Ahora bien, en su forma mas descarnada, tal actitud no era sino pura y simple avaricia, un mal que atacaba no solo al que lo sufria sino a todos los que estaban en contacto con el.

Brunetti recordaba que, siendo un joven detective, un dia de invierno, actuo de testigo en la apertura de la casa de una anciana que habia muerto en el hospital, a consecuencia de una enfermedad agravada por la desnutricion y las afecciones causadas por el frio. Tres policias fueron a la direccion que figuraba en la tarjeta de identidad, hicieron saltar las varias cerraduras y entraron. Se encontraron en un apartamento de mas de doscientos metros cuadrados, misero y que olia a gato, con las habitaciones llenas de cajas de periodicos viejos sobre las que se amontonaban bolsas de plastico repletas de trapos y ropa vieja. En una habitacion no habia mas que sacos de botellas de vino y de leche y botellines de medicamentos. En otra descubrieron un armario florentino del siglo xv que fue tasado en ciento veinte millones de liras.

En pleno febrero, no habia calefaccion, y no porque no estuviera encendida sino porque no estaba instalada. Se encomendo a dos de los policias la tarea de buscar papeles que les permitieran localizar a los parientes de la anciana. En un cajon del dormitorio, Brunetti encontro un fajo de billetes de cincuenta mil liras atado con un cordel sucio, mientras su companero, que registraba la sala, descubrio varias libretas de ahorros con un saldo de mas de cincuenta millones de liras cada una.

En ese momento, Brunetti y sus companeros salieron de la casa, la sellaron y avisaron a la Guardia di Finanza para que se hiciera cargo del caso. Brunetti supo despues que la anciana, que habia muerto sola y sin hacer testamento, habia dejado mas de cuatro mil millones de liras, y los habia dejado no a sus parientes sino al Estado italiano.

El mejor amigo de Brunetti solia decir que le gustaria que la muerte se lo llevara en el momento en que el pusiera su ultima lira en el mostrador de un bar diciendo: «Prosecco para todos.» Y asi sucedio, poco mas o menos. El destino le dio cuarenta anos menos de vida que a la anciana, pero Brunetti sabia que su amigo habia tenido una vida mejor y tambien una muerte mejor.

Brunetti ahuyento esos recuerdos, saco del cajon la lista de turnos y vio con satisfaccion que aquella semana Vianello tenia turno de noche. El sargento estaba en su casa, pintando la cocina, y se alegro de que Brunetti le pidiera que estuviera en el Ufficio Catasto a las once del dia siguiente.

Brunetti, al igual que casi todos los ciudadanos del pais, no tenia amigos en la Guardia di Finanza, ni los deseaba. Pero necesitaba acceso a la informacion que Finanza pudiera tener sobre los Volpato, ya que solo esa autoridad, que se dedicaba a hurgar en los mas intimos secretos fiscales de los ciudadanos, sabria que parte del enorme patrimonio de los Volpato estaba declarada y sujeta a tributacion. En lugar de entretenerse en solicitar la informacion por el proceso burocratico correcto, marco el numero de la signorina Elettra y le pregunto si podia acceder a los archivos.

– Ah, la Guardia di Finanza -suspiro ella sin disimular el gozo que le producia la pregunta-. Como deseaba que alguien me pidiera que entrase ahi.

– ?No entraria por su cuenta, signorina? -pregunto el.

– No, senor -respondio ella, sorprendida de que el creyera necesario preguntar tal cosa-. Seria caza furtiva.

– ?Y si se lo pido yo?

– Eso es caza mayor, comisario -respondio ella, y colgo.

Brunetti llamo entonces al laboratorio y pregunto cuando le enviarian el informe del edificio frente al que habia sido hallado Rossi. Al cabo de unos minutos, le dijeron que el equipo habia ido al lugar pero, al ver que habia obreros trabajando en el edificio, los tecnicos habian desistido de entrar, pensando que estaria demasiado contaminado para poder recoger datos fiables, y habian regresado a la questura.

El iba a dejarlo asi. Un fallo mas, consecuencia de la desidia y la falta de iniciativa, cuando se le ocurrio preguntar:

– ?Cuantos obreros habia?

Le dijeron que esperase un momento y, al poco rato, uno de los tecnicos del equipo se puso al telefono.

– ?Si, comisario?

– Cuando fueron a ese edificio, ?cuantos obreros habia?

– Vi a dos, en el tercer piso.

– ?Habia hombres en los andamios?

– No vi a ninguno.

– ?Solo esos dos?

– Si, senor.

– ?Donde estaban?

– En una ventana.

– ?Ya estaban alli cuando ustedes llegaron?

El hombre tuvo que reflexionar un momento antes de responder:

– Se asomaron cuando nosotros golpeamos la puerta.

– Haga el favor de explicarme que ocurrio exactamente -dijo Brunetti.

– Primero probamos la cerradura y luego golpeamos la puerta. Entonces uno de ellos se asomo a la ventana y pregunto que queriamos. Pedone les dijo quienes eramos y por que estabamos alli, y aquel tipo dijo que ya hacia dos dias que trabajaban en el edificio, que habian estado llevando cosas de un lado al otro, que estaba todo muy sucio y revuelto y que nada seguia en el mismo sitio que dias atras. Entonces se asomo el otro hombre. No dijo nada, pero estaba cubierto de polvo, de modo que era evidente que estaban trabajando.

Hubo un largo silencio. Al fin Brunetti pregunto:

– ?Y que mas?

– Entonces Pedone pregunto como estaban las ventanas, o sea, delante de las ventanas, porque ahi es donde hubieramos tenido que mirar, ?verdad, comisario?

– Si.

– El hombre explico que habian estado todo el dia metiendo sacos de cemento por las ventanas, y entonces Pedone dijo que seria perder el tiempo.

Brunetti dejo que se hiciera otro silencio y pregunto:

– ?Como iban vestidos?

– ?Como?

– ?Como vestian? ?Ropa de trabajo?

– No lo se, comisario. Estaban en la ventana del tercer piso y nosotros, desde la calle, no podiamos verles mas que la cabeza y los hombros. -Callo un momento-. El que hablo con nosotros quiza llevara chaqueta.

– Entonces, ?por que pensaron que era un trabajador?

– Porque lo dijo el, comisario. Ademas, ?que iban a estar haciendo, si no, en el edificio?

Brunetti tenia una clara idea de lo que podian hacer aquellos hombres en el edificio, pero nada hubiera adelantado diciendolo. Abrio la boca para pedir al hombre que el y su companero volvieran al edificio e hicieran un examen a fondo, pero desistio. Se limito a dar las gracias por la informacion y colgo.

Hacia una decada, semejante conversacion hubiera provocado en Brunetti una llamarada de indignacion, pero ahora no hizo mas que consolidar el triste concepto que tenia de sus colegas en general. En sus momentos de pesimismo, se preguntaba si la mayoria de ellos no estarian a sueldo de la mafia, pero sabia que ese incidente no era mas que otro ejemplo de una endemica incompetencia y falta de interes. O quiza la manifestacion de lo que sentia el mismo: la impresion de que toda tentativa para prevenir, impedir o castigar el crimen estaba condenada al fracaso.

En lugar de permanecer alli, en su Dunkerque particular, guardo bajo llave en el cajon los papeles de los Volpato y salio del despacho. El dia trataba de atraerlo con todas sus artes de seduccion: los pajaros cantaban alegremente, la wistaria le enviaba sus dulces efluvios desde el otro lado del canal y un gato extraviado se restrego contra su pantorrilla. Brunetti se agacho y rasco al animal detras de las orejas, mientras decidia que hacer.

En la riva subio al vaporetto que iba en direccion a la estacion y se bajo en San Basilio, desde donde retrocedio hacia Angelo Rafaelle y la estrecha calle a la que habia caido Rossi. Desde la esquina, miro el edificio, pero no vio senales de actividad. No habia trabajadores en los andamios y todas las persianas estaban cerradas. Fue hasta el edificio y miro atentamente la cerradura de la puerta. El candado y la cadena seguian en su sitio, pero los tornillos que sujetaban la placa de metal al marco de

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