– Si, lo se -dijo Hanne, aguantando con paciencia-. Existen carnicerias que todavia la venden. Pero, no dejaria de ser una circunstancia llamativa que alguien llegara y solicitase diez litros de sangre, ?no creeis?

– ?Tiene algo que ver con las masacres de los sabados, con respecto a lo que estas trabajando actualmente? -pregunto Billy T., ahora con mas interes-. ?Os han confirmado que es sangre animal?

– Algo por el estilo -informo Hanne, sin entrar en detalles sobre su propia apreciacion.

– Pues comprueba en los mataderos de esta ciudad si alguien ha mostrado un interes llamativo por comprar sangre con descuento al por mayor. Es una tarea factible, incluso para vosotros, los vagos de la Seccion Once.

Ya no estaban solos en el lugubre local, dos chicas de veintitantos se habian sentado en el otro extremo del establecimiento. Un detalle que siete hombres en su mejor edad no dejaron pasar. Un par de ellos mostraron incluso cierta fascinacion y Hanne saco la conclusion de que se trataba de los dos del grupo que no tenian novia. Ella misma disparo una mirada fugaz a las chicas y le dio un vuelco el corazon. Eran lesbianas. No lo supo porque presentaran una estampa que respondiera a un patron caracteristico, pues una de ellas llevaba el pelo largo, y ambas tenian un fisico de lo mas corriente. Pero Hanne, al igual que todas las demas lesbianas, poseia un radar interno que hace posible descifrar estas cosas en una decima de segundo. Cuando, espontaneamente, las dos chicas se acercaron y se besaron dulcemente, no fue ya la unica en saberlo.

Estaba furiosa, tal comportamiento la sacaba de sus casillas, se sentia provocada.

– Bolleras -susurro uno de los policias, el que, en principio, se sintio mas atraido por las dos recien llegadas.

Los demas soltaron una ruidosa carcajada, todos menos Billy T. Uno de los chicos, fornido y rubio, alguien que nunca le habia gustado a Hanne, solo le aguantaba, esbozo un chiste verde aprovechando la coyuntura. Billy T. lo interrumpio.

– Corta ya -le ordeno-. No nos importa un huevo lo que hagan esas chicas. Ademas… -un indice de increibles dimensiones se hundio en el pecho del companero rubio-, tus chistes no valen una mierda, escuchad este.

Treinta segundos despues bramaron todos de risa. Una nueva ronda de pintas aterrizo sobre la mesa, pero para Hanne era ahora solo cuestion de dejar pasar el tiempo suficiente entre el episodio desafortunado del «bolleras» e irse de alli. Media hora debia bastar.

Se levanto, se puso la cazadora de cuero, les lanzo una sonrisa que significaba: «Suerte en vuestra travesia del viernes» y a punto estaba de irse cuando…

– Espera un poco, guapa -flirteo Billy T., y la cogio por el brazo.

– ?Me vas a abrazar?

Se inclino a reganadientes cuando el detuvo de golpe el movimiento y la miro fijamente, con una gravedad en los ojos que ella nunca habia visto en el.

– Te quiero mucho, Hanne, ?sabes? -dijo en voz baja, y le dio un fuerte abrazo.

Sabado, 5 de junio

La naturaleza estaba totalmente desquiciada. El aroma del cerezo aliso se proyectaba a lo largo de todos los caminos y los rosales en los jardines habian culminado ya su floracion. Los tulipanes que, normalmente, deberian estar pletoricos, mostraban un aspecto desolador, con los petalos caidos, a punto de marchitarse. Los insectos zumbaban aturdidos entre tanta diversion. Los alergicos al polen habian sufrido de lo lindo, e incluso los mas fervorosos amantes del verano miraban de reojo al sol, que apenas descansaba unas horas cada noche antes de volver al dia siguiente a la carga, a las cinco de la manana, ardiente y descansado. Algo no cuadraba.

– Esta a punto de llegar el cometa -suspiro Hanne, que leia una vez al ano los libros de los Humin, de Tove Jansson.

Estaba sentada en la terraza con los pies apoyados en la barandilla leyendo el periodico del sabado. Eran casi las diez y media de la noche, pero hacia demasiado calor para estar metida en casa viendo la tele.

– ?Miedica! -dijo Cecilie, ofreciendole una copita de Campari con tonica-. Si estuvieramos en el sur de Europa, dirias que esto es una maravilla. Alegrate de que tengamos aqui en el norte, aunque sea por una vez, una temperatura agradable.

– No, gracias, me duele un poco la cabeza. Debe de ser el calor.

Cecilie tenia razon, hacia buenisimo. No recordaba haber estado en la calle, en pantalones cortos y camiseta de tirantes, tan tarde y haber pasado tanto calor. No en Noruega y, desde luego, no a principios de junio.

Dos familias con chiquillos habian montado una fiesta en el cesped debajo de la terraza. Cinco ninos, dos perros y dos parejas de padres habian hecho una barbacoa, habian jugado y cantado, disfrutando a la vieja usanza durante varias horas, a pesar de que ya no eran horas para los ninos. Una hora antes, Cecilie se habia preguntado lo que iba a tardar la senora Weistrand, la del primero, en salir a protestar. La mujer habia dado ya algun que otro portazo con la puerta de la terraza, como protesta demostrativa por el griterio de los ninos. Cecilie acerto, como no podia ser de otra forma. A las once, un coche patrulla hizo su entrada en el aparcamiento comunitario y dos oficiales de Policia en uniforme de verano cruzaron con determinacion el jardin en direccion a la escena bucolica.

– Miralos, Cecilie -dijo Hanne, riendose por lo bajo-. Caminan al compas, es imposible evitarlo. Cuando era oficial de primer ano, jure que nunca lo haria, parecia tan militar… Pero esta claro que es imposible evitarlo, es como cuando oyes la musica de la banda municipal.

Los oficiales se parecian como dos gotas de agua. Dos hombres de pelo corto y de identica estatura. Se detuvieron dubitativos ante la pequena reunion familiar, hasta que uno de ellos se dirigio a uno de los hombres que aparentaba mas edad.

– Lo sabia -se rio Hanne, disimuladamente, golpeandose el muslo-. ?Sabia que se dirigirian a uno de los hombres!

Las dos mujeres se levantaron y apoyaron los codos en la balaustrada. La gente se encontraba a escasos veinte metros y el sonido les llegaba muy bien en aquella noche veraniega.

– Senores, tienen que recoger -dijo uno de los agentes gemelos-. Nos han avisado de que estan molestando, o sea, los vecinos.

– ?Que vecinos?

El hombre que habia tenido la suerte de ser interpelado abrio los brazos de par en par.

– Estan todos en la calle -anadio, senalando el inmueble, cuyos inquilinos adornaban todos y cada uno de los balcones.

– ?No creo que molestemos a nadie!

– Lo siento -insistio el agente, acoplando la gorra en su sitio-. Tendran que seguir dentro de casa.

– ?Con este calor?

En ese momento, la senora Weistrand hizo su entrada en escena. Bajaba con paso ancho y movimiento decidido de cadera desde su jardincillo, que daba directamente al verde vecinal.

– ?Hace mas de dos horas que llame! -ladraba-. ?Es una verguenza!

– Mucho trabajo, senora -se disculpo el otro gemelo, ajustandose, a su vez, la gorra.

Hanne comprendia perfectamente lo que se sufria con esa gorra puesta, con aquel calor. Decidio intervenir.

– Cecilie, de verdad, me duele la cabeza. ?Te importa prepararme un te? Eres un cielo.

«Te contra el dolor de cabeza, fabuloso remedio», penso la medica, que sabia a la perfeccion la razon de su destierro a la cocina. Pero no dijo nada, solo alzo los hombros y entro en casa.

– ?Hola! -llamo Hanne, dirigiendose a los dos oficiales, nada mas desaparecer Cecilie-. ?Hola, chicos!

Todos los presentes alzaron la cabeza en su direccion y los dos agentes se encaminaron vacilantes hacia ella en cuanto se dieron cuenta de que les hablaba a ellos. Hanne no los conocia, pero supuso presuntuosamente que ellos si sabrian quien era ella. Asi era. Cuando se acercaron lo bastante, sus rostros se iluminaron.

– ?Hola! -contestaron ambos al mismo tiempo.

– Dejelos, no molestan -recomendo Hanne, guinando un ojo-. No hacen el menor ruido, es la abuela del primero, que es un poco dificil. Dejad que los ninos disfruten.

El consejo de la subinspectora Wilhelmsen basto para los dos oficiales. Saludaron, tocando la gorra con la

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