como un pasmarote, ahora en holgados calzoncillos de algodon, grises debido al paso del tiempo, un atuendo que lo hacia aun menos imponente, si cabe, que de costumbre. El oficial se saco una navaja automatica del bolsillo y, con un movimiento de muneca, dejo al descubierto una brillante hoja de acero. Corto la costura y aparecieron veinte monedas de oro. Florines holandeses. Una pequena fortuna. Sus ojos se abrieron de par en par mientras los miraba fijamente, luego se entornaron. «Hombrecillo listo, ?que mas tienes?»
Corto la otra costura, la bragueta, la cinturilla, los bajos y las solapas de los bolsillos traseros… hizo trizas los pantalones. Los arrojo a un rincon y, acto seguido, le hizo a Kolb una pregunta que este no entendio. Mas bien que casi no entendio, pues desentrano que significaba «
Kolb presintio el peligro, y su cerebro sopeso las posibilidades a toda velocidad. ?Que hacer? ?Que decir? Mientras vacilaba el oficial se impaciento, desecho el asunto con un movimiento displicente de la mano y le dijo algo al miliciano, que empezo a soltar a Kolb y a los anarquistas. Estos se miraron entre si y luego se encaminaron a la puerta. Kolb vio su pasaporte en la mesa: el maletin, el dinero y el reloj habian desaparecido, pero necesitaba el pasaporte para salir de aquel maldito pais. Mansamente, con la mayor calma de que fue capaz, Kolb se adelanto, agarro el pasaporte e inclino la cabeza con humildad ante el oficial a medida que retrocedia. Este, que recogia las monedas de la mesa, lo miro, pero no dijo nada. Con el corazon desbocado, Kolb salio del cafe.
Y salio al puerto. Almacenes calcinados, crateres de bomba en los adoquines, una gabarra medio hundida amarrada a un muelle. La calle estaba abarrotada: soldados, refugiados sentados entre el equipaje, a la espera de un barco que nunca llegaria, vecinos del lugar sin nada que hacer ni sitio adonde ir. Uno de los pequenos coches de punto tirados por caballos de Barcelona, con dos hombres elegantemente vestidos en la caja abierta, se abria paso despacio entre la multitud. Uno de los hombres miro a Kolb un instante y luego aparto la cara.
Normal. Un oficinista anodino en calzoncillos. Algunos se lo quedaban mirando, otros no. Kolb no era lo mas raro que habian visto ese dia en Barcelona, ni por asomo. Entretanto S. Kolb sentia frio en las piernas debido a la brisa. ?Y si se ataba la chaqueta a la cintura? Quiza lo hiciera, dentro de un minuto, pero por el momento lo unico que queria era alejarse todo lo posible del cafe. «Dinero», penso, y luego un billete de tren. Echo a andar a buen paso, hacia la esquina. ?Y si intentaba volver a los establos? Se lo penso mientras avanzaba con premura por el muelle.
3 de febrero, Paris.
El tiempo cambio, dando paso a una falsa primavera nublada, y la ciudad regreso a su habitual
De camino a la Gare du Nord, paso por la boca de metro de St. Germain-des-Pres, donde se detuvo a mirar un escaparate que le gustaba, viejos mapas y cartas de navegacion. De pronto, por el rabillo del ojo, se percato de que un tipo tambien se habia parado hacia la mitad de la manzana para mirar, al parecer, el escaparate de un
Weisz oyo que venia el tren y bajo a toda prisa. Entro en el vagon: a esa hora de la manana solo habia unos cuantos pasajeros. Cuando iba a tomar asiento, vio otra vez al de la chaqueta de cheviot, que corria para meterse en el vagon mas proximo al pie de la escalera. La cosa acabo ahi. Weisz encontro sitio y abrio un ejemplar de
Pero la cosa no acabo ahi del todo, porque, cuando el tren paro en Chateau D'Eau, alguien dijo: «Signor», y, cuando Weisz levanto la cabeza, le entrego un sobre y se bajo aprisa, justo antes de que el tren empezara a moverse. Weisz solo tuvo tiempo de echarle un vistazo: unos cincuenta anos, mal vestido, camisa oscura abotonada hasta el cuello, rostro surcado de arrugas, ojos preocupados. Cuando el tren cobro velocidad, Weisz se acerco a la puerta y vio al hombre alejandose a buen paso por el anden. Volvio a su asiento, miro el sobre - marron, cerrado- y lo abrio.
Dentro, una unica hoja doblada de papel milimetrado amarillo con un cuidadoso bosquejo de un objeto alargado y puntiagudo. La punta estaba sombreada, y en el otro extremo habia una helice y unas aletas. Palabras en italiano describian las piezas. Un torpedo. ?Era increible la cantidad de dispositivos que tenia aquello!: valvulas, cables, una turbina, una camara de aire, timones de direccion, espoleta, eje propulsor y mucho mas. Todo ello destinado a explotar. A un lado de la pagina, una lista de especificaciones: peso: 1.700 kilos; longitud: 7 metros 20 centimetros; carga: 270 kilos; alcance/velocidad: 4.000 metros a 50 nudos, 12.000 metros a 30 nudos; alimentacion: propulsion por vaporizacion, lo cual significaba, tras pararse a pensarlo un instante, que el torpedo avanzaba por el agua gracias al vapor.
?Por que le habian dado eso?
El tren aminoro la marcha ante la proximidad de la siguiente parada, Gare du Nord, leyo en los azulejos azules al entrar en la estacion. Weisz doblo el plano y lo metio en el sobre. Durante el breve trayecto que lo separaba del Cafe Europa, hizo todo lo que se le ocurrio para comprobar si alguien lo seguia. Habia una mujer con una cesta de la compra, un hombre paseando a un spaniel. ?Como saberlo?
En el Cafe Europa Weisz cambio unas palabras en voz queda con Salamone. Le conto que un extrano le habia entregado un sobre en el metro con un plano. La expresion del rostro de Salamone fue elocuente: «Lo que me faltaba hoy.»
– Le echaremos un vistazo despues de la reunion -propuso-. Si es un plano, sera mejor que le pida a Elena que venga.
Elena, la quimica milanesa, era la asesora del comite en todo lo tecnico. El resto apenas era capaz de cambiar una bombilla. Weisz se mostro conforme. Le caia bien Elena. Su rostro anguloso, su cabello largo y cano, que llevaba recogido con una horquilla, y sus sobrios trajes oscuros no dejaban entrever demasiado quien era. Su sonrisa si: una de las comisuras de su boca se curvaba hacia arriba, la media sonrisa reticente del ironico, testigo de los absurdos de la existencia, mitad divertida, mitad no. Weisz la encontraba atractiva y, lo que era mas importante, confiaba en ella.
La reunion no fue bien.
Todos habian tenido tiempo para rumiar el asesinato de Bottini, lo que podria significar para
Cuando todos se hubieron ido, Salamone dijo:
– Esta bien, Carlo, supongo que lo mejor sera que echemos un vistazo a ese plano.
Weisz lo extendio en la mesa.
– Un torpedo.
Elena estuvo un rato estudiandolo y luego se encogio de hombros.
– Alguien copio este plano porque creyo que era importante. ?Por que? Porque es distinto, mejor, quiza experimental, pero solo Dios sabe en que, yo no. Esto es para un experto en balistica.
– Hay dos posibilidades -dijo Salamone-. Que sea un diseno italiano, en cuyo caso solo puede ser de Pola, en el Adriatico, de lo que era la Whitehead Torpedo Company, creada por los britanicos, adquirida por los austrohungaros y convertida en italiana despues de la guerra. Tienes razon, Elena, seguro que es importante, y secreto. Si nos lo encuentran, nos veremos metidos en un asunto de espionaje, lo que significa que el tipo del metro podia ser un agitador, y este papel la prueba incriminatoria. Vamos a quemarlo.
– Y la otra posibilidad -apunto Weisz- es que se lo haya copiado un