– Creo que si.

Brunetti solto el otro cinturon. Vianello siguio erguido.

– Fuera de aqui -dijo Brunetti tirando de la palanca de la puerta-. Salgamos antes de que uno de esos locos nos embista.

Senalaba por lo que quedaba del parabrisas las luces que venian de Mestre.

– Llamare a Riverre -dijo Vianello inclinandose hacia la radio.

– No; han pasado otros coches. Ya habran avisado a los carabinieri de piazzale Roma.

Como confirmando sus palabras, empezo a oirse una sirena en el extremo del puente y a lo lejos parpadearon las luces azules del coche de los carabinieri que se acercaba rapidamente circulando en direccion contraria.

Brunetti se apeo y abrio la puerta trasera. La subagente Maria Nardi yacia en el asiento posterior, con el cuello doblado en un angulo inverosimil.

20

El efecto fue tan deprimente como es de suponer. Ninguno de los dos habia visto al coche que los embestia, no sabian ni el color ni el tamano, aunque, por la violencia del impacto, tenia que ser grande y potente. No habia otro coche lo bastante cerca como para que alguien viera lo ocurrido y, si lo vio, no lo denuncio. Era evidente que, despues de golpearlos, su atacante habia seguido hacia piazzale Roma, dado la vuelta rapidamente y regresado al continente, incluso antes de que se avisara a los carabinieri.

Alli mismo se certifico la defuncion de la agente Nardi, cuyos restos fueron trasladados al hospedale civile, donde la autopsia confirmaria lo que era claramente visible por la posicion de la cabeza.

– Tenia veintitres anos -dijo Vianello sin mirar a Brunetti-. Se caso hace seis meses. Su marido esta fuera, haciendo un cursillo de informatica. En el coche me decia como deseaba que Franco volviera a casa y lo mucho que lo echaba de menos. Durante la hora que hemos estado esperando no sabia hablar mas que de el. Era una criatura.

Brunetti no supo que decir.

– Debi obligarla a ponerse el cinturon. Aun viviria.

– Basta, Lorenzo -dijo Brunetti con voz aspera, pero no de colera. Estaban en la questura, en el despacho de Vianello, esperando a que pasaran a maquina sus informes del incidente, para firmarlos antes de marcharse a casa-. Podriamos seguir asi toda la noche. Yo no debi acudir a la cita de Crespo. Debi comprender que era demasiado facil, debi desconfiar, cuando en Mestre no ocurria nada. No faltaria sino lamentarnos de no haber llevado un coche blindado.

Vianello estaba sentado a un lado de su escritorio, mirando por encima del hombro de Brunetti. Tenia un bulto en el lado derecho de la frente, que empezaba a amoratarse.

– Lo hecho, hecho esta, y ella ha muerto -dijo con voz incolora.

Brunetti se inclino hacia adelante y le oprimio el brazo.

– No la hemos matado nosotros, Lorenzo. Han sido los de ese otro coche. No podemos hacer nada mas que tratar de encontrarlos.

– Pero eso no va a ayudar a Maria -dijo Vianello con amargura.

– En este mundo, ya nada puede ayudar a Maria Nardi, Lorenzo. Los dos lo sabemos. Pero quiero encontrar a los hombres que iban en ese coche y a quienquiera que los haya enviado.

Vianello asintio, pero no tenia nada que decir a esto.

– ?Y quien se lo dira al marido?

– ?Donde esta?

– En el hotel Imperio de Milan.

– Yo lo llamare por la manana -dijo Brunetti-. De nada serviria llamar ahora, como no fuera para adelantarle el sufrimiento.

Un agente de uniforme entro en el despacho con los originales de sus informes y dos fotocopias de cada uno. Los dos hombres leyeron atentamente el texto, firmaron el original y las copias y los devolvieron al agente. Cuando este se fue, Brunetti se puso en pie y dijo:

– Creo que ya es hora de irse a casa, Lorenzo. Son mas de las cuatro. ?Ha llamado a Nadia?

Vianello asintio. La habia llamado desde la questura hacia una hora.

– Este era el unico empleo que habia podido conseguir.

Su padre era policia, y alguien la recomendo para que le dieran la plaza. ?Sabe lo que ella queria ser en realidad, comisario?

– No quiero hablar de esto, Lorenzo.

– ?Sabe lo que queria ser ella?

– Lorenzo… -dijo Brunetti en voz baja, en tono de advertencia.

– Queria ser maestra de escuela primaria, pero sabia que no encontraria trabajo y por eso entro en la policia.

Mientras hablaban, bajaban lentamente la escalera y ahora cruzaban el vestibulo en direccion a la puerta doble. El agente de guardia, al ver a Brunetti, saludo. Los dos hombres salieron a la calle. Del otro lado del canal, de los arboles de campo San Lorenzo, les llego la algarabia casi ensordecedora de los pajaros que presentian el amanecer. Ya no era noche cerrada, pero la luz era apenas una insinuacion que, en lo que antes fuera oscuridad impenetrable, sugeria un mundo de posibilidades infinitas.

Se pararon al borde del canal, de cara a los arboles, atraida la mirada por lo que percibia el oido. Los dos tenian las manos en los bolsillos y sentian el repentino enfriamiento del aire que precede al amanecer.

– Esto no tenia que ocurrir -dijo Vianello, que dio media vuelta y se alejo con un-: «Arrivederci, comisario.»

Brunetti echo a andar en sentido opuesto, hacia Rialto y las calles que lo llevarian a su casa. La habian matado como a una mosca, alargaron la mano para aplastarlo a el y la habian destruido a ella. Una joven que se inclinaba hacia adelante para decir algo a un amigo, poniendole una mano en el hombro con ademan cordial y confiado. ?Que queria decir? ?Una frase jocosa? ?Que bromeaba cuando se nego a quedarse a su lado? ?O algo sobre Franco, unas palabras de anoranza? Nadie lo sabria. Un pensamiento fugaz que habia muerto con ella.

Llamaria a Franco, pero todavia no. Que durmiera antes del gran dolor. Brunetti sabia que ahora no podria hablar al joven de la ultima hora de Maria, en el coche, con Vianello; ahora, no. Se lo diria mas adelante, cuando el joven pudiera oirlo, despues del gran dolor.

Cuando llego a Rialto, miro hacia la izquierda y vio acercarse un vaporetto a la parada, y esto le decidio. Corrio y tomo el barco que lo dejo en la estacion antes de la salida del primer tren que cruzaba la carretera elevada. Sabia que Gallo no estaria hoy en la questura, por lo que en la estacion de Mestre tomo un taxi y se hizo llevar directamente a casa de Crespo.

La luz del dia habia llegado sin que el lo advirtiera, y con ella volvia el calor, que quiza se dejaba sentir aun mas en esta ciudad de piedra, cemento, asfalto y casas altas. Brunetti casi se alegraba de la creciente mortificacion del calor y la humedad, que lo distraia del recuerdo de lo que habia visto aquella noche y de lo que empezaba a temer que encontraria en el domicilio de Crespo.

El ascensor estaba climatizado, lo mismo que la ultima vez, lo que ya resultaba necesario incluso a hora tan temprana. Oprimio el boton y la cabina, rapida y silenciosa, subio hasta la septima planta. Llamo al timbre de Crespo, pero esta vez nadie contesto desde dentro. Volvio a llamar, insistio, dejando el dedo en el pulsador. Ni pasos, ni voces, ni senales de vida.

Saco la cartera y extrajo una fina placa de metal. Vianello habia pasado toda una tarde ensenandole a hacer esto y, aunque en aquella ocasion el comisario no se mostro un alumno muy habil, ahora tardo menos de diez segundos en abrir la puerta de Crespo. Cruzo el umbral gritando:

– Signor Crespo. La puerta estaba abierta. ?Esta en casa?

No estaria de mas ser precavido.

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