De modo que Niki sabia que necesitaba un varon. Las hermanas de Alix tenian hijos todas. La hermana de Niki, Xenia, tendria seis. Y sin embargo, Alix solo podia darle ninas al zar.

Cuando yo acudia al Jardin de Verano y veia a las nodrizas paseando por alli con sus sarafans bordados de oro (de seda azul o de algodon debajo del hilo de oro, si estaban amamantando a un nino), con un monton de collares de ambar colgando del cuello para alejar la enfermedad, pensaba: «Si le hubiese dado un hijo a Nicolas…». Y cuando veia a un ninito jugando con el aro o con una pelota o subido en un columpio en verano, y en invierno llevar un trineo a la gran colina de hielo construida en la plaza del Almirantazgo, pensaba: «No tenia que haber usado la copa de cera de abeja que me enseno a llevar mi hermana para evitar que mi padre y mi madre se murieran de verguenza si tenia un nino…». La semana antes de Cuaresma, yo habria cebado a aquel hijo con blinis empapados en mantequilla. Y justo antes de Pascua, le habria hecho pastelitos en forma de alondra que traen consigo el buen tiempo, metiendo en la masa uvas pasas en lugar de ojos, y le habria comprado huevos pintados de rojo y huevos de chocolate y juguetes de madera, un palacio de madera en miniatura con un coche de madera, hojalata y cristal haciendo juego para que esperase delante. En Navidad habria comido galletas de jengibre y le habria comprado una marioneta de oso que bailase al tirar de sus cuerdas, y un pajarito vivo en una jaula. Sergio Mijailovich era un buen correo de los secretos de Niki y los mios, pero un hijo habria sido un correo mucho mejor aun… una trampa. Si yo hubiera tenido un hijo, Niki se habria sentido obligado a verle, y por tanto, a verme a mi. La primera Navidad despues de que Niki se comprometiera con Alix, yo fui entre Navidad y Ano Nuevo a que me leyeran el futuro, como era la costumbre. Las jovencitas siempre querian saber quien seria su marido. Pero yo queria saber otra cosa. No «?cual es su nombre?» sino «?cuando volvere a verle de nuevo?». Pero los trucos de los adivinos no me dijeron nada. La vela se fundio en un cuenco lleno de agua, pero no formo ninguna silueta distinguible. El trozo de papel quemado sujeto contra la pared no formo la sombra de figura alguna, solo un borron. Los espejos reflejaron uno en el otro solo paredes vacias. El caminante que pasaba por la calle estaba mudo, y no podia decirme si era un Sergei, un Alexander o un Nikolai.

Pero los augurios no decian que Niki no fuera a volver conmigo, solo que no sabian exactamente cuando. La unica forma que tenia yo de hacer que pensara en mi era creando una conmocion en el teatro. Asi que cree una conmocion. Muchas.

Magnifica Mathilde

Tuve la ocasion cuando el principe Volkonski fue nombrado nuevo director de los Teatros Imperiales. M. Vzevolozhski habia dejado el puesto para convertirse en director del museo del Hermitage, instalandose alli en una oficina atestada, con vistas al Neva a traves de sus pequenas ventanas, encargado de las estatuas, objets, cuadros creados por los grandes maestros europeos y coleccionados a lo largo de los siglos por los Romanov. Esto nos dejo en el Mariinski al abrasivo Volkonski, que inmediatamente sugirio que yo compartiese mi papel en La Filie mal gardee con una de aquellas italianas importadas. Yo me negue. El papel era mio y una bailarina del Mariinski no compartia sus papeles con nadie. Cuando Volkonski insistio en que Henrietta Grimaldi bailase ese papel, me queje a Sergio, que primero hablo con Volkonski y luego, como no obtuvo satisfaccion, le envio una carta virulenta en la que dijo: «?Si comete una injusticia con Mathilda Felixnova, me insulta a mi!», e inmediatamente llamo al zar, que estaba visitando a la familia de su madre en Dinamarca. Niki hizo que el ministro de la corte, el todopoderoso baron Freedericks, enviase un telegrama cifrado a Volkonski con la orden de no dar mi papel a la Grimaldi. ?Que otra bailarina que no fuera yo podia quejarse de su trato al zar? Porque como recordaran, el zar esta muy arriba…

Ninguna bailarina mas que yo, esa es la verdad.

Volkonski era de una antigua familia rusa, nieto del decembrista, el principe Sergei Volkonski, uno de los guardias que se enfrentaron al Zar de Hierro, Nicolas I, en la plaza del Senado en 1825, en un intento de destronarle, y fue enviado a Siberia durante treinta anos por los problemas que causo. Los Volkonski llevaban

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