El fiscal adjunto reacciono como si le hubiese tocado un crucero de tres semanas en el Caribe. Asombrado y feliz.
– Por supuesto. -Ni siquiera se acordo de que, en realidad, tenia una cita con su anciana madre-. ?Por supuesto! ?Pero ya hablaremos entonces!
Hanne dejo el bano de sangre en su sitio y salio de la zona cercada siguiendo a Cecilie hasta la moto. No dijo nada. Estaba aterida y no tenia la menor idea de como romper el compromiso que acababa de fijar.
– Asi que ese era Hakon Sand, parece simpatico -balbuceo Cecilie-. Creo que debes hablarle de mi antes de que venga.
Echo la cabeza hacia atras y solto una risotada escandalosa, hasta que se percato del entorno tenebroso en el que se encontraba y paro en seco. Luego estuvo desternillandose todo el camino de vuelta a casa.
Domingo, 6 de junio
Por fin: los periodicos se hacian eco. Se sintio satisfecho. Cuando las campanas de la iglesia lo despertaron a las diez, tras cuatro horas de sueno breve pero intenso, se levanto, se puso el chandal y bajo a la gasolinera para averiguar si alguien, ademas de la Policia, habia empezado a interesarse por el.
Era casi mas de lo que podia esperar. El titular cubria toda la portada: «Banos de sangre misteriosos en Oslo», con el subtitulo: «La Policia busca victimas». En una esquina aparecia una pequena foto que mostraba un coche de Policia, algunas barreras y cinco agentes. En el fondo era decepcionante, poco e insignificante, no tenia mucho sentido fotografiar la esquina empapada en sangre.
«La proxima vez, tal vez», penso, antes de meterse en la ducha por segunda vez en cinco horas. «La proxima vez.»
Se sentian como dos actores de una serie televisiva norteamericana mediocre. Yacian tumbados en un tipico dormitorio de soltero, en una enorme y cutre cama lacada en blanco, los barrotes del cabecero oblicuos y con radio-despertador incorporado. Pero el colchon era bueno. Hakon se tiro de la cama, se puso el calzoncillo con cierta timidez y salio a la cocina. Al rato, volvio con dos vasos de Coca-Cola con hielo y la sonrisa torcida.
– Bueno, se enrolla, ?no?
A estas alturas, su amigo estaba ya acostumbrado. Era la cuarta vez que Hakon, ruborizado, lo habia perseguido insistentemente para pedirle prestado el piso durante unas horas. Le costo mucho la primera vez entender el motivo por el que Hakon no podia usar su propio piso para echar un polvo, pero al final acabo por mofarse y darle las llaves: «Todos tenemos deseos ocultos y extravagantes», confirmo, garantizando cinco horas de ausencia.
Desde aquella vez, no volvio a comentar nada, solo entregaba las llaves con instrucciones acerca del tiempo disponible. Esta vez le pregunto si no conocia a alguien dispuesto a prestarle su apartamento, porque le habia surgido algo. Cuando vio el gesto en el rostro de Hakon, cambio inmediatamente de idea. Lo que no sabia es que no era el unico que recibia la curiosa peticion por parte de Hakon Sand a intervalos irregulares.
No faltaba mucho para la llegada del propietario. Hakon miro discretamente, de soslayo, el reloj, aunque no lo suficiente.
– Si, ya lo se -dijo ella-. Habra que levantarse.
En cuanto se puso de pie, estallo de repente:
– El caso es que estoy harta de esta manera de quedar.
Como si fuera su culpa. No respondio.
– Si te soy sincera, estoy hasta el mono de casi todo -prosiguio, mientras se vestia con meneos bruscos y exagerados.
– Estoy pensando en dejarlo.
Hakon Sand notaba en sus carnes que estaba a punto de estallar.
– ?Ah, si? ?Esto, o te refieres a dejar de fumar?
Fumaba demasiado. Aquel habito no le irritaba, pero se preocupaba por ella. Pero supuso que no tenia intencion de dejar de fumar, sino de dejarlo a el. Solia mencionarlo asi, de pasada; aproximadamente, en uno de cada tres encuentros. Antes, el se llevaba siempre un susto de muerte y sentia una profunda desesperacion. Ahora mismo, estaba mas que nada cabreadisimo.
– Escucha, Karen -dijo-. No puedes seguir actuando asi, es hora de que tomes una decision. ?Seguimos juntos o no?
La mujer paro de repente y rodeo la cama mientras se abrochaba el pantalon.
– Pero ?que dices? -le sonrio-. No me referia a ti o a nosotros, estaba hablando del trabajo. Estoy sopesando dejar el trabajo.
Era sorprendente. Se sento en el borde de la cama. «?Renunciar a su trabajo?» Era la socia mas joven de un bufete de abogados sumamente acreditado, cobraba un sueldo astronomico, a su entender, y rara vez habia dado muestras de algo que hiciera pensar que no estaba a gusto.
– Entiendo -se limito a decir.
– ?Que opinas?
– Pues, opino…
– Olvidalo.
– ?No queria decirlo de ese modo! Me apetece hablar del tema.
– No, dejalo, de verdad. No hablemos de eso ahora. Otro dia, tal vez.
Se dejo caer a su lado encima de la cama.
– Estoy pensando en ir a la cabana el viernes, ?quieres venir?
Sensacional, juntos en la cabana. Dos dias y medio juntos, todo el tiempo, sin esconderse. Sin tener que levantarse y separarse, cada uno a lo suyo, despues de haber hecho el amor. Sensacional.
– Con mucho gusto -farfullo.
Entonces se acordo de que su cabana ya no existia. Le habia quedado como recuerdo una quemadura alargada y fea, en la pantorrilla, tras el incendio que asolo la casa hasta los cimientos hacia seis meses. A veces todavia le dolia la herida.
– Bajo las estrellas -dijo en un tono seco-. No es mi cabana, sino la del vecino. Asi podemos limpiar a ratos el terreno incendiado…
Entonces el se acordo de otra cosa. Habia aceptado la, cuando menos, inesperada invitacion para comer en casa de Hanne Wilhelmsen.
– ?Mierda!
– ?Que pasa?
– Tengo una cita, una comida. Hanne Wilhelmsen me ha invitado a su casa.
– ?Hanne? Crei que no os veiais fuera del horario de trabajo.
Karen sabia quien era Hanne. La conocio unos meses atras; de hecho dejo en ella una huella profunda. Ademas, Hakon no podia detallar ninguna anecdota del trabajo sin dejar de nombrar a la subinspectora. Pero nunca habia pensado que fueran algo mas que colegas.
– Y no lo hacemos, hasta ahora. De hecho, me invito anoche.
– ?No puedes cancelarlo? -dijo, acariciandole el pelo.
Durante un instante tuvo un «por supuesto» en la punta de la lengua, pero sacudio la cabeza. Ya habia dejado tirada a su madre en detrimento de Hanne, la familia era otra historia. Pero no podia decirle no a Hanne solo porque habia aparecido una opcion mas tentadora.
– No, no puedo hacer eso, Karen, dije que estaria encantado de ir.
Se hizo el silencio entre los dos. Entonces ella sonrio y acerco su boca hasta la oreja del hombre. El noto un escalofrio que le recorrio todo el cuerpo.
– Eres una ricura -susurro-. Un maravilloso y honesto buenazo.
La joven madre estaba deshecha. No encontraba a su nino. Corria ciegamente de un lado a otro, por los caminitos de la vieja y estropeada urbanizacion, se colgaba de los setos de todos los jardines gritando con