vez mas en la visita de Rossi. Tenia aspecto de hombre honrado, pero ese era un aspecto bastante frecuente, especialmente, entre los granujas. ?Por que habia seguido el tramite iniciado con la carta yendo a visitarlo personalmente? Entonces ignoraba la profesion de Brunetti. Por un momento, sopeso la posibilidad de que Rossi hubiera ido en busca de un soborno, pero desecho la idea. Era evidente que se trataba de un funcionario integro.

Cuando Rossi averiguo que el signor Brunetti que no podia encontrar los planos de su apartamento era un policia de alto rango, ?se conectaria a la red del rumor y el chismorreo para ver lo que encontraba acerca de Brunetti? Nadie se atreveria a dar un paso en una cuestion delicada sin tomar esa precaucion, el secreto era saber a quien preguntar, donde echar el anzuelo para capturar la informacion deseada. ?Y, con la informacion que le hubieran proporcionado sus fuentes, habia decidido acudir a Brunetti para revelarle lo que hubiera descubierto en el Ufficio Catasto?

Permisos de obra ilegales y lo que su venta pudiera reportar, parecia un plato modesto en el extenso menu de las corruptelas que se cocinaban en las oficinas publicas. A Brunetti no le parecia creible que alguien estuviera dispuesto a arriesgar mucho -y menos, la vida- esgrimiendo la amenaza de revelar un ingenioso plan para lucrarse bajo el manto de la funcion publica. La puesta en practica del proyecto informatizado para centralizar documentos y, de paso, perder los que estorbaban, sin duda aumentaria la envergadura de las transacciones, pero Brunetti dudaba que el incremento fuera tan fuerte como para haber costado la vida a Rossi.

Corto el hilo de sus pensamientos la llegada de la signorina Elettra que entro en el despacho sin molestarse en llamar.

– ?Interrumpo, comisario? -pregunto.

– En absoluto. Solo estaba pensando en la corrupcion.

– ?Publica o privada?

– Publica -dijo el poniendo los pies en el suelo e irguiendo el cuerpo.

– Es como leer a Proust -dijo ella sin inmutarse-. Te crees que has terminado, pero siempre hay otro tomo. Y otro.

El levanto la mirada, esperando que continuara, pero lo unico que ella dijo, al dejar los papeles en la mesa, fue:

– De usted, comisario, he aprendido a desconfiar de las coincidencias. Fijese en los nombres de los propietarios de ese edificio.

– ?Los Volpato? -pregunto el, intuyendo que no podian ser otros.

– Exactamente.

– ?Desde cuando?

Ella se inclino y saco la tercera hoja.

– Cuatro anos. Se lo compraron a una tal Mathilde Ponzi. El precio escriturado es ese -dijo senalando una cantidad impresa a la derecha de la pagina.

– ?Doscientos cincuenta millones de liras? -dijo Brunetti con audible asombro-. Cuatro plantas, de ciento cincuenta metros cuadrados cada una por lo menos.

– Es el precio declarado, comisario -puntualizo ella.

Todo el mundo sabia que, para ahorrar impuestos, el precio de un inmueble que figuraba en el contrato de compraventa nunca era el satisfecho realmente, que podia ser el doble o el triple. Todo el mundo hablaba con la mayor naturalidad de precio «real» y precio «declarado», y solo un idiota o un extranjero pensaria que eran el mismo.

– Ya lo se -dijo Brunetti-. Pero, aunque hubieran pagado tres veces mas, seguiria siendo una ganga.

– Si se fija en otras de sus adquisiciones de bienes inmuebles -anadio la signorina Elettra pronunciando el termino con cierta aspereza, vera que han gozado de una buena fortuna similar en la mayoria de sus operaciones.

El volvio a la primera hoja y repaso la informacion. Realmente, al parecer, los Volpato habian conseguido encontrar casas que costaban muy poco. La signorina Elettra habia indicado minuciosamente los metros cuadrados de cada «adquisicion», y basto a Brunetti un rapido calculo para deducir que, por termino medio, habian pagado el metro cuadrado a un precio declarado de un millon de liras por debajo del real. Aun dejando margen para las fluctuaciones de la inflacion y de la disparidad entre el precio declarado y el real, indefectiblemente pagaban menos de la tercera parte del precio medio de la propiedad urbana que regia en Venecia.

El la miro:

– ?Debo suponer que en las otras hojas hay mas de lo mismo? -pregunto.

Ella asintio.

– ?Cuantas fincas?

– Mas de cuarenta, y aun no he empezado a revisar las otras propiedades que figuran a nombre de otros Volpato que podrian ser parientes.

– Ya -dijo el, volviendo a fijar la atencion en los papeles. Ella habia grapado a las ultimas paginas los saldos de las cuentas bancarias individuales y tambien de varias cuentas conjuntas-. ?Como puede conseguir esto…? - dijo Brunetti, pero al ver como ella mudaba de expresion, agrego-: ?… con tanta rapidez?

– Amistades -fue la escueta respuesta. Y a continuacion-: ?Quiere que vea que informacion puede darnos Telecom de sus llamadas?

Brunetti asintio, convencido de que ella ya habria iniciado el proceso. La signorina Elettra sonrio y salio del despacho, mientras Brunetti fijaba nuevamente la atencion en los papeles y los numeros. Eran francamente asombrosos. Recordo la impresion que le habian causado los Volpato: personas incultas, sin posicion social ni dinero. Y, no obstante, esos papeles le decian que poseian una fortuna enorme. Aunque no tuvieran alquiladas mas que la mitad de sus propiedades -y en Venecia la gente no se dedicaba a acumular apartamentos para dejarlos vacios- debian de rentarles entre veinte y treinta millones de liras mensuales, lo que mucha gente ganaba en todo un ano. Parte de esa fortuna la tenian a buen recaudo en cuatro bancos y una suma aun mayor estaba invertida en bonos del Estado. Brunetti no era un gran entendido en el funcionamiento de la Bolsa de Milan, pero sabia cuales eran los titulos mas seguros, y los Volpato tenian cientos de millones invertidos en ellos. Aquella pareja de desharrapados. Recordo las raidas asas del bolso de plastico de la mujer, y los remiendos en la piel del zapato izquierdo del hombre. ?Era un camuflaje para protegerse de posibles envidiosos o era avaricia patologica? Y, en todo esto, ?donde podia Brunetti hacer encajar el cuerpo destrozado de Franco Rossi, que habia sido hallado mortalmente herido frente a un edificio propiedad de los Volpato?

19

Brunetti paso la hora siguiente meditando sobre la codicia, vicio al que los venecianos siempre habian sido propensos. La Serenisima fue, desde el principio, una empresa comercial, y la adquisicion de riqueza, uno de los mas altos objetivos para cuyo logro podia prepararse un veneciano. A diferencia de aquellos derrochadores meridionales, romanos y florentinos, que hacian fortunas para dilapidarlas y gozaban arrojando a sus rios vajillas de oro, para hacer ostentacion de su riqueza, los venecianos pronto aprendieron a adquirir, conservar, guardar, amasar y acaparar. Y tambien aprendieron a mantener sus caudales bien escondidos. Por supuesto, los grandes palazzi que bordeaban el Canal Grande no sugerian fortunas ocultas sino todo lo contrario. Pero estos eran los Mocenigo o los Barbaro, familias tan torrencialmente favorecidas por los dioses del lucro que cualquier intento de disimular su fortuna hubiera sido inutil.

Esta mentalidad se daba entre las familias de rango menor, como las de los prosperos comerciantes que construian palazzi mas modestos en los canales secundarios, encima de sus almacenes, para poder vivir en contacto fisico con sus bienes, como aves en tiempo de incubacion. Alli se solazaban contemplando las especias y las telas traidas de Oriente, pero en secreto, sin que sus vecinos sospecharan que habia detras de las rejas de sus embarcaderos.

Con el tiempo, esa tendencia a la acumulacion de bienes se extendio entre la poblacion. Se le daba muchos nombres -ahorro, economia, prevision-, el mismo Brunetti habia sido educado en el respeto a esos conceptos.

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