– ?Britt? -dijo a modo de pregunta-. ?Del supermercado Spar?

Dejo la compra, cogio una silla y se sento.

– Del supermercado Spar junto al lago Skarve -contesto ella-. Recuerdas que estuviste aqui, ?no? Me diste tu tarjeta y todo. He hablado con las otras chicas como acordamos. Con las cajeras, me refiero. Me pediste que te llamara. Me olvide de Ella Marit. Ella Marit ha estado de baja, siempre esta enferma de algo, pero ahora esta de vuelta en el trabajo. Recuerda un chico que llego a la caja con uno de esos bloques de sangre de buey congelada. Aquel dia no se fijo mucho; ademas, el chico llevaba puesto el casco dentro de la tienda. Pero se acordaba de sus guantes, con calaveras, porque es algo que no se ve todos los dias. Y esos guantes estan ahora en la trastienda, porque el chico acaba de estar aqui comprando y se los ha dejado olvidados. Estaban sobre la cinta cuando se marcho. Suponemos que volvera a por ellos, porque parecen caros -explico Britt.

Skarre se levanto lentamente de la silla. De nuevo fue hasta la encimera, puso la mano sobre el bote helado de cerveza y le entraron unas ganas casi irresistibles de bebersela de un trago. Pero opto por coger las llaves del coche y salir de casa.

* * *

Las chicas lo estaban esperando sentadas en un banco delante de la tienda. Ella Marit, que era la mayor, se habia encendido un cigarrillo liado, y Britt estaba chupando un polo. Las dos llevaban sus uniformes verdes de Spar, y ademas se habian arreglado lo que habian podido, porque a su edad esas cosas son muy importantes. Al ver acercarse a Skarre, intercambiaron unas palabras en voz baja y se levantaron del banco de un salto para acompanarlo al interior de la tienda. Lo condujeron a la trastienda, que era donde se sentaban cuando les tocaba descanso. Era un cuarto muy poco acogedor, con una estrecha ventana en lo alto y paredes desnudas de cemento con grietas. Habia una cafetera electrica y un pequeno frigorifico, una mesa y sillas para cuatro, ademas de una pila de fregar de acero.

Britt fue a por los guantes y se los enseno.

Estaban hechos de una piel negra muy suave.

– Son pequenos -comento Skarre.

Intento ponerse uno, pero fue imposible.

– El chico no era muy grande -explico Ella Marit colocandose delante de Skarre con los brazos en jarras-. Un adolescente, creo. Y flaco como un junco.

Skarre estudio minuciosamente los guantes. Se podian ajustar a la muneca con un fuerte cierre a presion. Por dentro habia una etiqueta sedosa, en la que ponia «Made in China». La calavera era roja, y estaba grabada en la piel de la parte superior del guante.

– ?Que aspecto tenia? -pregunto Skarre.

– De angel -contesto Ella Marit-. Con el pelo moreno y bastante largo, era guapo.

– ?Como iba vestido?

– Llevaba vaqueros y una camiseta con un texto, pero no pude ver lo que ponia. Que pena.

– ?Oiste su voz? ?Dijo algo?

– No.

– Teneis un tablon de anuncios en la entrada -dijo Skarre-. Haced un pequeno cartel y colgadlo en el. Podeis decir que habeis encontrado un par de guantes. Por si el no supiera que se los ha dejado aqui. Cuando el tipo aparezca teneis que colaborar. Una puede ir a recoger los guantes, tomandose el mayor tiempo posible, mientras la otra sale a ver como es la moto. Tomad nota de la matricula. Y llamadme enseguida.

Britt y Ella Marit asintieron.

– La primera vez que lo viste llevaba puesto el casco -dijo Skarre-. ?De que color era?

– Rojo -contesto Ella Marit-. Con unas pequenas alas doradas a cada lado. Debe de ser bastante presumido, me parece a mi.

– Para terminar, quiero decir algo muy importante -anadio Skarre-. Han sucedido una serie de cosas desagradables, tanto aqui en Bjerkas como en Sandberg y en Kirkeby. Pero solo queremos hablar con el. No sabemos nada seguro. Asi que no debeis hacer circular rumores que puedan perjudicarle.

Britt tomo la palabra.

– Aqui en Bjerkas hay mucha gente que va en moto -explico-. El servicio de autobuses para ir a la ciudad es malo. Por eso hay motos por todas partes, me refiero a esas que pueden conducir los menores de dieciocho anos. Porque todos los que tienen dieciocho tienen coche. Me pondre nerviosisima cuando aparezca -anadio-, si se presenta de repente en la caja preguntando por esos guantes.

Ella Marit se reclino en el banco. El uniforme de Spar le quedaba estrecho, y revelaba bastante sobrepeso. Cuando hablaba lo hacia con un tono melodioso que podia tener su origen en Finnmark, al norte de Noruega. Tenia unos espabilados ojos negros y facciones laponas, y en la mano derecha llevaba un anillo de plata enroscado alrededor del dedo.

– Dios sabe lo que pasara cuando lo cojan -dijo-. Cuando la gente descubra quien es. Pienso bastante en ello. Entonces tendremos pelicula de suspense en Bjerkas.

– Exactamente -sonrio Skarre-. Pelicula de suspense.

* * *

Era a mediados de septiembre.

Del cielo caia una lluvia tan suave y fina que recordaba al humo de una cascada. La humedad proporcionaba un resplandor propio a todas las cosas, a los tejados y fachadas de la ciudad, al asfalto azul, a los contenedores de basura y a los soportes para bicicletas. Al cabo de un rato, el sol aparecio por entre las nubes. Tambien los arbustos y arboles tenian su propio resplandor, como algo limpio y renovado. Sejer paseaba por las calles con su perro Frank. Andaba a paso ligero y sin esfuerzo, pensando en su infancia. Habia tenido todas las cosas importantes, las que debian ser un derecho para todo el mundo. Habia tenido seguridad, el pilar necesario para salir adelante en la vida. Esa seguridad se la habia aportado su madre, que cuando ocurria algo, un accidente o una enfermedad, estaba siempre cerca de el para asegurarle que todo iria bien. Todo ira bien, dijo ella aquella vez que el se precipito sobre el manillar de la bicicleta y se fracturo la muneca. Luego ira mejor, le dijo cuando murio su perro y apenas podia soportarlo. Luego todo ira mejor, estoy segura. Las palabras iban siempre acompanadas por sus abrazos y por su voz, que era calida y segura, porque ella era una adulta y sabia como era todo. Asi la seguridad estaba anclada en el fondo de su ser, unos cimientos sobre los que se apoyaba toda su vida.

Otros ninos tenian otras cosas. Madres que se tapaban la cara lamentandose, ?Dios mio, que va a pasar ahora! Los lamentos daban lugar al miedo, y el miedo daba lugar a que los cimientos desaparecieran bajo sus pies. Luego se pasaban la vida entera buscando algo a que agarrarse. Asi estaba el mundo lleno de chiquillos descarrilados.

Paseaba despacio por las calles brillantes, parandose de vez en cuando para que Frank pudiera realizar sus investigaciones. Le vino a la memoria la casa blanca de la calle Gamle Mollevej, en la ciudad danesa de Roskilde, donde se crio, donde la malvarrosa trepaba por las paredes, y las pequenas gallinas blancas andaban por el cesped, donde habia sido nino, jugando entre los arboles del jardin, cogiendo grosellas acidas y gastando bromas con su amigo Ole. Se reian con cualquier cosa, y, al acabar el dia, el podia entrar sin miedo en casa, y ser recibido como algo unico, algo amado. Como si el, el pequeno Konrad, fuera un acontecimiento en si que por fin volvia a casa tras una larga ausencia. Pero la vida no es asi para todo el mundo, penso. Hay ninos que abren la puerta de su casa con miedo, que se encogen y entran en ella de puntillas, que no saben lo que les espera. Que se refugian en la calle porque lo que ven en sus casas no se puede soportar. Borracheras. Maldiciones. Violencia. O todas estas cosas en una diabolica y destructiva mezcla. Volvio a pensar en su amigo de la infancia, Ole, que no era mas que un huesped en la casa de su propia madre. No, ahora no podeis estar dentro, decia ella, hace bueno fuera. No, hoy no, estoy haciendo limpieza. Una amiga mia ha venido a verme. Tengo jaqueca. Teneis que estar fuera. Sal ya. Sal. ?Fuera! Y Ole salia. A la lluvia, a la tormenta y al frio. Por las noches volvia a entrar a escondidas en su casa, se preparaba cualquier cosa para cenar y luego se iba a la cama como un perro sin dueno. En su casa nadie le pegaba, ni nadie se emborrachaba. Pero nadie lo amaba tampoco. Sejer se agacho y acaricio a Frank. Algunos decian que no se podia culpar a las madres por las desgracias que sucedian a los hijos. El

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