tres de la madrugada. Todavia quedaba mucho tiempo. Mientras tanto, era crucial permanecer oculta. Quiza fuera un error salir de casa tan pronto. Por otro lado, estaba tan cerca que, si el coche, en el peor de los casos, volviera a tener otro «ataque de perentoria necesidad de castigarla», seguiria andando lo que le quedara de camino. Corriendo, no podia tardar mas de dos o tres minutos hasta llegar al adosado donde vivia el hombre que la habia violado.

La lluvia la hacia sentir bien. El agua formaba riachuelos que bajaban por su cuello, por el interior de su chubasquero y por debajo del jersey. En otro momento, tendria incluso una sensacion de malestar, pero no ahora. Notaba el frescor, pero no tenia frio. Estaba entumecida, pero sentia un nuevo y desconocido sosiego en el cuerpo, una forma de control total y absoluto. El corazon latia con fuerza y cadencia, pero no demasiado rapido.

Ante ella se levantaba una arboleda, dividida en dos por un sendero ancho. En un claro, mas o menos en el centro del pequeno bosque circular, distinguio un banco de madera. Se sento en el. Encima de ella, el cielo ofrecia ruidos sordos y escupia rayos enfurecidos contra el suelo. El estampido de truenos fue seguido de un aparatoso estruendo a los pocos segundos de iluminarse la vegetacion de color azul. Se encontraba peligrosamente cerca. El chaparron era una bendicion porque retenia a los testigos en casa. La tormenta, que debia de situarse ahora justo encima de ella, era peor, porque mantenia a la gente despierta. Pero no se podia hacer nada con el tiempo, para eso no existia ningun remedio. Se sacudio de encima la inquietud que le provoco la caida del rayo y volvio a sentirse animada y lista para llevar a cabo su cometido.

El ruidoso helicoptero se sostenia en el aire a unos quince metros del cesped enlodado del estadio de Jordal Amfi. Se movia lenta y pesadamente de un lado a otro, como un pendulo colgado de la capa de nubes bajas y negras con un cable invisible. La bestia se acercaba palmo a palmo hasta el suelo.

Un policia uniformado abrio la puerta y salto fuera antes de que el aparato se estabilizara. Se quedo encorvado, esperando un instante mientras las helices traqueteaban amenazadoramente por encima de su cabeza. Enseguida aparecio una figura agil y diminuta, ataviada con un chubasquero rojo. Se detuvo en la puerta del helicoptero, pero el policia, impaciente, la saco de un tiron. La agarro de la mano y juntos cruzaron el campo corriendo entre potentes rafagas de viento y el lodo salpicandolos.

Hanne tenia muchisima prisa, pero espero al piloto. Este salio, palido y circunspecto.

– Nunca debi de haber aceptado esta mision -dijo.

Hanne se imagino que el vuelo habia sido todo menos agradable.

– Nos alcanzo un rayo -murmuro rendido, desde el asiento de copiloto del coche uniformado, con el motor en marcha.

El policia y la testigo irani estaban sentados mudos en el asiento trasero. Tampoco es que necesitaran hablar. Exactamente noventa segundos despues, entraron por el patio trasero de la calle Gronland 44, donde Hanne se habia encargado antes de que el porton estuviera abierto para recibirlos.

El piloto y el hombre uniformado fueron por su lado. La refugiada siguio a Hanne hasta su despacho.

La subinspectora se sintio como una corredora de biathlon acercandose al puesto de tiro. Deseaba esprintar, pero sabia que debia entrar en un estado de calma total. Tuvo una subita ocurrencia, agarro la mano de la otra mujer y la llevo en volandas por las escaleras como si fuera una nina pequena. La mano estaba congelada y sin fuerza.

– Tiene que hablar. Tiene que hablar.

Hanne rezo una silenciosa plegaria. Era posible que Finn Haverstad estuviera durmiendo placidamente en su cama de Volvat. Pero le habian facilitado siete numeros de matricula que lo mantendrian ocupado, y hacia dos dias de eso, mas que suficiente para un hombre como el. La mujer irani tenia que hablar. Esta se quedo de pie sin hacer intencion de quitarse la ropa de lluvia o de sentarse. Hanne le pidio que hiciera ambas cosas, pero nada. Se acerco a ella poco a poco.

Media veinticinco centimetros mas que aquella mujer de Iran y le sacaba diez anos. Ademas era noruega y estaba de trabajo hasta arriba. Sin que se le pasara por la cabeza que el gesto pudiera ser interpretado como humillante, acerco su mano a la cara de la otra mujer. Le sujeto la barbilla, no de un modo hostil, ni brusco, sino de una manera decidida. Seguidamente acerco el rostro de la mujer al suyo.

– Escucha -dijo en voz baja, pero con una intensidad que incluso la otra mujer era capaz de entender, a pesar del idioma-. Se que tienes miedo de alguien y que ese hombre te ha molestado. Dios sabe lo que habra hecho. Pero puedo garantizarte una cosa: recibira su castigo.

La mujer no intento siquiera liberarse, solo permanecio inmovil con el rostro hacia arriba y la mirada perdida y vacia. Los brazos colgaban laxos junto al cuerpo y el agua goteaba del impermeable rojo como un tictac.

– Estaras muerta de sueno, yo tambien. -No solto el rostro de la refugiada-. Te puedo asegurar otra cosa mas. No importa si…

En ese momento, le solto la cara. Con la misma mano, se froto los ojos y noto unas casi incontrolables ganas de llorar, no porque estuviera triste, sino porque estaba molida y convencida de que era demasiado tarde. Y porque iba a decir algo que nunca habia dicho antes. Algo que habia estado planeando sobre sus cabezas, como una posibilidad aplastante desde que habian descubierto la relacion con los NCE ensangrentados. Pero nadie lo habia dicho en voz alta.

– Aunque el hombre sea un policia, no debes temer nada de nada. Te lo prometo, no tienes ninguna razon para tener miedo.

Era medianoche y Hanne era todo lo que tenia. Estaba a punto de desplomarse y tenia hambre. Habia estado tanto tiempo presa del miedo que se vio obligada a elegir. Era como si de repente se despertara un poco. Bajo la vista y observo el impermeable calado y el charco de agua en el suelo. Luego sus ojos recorrieron velozmente todo el cuarto, sorprendida, como si no supiera donde se encontraba. Se quito el chubasquero y se sento con cautela en el borde de una silla.

– El dijo que yo tengo que acostarme con el; si no, no me puedo quedar en Noruega.

– ?Quien? -pregunto Hanne en voz baja.

– Es muy dificil, no conocer nadie…

– ?Quien? -volvio a preguntar la subinspectora.

Sono el telefono. Hanne lo cogio con vehemencia y ladro un «diga».

– Aqui Erik.

El oficial no dudo en obedecer cuando Hanne le ordeno que fuera a su despacho. Una noche con Wilhelmsen era una noche con Hanne Wilhelmsen, daba igual donde.

– Dos cosas: tenemos las matriculas, el hombre acabo abriendo la puerta. Ademas, en la casa de Finn Haverstad no hay nadie, al menos no contestan a todas las llamadas que hacen los chicos.

Lo sabia. Podia convencerse de que tal vez aquel hombre hubiera seguido su consejo de llevarse a su hija de vacaciones, pero sabia que no era el caso.

– Dame ahora mismo los nombres de los propietarios de los vehiculos. Comparalos con… -Se paro en seco y fijo la mirada en una gota de agua de tamano considerable que se estrello y revento contra la parte superior de la ventana. Cuando el liquido hubo resbalado hasta la mitad del cristal, siguio hablando-: Compara los nombres con gente de esta casa; empieza por la Brigada de Extranjeria.

Erik no vacilo ni un segundo despues de colgar. Hanne se giro hacia su testigo y descubrio que la fragil mujer lloraba en silencio, desesperada. No era buena ofreciendo consuelo a la gente. Claro que podia decirle lo afortunada que era por no haberse encontrado en casa el sabado 29 de mayo. Tambien podia informarla de que, en caso de haber estado, estaria ahora sepultada bajo tierra en algun lugar de la region de Oslo y con el cuello rajado. No iba a ser un buen consuelo, penso para si, y, en vez de eso, dijo:

– Te voy a prometer varias cosas esta noche. Te juro que podras quedarte aqui, en este pais. Me encargare de ello personalmente, incluso aunque no decidas contarme quien es ese hombre. Pero me seria muy util si…

– Se llama Frydenberg. No se el otro nombre.

Hanne se precipito hacia la puerta.

Habia llegado la hora de actuar. Se sentia ligero, euforico y casi contento. Las luces que emanaban del quinto adosado llevaban mas de hora y media apagadas. La tormenta fue orientando su furia hacia el este y llegaria presumiblemente a Suecia antes del amanecer.

Se detuvo a escuchar en la puerta de entrada; era innecesario, pero lo hizo como medida de precaucion.

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