razones para odiarlo, y mucho. Por eso, antes de ponernos a buscar al asesino, hemos de tener una idea de por que hizo lo que hizo. Y estas preguntas son necesarias, aunque me consta que son dolorosas.

– Es que no puedo decirles nada. Leonardo no tenia enemigos.

Despues de repetir esto, la mujer miro a Gallo, como para ponerlo por testigo, o pedirle que la ayudara a convencer a Brunetti de que debia creerla.

– Cuando el domingo su marido salio de casa, ?iba a Mesina? -pregunto Brunetti. Ella asintio-. ?Sabe a que iba, signora?

– Dijo que eran asuntos del banco y que regresaria el viernes. Ayer.

– ?No le dijo el motivo del viaje?

– No; ni esta vez ni las otras. Solia decir que su trabajo no era interesante, y casi nunca me hablaba de el.

– ?Tuvo noticias suyas despues de que se fuera?

– No. Salio para el aeropuerto el domingo por la tarde. Iba a Roma, donde tenia que cambiar de avion.

– ?La llamo por telefono? ?La llamo desde Roma o desde Mesina?

– No; no acostumbraba llamar. Cuando salia de viaje, iba a donde tuviera que ir y luego regresaba a casa. O me llamaba desde el despacho si se iba directamente a trabajar.

– ?Eso era normal?

– ?Era normal que?

– Que durante sus viajes no se pusiera en contacto con usted.

– Ya se lo he dicho. -Su voz se hizo ahora un poco aspera-. Hacia varios viajes al ano, seis o siete, por asuntos del banco. A veces, me enviaba una postal o me traia un regalo, pero nunca llamaba.

– ?Cuando empezo a alarmarse, signora?.

– Anoche. Pense que, por la tarde, a la vuelta del viaje, habria ido al despacho y que despues vendria a casa. A eso de las siete, al ver que no venia, llame al banco, pero ya estaba cerrado. Llame a dos de los hombres que trabajaban con el, pero no los encontre. -Aqui se interrumpio, aspiro profundamente y prosiguio-: Queria creer que habia entendido mal el dia o la hora de su regreso, pero esta manana ya no podia mas y he llamado al banco, a uno de sus colaboradores, que ha hablado con Mesina y luego me ha llamado.

La mujer enmudecio.

– ?Que le ha dicho, signora?

Ella se oprimio los labios con el nudillo del indice, quiza para evitar que las palabras salieran, pero habia visto el cadaver en el deposito, por lo que de nada servia tratar de enganarse.

– Me ha dicho que Leonardo no habia ido a Mesina. Entonces he llamado a la policia. Los he llamado a ustedes. Y me han dicho… cuando les he dado la descripcion de Leonardo… me han dicho que viniera. Y he venido.

Su voz era cada vez mas forzada y cuando acabo de hablar, la mujer se oprimia las manos en el regazo, con desesperacion.

– Signora, ?de verdad no desea que llamemos a alguien para que la acompane? Quiza no deberia estar sola en este momento -dijo Brunetti.

– No. No quiero ver a nadie. -Se levanto bruscamente-. No es preciso que siga aqui, ?verdad? ?Puedo marcharme?

– Por supuesto. Ha sido usted muy amable al contestar estas preguntas.

Ella hizo como si no lo hubiera oido.

Brunetti hizo una sena a Gallo mientras seguia a la signora Mascari a la puerta.

– Un coche la llevara a Venecia.

– No quiero que me vean llegar en un coche de la policia -dijo ella.

– Sera un coche sin distintivos y el conductor ira de paisano.

Ella no contesto y, probablemente, el que no protestara significaba que aceptaba que la llevaran hasta piazzale Roma.

Brunetti abrio la puerta y la acompano hasta la escalera del extremo del pasillo. Observo que la mano derecha, con la que ella atenazaba el bolso, parecia agarrotada y la izquierda estaba hundida en el bolsillo de la chaqueta.

Brunetti salio con la mujer a la escalinata exterior de la questura, al calor que habia olvidado. Un coche azul marino esperaba en la calle, con el motor en marcha. Brunetti, inclinandose, abrio la puerta y sostuvo a la mujer por un brazo mientras ella subia al coche. Una vez dentro, ella volvio la cara hacia el otro lado y se quedo mirando fijamente por la ventanilla, a pesar de que no se veian mas que coches y fachadas grises de edificios de oficinas. Brunetti cerro la puerta con suavidad y dijo al conductor que llevara a la signora Mascari a piazzale Roma.

Cuando el coche desaparecio entre el trafico, Brunetti volvio al despacho de Gallo.

– Bien, ?que le parece?

– Cuesta creer que una persona no tenga enemigos.

– Y mas si es banquero -termino Brunetti.

– ?Entonces?

– Ire a Venecia, a ver si mi gente puede decirme algo. Ahora que tenemos el nombre, por lo menos sabemos por donde empezar a buscar.

– ?Buscar que? -pregunto Gallo.

La respuesta de Brunetti fue inmediata.

– En primer lugar, hay que hacer lo que tendriamos que haber hecho desde el principio, averiguar de donde han salido los zapatos y la ropa que llevaba.

Gallo lo interpreto como un reproche y contesto con no menos rapidez:

– Todavia no se sabe nada del vestido, pero ya tenemos el nombre del fabricante de los zapatos y esta tarde dispondremos de la lista de las zapaterias que los venden.

Brunetti no habia querido criticar a la gente de Mestre, pero no hizo nada por corregir la impresion. Nada se perdia con motivar a Gallo y a sus hombres a averiguar la procedencia del vestido y el calzado de Mascari, porque sin duda aquellos zapatos y aquel vestido no eran la indumentaria que un banquero de mediana edad se pondria para ir a trabajar.

13

Si Brunetti penso que iba a encontrar a mucha gente trabajando un sabado de agosto por la manana, pronto tuvo que desenganarse. Aparte de los guardias de la entrada principal y de una mujer que limpiaba la escalera, en la questura no habia nadie, las oficinas estaban desiertas, y el comisario se resigno a esperar hasta el lunes por la manana. Durante un momento, penso en tomar un tren para Bolzano, pero comprendio que no llegaria antes de la hora de la cena y que al dia siguiente por la manana ya estaria deseando volver a la ciudad.

Fue a su despacho y abrio las ventanas, aunque sabia que no conseguiria nada con ello. Entro humedad y hasta un poco mas de calor. No habia papeles nuevos en el escritorio; la signorina Elettra no le habia dejado informe alguno.

Saco la guia telefonica del cajon de abajo de la mesa. Busco en la L, pero no encontro el numero de la Lega della Moralita, lo cual no le sorprendio. En la S, vio Santomauro, Giancarlo, avv. y una direccion de San Marco. Por el mismo metodo, descubrio que el difunto Leonardo Mascari vivia en Castello. Esto le intrigo: Castello era el sestiere mas popular de la ciudad, una zona habitada sobre todo por solidas familias trabajadoras, donde los ninos no hablaban mas que el dialecto hasta que empezaban la escuela primaria. Quiza los Mascari procedian de alli. O quiza habian conseguido una casa o un apartamento en condiciones ventajosas. En Venecia habia escasez de viviendas, y las que se hallaban en venta o en alquiler tenian unos precios tan exorbitantes que hasta un barrio como Castello ya empezaba a ponerse de moda. Gastando el dinero suficiente en la restauracion, se conseguia cierta distincion, aunque esta no se transmitiera al quartiere y quedara limitada a la propia casa.

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