poco tiempo le quedaria para ella aunque no fuera fea como un pecado. -Steffi reflexiono un momento y agrego-: En el fondo, es patetico. Esa mujer ha dedicado anos y anos de su vida a ser la servidora fiel de ese Casanova de pacotilla, probablemente, confiando en que un dia el se de cuenta de lo mucho que ella lo quiere y se desmaye, abrumado por la idea de que una Dolfin se haya enamorado de el. Una lastima. Si no fuera tan triste, seria grotesco.

– Hablas de eso como si fuera del dominio publico.

– Y lo es. Por lo menos, entre los que trabajan con ellos.

– ?Hasta lo de que el tiene amantes?

– Bueno, yo diria que eso se supone que es un secreto.

– ?Y no lo es?

– No. En esta ciudad no hay secretos.

– No, desde luego -admitio Brunetti, felicitandose por ello.

– ?Hay algo mas? -pregunto.

– No se me ocurre nada mas. No mas chismes. Pero yo en tu lugar los llamaria para preguntar que hay de tu apartamento. Por lo que yo se, esa idea de unificar archivos no es mas que una cortina de humo. Nunca se hara.

– ?Una cortina de humo para tapar que?

– Corria el rumor de que cierta persona de la administracion municipal, en vista de que habia tantas obras ilegales… es decir, eran tantos los trabajos realizados que no se ajustaban a los proyectos especificados en las solicitudes del permiso, que decidio que lo mejor seria hacer desaparecer solicitudes y permisos. Asi nadie podria cotejar los planos con la realidad. Y se le ocurrio la idea de unificarlo todo.

– Me parece que me he perdido, Stefania.

– Si es muy sencillo, Guido -reprendio ella-. En el trasiego de papeles de una oficina a otra y de una parte de la ciudad a otra, es inevitable que se extravien cosas.

A Brunetti le parecio una solucion imaginativa y eficaz, y tomo nota, para utilizarla para explicar la inexistencia de los planos de su propia casa, si un dia se los reclamaban.

– Asi pues -continuo Brunetti por ella-, en el caso de que se suscitaran dudas acerca de la construccion de una pared o la apertura de una ventana, el dueno no tendria mas que presentar sus propios planos, los cuales…

– … casarian perfectamente con la obra realizada. -concluyo Stefania.

– Y, a falta de los planos oficiales, convenientemente extraviados durante la reorganizacion de los archivos - dedujo Brunetti, entre sonidos de aprobacion de Stefania, complacida de que el hubiera empezado a comprender-, en lo sucesivo, ningun inspector municipal ni posible comprador podria demostrar que las obras realizadas fueran diferentes de las solicitadas y autorizadas sobre los planos perdidos. -Cuando acabo de decirlo, Brunetti callo un momento, como el que da un paso atras para admirar un descubrimiento. Desde nino, habia oido decir de Venecia: «Tutto crolla, ma nulla crolla.» Parecia logico: desde que en aquellos pantanos se levantaron los primeros edificios habian transcurrido mas de mil anos, por lo que muchos de ellos debian de estar a punto de derrumbarse, pero ninguno se derrumbaba. Se inclinaban, ladeaban, arqueaban y combaban, pero el no recordaba ni uno solo que hubiera llegado a caerse. Habia visto, si, casas abandonadas con la techumbre hundida, puertas tapiadas, muros derruidos, pero, que el supiera, nunca una casa se habia derrumbado sobre sus habitantes.

– ?De quien fue la idea?

– Eso lo ignoro -dijo Stefania-. Son cosas que nunca llegan a saberse.

– ?Estan enterados los de otras oficinas?

En lugar de darle una respuesta directa, ella dijo:

– Piensa, Guido. Alguien ha de encargarse de hacer que desaparezcan determinados papeles, que se pierdan segun que carpetas. Es seguro que otros se perderan por la incompetencia habitual, pero alguien ha de procurar que dejen de existir precisamente esos papeles.

– ?Y quien puede estar interesado en eso?

– Pues, probablemente, los propietarios de las casas en las que se hicieron obras ilegales, o quiza los que debian inspeccionar las restauraciones y no las inspeccionaron. -Hizo una pausa-. O las inspeccionaron y se dejaron convencer -agrego acentuando esta palabra con ironia- para aprobarlas sin mirar los planos.

– ?Y quienes son?

– Las Comisiones de Obras.

– ?Cuantas hay?

– Seis en total, una por cada sestiere.

Brunetti trato de imaginar la magnitud de la operacion, el numero de personas involucradas. Y pregunto:

– ?No seria mas practico hacer la obra y pagar la multa si se descubre que no se ajusta a los planos, en lugar de tomarse la molestia de sobornar a alguien para que se ocupe de que se destruyan los planos? O se extravien - rectifico.

– Asi se habia hecho siempre, Guido. Pero ahora que estamos metidos en todo este tinglado de Europa, te multan y, ademas, te obligan a rectificar. Y las multas son terribles. Un cliente mio que construyo sin permiso una altana pequenisima, de dos metros por tres, tuvo que pagar cuarenta millones de liras y luego derribarla. Un vecino lo denuncio. Por lo menos, antes hubiera podido conservarla. Esto de estar en Europa nos llevara a la ruina. Pronto no quedara nadie que sea lo bastante valiente para aceptar un soborno.

Brunetti detectaba la indignacion que habia en su voz, pero no estaba seguro de compartirla.

– Steffi, has hablado de mucha gente, pero, ?quien dirias tu que ha tenido mas facilidades para montar esto?

– Los del Ufficio Catasto -respondio ella instantaneamente-. Y, si algo hay, Dal Carlo ha de estar al corriente y, seguramente, tiene el hocico en el pesebre. Al fin y al cabo, los planos han de pasar por su oficina y para el seria juego de ninos hacer desaparecer determinados papeles. -Stefania callo un momento y pregunto-: Guido, ?tambien tu piensas hacer desaparecer los planos?

– Como te he dicho, no hay planos. Por eso vinieron a verme.

– Pues, si no hay planos, siempre puedes decir que se extraviaron junto con los que van a extraviarse.

– ?Y como demuestro que mi casa existe, que fue construida? -Ya mientras hacia la pregunta era consciente del absurdo. ?Como demostrar la existencia de la realidad?

La respuesta fue inmediata:

– No tienes mas que buscar a un arquitecto que te haga unos planos -y, antes de que Brunetti pudiera hacer la pregunta obligada, termino-: y pedirle que ponga una fecha falsa.

– Stefania, estamos hablando de hace cincuenta anos.

– No necesariamente. Tu dices que hace varios anos hiciste obras de restauracion, luego mandas hacer unos planos del apartamento tal como esta ahora y les pones esa fecha. -A Brunetti no se le ocurrio que responder a esto, y ella prosiguio-: Es muy sencillo. Si quieres, te dare el nombre de un arquitecto. Nada mas facil.

Stefania le habia sido tan util que el no queria ofenderla con una negativa y dijo:

– Hablare con Paola.

– Naturalmente -dijo Stefania-. Que tonta soy. Esa es la solucion. Seguro que su padre conoce a alguien que puede arreglarlo. Asi no hace falta que te molestes en buscar a un arquitecto. -Callo. Para ella, el problema estaba resuelto.

Brunetti se disponia a responder a eso cuando Stefania dijo:

– Me llaman por la otra linea. Ojala sea un comprador. Ciao, Guido. -Y colgo.

El se quedo pensativo. Alli estaba la realidad, maleable y ductil; no tenias mas que estirar un poco por aqui y apretar otro poco por alla para hacer que se ajustara a la vision que tu pudieras tener. O, si la realidad se mostraba recalcitrante, recurrias a la artilleria pesada del poder y el dinero y abrias fuego. Que facil y que rapido.

Brunetti descubrio que esos pensamientos lo conducian a lugares a los que no deseaba ir, y otra vez abrio la guia telefonica y marco el numero del Ufficio Catasto. El telefono sono con insistencia pero nadie contesto. Miro el reloj, vio que eran casi las cuatro y colgo, calificandose a si mismo de idiota por haber pensado que encontraria a alguien trabajando por la tarde.

Se arrellano en el sillon y apoyo los pies en el cajon de abajo. Con los brazos cruzados, se puso a pensar una

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