– ?Esta ella en la lista?

Vianello movio negativamente la cabeza.

– No; solo la esposa. Tenemos a un hombre en el apartamento de al lado desde hace dos dias, pero el no se ha presentado por su casa.

Mientras hablaban, bajaban las escaleras, hacia la oficina en la que trabajaba la seccion uniformada.

– ?Han pedido una lancha? -pregunto Brunetti.

– Esta fuera. ?A cuantos hombres quiere llevar?

Brunetti no habia intervenido en ninguno de los multiples arrestos de Malfatti, pero habia leido los informes.

– Tres. Armados. Y con chalecos.

Diez minutos despues, el, Vianello y los tres agentes, estos ultimos bien pertrechados y ya sudando con los gruesos chalecos blindados que llevaban encima del uniforme, embarcaron en la lancha azul y blanca de la policia que, con el motor en marcha, aguardaba delante de la questura. Los tres agentes entraron en la cabina y Brunetti y Vianello se quedaron en la cubierta, tratando de captar la brisa de la marcha. El piloto los saco al bacino de San Marcos, viro a la derecha y puso proa a la entrada del Gran Canal. A uno y otro lado desfilaban esplendores, mientras Brunetti y Vianello conversaban con las cabezas juntas, tratando de dominar con la voz el rumor del viento y el zumbido del motor. Decidieron que Brunetti subiria al apartamento y trataria de establecer contacto con Malfatti. Como no sabian nada de la mujer, ignoraban cual podia ser su relacion con Malfatti, por lo que su principal preocupacion debia ser su seguridad.

Ahora empezaba a pesar a Brunetti haber traido a los hombres. Cuatro policias, tres de ellos armados hasta los dientes, apostados en las inmediaciones de un edificio, forzosamente atraerian a una nube de curiosos, y ello no dejaria de llamar la atencion de los ocupantes del apartamento.

La lancha se detuvo en la parada del vaporetto de Ca'Rezzonico, y los cinco hombres desembarcaron ante la sorpresa de los que esperaban el barco numero 1. Bajaron en fila india por la estrecha calle que conducia a campo San Barnaba y salieron a la plazoleta. Aunque el sol no estaba todavia en el cenit, las losas del pavimento despedian un calor que abrasaba.

El edificio que buscaban estaba al otro lado del campo, en el angulo derecho y su puerta se encontraba justo enfrente de una de las dos enormes barcas que vendian frutas y verduras en el dique del canal que discurria por el lado del campo. A la derecha de la puerta habia un restaurante que todavia no habia abierto y, mas alla, una libreria.

– Todos ustedes -dijo Brunetti, consciente de las miradas y comentarios que la presencia de la policia y las metralletas suscitaban entre la concurrencia- entren en la libreria. Vianello, usted aguarde en la puerta.

Pesadamente, dando la impresion de que eran demasiado grandes para aquella puerta, los hombres entraron en la libreria. La duena asomo la cabeza, vio a Vianello y a Brunetti y volvio a entrar sin decir nada.

En una tira de papel pegada con cinta adhesiva al lado de uno de los timbres se leia «Vespa». Brunetti llamo al timbre situado encima. Al cabo de un momento, una voz de mujer dijo por el interfono:

– ?Si?

– Posta, signora. Un certificado. Tiene que firmar.

La puerta crujio y Brunetti dijo a Vianello:

– Vere que puedo averiguar sobre el. Quedese aqui abajo y mantenga a los hombres fuera de la calle.

Al ver a las tres viejas que los rodeaban a el y a Vianello, con el carrito de la compra situado al lado, lamento aun mas haber traido a los otros agentes.

Empujo la puerta y entro en el zaguan, donde lo saludo la trepidacion sorda de rock a todo volumen que provenia de uno de los pisos. Si la posicion de los timbres correspondia a la de los apartamentos, la signorina Vespa vivia en el primer piso y la mujer que le habia abierto, en el segundo. Brunetti subio las escaleras rapidamente y cruzo ante la puerta del apartamento «Vespa», del que escapaba la estrepitosa percusion.

En lo alto del siguiente tramo de escaleras, en la puerta de un apartamento, estaba una mujer joven, con un nino apoyado en la cadera. Al ver a Brunetti, dio un paso atras y busco la puerta con la mano.

– Un momento, signora -dijo el comisario, parandose en la escalera, para no asustarla-. Policia.

La mirada que ahora dirigio la mujer por la escalera abajo, hacia la musica que retumbaba a espaldas de Brunetti, indico al comisario que su llegada no la sorprendia.

– Es por el, ?verdad? -pregunto ella senalando con el menton las estridencias que ascendian por la escalera.

– ?Se refiere al amigo de la signorina Vespa?

– Si, ese -dijo la mujer, escupiendo las silabas con un encono que hizo que Brunetti se preguntara que tropelias habria cometido Malfatti desde que estaba en el edificio.

– ?Cuanto tiempo lleva aqui? -pregunto.

– No lo se -dijo ella dando otro paso atras hacia el apartamento-. Todo el dia, desde por la manana, tiene esa musica. Y no puedo ni ir a quejarme.

– ?Por que no?

Ella se subio al nino un poco mas arriba de la cadera, como para recordar al hombre que tenia delante que era madre.

– La ultima vez me dijo verdaderas barbaridades.

– ?Y no podria hablar con la signorina Vespa?

La forma en que ella se encogio de hombros indicaba la nula utilidad de la signorina Vespa.

– ?No esta con el?

– No se quien esta con el, ni me importa. Solo quiero que pare la musica, para que el nino pueda dormir.

Como a una senal, el nino, que estaba dormido, abrio los ojos, hizo un puchero y volvio a dormirse.

La musica dio la idea a Brunetti, eso y el que la mujer ya se hubiera quejado a Malfatti.

– Signora, entre en su casa -dijo-. Ahora dare un portazo y bajare a hablar con el. Quiero que se quede ahi dentro, lo mas lejos posible de la puerta y que no salga hasta que uno de mis hombres venga a avisarle.

Ella asintio y se metio en el apartamento. Brunetti se inclino hacia adelante, tiro del picaporte y cerro la puerta con un golpe seco, que resono en la escalera como un disparo.

Dio media vuelta y bajo la escalera golpeando cada peldano con tanta fuerza que sus pisadas ahogaron momentaneamente el estruendo de la musica.

– Basta con quella musica -vocifero, como un hombre que hubiera perdido la paciencia-. Basta de musica -repitio. Cuando llego al rellano inferior golpeo la puerta detras de la que sonaba la musica, gritando con todas sus fuerzas-: Baje esa condenada musica de una vez. Mi nino no puede dormir. Bajela o llamare a la policia.

Despues de cada frase golpeaba la puerta con el puno o con el pie.

Llevaba un minuto gritando y golpeando cuando el volumen de la musica bajo de pronto, aunque seguia oyendose a traves de la puerta. El gritaba con todas sus fuerzas, como si hubiera perdido el control de los nervios.

– Paren esa musica. Parenla ya, o entrare y la parare yo.

Oyo unos pasos rapidos que se acercaban y se preparo. La puerta se abrio bruscamente y lleno el vano un hombre fornido que tenia una barra metalica en la mano. Brunetti reconocio al instante a Malfatti, por las fotos de la policia.

Con la barra hacia abajo, Malfatti dio un paso hacia adelante y se situo en el mismo umbral.

– ?Quien diablos…? -empezo a decir, pero no pudo seguir, porque Brunetti se abalanzo sobre el y le agarro con una mano el antebrazo derecho y con la otra la pechera de la camisa, giro sobre si mismo y empujo con todas sus fuerzas. Malfatti, desprevenido, perdio el equilibrio. Estuvo unos instantes al borde de la escalera, tratando de recuperar su posicion, pero cayo rodando. Mientras caia, solto la barra de hierro, se cubrio la cabeza con los brazos e hizo una bola con su cuerpo.

Brunetti corria tras el por la escalera abajo, llamando a gritos a Vianello, hasta que piso la barra de hierro,

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