– Lo hare manana, Hakon, manana.

La desesperacion estaba a punto de comerle vivo. Se escondia como una rata gris y espeluznante que le corroia en algun punto detras del esternon. Habia vaciado dos botellas de Balancid con sabor a naranja desde el domingo por la manana. No sirvio de nada, estaba claro que a la rata le gustaba el sabor y seguia royendo con mas ahinco. Hiciera lo que hiciera, dijera lo que dijera, de nada servia. Su hija no queria hablar con el. Es cierto que deseaba quedarse ahi, en la casa de su ninez, en su antiguo cuarto, y eso lo consolaba algo: el que ella, probablemente, encontrase alguna forma de proteccion y seguridad teniendolo cerca. Pero el caso es que no queria hablar.

Habia recogido a Kristine en Urgencias Psiquiatricas. Cuando la vio alli sentada, transida, con esos ojos oscuros y encogida de hombros, le recordo a su mujer veinte anos atras. En aquel entonces, ella se habia sentado del mismo modo, con una mirada vacia identica, con esa misma actitud de impotencia y sin decir nada. Acababa de enterarse de que iba a dejar un marido viudo y una hija, de apenas cuatro anos, huerfana. El habia montado en colera, habia proferido una retahila de juramentos y habia armado un escandalo, y habia llevado a su mujer a la consulta de todos y cada uno de los expertos del pais. Finalmente, pidio prestada una considerable suma de dinero a sus padres con la vana esperanza de que los remotos expertos de Estados Unidos, la tierra prometida de todas las medicinas, cambiarian el hecho cruel sobre el que catorce medicos noruegos habian tristemente coincidido. El viaje solo sirvio para que ella muriera lejos de su casa. El tuvo que regresar con su amada en el congelador de la bodega.

La vida a solas con la pequena Kristine fue dificil. El mismo acababa de terminar la carrera, en una epoca en la que el antano lucrativo oficio de dentista era menos productivo, tras veinte anos de asistencia odontologica publica. Pero les habia ido bien. A mediados de los anos setenta, la lucha feminista alcanzaba su cenit, algo que, paradojicamente, lo ayudo. Un padre soltero que insistia en criar a su hija se beneficiaba de todas las ayudas publicas posibles, cosechaba simpatias del entorno, asi como ayuda y apoyo por parte de las companeras de trabajo y de las vecinas. Les fue bien.

No hubo muchas mujeres, alguna que otra relacion, pero nunca muy duraderas. Kristine se habia encargado de que asi fuera. Tres veces se habia atrevido a hablarle de una mujer, pero otras tantas veces fue rechazado, de un modo arisco e insolente; ademas, ella no aceptaba la mas minima insinuacion. Ella siempre ganaba, y el adoraba a su hija. Indiscutiblemente, entendia que todos los hombres amaban a sus hijos y, de un modo racional, pensaba que, visto asi, no se diferenciaba mucho de la poblacion varonil noruega. No obstante, insistia ante si mismo y su entorno en que la relacion entre su hija y el era especial. Solo se tenian el uno al otro; el habia sido padre y madre a la vez. Habia estado velando durante las enfermedades, se habia preocupado de vestirla siempre limpia y habia consolado a la adolescente cuando su primer amor se fue al traste a las tres semanas. Cuando la nina de trece anos le mostro, con una mezcla de espanto y alegria, una braguita ensangrentada, fue el quien la llevo a un restaurante a comer solomillo con vino ligeramente aguado para festejar que su hija estaba de camino a convertirse en una mujer. Fue el quien durante dos anos tuvo que negar cada peticion insistente para comprar un sujetador, teniendo en cuenta que las picaduras de mosquito que debian alojarse en dicha prenda eran tan insignificantes que cualquier sosten habria parecido ridiculo. Con nadie pudo compartir la alegria por las espectaculares notas que sacaba su hija en la escuela, ni tampoco el amargo dolor cuando ella eligio celebrar con amigos la confirmacion de su ingreso en la Facultad de Medicina de Oslo, hacia cuatro anos.

Amaba a su hija, pero no conseguia llegar a ella. Cuando fue a buscarla, ella lo siguio voluntariamente, y fue ella misma quien habia pedido en Urgencias que lo llamaran. Queria por tanto ir a casa, a su casa, pero no dijo nada. Una vez en el coche, de camino a casa, intento cogerla de la mano y ella lo dejo. Aun asi, no hubo respuesta, tan solo una mano flacida que se dejaba sostener con pasividad. No pronunciaron palabra alguna. Ya en casa, quiso tentarla con algo de comida: pan recien horneado con fiambres y ensaladillas, que sabia que le encantaba; rosbif y ensaladilla de gambas, y el mejor tinto de su bodega. Ella agarro la botella, pero dejo la comida. Al cabo de tres copas, se llevo la botella, se disculpo con educacion y se retiro a su cuarto.

Pasaron tres horas y no se oyo ruido alguno desde su habitacion. Se levanto entumecido del sofa, un modelo americano, profundo y demasiado blando. Las velas que se habian consumido palidamente con la luz del atardecer primaveral empezaban a rezongar por la falta de cera. Se detuvo ante la puerta que daba a la habitacion de la nina y permanecio en silencio absoluto durante varios minutos, hasta que tuvo el coraje de llamar. No hubo respuesta. Dudo un poco mas y decidio dejarla en paz.

Se fue a la cama.

Kristine estaba en una habitacion de nina, con cortinas amarillas de cuadros, sentada con un osito de peluche en el regazo; ante ella, una botella de tinto vacia sobre una mesa lacada de blanco. La cama era estrecha. Sentia calambres en las piernas despues de permanecer mucho tiempo en posicion fetal. La contraccion era bienvenida, dolia cada vez mas y se concentraba en sentir hasta que punto le hacia realmente dano. Todo lo demas desaparecio, solo notaba la protesta punzante y dolorosa en los miembros que no habian recibido suficiente sangre desde hacia un buen rato. Finalmente, no aguanto mas y se tumbo en la cama estirando las piernas. El malestar aumento enseguida. Sujeto uno de los muslos con las dos manos haciendo presa y apreto con todas sus fuerzas hasta que le empezaron a caer las lagrimas. Cualquier cosa para que perdurara el sufrimiento. Pero no podia continuar con eso, asi que al cabo de un rato se solto. El dolor en el pecho reaparecio, la region interna estaba totalmente hueca, una enorme cavidad llena de un dolor indefinible. Corria por todo su cuerpo a una velocidad de vertigo y tuvo que levantarse por unas pastillas que le habian dado en Urgencias, Valium 0,5 mg. Una diminuta caja cuyo contenido encerraba una esperanza de paz en cada comprimido. Se quedo de pie con la caja en la mano izquierda durante una eternidad. Luego se la llevo al bano, abrio el envoltorio, saco la caja con las pildoras y la vacio en el agua clorada de color azul. Las capsulas se mantuvieron a flote un instante hasta que fueron hundiendose languidamente hacia el fondo de porcelana blanca y desaparecieron en las cloacas. Por seguridad, tiro dos veces de la cisterna. A continuacion, se lavo la cara con agua muy fria y salio a la sala de estar. Estaba todo a oscuras; tan solo la lamparita encima del televisor arrojaba un fulgor debil y amarillo sobre las suaves alfombras del salon. Salio a la cocina a por otra botella de tinto, con cuidado para no despertar al padre, si es que dormia. Se quedo sentada en el mejor sillon, la vieja butaca de su padre, hasta vaciar tambien esa botella.

En ese momento, aparecio en el umbral de la puerta su padre, en pijama. Imponente, aunque con los hombros caidos y las manos extendidas hacia ella en un gesto de abatimiento. Ninguno de los dos hablo. Estuvo dudando un rato largo, pero, finalmente, entro en la sala y se puso en cuclillas ante ella.

– Kristine -la llamo en voz baja, mas por decir algo que porque tuviera algo que decir-. Kristine, hija.

Queria tanto poder contestar. Habria querido ir a su encuentro, inclinarse hacia delante y dejar que la reconfortara y despues consolarlo a el, por encima de cualquier otra cosa. Deseaba decirle que estaba apenada por lo que le habia infligido, que estaba triste por haberlo defraudado y por haberlo estropeado todo, por ser tan tonta y dejarse violar. Deseaba con todas sus fuerzas poder tachar aquellos ultimos y espantosos dias, borrarlo todo y, tal vez, retroceder a los ocho anos y a la felicidad de entonces, dejarse lanzar por los aires y aterrizar en sus brazos. Pero, sencillamente, no era capaz. No podia hacer nada para que las cosas volvieran a ser como antes: le habia destrozado la vida. Lo unico que pudo hacer fue extender la mano y dejar que la yema de los dedos le acariciara la cara. Desde la piel suave debajo de las sienes, bajando por las mejillas rugosas sin afeitar hasta detenerse en la hendidura de la barbilla.

– Papa -dijo en voz baja, y se levanto.

Al principio titubeo un poco, recobro el equilibrio y regreso a su cuarto. A la altura de la puerta, se giro un poco y vio que el seguia en el mismo sitio, en cuclillas, con el rostro entre las manos. Cerro la puerta y se tumbo en la cama con la ropa puesta. Al cabo de unos minutos, dormia profundamente, con la mente vacia de todo y libre de suenos.

Miercoles, 2 de junio

La cuesta adoquinada que ascendia de la calle Gronland hasta la comisaria de Policia de Oslo estaba en plena ebullicion. La gente y los taxis subian y bajaban sin cesar, y de los vehiculos se apeaba todo tipo de personas,

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