estaba triste por tener que dejar atras los encantos virginales de Sara Pagnuzzi, aunque era un consuelo pensar que se reunirian dentro de una semana y que, ademas, para entonces ya habria setas en el bosque. Chiara, como de costumbre, era totalmente altruista en su contrariedad, y estaba pesarosa porque su padre no iba con ellos a pesar de ser quien mas necesitaba las vacaciones por lo mucho que trabajaba.

El codigo de la etiqueta familiar exigia que cada cual cargara con su propio equipaje, pero como Brunetti iba solo hasta Mestre y tenia las manos libres, Paola le hizo acarrear su gran maleta, mientras ella llevaba unicamente su bolso de mano y la edicion completa de las Cartas de Henry James, un tomo tan voluminoso que hizo pensar a Brunetti que, aunque el hubiera podido acompanarlos, su mujer tampoco hubiera tenido mucho tiempo que dedicarle. Al llevar Brunetti la maleta de Paola, se produjo una especie de efecto domino, y Chiara metio varios libros suyos en la maleta de su madre, con lo que en la suya quedo espacio para el par de botas de montana de repuesto de Raffi que, a su vez, tuvo que hacer un hueco para La fuente sagrada, que su madre pensaba poder terminar por fin este ano.

Se instalaron todos en un compartimiento del tren de las 8:35, el cual dejaria a Brunetti en Mestre en diez minutos y a ellos, en Bolzano antes del almuerzo. Nadie tuvo mucho que decir durante el corto trayecto sobre la laguna; Paola se cercioro de que su marido tenia en la cartera el numero de telefono del hotel; Raffaele le recordo que este era el tren que tomaria Sara dentro de una semana; y Brunetti se pregunto si tambien tendria que llevarle la maleta a ella.

En Mestre, Brunetti beso a sus hijos, y Paola fue con el hasta la plataforma.

– A ver si puedes subir el proximo fin de semana, Guido. O, mejor aun, ojala resuelvas el caso y puedas venir antes.

El le sonrio, pero no quiso decirle que no era probable que esto sucediera; al fin y al cabo, aun no sabian ni quien era el muerto. Dio a su mujer un beso en cada mejilla, se apeo del tren y retrocedio hasta el compartimiento donde se habian quedado sus hijos. Chiara ya estaba comiendo un melocoton. Desde el anden, a traves del cristal de la ventanilla, vio a Paola entrar en el compartimiento y, casi sin mirar a su hija, sacar un panuelo y darselo. El tren empezo a moverse en el momento en que Chiara se enjugaba los labios y al volver la cara, vio a su padre. Se le ilumino el semblante y, con media barbilla todavia reluciente de zumo de melocoton, se acerco a la ventanilla de un salto.

– Ciao, papa, ciao, ciao -grito por encima del zumbido de la locomotora. Se puso de pie en el asiento y saco el brazo y agito el panuelo de Paola.

El, desde el anden, agito la mano hasta que perdio de vista la carinosa banderita blanca.

En la questura de Mestre, al entrar en el despacho de Gallo, el sargento lo recibio en la puerta.

– Viene alguien a ver el cadaver -le dijo sin preambulos.

– ?Quien? ?Por que?

– Esta manana sus hombres han recibido una llamada. De una tal -el sargento miro un papel que tenia en la mano- signora Mascari. Su marido es el director de la sucursal de la Banca di Verana en Venecia. Falta de su casa desde el sabado.

– De eso hace una semana -dijo Brunetti-. ?Por que ha tardado tanto en notar su falta?

– El tenia que hacer un viaje de trabajo. A Mesina. Se marcho el domingo por la tarde, y su esposa no ha vuelto a saber de el.

– ?Y ha dejado pasar una semana antes de llamarnos?

– Yo no he hablado con ella -dijo Gallo, casi como si Brunetti le hubiera acusado de negligencia.

– ?Quien ha atendido la llamada?

– No lo se. No tengo mas que un papel que he encontrado encima de la mesa, en el que se me informa de que la signora Mascari ira esta manana a Umberto Primo a mirar el cadaver y que calculaba llegar a eso de las nueve y media.

Los dos hombres se miraron; Gallo se levanto la bocamanga y miro el reloj de pulsera.

– Si -dijo Brunetti-. Vamos.

Siguio una serie de peripecias dignas del mas absurdo celuloide rancio. El coche se atasco en el trafico de primeras horas de la manana, y el conductor decidio desviarse para acceder al hospital por la entrada posterior, lo que los metio en un atasco aun mayor, con el resultado de que llegaron al hospital despues de que la signora Mascari hubiera no solo identificado el cadaver como el de su marido, Leonardo, sino vuelto a subir al taxi que la habia traido de Venecia, para hacerse llevar a la questura de Mestre, donde, segun le dijeron, la policia responderia a sus preguntas.

Por consiguiente, cuando Brunetti y Gallo volvieron a la questura, la signora Mascari llevaba esperandolos mas de un cuarto de hora. Estaba sentada, muy erguida y sola, en un banco de madera del pasillo, frente al despacho de Gallo. Era una mujer cuyo porte e indumentaria sugerian no ya que la juventud habia pasado sino que nunca habia existido. Llevaba un traje chaqueta de seda salvaje azul noche, de corte sobrio, con la falda un poco mas larga de lo normal. El color de la tela ofrecia un fuerte contraste con la palidez de su cara.

La mujer levanto la mirada al acercarse los dos policias, y Brunetti observo que su pelo tenia aquel tinte caoba tan popular entre las mujeres de la edad de Paola. Iba poco maquillada, y se le veian arruguitas en torno a la boca y los ojos, aunque Brunetti no hubiera podido asegurar si se debian a la edad o al sufrimiento. Ella se levanto y avanzo un paso. Brunetti se paro y extendio la mano.

– Signora Mascari, comisario Brunetti, de la policia de Venecia.

Ella apenas hizo mas que rozarle la mano un momento. El comisario vio que tenia los ojos brillantes, aunque no sabia si era brillo de lagrimas o reflejo de los cristales de las gafas.

– Mi mas sincero pesame, signora Mascari. Comprendo lo terrible y doloroso que ha de ser este trance. -Ella no se daba por enterada de sus palabras-. ?Desea que llamemos a alguien para que venga a hacerle compania?

Ahora la mujer movio la cabeza negativamente.

– Expliqueme que paso -dijo.

– Entremos en el despacho del sargento Gallo -dijo Brunetti extendiendo el brazo para abrir la puerta.

Se hizo a un lado para que pasara ella y volvio la cabeza hacia Gallo, que levanto las cejas con gesto de interrogacion; Brunetti asintio, y el sargento entro con ellos. Brunetti acerco una silla a la signora Mascari, que se sento y lo miro.

– ?Desea tomar algo, signora, un vaso de agua, un te?

– No. Nada. Digame que ha pasado.

Pausadamente, el sargento Gallo se sento detras de su escritorio y Brunetti, en una silla, no lejos de la signora Mascari.

– El cadaver de su marido fue hallado en Mestre el lunes por la manana. En el hospital le habran dicho que la causa de la muerte fue un golpe en la cabeza.

– Tambien tenia golpes en la cara -interrumpio ella. Despues de decir esto, desvio la mirada y la bajo a las manos.

– ?Sabe de alguien que quisiera causar dano a su marido, signora? ?Alguien que le hubiera amenazado o discutido con el?

Ella movio la cabeza en una negativa inmediata.

– Leonardo no tenia enemigos -dijo.

Por lo que Brunetti habia podido observar, nadie llega a director de banco sin hacerse enemigos, pero se reservo el comentario.

– ?Su marido le hablo de algun contratiempo que hubiera tenido en el banco? ?Un empleado al que hubiera tenido que despedir? ?Alguien a quien se le hubiera denegado un prestamo y le hiciera responsable a el?

– No. -Ella volvio a mover la cabeza-. Nada de eso. Nunca ha tenido problemas.

– ?Y con la familia de usted, signora? ?Tampoco habia tenido diferencias?

– Pero, ?que es esto? -inquirio ella-. ?Por que me hace estas preguntas?

– Signora -empezo a decir Brunetti con un ademan que el pretendia apaciguador-, la forma en que mataron a su marido, la violencia empleada, parece indicar que quienquiera que lo hiciera tenia

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