Se levanto con mucho esfuerzo y dificultad, y regreso tosiendo a su despacho.
Jueves, 3 de junio
No era tarea facil tomarse algunos dias libres, asi, de sopeton. Sin embargo, sus dos companeros se mostraron de lo mas comprensivos. Se hicieron cargo de los pacientes con diligencia y buena voluntad, teniendo en cuenta el escaso tiempo de preaviso. Significaba un perjuicio economico, aunque, por otro lado, hacia muchos anos que no se habia regalado unas buenas vacaciones.
Tampoco podia llamarlo «vacaciones», pues tenia mucho que hacer. ?Por donde iba a empezar? No estaba muy seguro, asi que decidio empezar con unos largos. La piscina estaba sorprendentemente llena de gente, a pesar de que eran las siete de la manana. Los nadadores rezumaban olor a cloro, parecia como si acabaran de rellenar la piscina. Algunos deberian ser clientes habituales, saludaban y charlaban al borde de la piscina. Otros eran mas conscientes de su objetivo, nadaban de un extremo al otro los cincuenta metros que media cada largo, sin prestar atencion a los demas, sin mirar a nadie, solo nadaban, nadaban y nadaban. El tambien.
Al cabo de cien metros noto cierto cansancio. Al cabo de doscientos tuvo que reconocer que no solo llevaba demasiados anos encima, sino que tambien cargaba con demasiada grasa. Empezo a clarear tras un par de largos mas, al entrar en un ritmo que el corazon podia asumir. La cadencia era notablemente mas lenta que la de los demas cuerpos, que resoplaban cuando pasaban por su lado con regularidad y sin descanso, hacia arriba y hacia abajo, hacia arriba y hacia abajo. Los musculosos torsos formaban estelas como pesados buques en miniatura. Se engancho a la estela de un abigarrado banador. Al alcanzar los setecientos metros, decidio que estaba listo. Era, sin duda, un comienzo de dia inusitado, algo nuevo, distinto, y no podia recordar la ultima vez que se habia tomado el tiempo de disfrutar tanto. En el momento de salir del agua, metio el vientre, saco pecho y aguanto asi hasta las escaleras que bajaban a los vestuarios. Solto el aire comprimido entre los dientes y dejo que cayera la caja toracica al lugar que le correspondia.
Encontro su consuelo en la sauna, a casi cien grados de temperatura. Su piel era rubicunda, y los alli presentes no exhibian mejor aspecto. Mientras descansaba con la toalla ajustada pudicamente alrededor de su cintura, determino que se dejaria caer por el edificio donde vivia su hija…, donde habia vivido. Tenia que tomar alguna decision acerca de ese piso, porque jamas volveria a mudarse a ese apartamento. Pero no queria forzarla a tomar una decision en esos momentos. Tenian mucho tiempo por delante, de momento.
Se sintio limpio y mas ligero, a pesar de sus casi cien kilos de peso. Lloviznaba fuera, si bien la temperatura no habia bajado. Seguia haciendo demasiado calor para la epoca del ano; incluso aunque hubieran estado en pleno julio, dieciocho grados a las ocho de la manana era algo insolito. Aquello era casi alarmante, tal vez tuviera algo que ver con esa historia de la capa de ozono.
Tuvo menos problemas que habitualmente para sentarse en su coche, que se hallaba mal aparcado en un lugar reservado para minusvalidos. La sesion de entrenamiento le habia sentado de maravilla, lo tenia que repetir, se lo iba a tomar en serio.
Catorce minutos mas tarde encontro un sitio lo bastante amplio, a tan solo cincuenta metros de la vivienda de su hija. Volvio a mirar el reloj y se dio cuenta de que era demasiado pronto para importunar a nadie. Los que tenian que trabajar no tendrian tiempo para hablar con el, y los que iban a quedarse en casa seguramente seguirian en la cama a esas horas. Asi que compro un par de periodicos y entro en la panaderia, que tentaba ya a muchos paseantes mananeros con aromas deliciosos de bolleria recien horneada.
Despues de tres bollos, un cuarto de litro de leche fresca y dos tazas de cafe, habia llegado la hora de ponerse manos a la obra. Se acerco al coche y anadio algunas monedas al parquimetro, antes de dirigirse hacia la puerta de entrada. Saco las llaves y entro en el bloque. Habia dos pisos por cada una de las cinco plantas. Empezaria por la primera.
Un tosco letrero de porcelana anunciaba que Hans Christiansen y Lena Odegard residian en el piso de la izquierda. Se puso bien derecho y llamo al timbre. No hubo respuesta. Volvio a intentarlo y nada.
Desde luego, no era un buen comienzo: lo intentaria de nuevo por la tarde. La puerta de enfrente no tenia ningun rotulo con el nombre del inquilino. Se habia fijado en el portal de entrada en que la vivienda la ocupaba un extranjero. Fue para el imposible juzgar si se trataba de una mujer o de un hombre. En cualquier caso, fuera quien fuera, no habia estimado necesario cambiar la placa que antano habia adornado la puerta: un espacio perfilado en la madera con dos agujeritos en cada extremidad.
Se oyo un zumbido muy nitido proveniente del piso cuando pulso el boton. A continuacion, oyo unos pasos al otro lado de la puerta, pero no ocurrio nada. ?Bzzzz! Lo intento de nuevo. Ninguna reaccion, pero ahora estaba convencido de que ahi habia alguien. Irritado, volvio a llamar al timbre, esta vez pulsando durante un buen rato. «Un tiempo largo y descortes», penso, y volvio a llamar.
Por fin, oyo que alguien estaba hurgando en una cadenita y la puerta se abrio levemente. La puerta apenas se abrio unos diez centimetros. Al otro lado aparecio una mujer. Era bajita de estatura, un metro cincuenta y cinco centimetros. Vestia ropa anticuada, barata y presumiblemente compuesta al cien por cien de telas sinteticas, que relucia a la luz del pasillo. La mujer parecia muy asustada.
– ?Tu policia?
– No, no soy de la Policia -dijo, y trato de sonreir lo mas amablemente posible.
– Tu no policia, tu no entrar -dijo la mujer, intentando cerrar la puerta.
Como una centella, puso el pie en la minuscula abertura justo a tiempo para evitar que se cerrara la puerta. Se arrepintio al descubrir el panico en sus ojos.
– Tranquilicese -intento decirle a la desesperada-. Tranquilicese, solo quiero hablar un poco con usted. Soy el padre de Kristine Haverstad, la chica de la segunda planta, encima de este. Second floor -anadio, con la esperanza de que le entenderia mejor. Entonces se dio cuenta de que se habia equivocado-. First floor, I mean. My daughter. She lives upstairs.
Tal vez le creyera o puede que, despues de pensarselo mejor, viera muy improbable que alguien viniera a acosarla a las nueve y media de la manana. Al menos, acabo soltando la cadena y abrio la puerta con mucho cuidado. El la miro con un aire interrogante y ella hizo ademan como invitandolo a entrar.
El apartamento estaba amueblado con una increible sencillez. Era identico al de su hija, pero, aun asi, parecia mas pequeno. Debia de ser por la falta de muebles. Un sofa se apoyaba contra una de las paredes de la sala de estar. Apenas habia nada mas, con lo cual dificilmente se le podia denominar salon. Era evidente que servia, a su vez, de cama, porque cuando echo un vistazo al dormitorio pudo constatar que estaba vacio, salvo por dos maletas que habia en una esquina. La sala de estar estaba, ademas, dotada de una mesita de comedor con una silla de madera. Asimismo, en la pared opuesta al sofa reposaba otra mesita con un televisor viejo encima, que debia de ser en blanco y negro. El suelo y las paredes estaban desnudos, salvo por una foto de gran tamano desprovista de marco de un hombre suntuosamente vestido, de nariz aguilena y que portaba un uniforme condecorado hasta la exageracion. Reconocio de inmediato el ultimo sah de Persia.
– ?Es usted irani? -pregunto, feliz de haber encontrado un tema para iniciar la conversacion.
– ?Iran, si!
La diminuta mujer sonrio moderadamente.
– Yo de Iran, si.
– ?Habla noruego o prefiere hablar ingles? -prosiguio, sopesando si sentarse o no. Decidio permanecer de pie. Si se hubiese sentado, habria obligado a la mujer a quedarse de pie o a sentarse a su lado en el sofa, lo que la habria hecho sentirse violenta.
– Yo entender bien noruego -contesto-. Hablar mal, a lo mejor.
– A mi me parece que se defiende muy bien -le dijo, para animarla. Empezaba a molestarle cada vez mas aguantar de pie, asi que cambio de idea y agarro la silla de madera, la arrastro hasta el sofa y le pregunto si le parecia bien que la usara.
– Sentarse, sentarse -dijo, claramente mas sosegada. Ella misma se sento en el borde del sofa.
– Como dije -carraspeo-, soy el padre de Kristine, Kristine Haverstad, la joven del piso que esta encima de este. Quiza se haya enterado usted de lo que le paso el sabado pasado.
Le costaba mucho hablar del tema, incluso con una desconocida mujer de Iran, que nunca habia visto y que, presuntamente, nunca volveria a ver. Carraspeo de nuevo.