Llamo al hospital y dejo un mensaje a la secretaria del dottor Rizzardi, el medico forense, para que le preguntara si podria encargarse personalmente de la autopsia de Francesco Rossi. Despues hizo otra llamada que inicio el proceso burocratico para proceder a la autopsia y bajo a la sala de agentes, para ver si habia llegado el sargento Vianello, su ayudante. Lo vio sentado a su mesa, con una gruesa carpeta abierta ante si. Vianello, aunque no mucho mas alto que su superior, daba la impresion de ocupar mucho mas espacio.

Al entrar Brunetti, el sargento alzo la mirada e inicio el movimiento de ponerse en pie, pero el comisario lo atajo con un ademan. Entonces, al darse cuenta de que en la sala habia otros tres agentes, cambio de idea e indico la puerta con un rapido gesto del menton. El sargento cerro la carpeta y siguio a Brunetti a su despacho.

Cuando estuvieron sentados frente a frente, Brunetti pregunto:

– ?Ha leido la noticia del hombre que se cayo del andamio en Santa Croce?

– ?El del Ufficio Catasto? -pregunto Vianello, aunque en realidad no era una pregunta. Brunetti asintio y el sargento, ahora si, pregunto-: ?Por que lo pregunta, comisario?

– Ese hombre me llamo el viernes. -Brunetti hizo una pausa, para dar lugar a que Vianello preguntara, pero como el otro no decia nada, prosiguio-: Dijo que queria hablarme de algo que ocurria en su oficina, pero me llamaba por el telefonino y, cuando le dije que no era seguro, quedo en volver a llamar.

– ?Y no llamo? -interrumpio Vianello.

– No. -Brunetti nego con la cabeza-. Estuve esperando hasta mas de las siete y al marchar deje el numero de mi casa por si llamaba, pero no llamo. Y esta manana he visto su foto en el periodico. He ido al hospital pero ya era tarde. -Nuevamente, hizo una pausa, esperando el comentario de Vianello.

– ?Por que ha ido al hospital, comisario?

– Ese hombre sufria de vertigo.

– ?Como dice?

– Cuando estuvo en mi casa… -empezo Brunetti, pero Vianello lo interrumpio:

– ?Estuvo en su casa? ?Cuando?

– Hace meses. Vino a hablarme de los planos o del expediente de mi apartamento que tienen ellos. O que no tienen. En realidad, eso no hace al caso. Lo cierto es que queria ver unos papeles. Me habian enviado una carta. Pero ya no importa por que vino sino lo que ocurrio mientras estaba en mi casa.

Vianello no dijo nada, pero su ancha cara reflejaba curiosidad.

– Mientras hablabamos, le pedi que saliera a la terraza a mirar las ventanas del piso de abajo. Crei que demostrarian que las dos plantas habian sido agregadas al mismo tiempo, lo cual podia influir en la decision que tomara la oficina acerca del apartamento. -Al decirlo, Brunetti advirtio que no tenia la menor idea de cual era esa decision, si algo habia decidido el Ufficio Catasto.

»Yo me habia asomado a mirar las ventanas del piso de abajo y, cuando me volvi hacia el, fue como si le hubiera ensenado una vibora. Estaba paralizado. -Al ver el escepticismo con que Vianello acogia su explicacion, matizo-: Por lo menos, eso me parecio. Pero lo cierto es que estaba asustado. -Callo y miro a Vianello.

Vianello no dijo nada.

– Si usted lo hubiera visto, sabria lo que quiero decir -dijo Brunetti-. La idea de asomarse a la terraza lo aterraba.

– ?Y entonces?

– Entonces ese hombre nunca se hubiera atrevido a pasearse por un andamio y, menos, solo.

– ?Le dijo algo?

– ?De que?

– De si sufria de vertigo.

– A eso iba, Vianello. No tuvo que decir nada porque lo tenia escrito en la cara. Estaba aterrado. Cuando una persona tiene tanto miedo a algo, no puede vencerlo. Es imposible.

Vianello probo otro enfoque.

– Lo cierto es que el no le dijo nada, comisario. Es lo que trato de hacerle entender. Es decir, de hacerle considerar. Usted no sabe si lo que lo asusto era la idea de asomarse a la terraza. Pudo ser otra cosa.

– Claro que pudo ser otra cosa -admitio Brunetti con impaciencia e incredulidad-. Pero no fue otra cosa. Yo lo vi. Yo estaba con el.

Vianello, complaciente, pregunto:

– ?Y eso significa?

– Eso significa que el no se subio al andamiaje por su voluntad, que no cayo por accidente.

– ?Piensa que lo mataron?

– No lo se -reconocio Brunetti-. Pero no creo que el fuera alli por su voluntad o, si fue a la casa, no salio al andamio de buen grado.

– ?Usted lo ha visto?

– ?El andamiaje?

Vianello asintio.

– No ha habido tiempo.

Vianello se subio la bocamanga y miro el reloj.

– Ahora habria tiempo, comisario.

– El vicequestore me espera a las cuatro en su despacho -dijo Brunetti mirando su propio reloj. Faltaban veinte minutos-. Si -convino-. Vamos.

Entraron en la oficina de los agentes y se llevaron el ejemplar de Vianello de Il Gazzettino de aquel dia, que daba la direccion del edificio de Santa Croce. Tambien se llevaron a Bonsuan, el piloto en jefe, diciendo que querian ir a Santa Croce. Por el camino, de pie en la cubierta de la lancha de la policia, los dos hombres estudiaban una guia de la ciudad, en la que localizaron la direccion, en una calle adyacente a campo Angelo Raffaele. La lancha los llevo al extremo del Zattera, a unas aguas en las que un barco enorme, amarrado al muelle, empequenecia todo el entorno.

– Santo Dios, ?y que es eso? -pregunto Vianello cuando la lancha se acercaba.

– Es el crucero que construyeron aqui. Dicen que es el mayor del mundo.

– Es horrible -dijo Vianello levantando la mirada para contemplar las cubiertas superiores, que planeaban a casi veinte metros por encima de sus cabezas-. ?Y que hace aqui?

– Traer dinero a la ciudad, sargento -respondio Brunetti asperamente.

Vianello bajo la mirada al agua y luego la levanto a los tejados de la ciudad.

– Que putas somos -dijo. Brunetti no creyo oportuno disentir.

Bonsuan salto de la lancha a poca distancia del enorme barco y la ato al amarre metalico en forma de hongo del muelle, tan grueso que debia de estar destinado a embarcaciones mayores. Al desembarcar, Brunetti dijo al piloto:

– No nos espere, Bonsuan. No se cuanto tardaremos.

– Si no le importa, comisario, esperare -dijo el hombre-. Prefiero estar aqui que alla. -A Bonsuan le faltaban solo unos anos para jubilarse, y ahora que la fecha, aunque todavia lejana, ya asomaba por el horizonte, el hombre habia empezado a decir lo que pensaba.

La simpatia de los otros dos con los sentimientos de Bonsuan no por callada fue menos sincera. Juntos se alejaron de la lancha para dirigirse hacia el campo, una zona de la ciudad que Brunetti raramente visitaba. Antes solia comer con Paola en un pequeno restaurante de pescado, pero cuando el establecimiento cambio de dueno y la calidad de la comida se deterioro, dejaron de ir. Brunetti habia tenido una novia que vivia por alli, pero fue en sus tiempos de estudiante, y ella habia muerto hacia anos.

Una vez dejaron atras el puente, cruzaron campo San Sebastiano en direccion a la amplia zona de campo Angelo Raffaele. Vianello, que iba delante, torcio inmediatamente por una calle de la izquierda y frente a ellos vieron el andamiaje levantado frente a la fachada del ultimo edificio, una casa de cuatro pisos que parecia llevar anos deshabitada. Contemplaron las senales de abandono: las persianas verde oscuro descascarilladas, los boquetes de los canalones de marmol, por los que el agua de la lluvia debia de caer a la calle y, probablemente, tambien dentro de la casa; el trozo de antena oxidada que colgaba un

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