– Hola, abuelo -saludo.
Henry volvio la cabeza. Sus ojos solian gotear, y algunos capilares se le habian reventado.
– Hola chico, cuanto me alegro de verte.
– ?Has comido algo hoy? -le pregunto Johnny.
Henry hizo un gesto afirmativo con la cabeza.
– Mai ha venido esta manana -contesto.
Johnny intento acomodarse en el blando puf de plastico.
– ?Que tal es? ?Hace lo que tiene que hacer? ?Se porta bien contigo?
– Mai es un angel -contesto Henry Beskow-. Que quede claro. Tiene la piel muy oscura y habla un poco mal el noruego, porque viene de Tailandia. Y los tailandeses son gente amable, ?sabes? Todo lo hacen con una sonrisa. No podria haber conseguido a nadie mejor que Mai. A veces tengo miedo de perderla -dijo, repentinamente preocupado-. No te puedes fiar de la gente del Ayuntamiento. Siempre estan reorganizandolo todo para ahorrar dinero.
– ?Te has tomado las medicinas? -pregunto Johnny.
– Si, si -contesto el viejo-. Me las he tomado. Soy como un perro obediente, ?sabes? No tengo fuerzas para protestar. El que depende de otros para todo se vuelve mas manso que un cordero.
Sus dedos deformados tocaban la manta, tirando un poco de los flecos.
– ?Quieres que te lea el periodico? -le pregunto Johnny, senalando la mesa donde estaba el periodico local.
– Si, por favor.
Johnny cogio el periodico y se acomodo de nuevo en el puf. Leyo noticia tras noticia con voz clara y contundente, y echando rapidas miradas al viejo para ver si lo seguia. Si, lo seguia. Primero le leyo una historia sobre un caballo que habia perdido el control durante una carrera, y cuando intentaron detenerlo le mordio el brazo a uno de los funcionarios. Luego habia un largo articulo sobre las malas condiciones de trabajo de los polacos, y otra noticia que se apresuro a saltarse, porque trataba de ciertos fallos en las rutinas del Hospital Central sobre el tratamiento de los muertos. A veces los tenian alli un mes antes de mandarlos a incinerar. Leyo el parte meteorologico. Seguiria el calor, y el peligro de incendio era grande por todo el este del pais. Tambien menciono algunos de los programas que se emitirian en la television esa noche, y que pensaba podrian gustarle al viejo. Al final leyo la noticia sobre el bebe del cochecito. Mientras la leia, miraba de reojo a su abuelo, pero no logro descifrar lo que el hombre estaba pensando.
Doblo el periodico y lo dejo sobre la mesa.
Por unos instantes reino un silencio absoluto en la pequena habitacion.
– Tu no tienes una vida muy facil -dijo por fin Henry-. Ya lo creo que no. Pero al menos sabes como no debemos comportarnos con los demas. El estupido que ha organizado todo ese lio se merece unos azotes. ?No estas de acuerdo, Johnny?
– Si, abuelo -contesto mansamente-. Incluso podriamos romperle los dedos meniques.
– Asi es -contesto Henry-. ?Como van las cosas por casa? Dime la verdad. No quiero que mientas para no preocuparme.
– Pues no van muy bien. Ella esta siempre tumbada en el sofa. Solo se dedica a beber vodka. ?Necesitas algo de la tienda? Puedo acercarme ahora mismo.
– Haz una lista -dijo Henry-. Coge papel y lapiz. Hay en el cajon de la cocina.
– No necesito papel, abuelo. Uso el movil, ?sabes? Puedo escribir en el.
– No es facil de entender -dijo el abuelo, con un gesto de agradecimiento. Estaba sentado sin moverse en el sillon mientras la lista de la compra era tecleada en el telefono movil.
La nina de la trenza roja seguia sentada en el penasco cuando el paso a toda velocidad.
– ?Tonto bamboleante! -le grito.
A la vuelta coloco la compra en la despensa, que era un cuartito al lado de la cocina. Alli el abuelo guardaba de todo. Vio que habia muchas cosas caducadas, los frascos de mermelada tenian una capa de moho encima. Se paso un rato ordenando los estantes. Tiro lo que era para tirar y luego les paso un trapo humedo. Quedaron muy bien, limpios y ordenados. Una caja roja al fondo de la despensa atrajo su atencion, era tentadora. La saco para verla mas de cerca, por si era una nueva clase de mezcla de cereales para el desayuno. Pero descubrio que contenia raticida. Una caja llena. La abrio y examino los granos de color rosa. Tenian pinta de estar muy buenos, a pesar de ser mortales. El hecho de que fueran mortales le fascinaba. Se acerco la caja a la nariz, no olian a nada, y tampoco podia imaginarse a que sabian. Tal vez a granos dulces, o a golosinas. Luego leyo detenidamente las instrucciones de uso.
«Las ratas se duermen dulcemente para nunca mas volver a despertar», ponia en la caja.
Que cosas, penso Johnny Beskow.
Despues de meditar un buen rato, salio sigilosamente al patio y escondio la caja debajo del asiento de la Suzuki. Algun dia ese raticida podria serle util, le gustaba tener algo de reserva para situaciones futuras. Volvio junto a su abuelo. Henry se habia dormido en el sillon. Johnny se sento en el puf y espero pacientemente a que el viejo se despertara. Lo hizo al cabo de unos minutos.
– ?Te preparo un termo con cafe, abuelo?
– Gracias. Pon un poco de azucar, por favor, y no aprietes demasiado la tapa, porque luego no soy capaz de abrirlo.
Johnny se fue a la cocina y lo preparo todo. Hirvio el agua, filtro el cafe, y le puso unas cucharaditas de azucar. Saco una taza del armario, la que el abuelo utilizaba siempre, una taza azul con un asa a cada lado. La llevo al salon y la coloco en la mesa al lado del viejo. Luego se acerco a la ventana y miro hacia fuera.
– ?Quien es esa nina pelirroja? -pregunto.
Henry tosio y carraspeo, porque le habia entrado algo en la garganta.
– Es la pequena de los Meiner, creo. Se llama Else. Viven en esa casa amarilla de alli abajo. ?Ves todos esos coches para el desguace? Llevan ahi quince anos. Supongo que Meiner tendria intencion de repararlos para luego venderlos, pero nunca llega a hacerlo.
– Esa nina no es nada simpatica -dijo Johnny hacia la ventana.
Su aliento produjo una pequena mancha de vaho, en la que dibujo una calavera con el dedo.
– ?Te refieres a Else? Es buena. Es como una perrita guardiana -dijo Henry-. Controla a todo el mundo que entra en la calle Roland. Exige saber a que vienen. Luego se sienta y grita tras ellos cuando se vuelven a marchar. Voy a decirte una cosa: si a mi casa llega alguien con malas intenciones, Else Meiner dara parte de ello inmediatamente. Tiene ojos de halcon, y grita como una urraca.
Johnny volvio a sentarse en el puf.
Henry callo durante un buen rato.
– Pido perdon por estar tan viejo -dijo por fin, con un gran suspiro-. Pido perdon por ser tan lento y tan inutil, y tan incapaz de hacer nada. Y esto no ira a mejor.
– No digas tonterias -dijo Johnny con severidad.
– No tengo miedo a morir.
– Ya lo se.
– ?Acaso tu tienes miedo de acostarte por la noche? No es peor que eso. Nos acostamos y navegamos hacia otra parte.
Levanto una mano torcida y se quito de la frente unos ralos mechones de pelo. Sus labios eran estrechos y descoloridos, como si la vida estuviera abandonandolo lentamente, llevandose el color y el brillo.
– Falta mucho para que mueras -dijo Johnny convencido.
La mera idea lo torturaba, porque apreciaba al viejo y no tenia otro sitio adonde acudir. Nadie que lo esperara, nadie que lo necesitara para nada. Henry estaba a punto de quedarse dormido otra vez. Johnny le cogio la mano reumatica y la mantuvo apretada.
– Abuelo -susurro-. ?Quieres que abra una ventana antes de irme? Hace mucho calor aqui. Tendras la cabeza muy cargada.
El viejo abrio un ojo.