asusto al ver como lo miraban. El continuaba su nervioso paseo.

Sejer senalo la mesa y los dos bancos hechos por Schillinger.

– Creo que debemos sentarnos -dijo.

– ?Por que? -pregunto Schillinger, desconfiado.

– Sientese -le ordeno Sejer-. Lo va a necesitar.

Se acomodaron. Schillinger se puso a arrancar astillas de la madera. Sus manos eran grandes y rudas, con suciedad debajo de las unas. En el dedo anular derecho tenia una estrecha marca de un anillo que habia estado alli mucho tiempo, pero que habia dejado de estar.

– Hemos encontrado a un nino -dijo Sejer-. Lo encontramos junto a Glenna. Todo parece indicar que fue atacado por perros.

Schillinger tomo aliento. En solo un segundo se puso mortalmente palido. Se lanzo sobre las astillas de la mesa, tirando de ellas como si de su vida se tratara.

– ?Es grave? -pregunto-. ?Esta muy mal?

Y luego, con una mirada hacia la perrera:

– ?Voy a perder a los perros?

– Va usted a perder a los perros -dijo Sejer-. Y el nino ha muerto.

Bjorn Schillinger enmudecio. La gravedad le alcanzo como un golpe.

– No -jadeo-. No es verdad. Mis perros no. No, no, tienen que hablar con Huuse, ?tiene cuatro huskys! Mis perros no -repitio.

Sejer y Skarre lo contemplaban en silencio. Les impresiono ver a ese hombreton perder la compostura.

– Huuse se ha llevado a sus perros y se ha marchado a Finnmark -dijo Sejer tranquilamente-. Hemos hablado con gente que tiene casas de verano en Svarttjern. Huuse lleva cuatro semanas fuera.

– No -volvio a decir Schillinger-. Mis perros no. Un nino no. Me niego a creerlo.

Se derrumbo sobre la mesa. Su rostro estaba gris por el miedo.

– Sus perros estan mojados -comento Skarre-. ?Ha empleado usted la manguera con ellos?

– Tienen calor -se apresuro a explicar Schillinger-. Queria refrescarlos. Con tanto pelo se ponen enseguida al rojo vivo. ?Jamas me olvido de cerrar la puerta despues de darles de comer! -grito.

Se tapo la cara con las manos. No era capaz de reaccionar ante lo que esos hombres le estaban contando. Un nino. Y esos siete ejemplares detras de los barrotes. No, no, se negaba a creerlo.

– Siempre cierro la puerta cuando salgo -repitio-. ?No se me puede responsabilizar a mi!

Dio un punetazo en la mesa.

– Entremos -dijo Sejer, senalando hacia la casa.

Entraron en el salon de Schillinger. Un pequeno y callado sequito de hombres serios. La casa estaba en penumbra, habia pocos muebles. La madera de los suelos estaba astillada por garras de perros. En un rincon habia una vieja estufa de lena, y junto a ella un sillon lleno de pelos de perro.

– ?De quien es ese nino? -pregunto Schillinger sin mirarlos.

Estaba de pie, inclinado hacia delante esperando la sentencia.

– Es el hijo de Wilma y Hannes -contesto Sejer.

– ?Los holandeses? ?Los que viven en la casa de troncos de madera?

Sejer asintio. Schillinger perdio su aire terco. Se habia puesto palido y tembloroso, y Sejer no pudo sino sentir compasion por el. Miro la habitacion oscura. De las paredes colgaban muchas fotografias, todas de perros. Los nombres estaban escritos debajo de cada foto. Descubrio que habia una pared de hembras y otra de machos. Habia una Eva Braun y un Grethe Waitz, un Volter, un Bajas, y un Bogart.

– Tengo perros desde hace treinta anos -dijo Schillinger-. Se todo lo que hay que saber sobre ellos. Pregunten ustedes a la gente si alguna vez ha habido algun problema con mis animales, pregunten a la gente si no he sido siempre un dueno de perros responsable y considerado. Cuando salgo de la perrera despues de darles de comer, o si les he hecho limpieza de garras o patas, cierro la puerta detras de mi con un estallido. Luego echo el cerrojo con tanta fuerza que el hierro chirria. Despues bajo el gancho con un clic. Eso es todo lo que hay que hacer. Y nunca se me olvida. Es una maniobra que tengo sistematizada y que hago automaticamente. Mi vida son esos perros. Esos perros son todo mi capital. Y ustedes no pueden probar que son mis perros los que han matado al hijo de Hannes. Tal vez se equivoquen. Hay mucha gente por aqui que tiene perros. Y a veces se escapan.

– Los perros seran embargados -dijo Sejer-. Se tomara una muestra de ADN de todos ellos. Asi podremos ver donde han estado y que han hecho.

Schillinger cerro los ojos. La pesadilla en la que se encontraba lo estaba torturando.

– Tambien se examinara el lugar de los hechos -prosiguio Sejer-. Para averiguar como pudieron salir los animales. Puede que lo metan en prision preventiva mientras se realice la investigacion. Pero a ese tema volveremos mas adelante.

Schillinger se tapo la boca, a punto de vomitar. Lo que estaba sucediendo a su alrededor no parecia del todo real. El chico de Hannes y Wilma. Maltratado por perros. Por sus perros. Attila y Maraton, Yazzi y Goodwill. Bonnie, Lazy y Ajax. Esos perros que se tumbaban a sus pies por las noches, cuando el anoraba compania. Esos perros que lo llevaban por las llanuras nevadas y por frondosos bosques con una increible fuerza, que le soplaban aire caliente en la cara y le daban empujoncitos con sus frios hocicos, que saltaban y bailaban cada manana cuando el salia de la casa.

– Tengo una hija -dijo en voz alta-. Hoy cumple seis anos. Estaba en su fiesta de cumpleanos cuando los perros se escaparon. No entiendo nada de todo esto.

Su voz estaba a punto de quebrarse.

– La gente me echara del pueblo -susurro-. ?Entienden ustedes la gravedad del asunto?

– Seran los tribunales los que decidan sobre la culpabilidad -dijo Sejer-. Pero, en calidad de propietario de perros, es evidente que usted es responsable de tener a sus perros donde deben estar.

– ?Y siempre lo he sido! -grito Schillinger-. Ahora corro el riesgo de perderlo todo. Se lo que va a opinar la gente cuando esto se sepa: que se me quite el derecho a tener perros para siempre. Perder a su hijo de esa manera -jadeo-. No puedo soportarlo. No puedo culparme de ello, no puedo, no puedo. No me culpen. No voy a soportarlo. Tiene que tratarse de un sabotaje -dijo-. Alguien ha venido aqui y ha abierto la puerta.

– ?Por que iba alguien a soltar sus perros? -pregunto Sejer-. Eso tendra que explicarnoslo.

– Alguien solto todas las ovejas de Skarning -dijo Schillinger-. Para divertirse, supongo, que se yo. Han pasado cosas muy extranas aqui este verano. Podrian ustedes empezar por el tipo que envio todos esos falsos mensajes.

Sejer saboreo brevemente esa teoria.

– ?Ha salido algo sobre usted en el periodico? -pregunto-. ?Tal vez una pequena noticia sobre usted y sus perros? ?Recientemente? Algo sobre la importancia que tienen en su vida. Cosas asi.

Schillinger se quedo pensando.

– No -dijo-. No desde el ano pasado, cuando participamos en la carrera de Finnmark y conseguimos un buen resultado. El periodico local vino a sacar fotos. Pero ahora no, este ano no. ?Por que lo pregunta?

– No puedo explicarlo ahora -dijo Sejer- pero es algo que tal vez pueda hablar a su favor.

* * *

Cuando hubo terminado ese negro y largo dia, y Sejer estaba ya en su casa, se metio en el bano. Miro fijamente en el espejo su apesadumbrado rostro. Se agacho sobre la pila y se echo agua fria en las mejillas, pero no sirvio de nada. Frank saltaba, reclamando su atencion. Sejer lo ahuyento irritado, dandole airado una patada, porque no era mas que un perro. En el fondo ninguno de ellos era de fiar. Siguio echandose agua fria en la cara. No sirvio de nada tampoco entonces. El medico forense Snorrason habia llamado y habian mantenido una larga conversacion. Le habia explicado hasta el ultimo detalle los danos sufridos por Theo. Desearia no haberlo visto, dijo Snorrason. No se lo digas a nadie, pero creo que nunca he visto nada peor. Incluso los huesos han sufrido un monton.

Sejer se acosto, pero no podia dormir. En la alfombrilla junto a la cama estaba tumbado Frank, su mascota, el perro de lucha chino, la bestia, con impresionantes caninos y una potencial brutalidad que ojala el no llegara a ver nunca. La imagen del pequeno Theo, el estado en que lo habian encontrado, se negaban a desaparecer de su retina. Intento llenar su cabeza con otras cosas. Como por ejemplo algunas imagenes de El lago de

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