Llamo al hospital y dejo un mensaje a la secretaria del
Al entrar Brunetti, el sargento alzo la mirada e inicio el movimiento de ponerse en pie, pero el comisario lo atajo con un ademan. Entonces, al darse cuenta de que en la sala habia otros tres agentes, cambio de idea e indico la puerta con un rapido gesto del menton. El sargento cerro la carpeta y siguio a Brunetti a su despacho.
Cuando estuvieron sentados frente a frente, Brunetti pregunto:
– ?Ha leido la noticia del hombre que se cayo del andamio en Santa Croce?
– ?El del Ufficio Catasto? -pregunto Vianello, aunque en realidad no era una pregunta. Brunetti asintio y el sargento, ahora si, pregunto-: ?Por que lo pregunta, comisario?
– Ese hombre me llamo el viernes. -Brunetti hizo una pausa, para dar lugar a que Vianello preguntara, pero como el otro no decia nada, prosiguio-: Dijo que queria hablarme de algo que ocurria en su oficina, pero me llamaba por el
– ?Y no llamo? -interrumpio Vianello.
– No. -Brunetti nego con la cabeza-. Estuve esperando hasta mas de las siete y al marchar deje el numero de mi casa por si llamaba, pero no llamo. Y esta manana he visto su foto en el periodico. He ido al hospital pero ya era tarde. -Nuevamente, hizo una pausa, esperando el comentario de Vianello.
– ?Por que ha ido al hospital, comisario?
– Ese hombre sufria de vertigo.
– ?Como dice?
– Cuando estuvo en mi casa… -empezo Brunetti, pero Vianello lo interrumpio:
– ?Estuvo en su casa? ?Cuando?
– Hace meses. Vino a hablarme de los planos o del expediente de mi apartamento que tienen ellos. O que no tienen. En realidad, eso no hace al caso. Lo cierto es que queria ver unos papeles. Me habian enviado una carta. Pero ya no importa por que vino sino lo que ocurrio mientras estaba en mi casa.
Vianello no dijo nada, pero su ancha cara reflejaba curiosidad.
– Mientras hablabamos, le pedi que saliera a la terraza a mirar las ventanas del piso de abajo. Crei que demostrarian que las dos plantas habian sido agregadas al mismo tiempo, lo cual podia influir en la decision que tomara la oficina acerca del apartamento. -Al decirlo, Brunetti advirtio que no tenia la menor idea de cual era esa decision, si algo habia decidido el Ufficio Catasto.
»Yo me habia asomado a mirar las ventanas del piso de abajo y, cuando me volvi hacia el, fue como si le hubiera ensenado una vibora. Estaba paralizado. -Al ver el escepticismo con que Vianello acogia su explicacion, matizo-: Por lo menos, eso me parecio. Pero lo cierto es que estaba asustado. -Callo y miro a Vianello.
Vianello no dijo nada.
– Si usted lo hubiera visto, sabria lo que quiero decir -dijo Brunetti-. La idea de asomarse a la terraza lo aterraba.
– ?Y entonces?
– Entonces ese hombre nunca se hubiera atrevido a pasearse por un andamio y, menos, solo.
– ?Le dijo algo?
– ?De que?
– De si sufria de vertigo.
– A eso iba, Vianello. No tuvo que decir nada porque lo tenia escrito en la cara. Estaba aterrado. Cuando una persona tiene tanto miedo a algo, no puede vencerlo. Es imposible.
Vianello probo otro enfoque.
– Lo cierto es que el no le dijo nada, comisario. Es lo que trato de hacerle entender. Es decir, de hacerle considerar. Usted no sabe si
– Claro que pudo ser otra cosa -admitio Brunetti con impaciencia e incredulidad-. Pero no fue otra cosa. Yo lo vi. Yo estaba con el.
Vianello, complaciente, pregunto:
– ?Y eso significa?
– Eso significa que el no se subio al andamiaje por su voluntad, que no cayo por accidente.
– ?Piensa que lo mataron?
– No lo se -reconocio Brunetti-. Pero no creo que el fuera alli por su voluntad o, si fue a la casa, no salio al andamio de buen grado.
– ?Usted lo ha visto?
– ?El andamiaje?
Vianello asintio.
– No ha habido tiempo.
Vianello se subio la bocamanga y miro el reloj.
– Ahora habria tiempo, comisario.
– El
Entraron en la oficina de los agentes y se llevaron el ejemplar de Vianello de
– Santo Dios, ?y que es eso? -pregunto Vianello cuando la lancha se acercaba.
– Es el crucero que construyeron aqui. Dicen que es el mayor del mundo.
– Es horrible -dijo Vianello levantando la mirada para contemplar las cubiertas superiores, que planeaban a casi veinte metros por encima de sus cabezas-. ?Y que hace aqui?
– Traer dinero a la ciudad, sargento -respondio Brunetti asperamente.
Vianello bajo la mirada al agua y luego la levanto a los tejados de la ciudad.
– Que putas somos -dijo. Brunetti no creyo oportuno disentir.
Bonsuan salto de la lancha a poca distancia del enorme barco y la ato al amarre metalico en forma de hongo del muelle, tan grueso que debia de estar destinado a embarcaciones mayores. Al desembarcar, Brunetti dijo al piloto:
– No nos espere, Bonsuan. No se cuanto tardaremos.
– Si no le importa, comisario, esperare -dijo el hombre-. Prefiero estar aqui que alla. -A Bonsuan le faltaban solo unos anos para jubilarse, y ahora que la fecha, aunque todavia lejana, ya asomaba por el horizonte, el hombre habia empezado a decir lo que pensaba.
La simpatia de los otros dos con los sentimientos de Bonsuan no por callada fue menos sincera. Juntos se alejaron de la lancha para dirigirse hacia el
Una vez dejaron atras el puente, cruzaron