esperaba debajo de la cama. Puesto que estaba mas pedo de lo previsto, apreto el embolo y vacio lentamente algunos milimetros. Noventa eran suficientes. Noventa milimetros de Nozinan. En la Cruz Azul administraban hasta trescientos milimetros para brindar a los borrachos mas irascibles unas merecidas horas de sueno cuando llevaban largos periodos de borrachera y rozaban la inconsciencia. Pero Terje estaba lejos de ser un alcoholico, aunque debia de tener en ese momento un buen nivel de etanol en las venas. Estaba tan ido que estuvo dudando si realmente era necesario que durmiera toda la noche. La duda se evaporo al instante. Decidida, le clavo la jeringa en el muslo izquierdo sin que reaccionara lo mas minimo. Inyecto el liquido en el musculo de forma gradual. Cuando el embolo toco el fondo del tubo, saco la aguja con mucho cuidado y presiono con una torunda de algodon el punto del pinchazo durante un buen rato. Luego fue soltando poco a poco. Fue todo un exito. «Cuando Terje se despierte manana conmigo a su lado, tendra una resaca insoportable. No me llevara la contraria cuando le de las gracias por haber pasado una noche deliciosa.» Un chaval en su mejor edad y con una experiencia mas limitada de lo que jamas se atreveria a reconocer, se sorprenderia un poco al principio, le daria algunas vueltas en su cabeza y se fabricaria su propia pelicula «ego-estimulante» de lo maravillosa que fue esa noche.
Kristine ya tenia preparada su coartada. La ropa exterior estaba mojada y tirito al ponersela de nuevo. Su coche estaba aparcado en la esquina inferior del patio, empapado y humillado, lo suficientemente apartado de la casa como para no despertar a nadie. Casi como revancha por no haberlo dejado en el garaje el dia anterior, se nego a arrancar.
?Demonios! No se ponia en marcha.
Hanne intentaba conciliar el sueno, pero era dificil. Aunque el temporal habia remitido, la lluvia fustigaba los cristales del dormitorio y la chimenea aullaba cada vez que pasaba una rafaga de viento. Ademas, tenia demasiadas cosas en que pensar.
La situacion era desesperada, estaba tan cansada que le era imposible concentrarse. Los informes quedaron encima de la mesa del salon a medio leer, a la vez que era inutil intentar dormir. Cambiaba de postura cada dos minutos con la esperanza de encontrar una posicion adecuada que le permitiera relajar los musculos y dejar de darle vueltas a la cabeza. Cecilie se quejaba cada vez que se retorcia.
Finalmente, desistio. En cualquier caso, era mejor que al menos una de ellas lograra dormir. Con cuidado y sin hacer ruido, se levanto de la cama, agarro el albornoz rosa que colgaba de un gancho junto a la puerta y se fue al salon. Se dejo caer en una silla y comenzo a leer los informes desde el principio.
Los tres oficiales fueron bastante escuetos en su redaccion, usando un lenguaje pretendidamente preciso y conciso que, con frecuencia, resultaba lo contrario, cosa que la irritaba. Sin embargo, el de practicas tenia al parecer mayor ambicion literaria. Se regodeaba con metaforas y extensas frases y ofrecia todo un abanico de detalles y explicaciones. Hanne sonreia. Estaba claro que el chico sabia escribir; ademas, las faltas de ortografia brillaban por su ausencia. Pero el estilo no es que fuera muy «policial».
?Vaya! Este chaval tenia talento. Habia descubierto que la familia que vivia encima del piso de la agraviada tenia un convecino en el edificio de enfrente. Uno que se quedaba sentado y quieto al lado de la ventana, como si durmiera. El aspirante, decepcionado porque nadie habia sido capaz de aportar algo de valor a la Policia, habia decidido cruzar la calle. Alli habia visitado a un tipo bastante raro que tenia por costumbre seguir y enterarse de todo lo que acaecia en ese trocito de calle. El hombre, de edad indeterminada, se habia portado de un modo hostil, aunque mostrando, a su vez, cierto orgullo por la cantidad de archivos que almacenaba de unas cosas y otras. Ademas, pudo anadir que un tal Haverstad le habia hecho una visita hacia muy poco.
Hanne estaba ahora mas despierta. Movio la cabeza en circulo varias veces, con la esperanza de llevar mas sangre al cerebro extenuado de sueno y decidio prepararse un cafe. Ya se podia olvidar esta noche de dormir o de descansar. Acabo de leer el informe y, despues de eso, no necesito ningun cafe, estaba totalmente espabilada.
Sono el telefono, el de Hanne. Dio tres brincos hasta la entrada para llegar a tiempo antes de despertar a Cecilie.
– Wilhelmsen -dijo en voz baja, intentando tirar del cable hasta la salita, lo que provoco que el aparato se estampara contra el suelo-. Hola -intento de nuevo, casi susurrando.
– Soy Villarsen, de la Central de Operaciones. Acabamos de recibir un aviso de Lillehammer. Han encontrado a la mujer irani que buscabamos.
– Traedla aqui -dijo ella sin mas preambulos-. Inmediatamente.
– Tienen un traslado para Oslo manana por la manana, vendra en el.
– No. Tiene que venir ahora, sin perder tiempo -insistio-. Requise lo que sea, un helicoptero si es necesario. Cualquier cosa. Estare en la jefatura dentro de diez minutos.
– ?Dice en serio lo del helicoptero?
– Nunca en mi vida he dicho algo tan en serio. Hable con el fiscal adjunto de mi parte, digale que es vital hacerlo y ya; de paso, hable tambien con el jefe de seccion. Tengo que hablar con esa mujer.
Por una vez, hubo algo que salio sobre ruedas en la gran casa gris y decaida de la calle Gronland 44. Solo veinte minutos despues de finalizar la conversacion entre la central de operaciones y la subinspectora Hanne Wilhelmsen, la mujer irani volaba en un helicoptero desde Lillehammer hasta Oslo. A Hanne le preocupo que el mal tiempo pudiera ser un impedimento para el transporte aereo, aunque tampoco tenia mucha idea de helicopteros. La poca lluvia que caia ahora no suponia, por lo visto, ningun problema. La factura iba a ser muy dolorosa, teniendo en cuenta el presupuesto sobreexplotado, pero eso era otro cantar, ya tendrian tiempo para discutir sobre el tema.
Habia que aprovechar el tiempo de espera. La irani no iba a llegar hasta dentro de cuarenta y cinco minutos. Mientras tanto iban a probar con el rarillo del edificio vecino, el de las matriculas. Siete numeros correspondientes al 29 de mayo, facilitados con cierto recelo, aunque tambien con una nota de orgullo, al aspirante «tan poco elegante». Lo deplorable era que el policia, con toda su inexperiencia, se limito a recabar la informacion y no anoto las matriculas. Aunque eran ya mas de la una de la manana, Hanne se vio en la obligacion de reclamar a E un esfuerzo extra de servicio publico.
Pero fue mas facil decirlo que hacerlo. Se encontraba en la central de operaciones, en la sala situada en el centro del edificio de la jefatura. Se oia un zumbido constante de actividades multiples. Un sinfin de mensajes por radio entraban como una corriente constante y sin descanso. Provenian de los coches de guardia nocturna que patrullaban por la capital; de Fox y de Bravo, de Delta y de Charlie, dependiendo de quien era y de lo que hacia. Recibian avisos de comandos en su camino de regreso y de agentes uniformados que, de vez en cuando, llamaban internamente a algun fiscal adjunto adormilado para aclarar una detencion o un registro que precisaba el derribo de una puerta. Hanne estaba sentada en la segunda fila de sillas colocadas frente al mapa. No tardo en encontrar el piso de Kristine Haverstad en el gigantesco callejero de Oslo que tenia delante. Se quedo mirando fijamente la direccion durante varios minutos. Espero, agotada, sin fuerzas y con malos presentimientos, las respuestas del coche patrulla que se encargaba de efectuar la visita. Distraida y tensa, acabo partiendo tres lapices, que no tenian la culpa de nada.
– Fox tres-cero llamando a cero-uno.
– Cero-uno a Fox tres-cero. ?Que ha pasado?
– No nos deja entrar.
– ?Que no os deja entrar?
– O no esta en casa, o no nos deja entrar. Nosotros nos decantamos por lo ultimo. ?Echamos abajo la puerta?
Todo tenia su limite. Por muy importante que fuera saber lo que Finn Haverstad habia obtenido de ese imbecil, no existia la minima base legal para entrar a la fuerza. Se le paso por la mente, durante una decima de segundo, dejar todo el follon para despues y actuar. Pero no conocia a ningun fiscal adjunto en el mundo que diera su visto bueno a una violacion de la ley tan flagrante.
– No -suspiro resignada-. Intentadlo algunas veces mas, llamad al timbre sin parar. Cero-uno, corto.
En un momento dado, fue como si el coche cambiara de opinion. Tras haberse opuesto tenazmente a los intentos furibundos de Kristine de ponerlo en marcha, el motor arranco. Tardo menos de media hora en llegar.
No queria arriesgarse a que la vieran. Dos dias antes, habia decidido que tenia que hacerlo entre las dos y las